Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
¡Que se
reúna la Academia! ¡Que paren las máquinas!¡Que detengan la edición del
Diccionario! ¡Ha nacido una palabra!
El otro
día entrevistaban a un académico de nuestra Lengua (y la de otros) que decía
que la Academia jamás había inventado
una palabra, que todas y cada una de las que entran en el Diccionario lo hacen
por la vía del uso. Es cierto, pero es una verdad a medias porque hay algunas
que hacen más cola que las de primero de mes para sacar el abono
transporte; también es verdad a medias
porque algunas con poco uso se cuelan rápido y otras con mucho uso, pero poca
recomendación, se quedan fuera hasta que se mueren como pez fuera del agua.
Los
españoles no confiamos en muchas instituciones, pero sí en los diccionarios —incluso los que leen poco— y se escucha mucho
eso de "¡no existe porque no viene en el diccionario!" confundiendo
que una cosa es la existencia y otra
la legalidad, como bien saben esos a los que les dices
que no se puede girar ahí y te contestan "¡mira como sí se puede!"
mientras dan el volantazo.
Acabamos
de asistir al nacimiento de una palabra como a veces nos cuentan los astrónomos
que ha nacido una estrella, como un destello minúsculo en el cielo, una luz que
va creciendo en intensidad y que pronto, en términos cósmicos, será sol de algún sistema irradiando
vida, incluso vida inteligente en algún momento de este universo o multiverso,
que se expande o se contrae, según la teoría que aceptemos o la actualización de
nuestra enciclopedia. Sí, ha nacido una palabra como nacen las estrellas.
A veces
se trata de palabras nacidas en el laboratorio, como me contaron que ocurrió
con "jeriñac", término resultante de un concurso nacional muy bien
dotado, con perdón, para la época. Me lo contaron como ejemplo de no sé qué en una clase de la carrera y se me
quedó, como todas las cosas inútiles, para el resto de los tiempos. La
recuerdan todavía en Jerez porque de allí surgió la idea de no usar palabras gabachas,
como "cognac", o de esos adoptadores de gibraltareños, como "brandy".
En
1950, el Consejo regulador de Jerez convocó un concurso para que españoles y
genios de otras latitudes con conocimientos de español presentaran propuestas
para denominar al "jerez". El éxito de la convocatoria, ante las
perspectivas de las 10.000 rubias de entonces de premio, estaba garantizado:
Una avalancha de cartas comenzó a llegar
desde todo el país y norte de África. Una de ellas incluía hasta ¡noventa
denominaciones! Y fue tal el interés que despertó el concurso que se contaron
más de 30.000 voces para bautizar con un vocablo nuevo un producto antiguo.
Hasta el jurado llegaron términos de todo tipo: 'Extremo derecha', 'Jody',
Jerezsolvín', 'Ballena', 'Pepe' o 'Banderillero'. De esas 30.000, fueron
seleccionadas 533 en tres razas, cuenta el irrepetible José de las Cuevas en el
libro 'Historia apasionada del Brandy de Jerez'. "Primero: Los mestizos de
Jerez y coñac (algunos escalofriantes): 'Xeriñac', 'Jerinac', 'Coñajer',
'cojer', 'Jernac', 'Joñac', 'Jercó'... Hubo incluso sus pinitos históricos:
'Astiñac', 'Ceretñac'..."
La segunda, los mulatos de Brandy y Jerez.
Más numerosos en cantidad, pero exactamente igual de feos: 'Jerebran',
'Jerendy', 'Brandixer', Xebrand', 'Xibrany', 'Brendano', 'Jerezandy'. "La
tercera especia pretendió escapar del cerco por los aledaños. Agotaron los
segundones de la viña y del alambique: 'Jerein', 'Jerezvid', 'Jeruva',
'Calduva', 'Bijerez', 'Destiljerez', 'Jerlicor', 'Jerezvita', 'Vinardiente',
'Pirosin', 'Cherquemado', etc..., etc...
El 3 de julio de ese año, el jurado, que
componían Julio Casares, José María Pemán, Manuel Barbadillo, Manuel de la
Quintana, Ramón García Llanos y Antonio Muñoz anuncian el fallo: Será 'Jeriñac'
el término premiado, cuyas 10.000 pesetas se repartirán seis concursantes que
enviaron esa propuesta, uno de ellos el recordado jerezano Juan de M. López de
Meneses. Al tiempo, el fallo recomienda al Consejo el uso de la palabra pero
sin la 'ñ' "por la extrañeza que pueda causar fuera de España".*
Pero "jeriñac",
"jerignac" o "jerinac" eran unas palabras artificiales y
amaneradas, de laboratorio, pervertidas
por la codicia del premio, palabras destinadas al fracaso y al escarnio, según confirman
las crónicas, materia prima de chistes espirituosos. No, no es vía noble el concurso para la
creación de palabras.
Las
palabras deben nacer, como le gustarían a Martin Heidegger, revelando algo del
mundo, acogiendo la experiencia del Ser inmerso en los flujos de la existencia
de la cual es consecuencia —o algo así—. La palabra es destello, iluminación.
Debe nacer numinosa, fruto del azar y la necesidad, sin que se comprenda muy
bien cómo llegó al mundo, cómo llegó a nuestros labios tal como las abejas
fueron a los labios de Virgilio, como
comentan sus biógrafos, a degustar su dulzura.
