Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hay
acontecimientos de los que no sabemos su comienzo, como de otros nos sabremos
su final. Pero puede que parte de la caída de Hosni Mubarak se comenzara a
fraguar mediados de 2007 con la revuelta de la ciudad de Mahalla al-Kubra, en la
provincia de Gharbiya, en el Delta del Nilo, un importante centro textil, en el
que los 25.000 obreros de la empresa estatal se lanzaron a la calle para
reivindicar sus derechos, una bonificación prometida y denunciar su miseria salarial
en mitad de una inflación galopante. No era la primera vez que lo hacían. Los trabajadores
de Mahalla se enfrentaron a las autoridades, exigieron la dimisión del director
de la fábrica, colocado por el gobierno de Mubarak, y rechazaron a los
sindicatos por corruptos. Ellos se enfrentaron al gobierno con la sola fuerza
de su desesperación, algo que empezó a contagiarse a otros centros industriales
del país. Finalmente consiguieron una histórica victoria tras la que pasearon
un simbólico ataúd representando el entierro del director. El conocido
"Movimiento 6 de abril", que tuvo un importante papel en la Revolución,
surgió en la primavera de 2008 como grupo de apoyo a través de las redes
sociales a los huelguistas de Mahalla. Fue un comienzo de muchas cosas.
No han
sido los únicos incidentes en Mahalla desde entonces. La ciudad se ha
enfrentado al poder posteriormente en varias ocasiones y ya con motivo de la Revolución
del 25 de enero. El 27 de noviembre pasado, se produjeron en Mahalla violentos
enfrentamientos, con más de trescientos heridos, entre los partidarios de la
Hermandad y los que protestaban contra el decreto del presidente Morsi
blindando sus poderes e impidiendo el funcionamiento de las demás instituciones
del Estado. Las protestas, que se dieron por todo Egipto, tuvieron especial
virulencia en Mahalla, bastión del sindicalismo egipcio.
Unos
cuantos miles de ciudadanos de Mahalla El-Kubra se han declarado ahora como
"República Independiente de Gran Mahalla" representando así su
distanciamiento de ideas, fines y métodos del Egipto encarnado por Mohamed
Morsi y la Hermandad Musulmana. El gesto es simbólico —sin excluir las acciones
de desobediencia—, pero tiene un alcance revelador y liberador. Han definido un
espacio propio de divergencia, han concretado una zona libre, como fue de valor
simbólico la Plaza de Tahrir. Los símbolos son poderosos y tienen un efecto
multiplicador y motivacional importante.
La
independencia no es de Egipto, desde luego, sino de Morsi y la Hermanad. Recoge el diario Al-Masry Al-Youm la perplejidad de un
transeúnte que se encontró con la comitiva que proclamaba la independencia de la
ciudad mientras cantaban el himno nacional de Egipto: "Parking his Vespa
to inspect the scene, a passer-by commented, “I thought these people had broken
off from Egypt. Why are they singing the national anthem?"* Porque
declararse "independientes" es su forma de ser egipcios.
Y es
que estas paradojas son la esencia de Egipto. Paradojas son que los que
autorizan hoy al Ejército a hacer detenciones estuvieran detenidos hasta hace
unos pocos meses en los mismos calabozos a los que mandan ahora a la gente; que
los que menos apoyaron la revolución hayan sido los más beneficiados; que los
que no querían presentar candidato a la Presidencia tengan ahora al presidente;
que la Constitución por la que los egipcios han clamado por décadas nazca
muerta, sin apoyos; que se vuelvan a asumir presupuestos dictatoriales con la
excusa de defender una democracia que todavía no ha salido de la cuna; que se
sigan produciendo muertos y enfrentamientos tras las elecciones, entre otras
muchas posibles paradojas posibles. Que los que quieren un Egipto más plural se
tengan que declarar "independientes", aunque sea simbólicamente, y
acaben cantando el himno nacional por las calles no es más que otra paradoja.
La cortedad
de la Hermandad, su forma de entender la política como un camino guiado por la
astucia hacia fines prefijados en los que solo hay que cambiar el ritmo o las
estrategias, solo es comparable a la de unas Fuerzas Armadas que, con la misma
astucia, jugaron con el silencio hasta ver qué ocurriría con las revueltas de
enero. Ni la Hermandad ni el Ejército han creído nunca en la Revolución porque
tampoco les interesaba la democracia, de la recelan como un invento externo,
occidental y laico, es decir, condenable per
se.
Mahalla
al-Kubra es una ciudad curtida en la protesta. Muchos de sus ciudadanos ven con
preocupación lo que puede ocurrir en los próximos días, tras la votación
constitucional, al igual que el resto de los egipcios. La falta de acuerdo en
la redacción de la Constitución abre un sendero oscuro para Egipto, tanto si es
aprobada como si no lo es. Antes de pasar por las urnas ya carece de lo que
debe ser el comienzo de una democracia, la alegría de haber realizado un
trabajo esforzado por tratar de reflejar en un texto constitucional las
aspiraciones del mayor número posible de egipcios, tratados en su diversidad.
Una constitución no se puede aprobar como el Código de la Circulación y después
exigir que todos cumplan las normas. Una revolución "reconoce"
derechos, no los "concede". Los derechos son de las personas.
Las
prisas del proceso egipcio eran por miedo a eternizar cualquier movimiento de
transición y que la revolución quedara flotando en el vacío. Fueron pronto el
síntoma del aprovechamiento que las ventajas circunstanciales daban a los
ganadores de unas complejas elecciones en las que se votaba mirando tanto al
pasado como al futuro; ni uno ni otro quedó resuelto. Pero las ideas de la
revolución han calado profundamente en mucha gente, especialmente en los
jóvenes, el gran valor de Egipto; también el hartazgo de todos ante un caos que
no se resuelve. Los que buscaron en todo momento el caos, pueden estar "satisfechos"
de sus efectos. Han convertido Egipto en una gran disidencia sin salida visible.
Creo
que hay muchos egipcios que hoy tienen su propia "república
independiente" mental, que se han hecho ciudadanos de una imaginaria
Mahalla en la que reivindican su derecho a soñar con un futuro mejor, con una
vida más autónoma y con un país en el que se busque reducir el sectarismo y no
acrecentarlo. Cada día sienten esa distancia entre su amor a Egipto y su dolor
por verlo cubierto de conflictos, heridos y muertos. Los ciudadanos de Mahalla
han hecho suyo el dicho que floreció con la Revolución: "¡Levanta la
cabeza, eres de Mahalla!" Y en esa Mahalla imaginaria acogen a todos los
que el sectarismo deja fuera, a todos los que no bajan la cabeza.
Deseé
suerte —de todo corazón— a Egipto el día antes de las elecciones pasadas. La
alegría de poder votar para salir de una dictadura ha dejado de ser evidente;
con Mubarak también se votaba.
Suerte
de nuevo, Egipto. De corazón.
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