Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
presidente Obama debe llevar unos días preguntándose por qué ha pasado de ser
considerado un adalid de la paz —con Nobel incluido— o de ser aplaudido en el
fenomenal auditorio de la Universidad de El Cairo por los asistentes antes de
la Revoluciones primaverales, a tenérsele por belicista en medio mundo y a verse manifestaciones en las calles de
Egipto con pancartas en las que se le muestra disfrazado de Bin Laden. Pero no
hay que irse tan lejos. Una cadena de televisión preguntaba a los ciudadanos,
en pleno centro de Nueva York, su opinión sobre la crisis siria. Aunque no
tenga valor estadístico o probatorio alguno, los ciudadanos manifestaban su
incomodidad con las decisiones de su presidente: "He votado al presidente
Obama, le apoyo en muchas cosas, pero en esto no puedo hacerlo. No estoy de
acuerdo", decía uno de ellos. Es más o menos lo que vienen a decir las
encuestas. Obama se ha equivocado, coinciden en señalar.
La
pregunta es: ¿por qué ha llegado Barack Obama a esta situación? ¿Cómo se ha producido etsa inversión en su valoración perceptiva cuando —aparentemente al menos— se trata de una causa como la de evitar
que se gasee a la población?
El agua
de la lluvia cae repartida pero luego corre canalizada; las gotas del
descontento acaban formando torrentes de frustración. Al final de la primera
legislatura, las voces —unas más discretas que otras— de los que se sentían
desengañados con el presidente al que habían votado coincidían casi todas en lo
mismo: no se cumplen nuestras expectativas, no hay cambio real. En la primera
legislatura el desengaño se centró en la economía. Había mucho deseo de ejemplaridad contra la clase financiera que había desencadenado
la crisis que sacudió al mundo entero desde el centro de Wall Street.
"¡Esto
no es Wall Street! —dice un diablo en la serie televisiva
"Sobrenatural"—"Esto es el infierno y aquí tenemos integridad".
Más allá del chiste, está la indignación popular de la que es reflejo. Sin
embargo, pronto se vio que Obama no solo no metía a ningún banquero en la
cárcel sino que mantenía a los responsables de la política financiera —los que
habían fallado en el control y supervisión permitiendo desastres y corrupción
financiera— en los mismos puestos. Eso no sentó nada bien y comenzaron a
levantarse voces críticas, algunas muy cualificadas en el mundo de la Economía,
señalando que los responsables saldrían
de rositas, lo que implicaba que estarían preparando la siguiente
felicitándose por haber salido indemnes del desastre que provocaron con su
codicia y desvergüenza financiera. El famoso riesgo moral —el que las acciones económicas erróneas no se vean
penalizadas— quedó en nada. Habían actuado impunemente burlando las normas y
nadie pisó la cárcel. Y la gente responsabilizó al presidente que habían
elegido para meterlos en cintura.
Esa
debilidad que algunos entrevieron se vio ampliada con las penosas negociaciones
presupuestarias entre los dos partidos, llevando de nuevo al límite del
estancamiento y el caos a Estados Unidos y, por sus efectos, al resto de los
países que verían sacudidas sus economías. También entonces el presidente Obama
recurrió a la estrategia de líneas rojas y ultimátum apocalíptico. El
enfrentamiento con los proyectos de salud pública también se convirtieron en
campañas en su contra y en cesiones negociadas a otras propuestas que se
alejaban de las promesas en su segundo mandato. El programa de salud, conocido
como "Obamacare", supuso un tremendo desgaste y fue calificado por un
político norteamericano como "un choque de trenes", en referencia a
los intereses multimillonarios de la compañías de seguros, farmacéuticas, etc.
con los que se enfrentaba.
La
gente parece haber descubierto que Barack Obama se encuentra con demasiada
frecuencia en situaciones límite, ante fechas clave en las que el estómago se
encoge ante la perspectiva de terribles situaciones, tal como ocurrió con las
negociaciones presupuestarias.
