Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hay que
reconocerlo: la foto con el Kremlim detrás ha tenido un fuerte impacto
emocional en Artur Mas. No sé yo que tiene el Kremlim, pero algo tiene. Le
están sacando las cuentas de los gastos por
las noches en hoteles de lujo y a eso están ya acostumbrados los políticos. Les
da igual. Pero eso de verse en plan Zar de todas las Rusias o de Presidente de
todos los Soviets, en este caso de Zar de todos los Países Catalanes, con el
Kremlin detrás, tiene una carga erótica que pone un montón. Si no que se lo digan
a Putin.
Al
igual que Vladimir Putin, Mas ha vuelto con manía persecutoria incrementada, teoría de la conspiración incluida. Debe ser
algo que queda en el aire cuando ventilan la momia de Lenin. El titular de El País no deja lugar a dudas:
"Irán a por mí para desestabilizarme".* Sorprendente titular, sin
duda. Y luego quieren dejarles el sueldo en la mitad.
Corre
el riesgo Mas de que para desestabilizarle a él en la próxima misa de doce en
la Sagrada Familia, ese maravilloso templo de Gaudí, le salten a danzar unas
"Pussy Riot" a la catalana que canten "¡Mare de Déu, líbranos de
Mas!". Ya me veo a Mas acusando a Madrid de conspiración y reuniéndose con
el Abate de Montserrat para tomar medidas. Y es que cuando te quieren
desestabilizar, te desestabilizan bien.
La obsesión
de Artur Mas se completa con la expansión mental de los enemigos que le acosan.
Yo nunca he tenido intención de acosar a Artur Mas y mucho menos a Cataluña,
incluso a su visión de Cataluña. Pero el nacionalismo tiene un defecto: piensa
de una forma y, además, te dice cómo debes pensar tú. Esto es una manía muy
española (aunque fastidie), en la que incurren casi todos nuestros políticos.
Sale Pérez Rubalcaba y en vez de decirnos qué piensa, dedica el ochenta por
ciento de su intervención a decirnos lo que piensa Mariano Rajoy. Pues Artur
Mas hace lo mismo, pero en plan doctrinal. Y así ocurre con todos, menos con el
propio Rajoy, que sale a decir que él se lo está pensando o que no ha pensado
nada todavía.
En este
momento tenemos entre los Pirineos y Cádiz —ya no sé cómo llamarlo sin ofender
a nadie—, más lo territorios insulares atlánticos y mediterráneos, tres teorías
pululando: la de los independentistas que se quieren ir y montarse un estado;
la de los federalistas que se quieren quedar de otra forma (aunque no sea la
misma que la de los que se quieren ir); y, finalmente, están los que se quieren
quedar como estamos, pero sin tanto jaleo continuo. Porque ya aburre un poco
esto, la verdad. Los de la primera teoría gritan; los de la segunda se
defienden para que no les quiten votos los de la primera; y los de la tercera
se callan, por ahora, y miran.
El
victimismo de Artur Mas adquiere tintes operísticos, de lamento recitativo, de
aria desolada y belcantista, como es propio de un periodo con urnas por
delante. Él se queja de que le tratan mal, pero yo nunca lo he hecho y, sin
embargo, me siento insultado y amenazado permanentemente por Mas:
Tras advertir que los adversarios pondrán
todas las trabas posibles en su camino —“irán a por mí— ha garantizado que está
dispuesto a ir hasta el final. “Yo este proceso lo hago hasta el final mientras
tenga el pueblo al lado, y el pueblo no está al lado solo en las
manifestaciones, sino también en las urnas”, ha dicho en referencia al gran
manifestación soberanista de la Diada. Si tiene el apoyo mayoritario ha dicho
que el proceso “no lo podrá parar nadie, ni los tribunales ni las
constituciones que nos ponen por delante”. “La democracia siempre se impone”,
ha concluido.*
Conmovedor.
Así se escribe la Historia, en la que el señor Mas tiene mucho interés en
entrar como los toreros en salir, por la puerta grande. Hace mal
—democráticamente mal— en considerar a los "tribunales" y la
"constitución" —él habla en plural, pero debe ser porque cuenta desde
la de Cádiz— como "obstáculos". Debería incluir muchas más cosas,
pero no lo hace porque se ha subido al tren de los hermanos Marx, al grito de
"¡Independencia, más independencia! ¡Esto es la guerra!" y le van
quedando menos con los destrozos. Ya saben. Solo que este tren no se para y
acabará despeñado en un barranco.
Dice
Mas que "la democracia siempre se impone". ¡Gran verdad! ¡Vaya que si
se impone! Porque él tiene una democracia para él solo, con su urna chiquitita,
como de casa de pinipones para que solo vote quien él dice lo que él dice. La
democracia es él y él se impone.
Da
igual lo que se diga. El desprecio de Mas por la Constitución y los Tribunales
—o la Junta Electoral que le ha hecho retirar su vídeo—, que también son suyos,
va creciendo. Todos conspiran contra él para "desestabilizarle". Se
lo han dicho empresarios, que se van; ya se lo ha dicho Europa, que no se
quedan, que si una parte de un país se va, se comienza de cero el proceso. Pero
siguen en ello. Y seguirán. Y lo que sigue es su gira internacional de
conocimiento de Cataluña —¡qué bien!— a costa del descrédito e insulto al resto
de España —¡qué mal!—. Y es que Artur Mas hace, como señalamos, del hablar mal
de los demás su núcleo doctrinal y argumentativo. Y está feo.
Yo soy
una víctima más del señor Mas. Reivindico mi derecho a quejarme sin ser nacionalista y, sobre todo, a ser también
una nación, sea eso lo que sea a estas alturas del siglo XXI, después de lo que
dijo Renan. Pero si él quiere, yo también. Aquí preguntan a todo el mundo, pero
a mí no me preguntan. Vaya.
La Vanguardia ha preguntado este domingo a sus lectores:
¿Consideras adecuada la pregunta que haría Artur Mas en un referéndum?
La pregunta que haría Mas: "¿Desea usted
que Catalunya sea un nuevo Estado de la UE?"
Es la metapregunta. Los
resultados, como puede apreciarse, tras 18.423 personas exactamente en ese
momento, es del 50 por ciento "sí" y otros tantos "no". No
sé si esto significa algo, sirve de algo o si tan siquiera es "algo".
Si yo fuera La Vanguardia,
preguntaría: "¿Está usted de acuerdo con que el señor Mas esté siempre
preguntando cada vez que haya elecciones?"
No sé
qué contestaría la gente.
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