Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Se
recoge estos días en nuestros diarios la presentación del informe anual sobre el estado de
la Prensa realizado por la APM (Asociación de la Prensa de Madrid)*. Los datos
son demoledores y las cifras han desbordado el nivel de lo preocupante. 2012 ha
recibido por la presidenta de la APM, Carmen del Riego, la valoración de
"año negro". Y no es para menos. Como todo informe profesional, lleva
su acento puesto en la situación de las empresas y los trabajadores del sector,
los datos de inversión y de desempleo. No hay ninguno bueno y todos ellos
reflejan un mundo en crisis profunda. Solo crece la inversión publicitaria en
el Internet, que era la segunda más baja después del cine, que —al igual que la
vallas exteriores— no puede ser considerado un medio "periodístico". De todo lo
que se ha perdido en inversión, solo una pequeña parte ha ido a los medios
digitales, que es donde se ha producido el crecimiento del 171%, pero de una cifra muy baja.
La
crisis económica evidentemente tiene mucho que ver al disminuir el dinero disponible
de los anunciantes. Parece que la publicidad no está siendo la herramienta que
tradicionalmente se usaba para tratar de aumentar el consumo y los medios ser resienten
de ello. También ha bajado la eficacia publicitaria de los propios medios por
su proliferación y fragmentación. Ya no solo compiten las cabeceras, emisoras o
canales entre ellos; compiten con otras muchas formas de demanda de "atención"
que se reparten por todo el campo del ocio y el entretenimiento, el verdadero
negocio de la sociedad de la información.
Gráfica de El País* |
La
pérdida de valor de la información es consecuencia directa del valor que la
propia sociedad le otorga. Hasta ahora, todo ha ido en detrimento de la propia
información que ha derivado hacia el espectáculo y sus formas y maneras. Lo que
se hace para atraer audiencias, destruye el valor de la información modificando
su esencia. Es más fácil responsabilizar a la crisis económica de los desastres
sin tratar de investigar y comprender si todo lo que vemos es consecuencia
directa de ella o si hay otros factores particulares. Por decirlo así: es como
la crisis económica general a la que se le achacan las crisis particulares
resultado de las incompetencias y errores cometidos.
Me
preocupa que —como ocurre también con la crisis económica— sirva de excusa para
que algunos impongan sus análisis y recetas sin entrar en los detalles
significativos y causas reales.
La
crisis de la "prensa" tiene que ver, sí, con su incapacidad de crear
un negocio rentable que mantenga el servicio, por un lado; pero también tiene
que ver con la pérdida de valor de la información por efecto de la deriva de la
propia información o, mejor, de la forma de hacerlo. La información ha perdido
valor porque ha dejado de ser "valiosa" o, mejor, ha dejado "ser
valorada". No se trata tanto de la calidad de la información, sino de la "necesidad"
de información. La necesidad está en función de nuestros propios intereses que
son cada vez más inducidos externamente, redirigidos hacia los objetos,
personas o temas que interesan a terceros. Los medios sucumbieron a la
tentación de cambiar de objetivo. En vez de pensar en cuáles eran los intereses
y necesidades de los públicos, muchos se han dedicado a invertir el proceso:
hacer que les acaben interesando cosas que no les interesaban. Les ha parecido
que así se ganaban los favores económicos de los anunciantes y demás poderes de
turno, convirtiendo gran parte de su superficie informativa en muestrario,
catálogo o proclama. La consecuencia es la desconfianza y el recelo.
Las
críticas que desde el "15-M" se hicieron a los medios de comunicación
dieron un mensaje que los propios medios fueron incapaces de entender: no
sentimos que los medios nos informen de lo que realmente necesitamos saber;
sentimos que nos informan de lo que a otros les interesa que sepamos. No lo
entendieron. La respuesta de algunos fue disfrazarse de populistas de lujo.
La
crisis de la información forma parte de una más amplia crisis política. No
podía ser de otra manera porque la información es parte de la política en un
sentido profundo y no solamente en el partidista, como algunos han
interpretado. La crisis del sector es reveladora de un deterioro de la
valoración de la propia información, ya sea por ineficaz o por descrédito.
Podemos justificarla desde la crisis económica, pero eso no es más que una
parte, la que se analiza como condiciones laborales y económicas de la
profesión.
La
profesión ha manifestado en los últimos tiempos la necesidad de recuperar su
independencia informativa, su conciencia personal y profesional como
herramientas de trabajo al servicio de un público al que habrá que recuperar
por su propio bien, pues de otra forma vivirá al vaivén de la apatía o de la
manipulación permanente.
Un dato
nos dan en el informe: el aumento de un 2'5% de personas matriculadas en las
Facultades de Ciencias de la Información. Para algunos puede ser una locura con
el panorama que se ha descrito. Para otros es un reto formativo, pues
trataremos de convencerles, a lo largo de los años que estén entre nosotros, de
la importancia esencial de su trabajo para el resto de la sociedad y de la
necesidad de que intensifiquen su formación intelectual, más de lo que podamos
ofrecerles, para poder comprender mejor un mundo que tendrán que poder explicar
a los demás. Es necesario encontrar un modelo informativo —empresarial, profesional y cíudadano— que armonice las funciones que en cada caso son prioritarias: el beneficio, la conciencia, la participación.
Desde
el punto de vista de la información, la salud de un país se mide tanto por la
calidad de sus cabeceras como por el interés de sus ciudadanos por mantenerse
informados correctamente de lo que les afecta en cuanto tales; se mide por el
papel formativo que los medios realizan aumentando la calidad política e
intelectual de su entorno mediante informaciones realizadas con respeto, conciencia,
compromiso y rigor; y se mide por la exigencia constante de calidad por parte
de la ciudadanía que entiende que no podría cumplir sus obligaciones ni tomar
sus decisiones sobre lo público sin la información correcta. Hacen falta buenos medio, buenos profesionales, buenos públicos. Hasta ahora ha primado la cantidad.
La
crisis económica afecta a los medios, indudablemente. Pero hay otra crisis que
es necesario atajar aunque las cifras fueran otras: la de la deriva de la
información y de los propios medios hacia orillas distantes. No basta con que
las cifras sean buenas.
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