Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
cultura de las últimas décadas se ha transformado profundamente. Se han venido
abajo su sentido y nuestras relaciones con ella. Las motivaciones para acceder
a la Cultura se han modificado y eso nos afecta profundamente, aunque no seamos
capaces de precisarlo. Ocurre con este tipo de transformaciones culturales que
son como mareas que arrastran desde el fondo y son menos visibles en la superficie,
que puede mostrarse engañosamente apacible.
La
conversión de la cultura a las reglas de mercado ha pervertido el sentido
último de la creación artística desde que a finales del siglo XVIII se
abandonaran los presupuestos del neoclasicismo y el servicio de las artes a la
nobleza. Desde que se produjo esta otra revolución estética, los artistas aspiraron a
transformar el mundo con sus obras, pero sobre todo a cambiar nuestras mentes.
Para ello el arte nos pide que mientras leemos un libro, vemos una pintura,
asistamos a una obra teatral o un concierto, suspendamos nuestros prejuicios y
supuestos sobre el mundo tal como lo vemos y pensamos, y adoptemos un nuevo
punto de vista. Cuando concluye, podemos seguir con nuestra visión o podemos aceptar
la nueva, en parte o total y radicalmente. Es nuestra decisión transformarnos o
no; seguir o cambiar. El verdadero arte nos modifica.
En la
segunda de las Cartas sobre la educación
estética del hombre (1995), Friedrich Schiller escribía:
El curso de los acontecimientos ha dado al
genio de la época una dirección que amenaza con alejarlo cada vez más del arte
del ideal. Éste ha de abandonar la realidad y elevarse con honesta audacia por
encima de las necesidades; porque el arte es hijo de la libertad y sólo ha de
regirse por la necesidad del espíritu, no por meras exigencias materiales. Sin
embargo, en los tiempos actuales imperan esas exigencias, que doblegan bajo su
tiránico yugo a la humanidad envilecida. El provecho es el gran ídolo de
nuestra época, al que se someten todas las fuerzas y rinden tributo todos los
talentos. El mérito espiritual del arte carece de valor en esta burda balanza,
y, privado de todo estímulo, el arte abandona el ruidoso mercado del siglo.*
Lejos
de "abandonar el ruidoso mercado del siglo", el arte se fue
escindiendo, adentrándose un parte considerable de él en ese mismo mercado,
convirtiéndose en "mercancía artística". Lejos y aisladas quedaron las
aspiraciones de un arte "ideal" que elevara a la persona de ese bajo
nivel al que tendían a arrastrarle las fuerzas "envilecedoras" de lo
cotidiano. El provecho sigue reinando. Carecemos de una verdadera cultura porque carecemos de valores en los que asentarla; su valor es el del mercado. Es lo que diferencia la "cultura" de la "moda cultural", basada en el cambio permanente.
Nuestro
fracaso profundo en la enseñanza de las Humanidades, entre las que se
incluirían las artes, la filosofía, la historia, etc., es por haber sido
incapaces de enfrentarnos a su mensaje emancipador en beneficio del mercantilismo
y el pragmatismo que caracterizan nuestra época. El fracaso no es que no se "enseñen",
sino que tras su paso por el sistema educativo no han prendido en aquellos que
las recibieron. No es el fracaso de las "humanidades", sino de su
enseñanza.
Nada
más vacío de sentido que la enseñanza de las Humanidades, convertidas en
herramientas al servicio de distintas intenciones políticas o, por el
contrario, abandonadas a su suerte. La pérdida de tejido cultural es asombrosa
y afecta a todo aquello que da profundidad a la mente de la persona frente a la
superficialidad del consumo o la especialización del trabajo.
La
conversión de la Humanidades en "programas" han inducido a una forma
perversa de acercamiento institucional que no produce sino alejamiento
personal. Parece que la enseñanza de las Humanidades se sostuviera
exclusivamente en la necesidad de dar empleo a las personas que el mismo
sistema produce. No se cree en ellas más que como justificación de un número de
puestos de trabajo.
