Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
A veces
lo importante está en los detalles. Es allí donde se revelan los fondos, donde
su muestra de forma casi imperceptible lo verdaderamente importante. Como un
detalle de este tipo, revelador, podemos considerar la carta enviada por el director del "Bachillerato
de Excelencia", programa piloto en el IES San Mateo, de la Comunidad de
Madrid a los padres de los alumnos, adolescentes de 16 y 17 años. Contagiado por las fechas en que nos encontramos, el señor Horacio
Silvestre —catedrático de Latín, según reza en la información— ha mandado una
carta en la que les pide que su mano llegue donde
la suya no lo hace por el periodo vacacional:
“Por último, en esta mi particular carta a
los Reyes Magos (que, como ya sabemos, son los padres) les pediría que hablaran
con sus hijos sobre lo útil que resulta para los estudios aparcar todo lo
relacionado con el amor y centrarse en el trabajo. Sé que es difícil y no
pretendo ocasionar nada parecido a la historia de Romeo y Julieta, pero es
importante que les hagan ver la cantidad de tiempo y de concentración que se
emplea en eso”.
"Eso"
es el amor, claro. Todo esto quedaría en la anécdota en detalle de cursilería
tecnocrática, si no fuera revelador de ese fondo de consideración de las
personas. Que el director de unos estudios de este tipo considere que su
potestad alcanza a recomendar a los padres de los alumnos que les hablen a sus
hijos de "lo útil" que resulta "aparcar todo lo relacionado con
el amor" no deja de ser, además de una intromisión impresentable, una
muestra de la visión que el señor Silvestre tiene de la educación, del sentido
de la propiedad sobre sus alumnos, y muy especialmente del miedo a que esos
detalles sensibleros —propios de la edad pero impropios de personas a su cargo—
hagan reducir el alto rendimiento que justifica su sueldo y puesto de trabajo.
No se
engañen, aunque él mismo lo pueda hacer cada mañana al levantarse: si le
importaran realmente sus alumnos no les pediría que renunciaran al "amor", sino que trataría de darle sentido en esa etapa de su vida como un elemento esencial de su desarrollo. Aquí no hay auriga platónico controlando las pasiones. Entendería que la vida es algo más que el tiempo que estamos en las escuelas
aprendiendo. Sin embargo, no es que no le preocupe esa faceta de sus vidas —el
que amen—, sino que advierte de sus peligrosas consecuencias. Pero, ¿para
quién?
El "sistema" se rige por la presentación escalonada de resultados, por lo que deriva
en vigilancia hacia abajo y rendimiento de cuentas hacia arriba. Así hasta
llegar a toda la cadena. La carta del señor Silvestre muestra un desvío del rendimiento de cuentas tradicional. Ya nos son los profesores los que deben dar cuenta
de lo que hacen con los hijos que les "prestamos" para ser educados;
ahora son los padres los responsables de lo que hacen sus hijos al malgastar la
"inversión" que se hace en ellos. El señor Silvestre les esté
diciendo "¡cuidado con que no se estropee la mercancía mientras están
lejos de mi cuidado!" Y es que si sus alumnos bajan el rendimiento, el
señor Silvestre, catedrático de Latín, corre el riesgo de que el programa se
cierre y él vuelva a sus funciones anteriores, muy dignas todas ellas, pero
seguro que menos vistosas. Él ha dicho que vivía muy tranquilo, pero a nadie le lían si no quiere.
El
modelo de enseñanza que se entrevé, y que ya fue criticado en su momento, es algo
más que elitista. Creo que ese es su menor problema porque cualquiera que tenga
las notas requeridas (un ocho de media) y pase la selección puede acceder a él,
no es un problema de elitismo económico o social. Es un problema más grave, de
fondo, de concepción de la persona, la sociedad y la educación. Cada vez se
hace más visible el modelo "colmena", el de la planificación
educativa conectada al sistema de producción en donde los individuos se modelan
conforme a las necesidades de éste y no al contrario. Cada vez se ven más indicios de
este finalismo educativo.
La etapa
educativa es una fase de formación en muchas dimensiones. Hacerles creer que el
amor es negativo para algo que el director de un programa de estudios ha
decidido que es la única dimensión de sus vidas es algo realmente poco
educativo. El amor es la gran fuerza de la educación, no la "excelencia"
que no es más que una forma de etiquetar resultados. El amor forma parte de la
felicidad de las personas. Solo las máquinas no son felices; son simplemente
eficaces. Esta "máquina" comienza a fabricarse en la propia escuela.
