miércoles, 21 de noviembre de 2012

Un payaso se va

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
A los que estudiamos comunicación en los setenta nos contaron de todo sobre la televisión. La televisión representaba la alienación total; era la caja tonta y con malas intenciones. Estudiabas con MacLuhan y con Barthes encima de la mesa, con Christian Metz, con Burch o con Lacan cuando tocaba. Te sabías Mitry al dedillo y todavía hoy me estoy preguntando por algunas de las películas independientes (canadienses) que vi en la Filmoteca de entonces. Sobre todo me desconcertó una: era un señor dentro de una bañera. A los pocos minutos entraba una señora y se desnudaba —¡esto prometía!— y se metía con él en la bañera. Poco después entraba otro y al rato otro y otro más. La película era tan "independiente" que no tenía ni sentido, aunque podíamos discutir sobre ella durante semanas.
Decidí no volver a ver aquellas películas y si iba a la filmoteca era para recuperar algún clásico perdido o alguna muestra de cinematografías "exóticas". Estoy seguro de que aquella película tenía que ver algo con el "capitalismo", porque entonces casi todo tenía que ver con el capitalismo. Hoy también, y muchas películas son tan tontas como aquella pero con efectos especiales. La televisión era "mala" en su conjunto, formaba parte de la dictadura, que la utilizaba para meternos fútbol y programas alienantes. Televisión Española era, como decía el famoso chiste de Perich, "la mejor televisión de España". No había otra. Fue también Perich quien dijo: "El cine ayuda a soñar. La televisión a dormir". Era la moda y ver la televisión era una condena intelectual. Pero los niños no sabían eso ni leían a Perich. Nosotros veíamos el circo, en la tele o en la carpa; otros leían "Opiniones de un payaso", que era otra cosa.


La muerte de Miliki nos ha recordado a muchos que quizás fuimos injustos genéricos con el medio y que todo lo que se decía de la televisión no estaba tan claro. Tuvieron que pasar unas décadas para que descubriéramos lo que era realmente la zafiedad absoluta y, especialmente, la falta de responsabilidad hacia la infancia, convertida en objetivo del comercialismo depredador que no repara en nada.

El recuerdo que primero me vino a la mente cuanto descubrí en las portadas de los periódicos que Miliki había muerto fue el de mi padre desternillándose de risa en el sillón de casa viendo sus gamberradas como pintores, cocineros, fontaneros o lo que el guión requiriese. Da igual que en cuanto les vieses con un tablón o una escoba al hombro supieras que iban a sacudir a todo el que estuviera alrededor; te reías igual. No querían ser originales ni sorprender, querían hacer reír. Lo importante es que nos reíamos todos juntos.
Me imagino que a muchos de nuestra generación les habrá ocurrido algo similar, que con la muerte de Miliki se les ha ido la mente viajera a momentos familiares, que es lo que logró el circo de aquellos payasos televisivos. En una televisión familiar y compartimentada, en la que los rombos te mandaban a la cama automáticamente —sin discusión—, muchos programas se disfrutaban juntos y los mayores se hacían un poco niños para poder estar allí. Te pedían ser niño, no ser tonto. Todavía era posible y ese es el recuerdo que queda, la experiencia común, que es lo que se va echando de menos con el tiempo, cuando la melancolía nostálgica se va convirtiendo en compañera inevitable de la vida. Muchos se han sorprendido al comprobar que Miliki había formado parte de una vida alejada y que su fallecimiento ha traído de nuevo al recuerdo.


Mi hermano ha dedicado su columna en el Diario de León a Miliki. Ha recordado una entrevista que le hizo allá por finales de los ochenta, junto a su hija Rita. Dice que le despidió tras la entrevista con un "¡Adiós y quiere mucho a tus padres!"*. No sé si es el mensaje que esperaría recibir hoy cualquier periodista tras entrevistar a algún personaje famoso del arte, la política o el deporte. Probablemente pensaría que ha escuchado mal o que el entrevistado está perdiendo el sentido de la realidad. Sin embargo no hay mensaje más sencillo, mejor declaración de principios. Si en vez de ser mi hermano, periodista joven entonces, hubiera sido uno veterano, probablemente le habría dicho "¡Adiós y quiere mucho a tus hijos!".
Nunca sabemos cuándo echaremos de menos las cosas que hemos vivido. Pero llega un momento en que se necesitan esos recuerdos: una sala de estar, una familia riéndose. Se ha ido un payaso.

* Eduardo Aguirre: "Disparos de bondad" Diario de León 20/11/2012 http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/disparo-de-bondad_744512.html




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