Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
historia tiene algo de camusiana, algo de absurdo en un mundo absurdo en el que
se pierden las referencias y solo quedan las emociones básicas. Nos las traía
el diario El Mundo ayer y nos contaba
el asesinato de un soldado israelí de veinte años a manos de un palestino para
poder canjear el cadáver por su hermano preso desde hace más de diez años por
terrorismo*.
Nos
dicen que son frecuentes los intentos de secuestro para canjearlos, vivos o
muertos, por los detenidos, en una espiral de crecimiento continuo de violencia
y crueldad. En este caso, el asesino fue detenido inmediatamente y les llevó
hasta el cadáver, que había arrojado a un pozo de siete metros de profundidad
en la confianza de que el trato sería aceptado y podría sacar a su hermano de
la cárcel.
Ha
habido casos de gran repercusión en los que soldados secuestrados han sido
canjeados por decenas de encarcelados en Israel en una extraña aritmética. Negociar
la vida de una persona puede entenderse; hacerlo con cadáveres, entra en una
fase distinta, en una zona macabra en la que se satisface el odio mediante el
crimen, se busca la comodidad y se juega con el dolor sin retorno.
¿Pensó
el asesino que podían devolverle —en aplicación del ojo por ojo— el cadáver de
su hermano? ¿Cómo hubiera reaccionado si hubieran aplicado esa lógica al ser él
el causante de la muerte de su hermano? Son preguntas, como decíamos, camusianas,
dignas de ser desarrolladas teatral o narrativamente por un intelecto que
piense más allá del acto y se dé cuenta de sus implicaciones morales, como hizo
Camus en obras como Los justos, por
ejemplo.
En un
artículo publicado ayer en Al Arabiya,
titulado "Being a Shiite in Turkey", escrito por Ceylan Ozbudak —analista
política, presentadora de televisión y directora de la ONG "Tendiendo
puentes"—, se desarrollan algunas ideas sobre el problema profundo del
sectarismo y la violencia en el mundo islámico a la luz de los conflictos que
estamos viendo en lugares como Siria. Señala la autora que el "sectarismo"
se considera una "explicación" suficiente por parte de los medios
occidentales, que consideran que ambos, sectarismo y violencia, son caras de
una misma moneda. Ozbudak, tras analizar que hay espacios en los que se ha
demostrado posible la convivencia entre grupos que se atacan en otros lugares,
concluye:
The root problem is not sectarianism but the
perception that violence is “acceptable”. Sectarianism is only a pretext. This
can only change through mass re-education. The problem is seeing violence and
hostility as a natural phenomenon in life.
Puede parecer ingenuo reducir el problema del sectarismo y
la violencia a una cuestión de educación, pero en cierto sentido sí lo es,
porque todo lo es. La cuestión es que
la educación no es solo algo de las escuelas, algo que pueda ser abordado desde
un plan educativo determinado, sino algo que afecta a la transmisión del odio a
través de todas las formas sociales posibles. La educación no es nada si no hay
un consenso social que lo respalde. De nada sirven los planes educativos si se
desayuna, come y cena con el odio.
La violencia es también una forma de educación, negativa,
pero educación: enseña una forma de resolver problemas. Lo que no se enseña,
pero se aprende, es que la violencia engendra más violencia. La educación en la
violencia se convierte en una herramienta aplicable, una vez aceptada, a muchos
conflictos porque es la solución que se encuentra más a mano. El asesinato de
políticos de la oposición en Túnez —que llevó al estallido de protestas
sociales en el país— es una solución "cómoda" y "sencilla"
para el que ve el asesinato de esa forma, como un "fenómeno natural en la
vida", por usar las mismas palabras que la analista turca. Es esa naturalidad
de la violencia lo que espanta
La relación entre sectarismo y violencia es compleja y en
ocasiones funciona como una trampa dialéctica. La violencia sectaria se condena
como un desperdicio de energía, como una violencia que debería dirigirse contra
los "verdaderos enemigos". La teoría conspiratoria que sostiene que
el sectarismo es alentado y provocado por enemigos externos —Estados Unidos,
Israel o cualquier otro país o grupo, según convenga al caso— se basa en esa
idea de que la violencia debería dirigirse a otra parte y no malgastarse entre
"hermanos". Eso es un pacifismo
relativista y estratégico; no es una condena de la violencia, sino de su mal
uso y desaprovechamiento.