El
señor Silvestre publicó en La Razón
hace aproximadamente un año —diciembre le inspira— un pequeño artículo titulado
"Nada hay digno sin esfuerzo". Allí escribía "Esta vieja máxima
griega se materializa en las aulas del San Mateo"**. Mostraba su
satisfacción porque la porción de ese instituto madrileño que él dirige, el
Bachillerato de Excelencia, funcionara como un reloj suizo: "[...] tanto
alumnos como profesores hemos demostrado que el éxito en el estudio sólo se
consigue a base de constancia y dedicación."** Y uno se lo tiene que
imaginar, con la boca llena, degustando la palabra "demostrado" y
tragando para que le quepa la palabra "éxito" como segundo plato de
la eficacia. Es ese orgullo del que dirige el cotarro, el orgullo del que
muestra cómo, con la dirección adecuada, con mano firme, las debilidades
humanas se superan. Son esas constancias y dedicaciones las que son
incompatibles con el "amor", debilidad imperdonable, tara que los
dioses antiguos nos dejaron para acabar con nuestras pretensiones y vanidades.
Los chicos llegan puntualmente a sus clases,
atienden a las explicaciones, no interrumpen impertinentemente, realizan los
ejercicios y tareas que se les proponen, se cuidan de tener el trabajo al día,
no escatiman esfuerzos para estar a la altura de lo que se espera de ellos. Es
más, acuden con asiduidad a las actividades que se les ofrecen por las tardes.**
¡Bravo!
Parece la descripción de una fábrica o de un correccional, de un mundo radical
y meritoriamente distinto al del mundo caótico e ineficaz que existe fuera de
aquel Shangri-La perfeccionista. Allí reina el orden. Conmueve especialmente
ese "no interrumpen impertinentemente" que establece la diferencia
entre una pregunta inteligente y un estornudo a destiempo. Emociona
profundamente ese "lo que se espera de ellos", futura guardia
pretoriana del conocimiento industrial, eficaces ingenieros, investigadores en Alemania o
China, desde donde le escribirán en latín conmovedoras postales por estas
fechas diciendo que sí, que siguen renunciando al amor, pero que se acuerdan
mucho de él. Un ¡Adiós, Mr. Chips! en
clave tecnocrática.
Algunos
padres han manifestado su indignación por el escrito recibido, por la
recomendación de que sus hijos "aparquen el amor" y se dediquen a lo
único importante para el señor Silvestre y el sistema educativo y productivo, para sus
futuros jefes, que exigirán de ellos que renuncien a todo por el bien de los
dividendos. Ellos mandaron allí a sus hijos —"los chicos vienen de los cuatro puntos
cardinales de la región", escribe Silvestre con orgullo— para que
aprendieran bien, cosa que seguro hacen, pero no para que les dijeran estas cosas. Se merecen nuestro aplauso por su esfuerzo, pero algo más de respeto como personas por parte de quien les pide lo que no debe. No son suyos.
Comparto
los valores del esfuerzo, pero estos no son nada si no van guiados por el amor
en su sentido más amplio: a tu prójimo, a tu sociedad, a tus seres queridos. No
se estudia solo para alcanzar la excelencia (sea lo que sea), sino para mejorar
tu sociedad y no solo tu posición en ella, doctrina que se nos cuela por todos
los poros. Esforzarse por ellos, por todos los que te rodean, es una forma de
amor. Si el éxito es solo la manifestación del amor por uno mismo y la
indiferencia hacia los demás, solo deriva en egoísmo. Y es lo que tenemos cada vez más.
Decía
el poeta dramático Publio Siro (I a.C.) que incluso a un dios le resulta
difícil amar y ser sabio a la vez (Amare
et sapere vix deo conceditur). Es extraño que el señor Horacio Silvestre no lo haya incluido en la carta navideña, más bien un
manual espartano.
Quizá
sea el título de su próxima carta a los padres por estas fechas.
*
"“Digan a sus hijos que aparquen el amor y se centren en el trabajo”"
El Mundo 21/12/2012
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/12/21/actualidad/1356120041_305501.html
Qué fuerte. Al comienzo del artículo, pensaba que se terminaría tratando de una especie de ironía algo retorcida para comunicar algo sobre el esfuerzo. Pero más triste es la realidad.
ResponderEliminarRealmente, este hombre de corazón de piedra no se da cuenta de que el amor es una de las motivaciones más grandes e importantes para dar sentido a cada una de las grandes empresas que los hombres llevan a cabo en el mundo, así como para los pequeños detalles que es donde más se ve la impronta personal de cada uno que, con amor y dedicación, hacen de un detalle algo grandioso.
Venga, ¿le dejamos a este el apelativo de "Saruman"? A fin de cuentas, ambos han perdido la noción del sentido común y la locura, entre el bien y el mal (o amor y falta de sentimientos) para elaborar una sociedad de seres creados bajo su puño de un modo industrial deshumanizadora.
Sí, es un poco triste que a las personas se les diga eso de esa manera. Son viejas formas de control disfrazadas de pedagogía punta. La segregación por sexos es la misma idea; que no se distraigan de "lo importante". Creo que la gente pierde el norte y que además muchos lo aplauden. Gracias por leerlo, Isaac. Un saludo, JMA
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