Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Nos
cuenta The New York Times el interés
creciente por el crédito en las relaciones interpersonales*. Me refiero al
bancario, claro. El diario nos da cuenta de la sorpresa de algunas personas
cuando son preguntadas por su parejas sobre su crédito en las primeras citas.
Tan importante como el historial amoroso, es el historial crediticio. Y es que
el crédito es el espejo del alma, desde este punto de vista. En el límite del
crédito que nos conceden está nuestro historial de gastos, cumplimientos e
incumplimientos, la confianza que nuestro banco pone en nosotros. Una persona
que goza de crédito merece confianza porque el banco confía en ella; por el
contrario, aquel que ve limitadas sus posibilidades de concesión de crédito es
señal de una vida poco ejemplar desde el punto de vista bancario. Su historial
crediticio se traduce en una puntuación y esa es la nueva tarjeta de visita. No se trata de cuánto dinero tienes, sino si eres de fiar.
La
creencia en que la economía no es más que la vida cotidiana trasladada a
números se convierte en reversible y así nuestra forma de vivir se refleja en
el crédito y su historial. Hasta hace poco nos sorprendía que algunas personas
acudieran a sus citas con un certificado de estar libre de enfermedades contagiosas.
Ahora le toca al crédito. No se trata más que de una versión de la reducción
del riesgo y la incertidumbre. Se combaten con "información", pues
eso es la puntuación crediticia. Además de buscar aficiones comunes, las
parejas buscan "estabilidad" económica para evitar riesgos
posteriores y descubrimientos insospechados.
Esto no
es ni malo ni bueno. La información de la dote o renta de la mujeres con las
que las novelas del siglo diecinueve comienzan presentándonos a sus personajes
femeninos era un indicador económico de valor social. Podemos rasgarnos las vestiduras,
pero es lo que hay.
No hace
muchos días tuve que hablar sobre esa maravillosa novela de Henry James
titulada Washington Square que nos
muestra un buen ejemplo de cómo esa información económica se hizo relevante
desde el momento en que los matrimonios se abrieron "democráticamente". Ya no bastaba la "cuna" como
indicador, sino el estado de las finanzas. Para ello se realizaban, como el
estricto padre de la protagonista, el doctor Sloper, todo tipo de indagaciones
sobre la fortuna y hábitos económicos de los aspirantes a la mano de las hijas y se dejaba un dinero
que solo ella pudiera tocar, lejos de un marido, posible manirroto económico.
Morris Townsend, el galán que pretende a Catherine Sloper, es rechazado por el
padre al darse cuenta de que es un despilfarrador sin oficio ni beneficio y un previsible caza fortunas.
Los ejemplos se pueden multiplicar por toda la novela decimonónica.
Lo de
ahora es acorde con nuestros tiempos. Las citas por Internet han sustituido a
los encuentros organizados por las familias y amigos —que actuaban generalmente como filtros
y garantes—, aumentando el riesgo de sorpresas en todos los sentidos. Lo que se ha hecho ahora
es intentar reducir el riesgo con las nuevas herramientas a nuestra disposición. The New York Times nos da cuenta de las webs en las que la gente se registra
mostrando su datos personales para las posibles citas y también la "puntuación de
crédito", un dato esencial sobre el que gira el proceso selectivo. En
tiempos revueltos, nos hemos vuelto otra vez "decimonónicos" y tratamos de
asegurarnos de con quién salimos. No están los tiempos para aventuras
económicas.
Meterse
en negocios, jugar a la bolsa o jugar al amor tiene altos riesgos si no sabes
dónde te metes. Es probablemente más fácil salir de un mal negocio que de una
mala relación, pero si se juntan las dos cosas, el resultado será explosivo.
Puede que una mala relación acabe siendo un mal "negocio", pero es casi
seguro que un desastroso comportamiento económico llevará a destruir una
relación.
La
novedad de todo esto es que deduce del crédito un conducta —algo que no es
difícil de entender— de la misma forma que de la prima del seguro del coche podemos
deducir el comportamiento de un conductor y elegir ir con él de viaje o no. Al
fin y al cabo, la vida es un viaje con otros acompañantes. Podemos hacernos una
visión bastante aproximada de una persona investigando sus tarjetas de compras;
también podremos descubrir por su crédito las "aventuras" en que se
mete y cómo sale de ellas, la confianza que merece y el grado de cumplimiento
que tiene con sus compromisos en la vida.
Hay
tantas cosas bajo eso que llamamos "amor", que hemos pasado a
llamarlo "compatibilidad", concepto sobre el que se pueden establecer
grados, puntuaciones, estadísticas o porcentajes. La música que escuchamos, los libros que leemos, si
fumamos o no, si somos vegetarianos, etc., etc., son indicadores que se someten
a evaluación para ver la "compatibilidad" con la posible pareja. Como señala la publicidad de una web dedicada a esto "Good credit is sexy".
El
amor, tal como se entendía antes —si es que hemos llegado a entenderlo alguna vez— ha
caído en descrédito. La gente ya no va a la adivina a consultar su futuro
amoroso; prefiere ver el pasado crediticio. Sorpresas, las justas.
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