Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Tienen
que sentir vértigo. Después de ochenta años siendo perseguidos, se debe sentir
algo extraño al convertirse en el poder que persigue a los demás, que les deja
fuera del sistema. Hay políticos a los que la persecución los ha hecho más
humanos, como es el caso de Nelson Mandela, un ejemplo de cómo se puede
sobrevivir a las distorsiones que las circunstancias negativas nos pueden
causar.
La
Hermandad Musulmana, en cambio, parece que no quiere desaprovechar la ocasión
de hacerse con el poder y no abandonarlo jamás. Es algo que evidentemente no
entra en sus planes. Ni abandonar el poder ni abandonar las mentes de aquellos
que se encuentren en el entorno social. Poco a poco toman posiciones con los
aires de la normalidad, pero las denuncias se suceden a cada paso que dan.
Su
táctica es muy clara, casi de libro. Cuando se topan con un obstáculo y
resistencia, retuercen las palabras dejándolas en la generalidad que
posteriormente lleve a las interpretaciones de sus propios estamentos
consultores. Les basta nombrar los tribunales y consejos que deban resolver las
dudas que se susciten. Lo que pueden cambiar, lo cambian; lo que no, se aparca
para cuando lleguen las dudas. Son más sutiles que los salafistas, que amenazan
también con boicotear la constitución porque les parece una aberración que se
diga que la "soberanía reside en el pueblo" y no en Dios. No han
entendido que el "pueblo" es la Hermandad, la mano izquierda de Dios.
Las
promesas de Morsi de que las prerrogativas que se ha atribuido solo durarán lo
suficiente como para aprobar la constitución no significan más que, una vez
aprobada una constitución claramente islamista —de la que todos se han retirado—,
cada vez que haya dudas, se recurrirá a ella para resolver los casos.
Los
jueces han llamado al boicot profesional en la supervisión de las elecciones,
una jugada fuerte que puede reventar por cualquier lugar. Morsi ha conseguido
con su decreto autoritario frenar a los jueces, impedirles paralizar sus
edictos, pero ¿y si los jueces se frenan? ¿A quién va a poner Morsi a sustituir
a los jueces en la supervisión de las elecciones? Recordemos que las elecciones
anteriores se hicieron en dos fechas para que pudieran ser controladas por la
judicatura. ¿Cómo llevará adelante las votaciones sin ellos?
Una
muestra más del avance de la Hermandad son las quejas que ha levantado la
entrada en los Consejos de distritos municipales, unas entidades próximas a los
ciudadanos y que controlan la vida de los barrios. Una denuncia ante los
Tribunales señalando que la mayoría de esos cargos seguían en manos de miembros
del antiguo régimen, ha cesado a todos los que estaban vigentes. Como no podía
ser de otra manera, los nuevos puestos han caído del lado de los Hermanos, que
pasan a tener control sobre los servicios que se pongan en marcha.
La
Constitución egipcia nace muerta, ya momificada. Una constitución no se puede
aprobar con el peso de los votos, sin acuerdos, haciendo que todos abandonen el
parlamento porque no será asumida por nadie. Las constituciones han de nacer
con vocación de presente amplio y futuro duradero. Las buenas constituciones
sirven para que todos puedan gobernar si se ha logrado un acuerdo social amplio,
más allá de los votos de unas primeras elecciones —como en el caso egipcio— complicadas
y extrañas, con medio régimen dictatorial en pie y la otra mitad ocupada por
los islamistas.
Con un
régimen que conservaba sus resortes y un islamismo que tenía los suyos, lo que
quedaba fuera era el mundo de las ideas, toda la gama que va del liberalismo al
socialismo, algo que dictadura e islamismo excluyen porque les temen. La prisa
de unos y otros era evitar que se pudiera desarrollar en Egipto un clima
político e intelectual que desafiara a las dos dictaduras, la militar y la
teológica. El enemigo era la inteligencia, la posibilidad de un pensamiento al
margen. Las acusaciones de unos y otros van siempre en el mismo sentido: son
"occidentalistas" y son "ateos"; son traidores, son impíos.
Son las dos ideas con las que se han estigmatizado a cualquiera que se opusiera
al régimen militar o al teocrático. Acusando de enemigos de la
"patria" o del "islam", que para unos es lo mismo y para
otros dos cosas distintas pero con el mismo resultado, se anuló la posibilidad
de que en Egipto se pudieran escuchar las voces suficientes en el parlamento
como para desarrollar una constitución convincente y duradera. Pero no les
importa el Estado; solo su control. Es la misma mentalidad del régimen de
Mubarak: el control ante todo. A Mubarak le interesaba la obediencia, a los
Hermanos el asentimiento.
Las
constantes denuncias contra actores, intelectuales, periodistas, escritores,
cineastas, etc. acusándoles de insultar al islam o al presidente —que acabará
dando igual—, no ha sido más que una maniobra propagandística y coactiva para
acallar las voces de los que querían un Egipto moderno basado en la libertad y
la diversidad, con un estado que no interfiriera en los derechos y vida de sus
ciudadanos. Pero eso está fuera del integrismo islámico que sencillamente no lo
concibe como posibilidad razonable ni deseable.
Una
tras otra van fracasando todas las oportunidades de construir un futuro
estable, duradero, de convivencia. Con todos los resortes del estado y controlando
la sociedad desde su base, la Hermandad demuestra que no solo eran los enemigos
de Mubarak, sino sus dignos sucesores.
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