Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Ayer se
celebró el Día de la Lenguas o, al menos, los medios nos dieron cuenta de su
existencia. Nada contribuye más a la concreción de las lenguas que los
diccionarios, un intento de ponerle puertas al campo. Nada hay más complicado que
una lengua puesto, precisamente, que son las complejidades de las lenguas las
que nos permiten expresar y percibir las complejidades del mundo.
El
Lenguaje, como capacidad humana, está en el centro de nuestra percepción del
mundo y de nosotros mismos. Es una capacidad que nos permite realizar dos
funciones, una clasificadora y otra comunicativa. No sabemos demasiado bien el
orden de estas dos funciones y hay diferentes teorías sobre su origen. El
lenguaje nos permite etiquetar el mundo, establecer categorías que nuestra mente
puede ordenar y clasificar conforme a criterios que el mismo lenguaje elabora.
Las palabras encierran porciones de realidad desde múltiples ángulos y acumulan
sobre lo nominalizado rasgos y matices. Todo lo que hemos convertido en
lenguaje puede ser operado por nuestra mente para pensarlo, especular sobre
ello, proyectarlo hacia el futuro e incrustarlo en las series históricas que
establecemos como nuestro pasado. No sabemos si el mundo surgió al conjuro de la palabra, como quieren las tradiciones religiosas, pero sí que el mundo lo encerramos en ellas.
La otra
función, la comunicativa nos permite, el intercambio dialógico con los otros,
construir un mundo ordenado compatible socialmente. Y también manipularnos a
través del lenguaje, tratar de imponer nuestras visiones del mundo, nuestros
propios órdenes y valores mentales a los otros. Si cada uno tuviera su propia lengua, viviríamos
encerrados en nuestras versiones del mundo, difícilmente comunicables, y
tendríamos serios problemas con nuestra sociabilidad, que por el contrario se
ve favorecida por la comunicación.
Los
diccionarios son las herramientas que utilizamos para guardar esa lengua común
y tratar de mitigar los riesgos inevitables de nuestra subjetividad en el uso
de las palabras y de sus cambios históricos. Las lenguas cambian sus sentidos e
incorporan nuevos términos. Los diccionarios son mecanismos estabilizadores a
los que les concedemos poderes ejecutivos y hasta legislativos. Pacifican las
relaciones verbales cuando surgen las palabras oscuras al establecer la "corrección" en el uso o el sentido
de los términos empleados en las dificultades naturales de la comunicación.
Los
diccionarios son obras importantes, monumentales. Sin embargo, apenas se usan.
No lo digo como una queja, sino como una constatación. Y no se hace porque
llevamos una especie de diccionario interno con los sentidos de las palabras
que usamos cada día, una memoria semántica que administra nuestras relaciones
lingüísticas con los otros y nuestra enciclopedia mental. Dentro de nosotros
hay un lingüista y un bibliotecario que, con frecuencia, manda silencio.
Cuando
se estudia el uso práctico de la lengua en un período concreto en el tiempo, se
pueden percibir situaciones en las que se viven momentos de confusión
semántica. El mundo se vuelve complicado y las palabras adquieren significados
extraños o divergentes para los que las usan. Son momentos en los que se
constata que los verdaderos diccionarios son las personas y se desvela que
existen una terrorífica batalla cuyo campo son las palabras. Es la Batalla del
significado.
La
escritora egipcia Amira Hanafi ha decido plantearse un reto: un diccionario de
la Revolución. Hanafi ya ha trabajado anteriormente en sus novelas —en
realidad, es lo que hace todo literato verdadero— sobre las relaciones entre
las palabras y el mundo. Lo hizo ya en la novela "Forgery", publicada
en Estados Unidos, y en ella construía un mundo relaciones a partir de una
palabra "Finkl", que le servía como eje de ese mundo que emergía ante
su invocación. La palabra actuaba como un hilo formando un tejido, pues no es
otra cosa lo que significa texto: hilos de palabras que tejen el mundo mismo
con sus vínculos.
