Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
¡Uf! No
dejo de contar las horas para que el peligro pase, para que podamos descansar
en paz relativa y no definitiva, que es lo que los más avispados nos anunciaban
a golpe de tambor y hermenéutica maya. Las televisiones nos han dado imágenes
de distintos lugares de países emergentes en los que unos señores muy raros
eran fotografiados por otros que creían en cosas también muy raras o no tenían
otra cosa que hacer. Daban vueltas y miraban para arriba y para abajo, subían y
bajaban de cerros y pirámides, se concentraban en parajes inhóspitos desde los
que —no se sabe muy bien— conjuraban los maleficios. No nos han aclarado si en la
teología maya estas cosas ocurren como en la judeocristiana, por maldad, o si simplemente es como los yogures, un
problema de caducidad, que pone la fecha y ya está.
Yo
tenía serias dudas sobre si el desastre ocurriría finalmente. Me preocupaba
sobre todo por la prima de riesgo, que ahora que se está relajando un poco,
¡zas! llega el fin del mundo y se llevan por delante todo. En otro nivel, más
personal, me daba un poco de pena también por Artur Mas, que ¡mira que se ha
trabajado lo del referéndum!, para que todo se quede después en agua de
borrajas. El fin del mundo carece de
sensibilidad.
También
tenía algunas dudas sobre si estas cosas con fecha fija desaparecen a las doce
de la noche. Cuando los mayas hicieron sus cálculos, supongo que no tenían como
ahora, los usos horarios, y me temía yo que el mundo, como ocurre con las
campanadas de fin de año, se fuera acabando poco a poco, como los gajos de una
mandarina, según se fuera cumpliendo la hora en cada sitio. Empezaría
desapareciendo Australia, claro. Desde el espacio, se hubiera visto precioso. Todo un
espectáculo. ¡Qué lástima que no quedara nadie para verlo ni comentarlo, porque
al día siguiente todo el mundo estaría hablando de ello. Pero lo malo del fin
del mundo es que no hay día después para comentarlo. Es un problema entre
técnico y teológico.
La NASA
se ha pasado un montón de tiempo diciendo que no iba a haber fin del mundo. Y
es que allí las cosas se hacen con mucha antelación y fastidia un montón que te
chafen los planes. Si mandas a unos al espacio y se acaba el mundo abajo, ¿qué
hacen los pobres? Porque cuando se hacen profecías no quedan las cosas muy
claras si se refieren al planeta o al universo en su conjunto. Los antiguos no
distinguían mucho, la verdad. Como dicen cosas de terremotos, inundaciones,
volcanes, etc., parece que todo tiene un toque terrestre, casi de cosa personal
con el género humano. El resto del universo conocido, que nosotros sepamos, no
ha hecho nada el pobre. ¿Por qué se tenía que terminar?
A lo
mejor los antiguos mayas —que sabían un montón— solo se referían a España,
porque, según lo que dicen esos otros mayas catastrofistas —políticos,
economistas, etc.—, el 2013 va a ser de aúpa. Yo ya estoy felicitando directamente el 2014
porque me da algo de reparo felicitar el 13 tal como se presenta. No sé con qué profecía quedarme. A lo mejor es
una maniobra psicológica para que, aliviados todos porque el mundo no se acabe,
nos parezca todo un poco mejor y nos quejemos menos. O puede ser una maniobra para reactivar el
consumo interno —¿para qué guardar dinero?— o un truco para que aflore la
economía sumergida. Como se va a acabar el mundo, le dices al Gao Ping que te
traiga la pasta de las Caimán y luego te pilla el Montoro con la bolsa de
basura llena de billetes de quinientos euros, que te estaban vigilando.
Aquí, el que no corre vuela. Como ha hecho tanta gente dinero con lo del fin del mundo, me parece que no es muy fiable la cosa. Profecías, las justas.
Aquí, el que no corre vuela. Como ha hecho tanta gente dinero con lo del fin del mundo, me parece que no es muy fiable la cosa. Profecías, las justas.
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