Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Sostiene
su pelo en la mano. Lo muestra a la cámara para que quede testimonio de la
tropelía. La noticia es escueta y no necesita más ni ilustración ni
explicación. A Maggie Milad Fayez, de 13 años, le han cortado el pelo mientras
iba en el metro de El Cairo. Una mujer con el anónimo niqab, le dio un
tijeretazo y la dejó sin su espléndida coleta. No hace muchos días ha sido
expedientada una profesora por cortar el pelo a varias alumnas que iban sin
velo a clase. Lo contamos. Y lo volvemos a contar ahora porque estas pequeñas
historias no se deben dejar sin contar. Para que Maggie no se sienta sola, en
la incomprensión del absurdo.
Los
casos de este tipo se multiplican en Egipto porque el islamismo —lo hemos
explicado muchas veces— no es un partido político por más que se registre como
tal y maneje varias siglas. El islamismo como tal es una fuerza totalitaria y
no admite más que sus planes sobre la tierra porque, piensan, son los planes de
Dios. ¿Y quiénes son los hombres para cambiarlos?
En los
planes de Dios estaba que Maggie no debía llevar coleta, sino su pelo recogido,
oculto, porque Dios —que todo lo ve— no quiere que los varones vean el pelo de
las mujeres más que en la exclusividad de sus hogares, como un placer reservado
que debe estar vedado al resto de los mortales. Y es que el pelo lleva a la
destrucción de la virtud en el hombre, le tienta demasiado, aunque sea la
coleta de una niña de trece años, la coleta de Maggie o de las chicas del
colegio que fueron peladas contra su voluntad. Maggie es cristiana, pero eso no se nota en su cara y a ellos les da igual. Su pelo suelto les ofende; es un mal ejemplo.
Pelar es aquí un acto de degradación y castigo mediante el cual la divinidad dirige el justiciero corte sobre las perversas niñas. Se comienza así y se acaba como Malala, la niña tiroteada en Pakistán por ir a la escuela; se comienza por el pelo y se termina considerando que el hecho de que las mujeres sepan algo más que atender sumisas a sus maridos contraviene el orden natural de las cosas y, por supuesto, la voluntad divina.
La
soberbia de los que dicen hablar y actuar en nombre de Dios es infinita. Si el
primer pecado en importancia fue el "no serviré" de Satán, el segundo
es el de causar daño en su nombre, el de cometer injusticias, el del
"serviré" mal entendido.
Los
siglos de ignorancia son el caldo de cultivo del islamismo. Y así debe seguir. Saben
que su camino no puede ser nunca la moderación porque es un contrasentido. No
pueden dejar nada a la conciencia individual porque ese el principio del fin.
No pueden entender que la religión caiga en el ámbito de lo individual porque
lo que quieren es el control social, convertir el mundo en un Reino sobre el
que no exista nada más que su interpretación estricta de cómo debe funcionar el
mundo. La democracia es una farsa para ellos, como lo era para Hosni Mubarak; solo
una máscara.
La coleta de Maggie, su pelo libre de velo, es un desafío al orden, un reto a la fuerza que pretende meterte en el paraíso quieras o no y debidamente uniformado. El acoso que sufren las mujeres en las calles de Egipto no es mero deseo sexual mal reprimido. Es la variante masculina del corte de la coleta de Maggie. Es mostrar que por encima de las leyes del mundo están las leyes que dicen que el hombre es superior a la mujer y que su camino hacia Dios pasa por obedecer al varón.
Difícilmente
van a encontrar solución más allá de la resistencia heroica, alguien que les
defienda cuando siguen el descontento de los policías sancionados porque que
quieren llevar su barba islámica, que es su segundo uniforme, el que les
identifica como piadosos guardianes de las dos leyes, las de los hombres y las
de Dios. La fiebre de la barba piadosa ha llegado hasta los auxiliares de vuelo de Egyptair, que quieren lucir —por estar más cerca del cielo— cuidadas barbas en su trabajo.
Nadie va a consolar a Maggie, con sus trece años, del pelo perdido por la mano anónima escondida tras el niqab. Pero debería saber que su pelo crecerá, porque así lo quiso Dios, mientras que la mujer del niqab, los acosadores que las vejan con tocamientos, bromas e insultos por las calles y rincones, solo hacen lo que quieren los desalmados que abusan de su credulidad, lo hagan en nombre de quien lo hagan.
El
futuro es de Maggie. Mientras tanto, su madre mira preocupada desde el fondo de la sala, perpleja, preguntándose dónde va Egipto.
*
"Woman cuts girl's hair in metro" Al-Masry Al-Youm (Egypt
Independent) 9/11/2012 http://www.egyptindependent.com/node/1227146
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