Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Nos
habla el diario El País de la
decisión de algunos autores importantes —al hilo de una información sobre el
Nobel húngaro Imre Kertész, mencionando al norteamericano Philiph Roth— de
abandonar la Literatura.
"Abandonar
la Literatura" es un acto extraño que tiene motivaciones diversas, desde
el hastío hasta la soledad comunicativa de la incomprensión. Abandono de la
Literatura fue el caso temprano de Arthur Rimbaud después de revolucionar la
poesía; una forma relativa de abandono "teórico" —ya que siguió
escribiendo— fue el manifestado por el poeta austríaco Hugo von Hofmannsthal en
su breve Carta a Lord Chandos (1902),
un texto clave en la comprensión de la crisis de comienzos del siglo XX. Hay
gente que se va teorizando y otros se van de puntillas, con un sencillo
silencio.
Durante
el siglo XX se ha teorizado sobre la "muerte del autor" y, con
profusión, sobre "la muerte de la Literatura". Las mismas teorías
dando autonomía al Lenguaje y matando la instancia autorial, heredera del ego
romántico, hacían superflua o anacrónica la presencia de una figura real al
otro lado del texto. Igual ocurrió con la Literatura, deconstruida como entidad
y reconvertida en diferentes industrias, materiales y conceptuales. Algunos
plantearon como alternativa el regreso a fórmulas más campechanas del estudio,
como habían sido las historicistas, sociológicas y psicológicas, pero
desaparecía así el territorio autónomo que se había ganado previamente al mar
de las especialidades. La Literatura dejó de ser algo "especial" para
convertirse a través de los "estudios literarios" en pasto
investigativo para adentrarse en otros territorios culturales, en los que el
texto literario —junto a otros tipos de textos— se abordaba como síntoma
cultural. El texto literario era la manifestación verbal de las miasmas de la
cultura. Desde entonces, muchas voces se han elevado para decir que se habían
metido —como ha ocurrido en otras formas del análisis cultural— en un callejón
sin salida y, lo que es peor, sin retorno.
No es
tan sencillo determinar con exactitud algo que se mueve en el terreno de la
intuición, de la metáfora explicativa de algo que oscila entre el sentimiento y
la circularidad de la teorías explicativas. Hablar de la "muerte de la
Literatura" es hablar de metáforas sobre metáforas, ya que la
"Literatura" misma es una gran construcción metafórica. ¿Qué ha "muerto"?
La
Literatura muere como objeto teórico, pero lo hace también en otra dimensión,
la que provoca el cambio de función, su cambio de papel dentro de la cultura y
la formación. Este papel no ha sido constante en la Historia y los textos —el
canon, si somos más precisos— han tenido diversos usos y funciones, desde el
didactismo al puro entretenimiento. Hoy es una parte de la industria de la "cultura"
y la "cultura" una actividad económica. También una parte de la
"industria educativa". Hoy, Paulo Cohelo, uno de los escritores que más venden en el mundo, puede salir hablando, con absoluta naturalidad, del "mal" que James Joyce ha hecho a la Literatura y decir que Ulysses puede ser resumido en un twit. Quizá sea Cohelo quien pueda ser resumido en un twit y sobre espacio.
El que
los "autores" se retiren de la escritura literaria es un síntoma de
que se ha roto la conexión que les enlaza con su tiempo, la distancia entre la
representación que de él se hacen como idealidad y la que experimentan como realidad.
Esto se puede mostrar como simple apatía, como una desgana que hace que la
lucha por dar forma a las ideas que puedan ser llevadas a un papel no llegue a
comenzar siquiera y el deseo de comunicar comience la retirada.
La
escritura requiere de un apasionamiento crítico con el tiempo en que se vive.
Puede ser la idea y experiencia del Holocausto, como en el caso de Imre Kertész,
o cualquier otra idea axial. "Crítico" no se refiere a personas o
acontecimientos, sino al propio tiempo que los produce. Nuestra época, llena de injusticias, ofrece cómodas diversiones y grandes compensaciones al olvido.
El
noventa por ciento —creo que soy generoso en el cálculo— de las obras que se
producen son prescindibles; son variantes más o menos entretenidas de lo mismo.
No responden a esa pasión crítica en quien las crea ni la suscitan en quien lo recibe.
Forman parte de la inercia cultural e industrial que necesita mantener en
marcha una maquinaria productiva que va del autor al lector.
El
mundo está lleno de personas que quieren escribir, publicar y ser leídas. Esa
es su pasión. Y no es la misma. El que autores que son "voces", que
tienen realmente la capacidad de conectarnos con nuestro propio tiempo, en el que
vivimos como ciegos shakesperianos, tanteando con nuestro bastón, bordeando
abismos, decidan el silencio es una noticia mala, pero que siempre permite al
atisbo de la esperanza. Quizá regresen si hay respuesta.
Maurice Blanchot |
Dice
Cecilia Dreymüller, la crítico literaria y traductora, que analiza los motivos
de la retirada de Kertész:
“La literatura se encamina hacia sí misma,
hacia su propia esencia, que consiste en su desaparición”, afirmaba Maurice
Blanchot, y Kertész probablemente no discreparía de él, al juzgar por su larga
y lúcida autoentrevista Dossier K (El
Acantilado, 2007). En ella, el escritor húngaro se encamina hacia sí mismo y
penetra en los orígenes y el devenir de su literatura de forma tan sutil que
parece fundirse con ella. Una de las cualidades inapreciables de la escritura
de Kertész ha consistido en mostrar lo borroso de la línea divisoria entre
hechos y ficción, entre autor y personaje, conduciendo al lector de lo
circunstancial —el horror del campo de concentración, el régimen carcelario de
la dictadura comunista— a lo universal: la anuladora realidad psicológica que
instauran los totalitarismos. Este es su inapreciable legado, siga escribiendo
a sus 83 años o no.*
La
desaparición final de la Literatura, apuntado por Maurice Blanchot, no es el
silencio del autor, aunque pudiera parecer lo mismo en sus consecuencias. El
acto literario, efectivamente, es un paseo dantesco por infiernos, purgatorios y
paraísos personales. Es un recorrido acompañados, tomados de la mano, con
alguien que ha podido dar forma a sus fantasías, sueños y pesadillas,
suscitadas por una realidad que necesita explicarse, incompleta, que intenta comprenderse. Todo
arte comienza por una pregunta que necesitamos respondernos a falta de otras
instancias que lo hagan. El abandono del autor es negarse a seguir preguntándose
o negarse a llevarnos en esos paseos.
El
énfasis puesto en las muertes de lo "literario" y del "autor",
y ahora en su "silencio", olvida que, como acto comunicativo, la
Literatura necesita para producirse del estímulo de un único lector justo, de
una sola conciencia capaz de compensar el esfuerzo agonístico del autor con
su acercamiento claro al texto aunque sea dentro de cien años, como quería
Stendhal.
Hay una
muerte del "lector" de la que nadie habla. Sí se habla, y mucho, de
las ventas mayores o menores de los libros; pero no es eso. Puede que la
Literatura se salve, que el autor regrese del silencio, si logramos encontrar
un solo lector justo, uno que nos redima a todos, que permita perdonar los millones de tonterías escritas y leídas plácidamente, incluso perdonar a Cohelo. Alguien para quien sí merezca la pena escribir. — Hypocrite lecteur, — mon semblable, — mon frère!
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