La
palabra nace inocente, revelando el
mundo, pequeñita. Emociona contemplar esa nueva energía entre tanto término
caduco, desgastado por el uso, como decía Mallarmé.
Sí, ha
nacido humilde, en un modesto pie de foto, necesitada de atención y algo de vista. Algunos
pensarán que nació por casualidad; otros, en cambio, dirán que no existe el
azar y que solo ocurre que desconocemos cómo llegó hasta allí y que si el
Demonio de Laplace pasara por el lugar en ese momento nos lo explicaría con
todo detalle y quedaríamos convencidos.
La
nueva palabra es poética, es técnica y reúne un alto valor semántico y
descriptivo. Yo ya la he incorporado a mi lexicón mental y la incluiré en mis
conversaciones o escritos en cuanto tenga ocasión, que me imagino que será muy
pronto. A ver si conseguimos verla en el diccionario para riqueza de la Lengua común.
Ha
nacido, además, en un entorno decadente en el que las palabras ya no significan
lo que significan, no revelan sino ocultan, desgastadas por su mal uso. Ha
venido a un mundo, sí, en el que se encuentran párrafos como este:
Zaragoza ha difundido esta tarde un escueto
comunicado en el que asegura que renuncia a ese cargo “para no perjudicar a mi
partido y de acuerdo con el primer secretario del PSC”, Pere Navarro. Fuentes
socialistas explicaron que el abandono es provisional, "hasta que se
esclarezca su participación en el caso", aunque el comunicado no se
refiere a la provisionalidad de la decisión.**
Algunos
habrán ya adivinado que se trata del espinoso asunto que surgió de aquella
comida político-sentimental en la que además de los cubiertos habituales estaban —"encubiertos" y posteriormente
"descubiertos"— los micrófonos de la agencia de detectives Método 3,
uno de esos episodios ejemplares de la vida política que nos gastamos últimamente. Ahora ha
salido a la luz que D. José Zaragoza —exsecretario de organización del PSC y
dimisionario de la ejecutiva federal del PSOE—, supuestamente, encargó a la
agencia que investigara al alcalde de Badalona, para determinar su residencia, según nos informa la prensa.
Gastar las palabras es decir que se dimite
"para no perjudicar" cuando ya se ha perjudicado; lo es también llamar
"abandono" a una salida vergonzosamente forzada y forzosa; igualmente
lo es llamarlo "provisional" y hablar de "esclarecer" lo
que se ha negado hasta el momento. Aquí dimite todo el mundo por no hacer daño cuando el daño ya está hecho. Este desgaste de las palabras se vuelve más intenso cuando
leemos: «La renuncia de Zaragoza se produce horas después de que el secretario
general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba haya calificado esta mañana de
"repugnante" el espionaje político y haya anunciado que si se confirma
que el PSC ordenó el espionaje, "tendrán que tomar decisiones".»* Cuando
los textos se llenan de comillas, es que algo ocurre en el mundo, que las palabras ya no lo describen bien o que no nos atrevemos a llamar a las cosas por su nombre. Algunos dicen que pedir a los detectives que verifiquen un domicilio y hagan guardia frente a él —como aparece en los correos electrónicos— es "poco espionaje", pero evidentemente es también jugar con las palabras, más comillas.
Y es en
este lodazal de la política, en este estercolero diario de "sobres", "sobresueldos", "papeles", "institutos" y demás palabras entrecomilladas, en el que la palabra
nace con su sentido revelador, bajo la foto solitaria del señor Zaragoza,
dimisionario avant la lettre. No surge
de un concurso artificial, como la olvidada "jerignac"; lo hace de
forma que hubiera encantado a Flaubert —le
mot juste—, a Breton, a Joyce, a Freud —que le hubiera dedicado un capítulo
vibrante de su Psicopatología de la vida
cotidiana—, hasta a nuestro Ramón le hubiera encantado y lamentaría que no
se le hubiese ocurrido a él y habernos hecho una greguería.
La
palabra recién llegada —¡saludémosla!— es: jejecutiva. ¿Cabe mayor
síntesis, mayor expresividad, mayor condensación, que ese cambio de valor —casi
de inversión nietzscheana, de carnavalesco bajtiniano— por el simple
añadido de una jota traviesa? Cada
vez que vean ustedes a estos políticos, unos y otros, que nos abruman y desesperan, reunidos,
prestos a tomar decisiones que nos hacen temblar por lo que de allí saldrá, perjudicados porque nos afecta o porque no nos afecta, repítanse
para sus adentros: "¡vaya, ya se ha reunido otra vez la jejecutiva!". Se sentirán algo liberados.
Cuando
se abusa de las palabras, retorciéndolas, vaciándolas de significado, ellas se
vengan así. ¡Benditas erratas que nos hacen pensar y, en ocasiones, reír!
*
"Jeriñac, el concurso más tonto del siglo" Diario de Jerez 1/07/2012
http://www.diariodejerez.es/article/jerez/1296734/jerinac/concurso/mas/tonto/siglo.html
**
"Zaragoza deja la ejecutiva del PSOE por el espionaje de Método 3" El
País 4/09/2013
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