La
mayor parte de la responsabilidad de esta crisis profunda de sentido está en la
profesionalización y programación de las Humanidades, que lejos de conservar la
idea de unidad que les es consustancial a su idea del Hombre, se fragmentaron y
separaron como reflejo de la misma especialización de los demás campos del
conocimiento. La vocación de la cultura es siempre la extensión, el entrelazado
de las líneas que componen la compresión interpretativa. Por el contrario, la
concentración especializada carece de esa visión de conjunto capaz de construir
representaciones globales, imágenes consistentes del mundo.
Por eso
la Humanidades se han convertido en conocimiento si asimilación, sin conexión
con el mundo que reflejan y el que las recibe. Lejos de convertirse en espacios
de libertad, de desplazamiento cultural, se han transformado en colecciones de
tópicos acuñados en manuales reduccionistas, estatismo puro e improductivo.
La Lengua
se convirtió en Lingüística y la Literatura en escuelas, generaciones, géneros,
estilos y otras simplificaciones reductoras que permitían hablar del conjunto
sin tener que descender a la maravillosa unicidad que el auténtico arte busca
para darnos su visión del mundo. El enfrentamiento con el arte es una lucha
única, insustituible, incontable, puesto que no sirve de nada sin la
experiencia estética propia. No experimentamos la belleza; nos cuentan que
"algo es bello". No hay transformación, no hay experiencia.
El
fracaso de este modelo es absoluto. La proliferación de resúmenes, esquemas,
etc. sobre las lecturas no son más que la muestra de la incapacidad del sistema
para producir personas capaces de "disfrutar" de la lectura u otras
experiencias estéticas. Se trata de un disfrute profundo y no del mero
entretenimiento de las personas, de un mero pasar el tiempo al que han quedado
reducidas en el mejor de los casos. El disfrute estético es, por contra,
liberador; es moral, no un mero ocuparse.
Diseñada
la cultura como un campo industrial, los parámetros con los que se mide son las
cifras de ventas y las longitudes de las colas para asistir a los eventos. Lo
mismo ha ocurrido con el sistema educativo, que igualmente ha perdido la idea
de una asimilación profunda de la aprehendido y se limita a la constatación de
unos "objetivos" programados en un tiempo limitado.
Señalaba
Tzvetan Todorov en su obra "La literatura en peligro":
La literatura puede desempeñar un papel esencial, pero para ello es
preciso tomarla en ese sentido amplio y sólido que prevaleció en Europa hasta
finales del siglo XIX y que está marginado en la actualidad, cuando lo que
triunfa es una concepción absurdamente limitada. El lector corriente, que sigue
buscando en las obras que lee algo con lo que dar sentido a su vida, tiene
razón cuando se enfrenta a los profesores, críticos y escritores que le dicen
que la literatura solo habla de sí misma o que solo enseña la desesperación. Si
no tuviera razón, la lectura estaría condenada a desaparecer a corto plazo.
Como la filosofía, como las ciencias humanas,
la literatura es pensamiento y conocimiento del mundo psicológico y social en
el que vivimos. La realidad que la literatura aspira a entender es sencillamente
(aunque al mismo tiempo nada hay más complejo) la experiencia humana. (84)**
La
enseñanza de las Humanidades, necesariamente limitada en el tiempo, debe ser
siempre un principio, el comienzo de un camino para el resto de la vida y no
algo que se da en semestre o en un curso completo. Es, sobre todo, un trabajar
sobre el deseo, un despertar a lo que espera al otro lado, más allá. Es hacer
que surjan preguntas para pasar la vida rebuscando respuestas.
Hemos
perdido el ideal ilustrado de la educación en beneficio de un ideal
tecnificado. No vemos personas sino piezas de una maquinaria que debe ser
entrenada para beneficio de terceros, de un sistema productivo o político. La
educación basada en la persona es siempre una forma de liberación, como señaló
el propio Kant, en quien Schiller se inspiró en sus cartas: una forma de salir
de la minoría de edad. Eso era para Kant la Ilustración, emancipación, mayoría
de edad intelectual.
No es
esto lo que se busca hoy en la educación.
*
Friedrich Schiller (1795): Cartas sobre
la educación estética del hombre. http://es.scribd.com/doc/84759644/Friedrich-Schiller-Cartas-sobre-la-educacion-estetica-del-hombre
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