Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Entra
en los principios básicos del arte de la discusión llevar al contrario a un
espacio argumentativo que nosotros definamos, un marco en el que hayamos
establecido el "centro" de la discusión y no otro. También lo es,
desde la perspectiva del otro, tratar de evitar que le lleven a ese espacio
cerrado, cada vez más reducido, definido por los intereses del otro. Pero a
veces se olvida que el diálogo es cosa de dos y que cuando el otro tiene voluntad
propia puede aceptar o no el cierre de ese espacio de las discusiones posibles.
La
primera batalla que el presidente Barack Obama pretende ganar es precisamente la
de definir el espacio de la discusión, dejar establecidos sus límites, marcar un
dentro y un afuera, un objeto de la discusión excluyendo otros temas. La idea
misma de "línea roja", que se ha estado utilizando permanentemente, lleva
implícita la división del espacio en dos, la creación de un espacio moral, en el que se eliminan de
la agenda de la discusión ciertos temas, unos por considerarse obvios y fuera
de discusión y otros como no pertinentes.
Las
cuestiones escalonadas que Barack Obama ha planteado son: 1ª) se ha usado armas
químicas; 2ª) ha sido el régimen de Basar Al Asad quien lo ha hecho; y 3ª) la
respuesta es militar. Hay una cuarta suposición: el hecho de que golpee militarmente
en la condiciones que establezco unilateralmente (sin desembarcar en Siria, por
tiempo limitado, solo ciertos objetivos), no tendrá más que beneficios para los
Estados Unidos, sus aliados y el resto del mundo, tal como ha señalado
repetidamente.
Rusia,
Irán, especialmente, y China —los principales valedores de Al Asad, pero no los
únicos— discuten una, alguna o todas las cuestiones.
La BBC
abría hace unos minutos su información sobre la reunión del G20 con la palabra
"aislamiento" como centro de las preguntas y respuestas con su
corresponsal en San Petersburgo. Se refería, por supuesto, al del Presidente
Obama, al que la agenda internacional ha vuelto a jugar una mala pasada, con su
más resistente opositor, Vladimir Putin, actuando de anfitrión en la reunión
del Grupo.
La
primera victoria en la Comisión de Exteriores por diez votos a favor y siete en
contra de una intervención dan cuenta de que ese "aislamiento"
también es una cuestión interior que se puede ver agravada por el peso de la
opinión pública, que se manifiesta contraria —como las de Francia, Reino
Unido...— a una intervención militar. Los que han votado a favor en la Comisión,
como decíamos el otro día, puede que no estén dando la razón a Obama, sino
simplemente señalando que una vez que los Estados Unidos lanza un órdago, es
peor no cumplirlo porque supone una erosión del principio de autoridad, básico
en la ecología de la guerra: avisa
hoy solo lo que estás dispuesto a pelear mañana. Y si no cállate.
El
temor ahora es que el aislamiento de Obama fuerce a los Estados Unidos a
hacerlo, aún a sabiendas del rechazo, solo por la necesidad de seguir siendo respetado y temido en sus amenazas. No
hay peor negocio para la política de los Estados Unidos que se le considere perro ladrador. Sin embargo, por
mantener esa imagen de fortaleza y liderazgo puede que la acabe de perder,
dejando aislado no solo al presidente Obama, sino a los Estados Unidos respecto
a sus "aliados". "Aliado" es un concepto que debería ser
redefinido, que tiene demasiadas connotaciones históricas y poca claridad hoy en
sus límites y formas de decisión.
Hasta
el momento, el único logro de Barack Obama es que medio mundo se manifieste en
contra de la posible intervención norteamericana y de sus consecuencias. Le ha
ofrecido a Al Assad un triunfo, haga lo que haga. Aunque nadie le defienda, sí
se ataca a su enemigos: y eso es una victoria relativa. Ha conseguido que los
únicos que se manifiesten en favor de una intervención sean los rebeldes sirios,
que quedan aislados, casi culpables de pedir que se intervenga en su país. ¿Quién se manifiesta en favor de una guerra
que no sea la suya?
Los que
están en contra de una intervención usan argumentos locales —lo nebuloso del
caso sirio—, regionales —el rechazo a la política norteamericana de apoyo a
Israel, a quien piensan que se está protegiendo realmente— e internacionales
—efectos sobre la seguridad de muchos países y efectos desastrosos sobre la
economía en un momento delicado—. Nada hay más oscuro que Siria.
En lo
local, muchos temen que los que estén luchando ahora en Siria no sean futuros amigos, sino incontrolables fuerzas
próximas al yihadismo más radical. En el plano regional, en Oriente Medio, muchos
de los que apoyan una intervención, lejos de hacerlo por motivos
"humanitarios", tratan de eliminar a un régimen controlado por
alauíes próximos a Irán y con aliados peligrosos para ellos.
Pero lo
que peor lleva mucha gente es la necesidad de la "justificación moral"
y el retorcimiento que se le aplica: se ha
señalado repetidamente desde el principio que la intervención no busca derribar al régimen —un cambio— ni acabar
con el responsable —eliminar a Al Asad, en una acción individual como se hizo
con Bin Laden— sino que se justifica en la forma
específica de matar a 1.400 personas —el uso de armas químicas—, ignorando las
muertes anteriores y las posteriores, puesto que se desentiende de la guerra
que continuará si no se acaba con el régimen. No se le dice a Basar al Asad que
no mate a su pueblo, sino con qué tipo de armas no debe hacerlo.
Es un argumento belicista y por eso
solo admite solución belicista, que
es la que en realidad se ofrece. Acabar con Al Asad tendría más justificación moral
—acabar con el sufrimiento de la guerra o reducirlo— que solo castigarlo. Pero esto es solo
moral a medias.