El
camino de un presidente estadounidense en una segunda legislatura, sin
posibilidad de una tercera, no suele ser muy cómodo si no ha tenido una primera
excesivamente sólida. Los republicanos han golpeado sin piedad en cuanto que
han tenido ocasión y los demócratas se vuelven calculadores antes las
perspectivas futuras, desmarcándose o preparando sus mochilas para el siguiente
viaje hacia el poder.
Ante
esta perspectiva de debilidad y falta de apoyos, ocurre la crisis de las
primaveras árabes en la que Estados Unidos se enfrenta de dejar abandonados a viejos
"compañeros de viaje", como Mubarak en Egipto, o a intervenir militarmente
en Libia en donde, hace un año, fue asesinado el embajador de los Estados
Unidos, Christopher Stevens, junto a otros miembros del personal de la legación,
algo que hoy mismo le recuerdan. Extraña forma de establecer vínculos con los
que se han movilizado para liberarte.
El
papel de los Estados Unidos en la zona se ha visto mermado por la increíblemente
torpe estrategia desarrollada ante el apoyo a los gobiernos islamistas políticos surgidos tras la
primavera árabe, en una incomprensión del desarrollo previsible de los
fenómenos y sus consecuencias. Hoy Oriente Medio es un polvorín recorrido por
grupos terroristas de diverso pelaje que se desplazan de un lugar a otro
interviniendo donde pueden crear el caos, por Siria, Egipto, Líbano o Libia.
Las calles de las ciudades de varios países se llenan de manifestaciones
antiamericanas por unos motivos u otros. La presión interna y externa aumenta.
La
crisis siria es una muestra más del pésimo asesoramiento político de Barack
Obama. La salida de Hillary Clinton de la Casa Blanca —y para muchos próxima
candidata a ella— parece haber tenido efectos secundarios. Clinton se ha
sentido forzada a intervenir en apoyo del presidente tras la iniciativa rusa
sobre Siria. Como ha
señalado con agudeza The Washington Post,
«Until Monday, Clinton had not commented publicly on
an alleged Aug. 21 chemical weapons attack that U.S. officials say Assad
carried out. »* Los
apoyos llegan cuando ya la crisis está en un tono distinto. Bill Clinton,
señalan también, no se ha manifestado hasta el momento.
Con
toda esta crisis, la figura de Barack Obama ha entrado en un vía dolorosa. Las
facturas que deberá pagar son muy amplias. Se le responsabiliza del deterioro
del liderazgo americano, que algunos entienden en un papel de gendarme del mundo antes que de otro
tipo. Entienden que muchos de los conflictos abiertos lo son por la debilidad
manifestada.
Siria
es solo una parte. Los aliados a los que se les ha pedido apoyo en Siria,
siguen con la fractura del espionaje masivo o selectivo, como es el escándalo
del espionaje a la presidenta de Brasil, que ha dicho que suspende su visita a
Estados Unidos hasta que se le den explicaciones satisfactorias. Las
"explicaciones" dadas hasta el momento por el espionaje a los amigos
y aliados han sido ridículas y han irritado a casi todos los amigos, que han
visto en ello una política poco leal y que les obliga, por sus propios
ciudadanos, a protestar por ser espiados. El argumento es que Estados Unidos
vela por sus intereses, argumento que podrían volverse contra los Estados
Unidos por parte de cualquier terrorista. ¿Solo los Estados Unidos tienen intereses que justifican cualquier acción
dónde sea y con quién sea? Este argumento se sostiene solo en la fuerza y no en
otro tipo de liderazgo, algo que siempre traerá problemas y, desde luego, pocas
simpatías.
El
conflicto sirio ha causado una aceleración del deterioro de la figura de Obama
dentro y fuera de los Estados Unidos. Ha dado argumentos a los republicanos
para la próxima legislatura y no atraerá muchos apoyos internacionales ante la
presión de Rusia y China por jugar un papel de liderazgo mayor y enfrentarse al
papel solista de árbitro mundial.
