martes, 18 de diciembre de 2012

La constitución egipcia y la revolución

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El pueblo egipcio acaba de votar —en una primera fase— una Constitución cuyo preámbulo hace "suya" la Revolución del 25 de enero. Lo peor que puede ocurrirle a una revolución es convertirse en un tópico, en un lugar común; es la forma tradicional de anular su poder real y reconducirlo hacia la vaciedad retórica. En su preámbulo (en la traducción al inglés) se especifica:

Our Constitution, the document of the 25th of January revolution, which was started by our youth, embraced by our people, supported by our Armed Forces;
Having rejected, in Tahrir Square and all over the country all forms of injustice, oppression, tyranny, despotism, exclusion, plunder and monopoly;

Las dos frases son merecedoras de un análisis detallado por las consecuencias discursivo políticas que tienen. Para muchos ciudadanos egipcios lo que dice en la primera frase sencillamente no es cierto. La secuencia "juventud - pueblo - Fuerzas Armadas" no es la que la experiencia de los que la han vivido —o todavía la viven— tienen en  mente o en la retina.


De la redacción de la Constitución se retiraron las fuerzas que estuvieron presentes en la revolución y, especialmente, los que la iniciaron, los "jóvenes". Los que la han redactado, en cambio, tuvieron un participación más tardía y dubitativa. Pueden recordarse, por ejemplo, los problemas que la Hermandad Musulmana tuvo con sus propias juventudes en el inicio de la revuelta, cómo se plantaron divididos entre la obediencia y disciplina que las autoridades del grupo les exigían y sus vínculos generacionales, que les llevaban hacia la revolución.
Más discutible todavía es el apoyo de la Fuerzas Armadas. Todavía están frescas las manifestaciones contra la SCAF, y contra el mariscal Tantawi todavía debe estar fresca la pintura de las paredes con las pintadas. Todavía están por resolver los miles de juicios militares de civiles, las decenas de muertes causadas por las fuerzas armadas en algo que difícilmente puede ser considerado, sin sonrojo, un "apoyo" a la revolución. Todavía levantan indignación y vergüenza los juicios militares a sus propios miembros exonerándolos de los cargos de muertes de civiles. Me cuesta pensar que todo eso era "apoyo" a la revolución. ¿Cierra la responsabilidad de los militares la declaración en el preámbulo constitucional? ¿Los redimen ante la historia y los tribunales los votos dados a la Constitución, que afirma su apoyo?


Todas las sociedades se levantan sobre fundaciones míticas, sobre metáforas, símbolos o falsedades aceptadas que inauguran los cimientos del futuro. El problema aquí es que hay serias dudas de que el proceso de la revolución haya sido concluido, aunque sí ha podido ser enterrado vivo. 
Las prisas por concluir el periodo revolucionario se basan en la idea de la crisis económica —innegable— que vive Egipto. Para otros, la premura procede de los intentos por evitar que se organizaran las dispersas y bajo mínimos fuerzas que pudieran plantar frente a los dos candidatos que concurrieron a la segunda vuelta de los comicios presidenciales, el candidato del ejército y el del islamismo. Lo que quedó fuera fue realmente la "revolución", que no tuvo realmente la fuerza suficiente para superar la división tradicional de los poderes de facto en Egipto.
Incluir la Revolución como se hace en el preámbulo de la Constitución egipcia es darla por muerta y enterrada, un canto funeral. Sin embargo, la revolución es algo más que las algaradas y protestas en las calles.
La espléndida película de Jean Renoir "La marsellesa" (1938) comienza con la llegada de noticias al palacio del Rey. Solicitan ser recibidos por el rey Luis XVI —una prodigiosa interpretación de Pierre Renoir, hermano del director— con urgencia. Comprueban que está disponible y regresan para franquearle el paso al dormitorio y llevarlo ante el monarca que devora infantilmente un pollo que alguien dejó "demasiado lejos" de su cama la noche anterior. Le comunican que el pueblo ha tomado la fortaleza de la Bastilla. «¿Una revuelta?»— (C'est donc une révolte?) pregunta. «No, Sire, una revolución» (Non Sire, c'est une révolution!). Me imagino algo así con Mubarak. Hoy el poder piensa: se acabó la revolución, solo quedan revueltas. Y eso ya no es cuestión de la Historia, sino de orden público. Eso viene a querer decir el preámbulo.


La distinción va más allá de la que los historiadores puedan discutir académicamente. Mis amigos egipcios me lo dicen en cada conversación, "algo ha cambiado", "la gente ya no es la misma". Tú mismo lo puedes percibir. Lo que es indudable es que Egipto ya no podrá ser gobernado de la misma forma que antes, que los dirigentes no podrán pensar ni tratar a su pueblo de la misma manera que lo hacían. El pueblo sí ha cambiado.
Ha sobrado astucia y ha faltado inteligencia en el proceso de transición —si es que puede llamarse así— hasta la elaboración de la constitución. Lo que debería ser una celebración de todo el pueblo egipcio, un logro que realmente pudiera festejarse por todos, se ha convertido en un factor de división por la intransigencia y por la incomprensión del necesario papel consensuado de una constitución. Una constitución, con una participación del 30%,  no puede tener en contra al 45% del país en su nacimiento y ser votada por muchos como forma aburrida de acabar con los conflictos en la calle, argumento que se ha usado por algunos.


El proceso es el contrario: es una constitución consensuada la que hubiera acabado con los conflictos. Hacerlo al contrario es lo que ha generado todos los problemas. Ya es difícil, aunque no imposible, arreglar esto. La política de hechos consumados llevada primero por la SCAF y después por Morsi desde el poder es lo peor para una democracia, por más que pase por las urnas. Los que piensan que ser "democráticos" es solo ganar en la urnas están dando la razón a todos los que ganaron elecciones en Egipto a lo largo de su historia, Mubarak incluido. Ser "demócrata" es otra cosa, una forma de ser además de una forma de actuar.
Ha sido mucho más democrático el pueblo egipcio que sus dirigentes, educados en otra forma de poder, a los que ha faltado generosidad, virtud poco frecuente ya en política. En la revolución se entendió desde el principio —basta ir a las hemerotecas si no se tiene buena memoria— que era la unidad lo que el pueblo egipcio necesitaba y buscó juntar a cristianos y musulmanes, uniendo la cruz y la luna en un signo que se repitió en todos escenarios; entendió que había que dar fuerza a los jóvenes, ignorados por el sistema, emigrados muchos de los mejores, infravalorados otros; que había que dar presencia a las mujeres. Muchas de estas cosas han quedados reducidas a retórica hueca por los hechos posteriores: el incremento del sectarismo religioso, el aumento del acoso sexual, la reducción de mujeres en el parlamento, el aumento de la intransigencia mediante las denuncias ante los tribunales de artistas, periodistas, intelectuales, el acoso a los medios...
Mucho me temo que la nueva Constitución, que será presumiblemente aprobada en unos días, tras la segunda vuelta, no cerrará desgraciadamente ningún proceso. El poder no es el objetivo; lo es el pueblo. Lo es su mejora y felicidad, su dignidad.Y hay ahora una división grande, profunda, que no es el terreno más favorable para poder avanzar y aprovechar el esfuerzo del conjunto.





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