Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Es cada
vez más frecuente leer sobre casos de acoso escolar y a través de las redes sociales con
consecuencias trágicas para aquellos jóvenes que las han padecido. El problema,
evidentemente, no está en las redes sociales sino en los individuos que las
usan para amplificar los efectos de la maldad y el daño que desean provocar. Para defenderse, las instituciones distinguen los lugares en los que se produce, pero ignoramos que donde realmente se produce el ataque es en la mente de las víctimas y que estas no están circunscritas al espacio. Lo llevan dentro como dolor, como angustia. La "territorialidad" del acoso es un subterfugio muchas veces para sacudirse responsabilidades.
El
acoso en los centros educativos o en otras comunidades no es más que una
manifestación del deseo de encontrar víctimas contra las que desatar el sadismo
individual y volverlo una forma de poder y control social. La persecución a las
personas es siempre una forma de mostrar el poder y su reinado sobre los grupos
humanos. Cualquier excusa es buena para conseguir que los demás te tengan miedo
si les muestras lo que puede ocurrir cuando desafías las normas, escritas o no,
de las comunidades. El miedo es la mayor fuerza de control social y necesita de
la ejemplaridad, es decir, de la demostración sobre unos pocos de lo que le
puede ocurrir a todo aquel que contraviene las reglas impuestas al conjunto. El
acoso es una reafirmación del poder de aquellos que son capaces de excluir a otros y los estigmatizan.
El diario ABC nos sorprende con una historia acontecida en Canadá, comenzada hace más de cuarenta años. Es el caso de Robin Tomlin al que en el anuario de su escuela habían añadido bajo su nombre la palabra "fag" (maricón). El insulto impreso perdura como un eco a lo largo de los años, como una agresión interminable que se renueva cada vez que alguien abre sus páginas. Nos cuenta ABC:
El canadiense, que hoy sufre un cáncer de hígado irreversible, estudió
durante buena parte de la década de los años setenta en un instituto de
Vancouver, según cuenta vancouversun.com. Allí sufrió un brutal acoso homófobo
por parte de sus compañeros. Un acoso permitido también por la dirección del
centro que no dudó en aprobar y defender que los alumnos estamparan la palabra
«maricón» junto a su fotografía en el anuario del colegio.
Tomlin no es gay, pero tras sufrir tal
hostigamiento en las aulas decidió no acudir a la fiesta de graduación por
temor a recibir una «paliza de despedida» y finalmente se mudó a otra zona de
la ciudad para comenzar una nueva vida.*
Lo de menos es que Tomlin fuera gay o no. En este caso es irrelevante porque de lo que se trataba era de incitar al odio y al desprecio sobre él. Tomlin fue estigmatizado, marcado, estableciendo sobre él una diferencia que lo excluía de derechos y que lo dejaba a los pies de cualquiera. El estigma es una licencia para que afloren todos los malos sentimientos, para que se liberen todas las malas ideas contra aquel al que se le han "retirado" los derechos y se le impone esa marca "infamante", en este caso, considerarle "gay", lo fuera o no. Puede ser cualquier otra: religiosa, étnica... Cualquier diferencia se convierte en excusa para la tortura del acoso. Una simples gafas, el sobrepeso o la delgadez, ser alto o ser bajo..., basta con encontrar o inventar la diferencia que humille, que haga sentirse fuerte al grupo frente al atacado.
Los suicidios a los que asistimos hoy son un grave caso de inoperancia institucional, de dejadez, de abandono sin tener en cuenta el carácter subjetivo del sufrimiento y la angustia que el acoso provoca en quienes lo padecen. El acoso no se entiende desde fuera. Hay que vivirlo para comprender la angustia en que se vive, el miedo permanente y el desgaste que provoca esa tensión. Los acosadores saben que su víctima no solo sufre cuando lo atacan sino que los acosados viven en el tormento constante, a la espera de la siguiente vez, del siguiente golpe, burla o insulto. Con las redes sociales ya no existe refugio porque la única opción es es aislamiento absoluto, físico y virtual.
Han
pasado cuarenta y dos años desde que el infame anuario salió a la luz y obligó
a Tomlin a vivir en la oscuridad. El pánico de Tomlin a asistir a la ceremonia
de graduación, por si le daban una paliza de despedida, le habrá durado durante
toda su vida. Los que sufren acoso, difícilmente se liberan del miedo,
de la angustia que han padecido; quedan marcados.
Fue la
hija de Tomlin quien descubrió el anuario con la foto de su padre, un anuario
que guardarían todos los miembros graduados del instituto, como es costumbre,
recuerdo de un periodo de su vida. Un buen recuerdo para muchos; no para Robin Tolmin. Quizá el cáncer que padece le ha dado el
valor para terminar finalmente con ese miedo con el que ha vivido durante cuarenta años.
Ha tenido el apoyo público de los amigos que le acompañaron y con los que pudo
abrir el anuario rectificado y celebrar el término de algo que no se cerraba, el dolor. No es posible ponernos en su mente para comprender la
intensidad de la emoción de un momento así.
Tomlin mantuvo su dignidad intacta todos estos años y los que aguantó en su instituto sufriendo el acoso. En realidad quien ha recuperado algo de la suya ha sido la institución, que fue la que vivió en la indignidad durante estos años por haber consentido el insulto.
Hace apenas unos días moría una joven en Ciudad Real, Mónica, tras un intento de suicidio. Era acosada y el orientador del centro, tras sus pesquisas con ella y los acosadores, no estimó necesario un cambio de centro:
Estos alumnos fueron preguntados por la situación de la adolescente,
pero el orientador determinó en su informe que no existía "caso de
reiterado y continuo acoso entre iguales" que, según ha explicado el
consejero, es el requisito "imprescindible" para motivar un cambio de
centro.
Era "la primera vez" que sabían de
esta situación Para activar el protocolo de maltrato entre iguales, que es el
que justifica un cambio de centro, hay que tener "certeza" de que la
situación es reiterada y continua en el tiempo, según el consejero, quien ha
subrayado que en este caso era "la primera vez" que sabían de esta
situación.**
Ahora,
me imagino, ya tienen la "certeza" que necesitaban. El orientador y
demás personal implicado tendrán que vivir con ello, como Tomlin tuvo que vivir
con la infamia escrita bajo su nombre durante décadas. Robin Tomlin no se la merecía. La incapacidad de juzgar
lo que es la angustia por parte de la burocracia de las instituciones, la
insensibilidad que han mostrado o, al menos, su ceguera para evaluar una situación
que tenían delante han quedado en evidencia.
Ahora, como siempre, comenzará el baile de los protocolos y las excusas.
*
"Retiran de su reseña en el anuario escolar la palabra 'maricón'...
cuarenta años después ABC 18/11/2012
http://www.abc.es/sociedad/20121118/abci-hombre-anuario-maricon-colegio-201211161914.html
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