viernes, 7 de diciembre de 2012

En escena

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario El Mundo nos da cuenta de la tercera obra teatral con el caso DSK,  "Suite 2806", del dramaturgo Guillaume Landrot, en la que se representa un diálogo sobre el poder y la dominación a través del caso de Dominique Strauss-Kahn y la camarera, convertido en símbolo universal. Las dos anteriores permiten intuir sus enfoques: L'affaire y Pánico en el FMI. La primera trata sobre las relaciones con la esposa distante y la segunda no requiere explicación.
Su director, Philippe Hersen nos da alguna información: "No es una obra dramática en el sentido estricto, sino una tragicomedia sobre el poder, la política y las relaciones de género"*. Confieso que no entiendo muy bien lo que quiere decir con eso, pero me imagino que tiene que ver con la crisis del teatro y con que la gente no piense que se va a aburrir.
El drama de DSK puede oscilar entre las versiones porno —ya realizadas— en las que el poder se ejerce sin necesidad de palabras, o convertirse en unas irreales disertaciones en las que un poderoso representante tanto de la res cogitans —por intelectual— como de la res extensa —porque le va la marcha— diserte sobre ambas ante la representante angustiada y estupefacta del mundo colonizado y alienado en el que el infierno para ella, en esos momentos, es DSK, desde una perspectiva sartreana.


Los franceses tienen esa vena filosófica que son capaces de trasladar al porno o a donde haga falta. Recordarán algunos aquellas películas eróticas francesas en las que se daban largas disertaciones sobre los aspectos más increíbles, sobre el ser y la nada, mientras señoritas, como la recientemente fallecida Sylvia Kristel —la famosa Emmanuelle, un mito de la época—, escuchaban a maduros seductores libertinos disertar sobre los placeres del cuerpo, los vicios del alma y el disfrute que les procuraba hablar de lo que iba a ocurrir y del placer posterior del recuerdo contado, todo ello en una endemoniada verborrea interminable. Aquellas películas, en el fondo, eran filosofía con gancho. A la salida de aquellas películas había gente que se iba de picos pardos, pero no dudo que más de uno se matriculara al día siguiente en la carrera de Filosofía y puede incluso que alguno ingresara en un seminario.
La "tragicomedia", como la llama su director, de DSK es un paso más en la semiosfera del ex marido, ex director de FMI, ex candidato a la presidencia, ex político socialista; un apunte discursivo más en ese universo cultural en el que ha ingresado. DSK es ya un universo semiótico. Su tránsito a otro estado queda reflejado en la fotografía que apareció en la prensa hace unos días en la que nos lo mostraban rodeado de rubias muchachas deseosas de retratarse con él, tal como se hacen fotos con Bob Esponja en la Puerta del Sol. El diario El Mundo lanza incluso la sospecha de que sea un "clon":

¿Será él quien aparece en las fotos que esta semana daban vueltas por la red o será el propio economista? No está claro. Lo cierto es que el pasado viernes, DSK o un clon suyo fue fotografiado de madrugada en el Matignon, una famosa boîte del '8ème Arrondissement' parisino, rodeado de tres guapas jovencitas con gorrita. "Llegó a eso de la una, escoltado por sus guardaespaldas, y se quedó media hora", cuenta una de las chicas en Twitter.*



Hace mal el articulista en despertar sospechas sobre la identidad clónica del fotografiado y redistribuido en Twitter como una conquista icónica. Como prueba de que era él, el barman señala que su bebida favorita esa noche fue "Sex on the Beach", curioso y educativo nombre para una bebida. Y es que ya todo es icono, incluido "DSK", cuyo reduccionismo a siglas fue el comienzo de su declive. De lo que hoy se reproduce en los escenarios franceses, unos salen diciendo "¡pobrecito!" y derraman una lágrima solidaria por el ídolo caído, mientras que otros, al contrario, exclaman indignados "¡qué sinvergüenza!". Así es el arte.


Que lleven tu "caso" a un escenario estando todavía en vida es una falta de cortesía; no esperan a que te mueras para juzgarte. Amplías las críticas del terreno ético al estético y eso añade un dolor de cabeza más: ¿me reflejarán bien?, ¿es el actor adecuado? ¡Pero si yo nunca dije eso!, etc. Y te tienes que aguantar porque el arte es el arte y ya no se trata de la "Historia" —de la que has salido por la puerta de atrás—  sino de la "libre interpretación", del "basado en", del "inspirado por", y cada uno pone en tu boca lo que no dijiste pero todos piensan que dijiste. Descubres entonces que el drama que representaste entre cuatro paredes, ahora se representa solo con tres y que allí donde había ventanas que daban a rascacielos, hay ahora cientos de personas que se ríen con las tonterías que te hacen decir o hacer sobre el escenario. Y todas ellas son injustos jueces dispuestos a emitir un veredicto sin escuchar a la defensa. Eso queda para los tribunales y ¡así es la vida!
Los norteamericanos se pusieron en seguida a pensar en los mejores repartos para hacer una buena película,  es decir, con presupuesto elevado, una película con gancho comercial y aprovechar el tirón. Depardieu les parecía poco —Depardieu es un gran actor que puede pasar de Obelix a DSK sin demasiada transición— y pensaron en De Niro. 
Siempre pensé que si existiera el infierno debería ser como un cine en el que te ponen por toda la eternidad la película de tu vida —el montaje del Director—, con la voz en off de tus pensamientos ininterrumpidos, para que sufras con la visión de los despropósitos realizados y las estupideces dichas. A los narcisistas, a demás, se les condenaría a larguísimos cortes publicitarios.

Ver (algunos aspectos de) tu vida en los escenarios, como es el caso, forma parte de esa condena social implacable, sin redención por buena conducta. Verla reinterpretada en términos de novela de espionaje, película porno, entretenimiento de cabaret, un musical, tragicomedia, cómic o cualquier otro formato narrativo es duro para cualquiera cuando se ha tenido el mundo a tus pies. Ha pasado de las secciones de "política" y "economía" a la de "teatro". Salió de una escena para entrar en otra.
El hombre al que le controlaban impecablemente su imagen para llevarlo a las puertas del Elíseo se pasea ahora dejándose fotografiar en las discotecas con chicas que contarán en sus twits lo cerca que estuvieron del peligro.
En el Elíseo, en cambio, los asesores de imagen luchan por mantener en perfecta verticalidad la corbata del presidente Hollande, auténtica cuestión nacional.

* "Sofitel Nueva York, suite 2.806" 7/12/2012 El Mundo http://www.elmundo.es/elmundo/2012/12/05/cultura/1354719912.html




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