domingo, 2 de diciembre de 2012

Sobre la columna

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El pasado jueves, 29 de diciembre, me invitaron a participar en la mesa final sobre la actualidad y futuro de la columna periodística, dentro del I Congreso Internacional "Columnismo y Periodismo de Opinión" celebrado en la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM . Mi intervención es el texto que sigue:

Presente y futuro de la columna
Se me pide que hable sobre el presente y futuro de algo que llamamos "columna". Por mi formación, no me gusta demasiado hablar de géneros, sino de textos, es decir, de tipos de textos y formas de lectura. No concibo el acto de escritura sin su correspondiente acto de lectura, aunque sea idealizada. Escribimos siempre para unos lectores y lo hacemos de una manera determinada. La lectura del texto periodístico tiene la especial característica de la inmediatez de los lectores frente a otros tipos de textos cuya separación es mayor entre ambos actos. Esta proximidad periodística es también un determinante, pues sitúa a ambos en un aquí y un ahora condicionante de mayor intensidad que en otras formas.


Todo texto implica un contrato de lectura, una condiciones implícitas entre la producción del texto y la forma de leerlo. Cuando leemos un texto esperamos algo de él; nos aproximamos con unas expectativas más o menos concretas. La "columna", a diferencia de otros tipos de textos enmarcados en un periódico o medio similar, tiene un contrato más abierto. Todos esperamos que un texto enmarcado en la sección de deportes nos hable de deportes o que uno en la sección de economía lo haga de economía. Sin embargo, el contrato de lectura que se establece con los textos columnísticos es diferente ya que el lector acude a ellos no por un tema concreto sino por una forma de ver la vida, la del columnista, que se traduce en muchas formas de escritura y en muchos objetos temáticos.

La columna no es solo un texto en el que se puede escribir de "lo que se quiera", un texto "libre"; es también un texto en el que el lector no sabe bien qué va a encontrar. La característica principal de la columna es su imprevisibilidad diaria, su apertura. Eso se traduce en esa pregunta que se hace el lector de columnas justo antes de abrir el periódico: "¿A ver de qué ha escrito hoy fulanito?" o incluso la que se hace el columnista cada día cuando debe afrontar la escritura: "¿de qué voy a escribir hoy?"
La pregunta del lector es previa a la decisión de leerlo y no en función de su tema. Puede que de lo que nos hable hoy el columnista no nos interese y lo dejemos, pero habrá otros a los que sí nos pueda interesar y la leamos. A diferencia del que accede a los deportes o a la economía, que van buscando unos temas específicos —los resultados de un partido o los indicadores del desempleo—, los lectores de columnas se clasifican en los que respetan los deseos del columnista, se ponen en sus manos y leen todo lo que éste les ofrece; y los que solo leen aquellos temas que les interesan a ellos.


El fiel lector de columnas es el que no solo explora el mundo que el columnista le ofrece, sino el que explora al columnista mismo, verdadero objetivo de sus pesquisas. Los otros, los ocasionales, funcionan más como el que busca consejeros cuando tiene un problema específico y trata de adquirir opiniones sobre aspectos parciales que hoy le interesan y mañana no. Unos y otros están en su derecho de ser como son, obviamente, pero existe una diferencia: al primero le gusta que el columnista tenga libertad para explorar por él su propio universo.


La esencia de la columna es la libertad; es de ahí de donde procede su variedad. Las otras secciones de los periódicos están obligadas a jerarquizar el mundo para poder ofrecer aquellos aspectos más relevantes, que son los que el lector necesita para estar bien informado, motivo por el cual se accede al periódico. La "noticia" es el mundo de lo relevante, por eso son imperdonables la trivialidad y la inexactitud. La "columna", por el contrario, es el ejercicio estilístico de una voluntad explorando temas y formas, descentrándose de la actualidad y creando interés sobre algo que a priori puede no tenerlo. La columna no es el reino de la novedad, sino el de la sorpresa, que es algo muy distinto. La columna desvela, más que revela.
Entiendo la columna como un ejercicio diario, semanal o con la frecuencia que se haya fijado, para poder sorprender al lector con los recursos más variados e irreverentes, si es necesario. Frente al estilo estandarizado que se ha pregonado a los cuatro vientos informativos, intento de alcanzar la neutralidad de la prosa científica como sucedáneo de una verdad que se nos escapa humanamente, la columna es humana en su brillantez o en su descalabro. En la medida en que todo está en manos de quien escribe, toda es su responsabilidad, su acierto o su fracaso.