Puede
decirse que es el último argumento, que se usa porque ya no quedan otros, que
han fallado todos los demás. La falta de argumentos es lo que determina en gran
medida el fracaso palpable de las relaciones internacionales. Ha fallado lo que
llamamos el otro día la "responsabilidad del amo", el principio por
el que quien apoya y ampara se responsabiliza de la locuras del protegido marcándole los límites de su
apoyo, como hace China con Corea del Norte, por ejemplo. Quien debía haber
puesto la líneas rojas no era Barack Obama —el menos indicado— sino Vladimir
Putin, puesto que Al Asad solo es sensible a las amenazas de quien le apoya.
Debió ser el miedo a perder el apoyo de Rusia lo que pesara en el ánimo de Al
Asad y no las amenazas de Estados Unidos, que solo le traen aliados y apoyos
más firmes.
En realidad,
lo que se está pagando en estos momentos son las tensiones que Rusia y Estados
Unidos mantienen dentro de una política de competencia, básicamente económica,
en la que los norteamericanos van perdiendo influencia, mientras que Rusia, que
la había perdido, la gana mediante políticas económicas y militares, suponiendo
que haya diferencia alguna entre ambas y no sean parte de lo mismo.
Basar
Al Asad es un criminal, un genocida, con armas químicas o sin ellas. Si no se
ha acabado con él y se ha llegado a este punto es por la ineficacia e hipocresía
de la comunidad internacional que ha tomado medidas ligeras temerosa de que lo que pudiera salir de allí no les gustara
pues se encontraba en terreno protegido por Rusia e Irán, con lazos con Líbano
y otros agentes de la zona. Siria era la "línea roja" de la primavera
árabe, el dictador protegido frente a
otros a los que no se protegió demasiado —recordemos que la primera reacción de
Francia al levantamiento en Túnez, inicio de la "Primavera árabe",
fue ofrecer materiales para la represión policial y enviar efectivos [ver
entrada: "La flor, el escarabajo y el embajador de Francia"
24/02/2011]— y cayeron, como Mubarak. Pero como hemos señalado en otras
ocasiones, Rusia es el "amigo fiel" frente a la volubilidad y errores
del amigo americano que desecha a los dictadores que ha amparado anteriormente.
El
problema de Barack Obama es que quiere hacer lo que no se ha hecho antes,
cuando se debía. Todavía en junio se afirmaba rotundamente que Estados Unidos no
tenía intención de entrar militarmente en el conflicto sirio, que pasaba ya de los
cien mil muertos y cerca de dos millones de refugiados. Por eso, la decisión
unilateral inicial, a la que "se pide" que se sumen otros, ha tenido
las complicaciones del fuerte revés de Reino Unido y las complicaciones
posteriores a las que asistimos cada día.
Aquí no
hay victorias o derrotas que celebrar. Muchos de los que salen a la calle con
banderas sirias lo hacen por antiamericanismo,
no porque les haya importando demasiado lo ocurrido hasta el momento en Siria.
Pensar que la guerra comienza ahora o
que atacar "limitadamente", como si fuera un cameo bélico, no es participar en una guerra es un ejercicio de
cinismo o ceguera histórica. Comenzó hace mucho tiempo y se dejó crecer.
El
drama humano de Siria son las muertes que se seguirán prolongando porque es una
especial casilla del tablero que a nadie le interesa perder, pero que nadie
tiene la fuerza para ganar, prolongando una agonía dolorosa e infame en sus prácticas
y consecuencias.
Epílogo desde la memoria
Asistí el
21 enero de 2012 a una de las pequeñas manifestaciones celebradas en Madrid en
favor del pueblo egipcio, que se enfrentaba entonces a los abusos de la SCAF tras un año de Revolución. Coincidieron en ese día, fin de semana, manifestaciones de saharauis, egipcios y sirios [ver
entrada: Libertad en el corazón (de Madrid) 22/02/2012]. Los pocos sirios que
había, en su mayoría jóvenes estudiantes, extendieron por el suelo de la plaza
de Sol carteles con los rostros de la familia Asad y pancartas hablando de sus
atrocidades durante décadas. Intentaban explicar a la gente qué estaba pasando
en su país; algunos se paraban, otros seguían sin saber muy bien quiénes eran
ni de qué país les estaban hablando. Cuando fue cayendo la noche, los sirios
que estaba en Sol subieron a la plaza próxima que les habían autorizado a los
egipcios para manifestarse y se aunaron con ellos en sus reivindicaciones de
libertad. Deseaban que su dictador cayera como estaban cayendo otros. Sin
embargo, las cuerdas de la marioneta siria estaban firmemente sujetas. Desde el
principio, el discurso sobre Siria fue ambiguo, dejando al pueblo sirio a su
(mala) suerte. Hoy la situación sería muy diferente si no se hubiera pensando
que lo que ocurría en Siria tenía demasiado riesgo para los intereses de
algunos países de la zona.
Me he
acordado muchas veces de aquellos jóvenes estudiantes sirios en Madrid y de la
indiferencia de muchos ante lo que contaban y mostraban. Al Asad es el único de
los dictadores que se sintió protegido directamente por sus apoyos políticos y
militares. Se creó algo tan eufemístico como los llamados "Amigos de
Siria", que no ha servido para acabar con la situación y no se ha reducido
el sufrimiento ni de los de dentro ni de los que salen fuera, que viven
penurias y abusos directos o indirectos, incluso en países que se dicen "amigos".
Como se suele descubrir, al final son muy pocos los verdaderos amigos.
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