Los sirios se matan en tres frentes: los partidarios de Al
Asad con los rebeldes y los rebeldes entre sí, según nos informaban ayer mismo
y era previsible que ocurriera por los cambios de expectativas en la resolución
del conflicto. Son dos guerras superpuestas. En cualquier caso, la violencia se
ve como una forma natural de actuar para conseguir los fines que se marquen. La
prueba es que se usa para eliminar a los compañeros de horas antes, convertidos
en obstáculos futuros que deben ser eliminados.
Las terrible imágenes que nos llegan de la masacre de
Nairobi nos muestran una vez más el camino de la violencia, que es pregonado sin
cesar como solución de conflictos reales o imaginarios, aplicado a personas
responsables directa o remotamente, a inocentes que pasaban por el lugar y no
fue su día más afortunado.
Pero tampoco debemos ser demasiado hipócritas. La violencia
no es solo el derramamiento de sangre. Hay muchos grados y formas de ejercerla.
De forma directa o desde un despacho jugando con la vida de la gente. Hay mucha
violencia tras eufemismos que utilizamos para adecentar nuestras formas de
conseguir lo que queremos.
Aunque
pensemos en los conflictos y en su historia, el drama humano está siempre ahí,
al margen de las ideas o las razones con las queramos justificarlo. Nos
deshumanizamos cuando nos olvidamos del sufrimiento, cuando el dolor desaparece
ante el cálculo o la idea. Como seres humanos poseemos eso que los
especialistas llaman "una teoría de la mente", es decir, la capacidad
de atribuir pensamientos e intenciones a terceros, poder imaginar cómo piensan,
ser capaces de ponernos en el lugar de los otros. Los especialistas hablan incluso
de un tercer grado en nuestra capacidad —el primero es nuestra conciencia; el
segundo, la del otro—, el de poder pensar en cómo los otros interpretarán lo
que hacemos o pensamos. Podemos pensar en el dolor que causamos. Y eso nos
puede horrorizar y frenar o, por el contrario, producirnos el placer morboso de
recrearnos en el daño que causamos con
la venganza.
Un
artista podría meterse en la mente del asesino que arrojó el cadáver de su
víctima al pozo para pedir después el rescate de su hermano que fue a la cárcel
por terrorista como respuesta a una violencia que había engendrado una
violencia anterior y así hasta el origen de los tiempos. Nos mostraría las relaciones entre esos dos jóvenes que trabajaban juntos en un mismo restaurante y cómo, en qué momento fue seleccionado para ser el cadáver que había que canjear por el hermano preso. Ese artista podría, usando esa
habilidad humana que en él tiene cualidades especiales, ponerse en el lugar de ellos, de unos y de otros, para tratar
de dar sentido al conjunto que los periódicos se limitan a enunciar. Quizá no nos
ayudara a entenderlo, pues lo absurdo no puede serlo, pero sí a comprender
que hay caminos circulares, que se recorren una y otra vez sin avanzar, y
caminos que llevan a otros lugares, aunque no sepamos con certeza cuáles son.
Necesitamos
un Camus, alguien que nos diga que en la violencia perdemos todos. Y lo primero, nuestra humanidad. Alguien que nos diga que nada condiciona más nuestro futuro
que la violencia, un futuro que se aleja de nuestras manos y queda al azar brutal
de la violencia y dolor que causa.
* "Un palestino mata
a un soldado israelí para canjear el cadáver por su hermano" El Mundo
21/09/2013
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/09/21/internacional/1379779038.html?a=fcb603db6dad36badb2058baa65ef272&t=1379803124&numero=
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