La columna es un arte difícil porque requiere la construcción de un texto doble, en el que se observa lo que se dice y el cómo se dice. Tema, forma y estructura son decisivos para su éxito. Su objeto ha de resultar interesante, aunque no sea relevante; su forma debe ser variada y su estructura cambiante para evitar tanto convertirse en una sección especializada como en aburrir al lector por las repeticiones. La columna es el mundo de Sherezade.
Lejos de los lenguajes genéricos que se acaban desarrollando en muchos tipos de textos periodísticos, la buena columna está condenada a la intertextualidad, es decir, a realizar juegos formales y temáticos en los que el autor evoca otros textos, periodísticos o de cualquier otro orden. En la columna es importante el "juego", las relaciones entre unos textos y otros. La columna no es solo opinión; es importante el juego polifónico de acoger voces ajenas sin perder la propia, que enmarcará a las otras.
Distingo el texto columnístico del "comentarista", aquel que posee "opinión", pero que se encuentra cercado por las barreras de una especialidad, como ocurre con los deportivos, políticos o económicos. Para mí, la libertad electiva de la columna es su hecho determinante puesto que afecta a quien la escribe y a quien la recibe, estableciendo ese elemento de imprevisibilidad que establece la unión entre ambos como un acto de confianza y exploración.


¿El futuro del columnismo? El futuro de su libertad, por arriba y por abajo. El periodismo, a diferencia de otras formas de producción textuales, necesita de los públicos y estos son los que acaban determinado selectivamente los cambios y orientaciones. Se produce ese fenómeno que ya se describió en el siglo XVIII, denominado la "tiranía del gusto". Hoy hablaríamos de la tiranía de los públicos y las audiencias. El "gusto", decían, es "el sentimiento que juzga", mientras el que el "genio" es "el sentimiento que crea". Existe una complementariedad entre ambos. Esto evidentemente supone que la existencia de los textos columnísticos depende, como otros, de su aceptación y por lo tanto se encuentra cada vez más condicionado por la propia naturaleza del público, por su formación, por su capacidad de juzgar, es decir, por su "gusto". Cualquier tipo de texto está condicionada por la capacidad de apreciarlo de sus receptores. Por eso no me preocupa el futuro de la columna sino el de los lectores.
Un texto sin lectores no es un texto; es papel mojado o tinta invisible, como quieran. Si la columna depende de la aceptación de sus juegos sutiles, intertextuales, de su capacidad de sorprender, de sus mecanismos retóricos, etc., vemos que el nivel de degradación de los públicos es mayor por efecto de lo que podríamos llamar la "cultura-ambiente", el entorno reductivo que nos rodea, en el que las referencias han cambiado y se amplían las distancias entre unos que escriben y otros que leen.


Si el éxito de la columna está en la calidad de sus textos, perfecto. Pero si su éxito, medido en términos exclusivamente de número de lectores, se basa en los fáciles mecanismos de exabrupto, la chabacanería, la reducción a la trivialidad, la pérdida de la ecuanimidad, etc. etc., habrá muchos columnistas, pero la columna habrá sido enterrada y resucitada como zombi textual.
No es un fenómeno único, como cualquiera que se base en el gusto, el sentimiento que juzga. La tendencia general que nos arrastra es hacia la chabacanería emergente y hacia el entierro de la sutileza. Eso es lo que tenemos por delante. El futuro del buen columnismo, como el del resto de periodismo, de la literatura, del cine, de la música, de cualquier campo que depende de la aceptación ajena, no depende solo del que lo crea, sino del que lo recibe. Por eso el futuro del columnismo, de su calidad posible, está esencialmente al otro lado del papel, en aquellos que pueden apreciarla. Necesitamos de buenos lectores para que se aprecien los buenos textos. 



2 comentarios:

  1. El Artículo de Opinión
    Pablo Mora *

    Si bien la radio anuncia y la televisión muestra, el periódico explica, es más confirmación o desmentida que anuncio, llega a ser información profundizada, interpretación y comentario, filosofía de la crónica local o mundial; asume su rol de servicio a la colectividad en la medida en que obtiene credibilidad de parte del público no sólo por la exactitud de las noticias, sino por la capacidad de hacerse portador o intérprete de los intereses del público, es decir, descubridor y promotor de los valores ciudadanos. Entretanto el Artículo de Opinión, presencia continuada en la formación de una idea o conformación de la opinión sobre un tema de relevancia y actualidad para nuestra comunidad, ha de resaltar la necesidad de la participación ciudadana, la solidaridad y el liderazgo adecuado, imprescindibles ante la realidad del país; ocuparse de los problemas sociales y de sus ambivalentes valores y comportamientos en función de una auténtica construcción nacional. El columnista sabrá a qué atenerse con relación a las funciones fundamentales de la comunicación intelectual de informar, distraer o expresar y cristalizar las opiniones, más aún cuando se sabe que estas funciones tienden a conservar el consenso al sistema de valores dominantes. El Artículo de Opinión, en suma, ha de velar por el cúmulo de informaciones a nivel racional y sobre todo emotivo, puesto que el público lector encarna sus sueños en el papel estampado, hasta llegar a esperar la opinión de “su” columna o columnista para verificar, constatar o explicarse uno y otro hecho de la vida diaria local o mundial. El columnista, así el periodista, ha de formular el retrato y la interpretación de la vida humana en cada uno de sus aspectos. Debe ser breve, simple y claro, lejos de virtuosismos lingüísticos. Claridad a la altura de una justa medida en el lenguaje usado dada la amplia gama de lectores. Se debe escribir como si se estuviese dirigiendo a personas inteligentes, puesto que la masa es más inteligente de cuanto se cree. Beaverbrook aconseja tener como lema el Versículo 8 del Capítulo 21 de Isaías: “En lo alto de la torre, en atalaya, estoy de pie, sin cesar todo el día, y en mi puesto de guardia permanezco alerta toda la noche”. Ojalá que en medio de las tempestades, de los huracanes desencadenados, de la angustia y el espanto cotidiano de nuestro pueblo, amenazado, pisoteado, asediado, siempre haya un centinela, uno en atalaya, para que comunique lo que vea en “viaje al amanecer”: caballos, tropas de caballería, invasores, marines, misiles, soldados mercenarios o corruptos desalmados de regreso. Sólo, entonces, el Artículo de Opinión, en cuanto periodismo en sí, será “un espacio de resonancia”, un coautor del período histórico en el que le correspondió vivir. Parte de ese periodismo que constituye una ciencia que trata de algo falso en la medida que es real. “La columna es un arte difícil porque requiere la construcción de un texto doble, en el que se observa lo que se dice y cómo se dice. Tema, forma y estructura son decisivos para su éxito. Su objeto ha de resultar interesante, aunque no sea relevante, su forma debe ser variada y su estructura cambiante para evitar tanto convertirse en una sección especializada como en aburrir al lector por las repeticiones. La columna es el mundo de Sherezade.” (Joaquín Mª Aguirre - UCM -)

    * Periodista

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  2. Decálogo del articulista de opinión
    Pablo Mora


    Primero.- Asumir el oficio como un detenido, paciente, libre y responsable ejercicio de criterio a modo de serio intento de mediación cultural en cuanto liderazgo de opinión.
    Segundo.- Estar consciente que toda opinión nace de un profundo convencimiento sobre aquello que se desea expresar y comunicar, a sabiendas de que debe estremecer, debe divertir y ser capaz de mover todas las pasiones.
    Tercero.- Saber que opinar es una condición que se desarrolla dentro de esferas irrenunciablemente democráticas, puesto que sólo la democracia permite el libre juego e intercambio de las opiniones y el derecho, en resumidas cuentas, a manifestar una idea dentro de unas reglas que permiten su impugnación, su rebatimiento o su eventual acuerdo.
    Cuarto.- Convencerse de que opinar constituye un vehículo certero para poner ideas en movimiento, para sentar las bases de un debate público que cubre diversos aspectos de la realidad, sean éstos de procedencia económica, social, política, cultural o crítico–ideológica.
    Quinto.- Advertir que opinar equivale a un ejercicio ético que cumple un rol catalizador, provocador y pedagógico, lejos de toda letra muerta, de cualquier lujo de responder a vanidades y objetivos particulares; menos a acceder a un territorio de vejaciones y desplantes, insultos y reparos de naturaleza personal como si se tratase de una compensación psíquica frente a alguna neurosis intelectual.
    Sexto.- Entender la opinión como un hecho indiscutiblemente democrático, en el que tienen cabida todos los puntos de vista, todas las aproximaciones imaginables y del que el público espera se le puedan ofrecer respuestas a sus inquietudes, solución a sus conflictos, despejamiento de sus dudas y alteración de sus juicios.
    Séptimo.- Concebir el trabajo de opinión como una tribuna abierta y responsable para el debate y la deliberante confrontación, sin cortapisas ni juicios preestablecidos.
    Octavo.- Comprender que se trata de contar con un espacio donde puedan cruzarse todos los caminos de opinión, sin distingos ideológicos, religiosos o de cualquier índole.
    Noveno.- Darle plena cabida al diálogo fecundo con el lector para sentar las bases de un intercambio donde participen dos miradas, dos objetivos y dos fuerzas que luchan para comprenderse o incomprenderse, con el interés de amalgamar una sólida matriz de opinión.

    Décimo.- Tejer una correspondencia inmediata, sistemática y justa con unos lectores que merecen el respeto y la participación clara en el proceso de la formación de opinión mediante el discutir de ideas y planteamientos que alcanzan una cuota generosa de perpetuidad ante la problemática regional, nacional o universal.

    FUENTE: Santaella, Juan Carlos: El ejercicio responsable del criterio. En: Diario El Universal, jueves, 28-11-96, página 20, 5º Cuerpo.

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