La
"jugada risa" en Siria ha dejado en evidencia la falta de cintura de
la política norteamericana. Los hay que opinan que Obama trató de lanzar un
órdago que reafirmara su liderazgo amparándose en la intervención militar; los
habrá que piensen, en cambio, que se vio entrampado en sus propias palabras
arrastrando a los Estados Unidos a una posible guerra que nadie quería ni
quiere.
La
evolución de la guerra civil Siria, pues de eso se trata, ha sido más o menos
previsible, pero nunca estuvo clara. El informa de la Comisión de Derechos
Humanos de la ONU, hecha pública hoy, es otro golpe a Barack Obama, pues acusa
a amabas partes de "crímenes inimaginables", impidiendo establecer un
universo maniqueo. Al Asad es un dictador cruel que ha arrastrado a su país a
una guerra, de eso no hay duda, pero la ONU advierte que los rebeldes que
luchan allí ya no son unos simples civiles, víctimas de un dictador. El informe
presentado acusa de "crímenes contra la Humanidad" a Basar Al Asad y
de "crímenes de guerra" a los rebeldes.
Ante
esta perspectiva, las palabras de Obama sobre la intervención militar ante el
uso de armas químicas, un año después, tienen un sentido diferente. Por eso han
sido consideradas un desliz, algo que no se tenía que haber dicho nunca porque
el presidente de los Estados Unidos puede ser el hombre más poderoso del
planeta, pero no tiene el don de la videncia, especialmente en escenarios muy
oscuros como el sirio. El temor a estar ayudando a grupos como Al Qaeda a
hacerse con el poder en Siria es un serio obstáculo para la intervención norteamericana
—y de los demás— y que ha sido puesto sobre la mesa por políticos de distinto
signo. Nos gustaría que las guerras estuvieran tan claras como las películas
bélicas, pero suelen tener malos guionistas.
A los
problemas vistos, hay que añadir el ascenso del papel de Rusia, que ha estado
tras las bambalinas y que aparece ahora en un papel de supervisor del proceso que
Estados Unidos pierde. Un comentarista político norteamericano califica esta
misma mañana de "chiste político" que Rusia —que ha estado entregando
las armas a Al Asad— supervisara su arsenal de armas química. Sí, la Historia
también tiene lugar para chistes, de mejor y de peor gusto.
El
hecho de que la mayoría de los países haya visto el cielo abierto con la
fórmula rusa para salir del atolladero y que esta provenga de un
"desliz" de John Kerry, no ha gustado mucho a algunos políticos
norteamericanos, pero es preferible a una ampliación, imprevisible en sus
consecuencias, del conflicto. La guerra siria caerá del lado que caiga, pero no
puede ser el detonante de una locura mayor. La mayoría de los estadounidenses
ha comprendido que, ocurra lo que ocurra, su intervención en el conflicto no
les traerá nada bueno y sí el riesgo de muchos problemas.
Obama
podía haber tomado la vía de los refugiados. Señalar que el conflicto sirio
había entrado en una vía muerta, pasarle la responsabilidad moral a Rusia por
su apoyo militar a un régimen genocida y haber jugado un papel solidario en
favor de las víctimas. Pero eso, parece ser, no va con la idea de que el
liderazgo mundial se basa en la fuerza.
Quizá
el desengaño resida en esta último punto, en las esperanzas puestas en que el mundo podía funcionar de otra manera. Lo que se ha visto es que los esfuerzos se ponían más en la "justificación moral" de una intervención militar antes que en evitarla. Los argumentos, claro, no han convencido a nadie. No sé cómo juzgará la Historia a Barack
Obama, pero su presente está siendo complicado.
*
"Hillary Clinton backs Obama on Syria strike" The Washington Post
9/09/2013 http://www.washingtonpost.com/politics/hillary-clinton-backs-obama-on-syria-strikes/2013/09/09/f697ecc6-196f-11e3-a628-7e6dde8f889d_story.html
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