En una
entrevista durante la promoción de su novela, Hanafi señalaba "Forgery is, in one sense, about what
gets documented, which events get distilled into language and made available to
shape a sense of history."* Es esa preocupación por las manifestaciones
de la lengua, por la textualización del mundo, por cómo queda unido y dotado de
sentido gracias a los mecanismos lógicos del lenguaje, lo que lleva a la autora
a indagar sobre las palabras que la Revolución usa y que son campo de batalla
en la construcción de los textos que la definen. En otra de sus obras, Minced
English, Hanafi ya había ensayado la forma del diccionario tangencial, de la indagación
de las palabras desde perspectivas especiales, como recolectoras de sus propios
significados.
La noticia de la
preparación del diccionario nos la trae Egypt Independent y nos anticipa
algunas cuestiones sobre su intención:
“A Dictionary of the Revolution” aims to give
new definitions of a lot of terminology, which are currently being used on a
daily basis in the media, official statements and side conversations in cafes
and streets.
“Feloul,” “third party,” “counter-revolution”
and “Kentucky,” are among the terms tackled in the book.
In the creation of the book, Hanafy uses what
she calls “Revolutionary vocabulary cards.” Using those cards, she is asking
Egyptians for their stories related to the terms the book tackles, so that they
can take part in defining the terms.**
Hanafi, como le ocurría a Gustave Flaubert —su Diccionario de ideas comunes es un
ejemplo—, tiene una metaconciencia de la palabras. Ha comprendido que lo
interesante no es su definición "oficial", sino el variado sentido
particular que las gentes les dan en situaciones concretas; que las palabras
parecen majestuosamente neutrales en los diccionarios pero que en realidad se
usan como tendenciosos objetos para la interpretación de la realidad al
etiquetarla y como manipuladoras herramientas para ganarse el favor de los
otros. Su diccionario no tiene vocación eterna sino el valor de la instantánea
que recoge a uno con los ojos cerrados y a otro con la lengua fuera, la foto
imperfecta pero reveladora de un momento que se escamotea.
Hanafi
señala:
“I am not interested in writing one non-complex
narratives of the revolution story,” she explains. “You can say that I am not
interested in the ‘truth’ in itself as a definition , but I'm interested in the
truth that the people believe in.
“Egypt’s
population is more than 85 million people. This means that there are 85 million
unique views of the truth.”
“At some unique moment, it seemed that the vast
majority of Egyptians agree on what the country needs,” she reminisced. “But
what is happening now in Egypt is a form of conflict and confrontation between
many of the facts, and I'm interested in, through this project, documenting
this complexity at the current moment.”**
Son esas "85 millones de visiones únicas de la
verdad" la que trata de documentar, la diversidad que se esconde tras las
mismas palabras monolíticas que los diccionarios parecen estabilizar. La
confusión de Babel se mantiene bajo la apariencia de la sólida de la palabra.
La palabra es la punta visible del iceberg del deseo sumergido. Es el elemento
compartido que se lucha por hacer individual. El artista lucha por darle un
sentido propio, el que aspira al poder combate por imponérselo a los demás. Es la voluntad de verdad, el deseo de
controlar los significados. ¿Y qué mejor momento para describir esa batalla que
una revolución? La revolución es un estado confuso entre dos órdenes; supone la
lucha por la reescritura. El orden, en cambio, es la estabilidad interpretativa, el triunfo de
uno de los combatientes que logra imponerse.
Al final, la Revolución será
lo que signifique lo que se diga de ella.
* "How
To Get Lost in a Text: more from Amira Hanafi" Lantern Daily 26/01/2011
http://lanternprojects.com/daily/?p=8444
** "A
Dictionary of the Revolution: a popular documentation" Egypt Independent
24/09/2013
http://www.egyptindependent.com/news/dictionary-revolution-popular-documentation
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