Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Yo creo
que no es cosa del chico. No se trata de cebarse con él, no. Está como tantos
otros, confuso, pillado entre la espada histórica y la pared semántica. Ya
saben de qué va: cuando le han preguntado al joven jugador del Athletic Club de
Bilbao, en su comparecencia en rueda de prensa como debutante en un partido de
la selección española, no ha sabido, podido o querido decir en representación
de quién estaba allí.
"Nosotros venimos aquí a competir, ¿no?
Bueno, sabemos que va a ser un partido, eh, que no es de clasificación ni nada,
pero, bueno, sabemos que nosotros, eh, representamos
a... [pausa dubitativa] una cosa, que... bueno, que tenemos que darlo
todo..."*
Esas
han sido sus dubitativas palabras. La novatada. Luego, con el tiempo y las
comparecencias, le va cogiendo uno el truquillo y se aprende a circunvalar
—como un centro de ciudad atascada— la palabra problemática y el concepto
pecaminoso: "España". Se aprende el repertorio de tópicos alusivos y
elusivos, a decir una cosa en lugar de otra, es decir, el arte del manejo de
las figuras retóricas que desde que se inventaron en la Grecia antigua y se
desarrollaron en la Roma imperial han servido para salvarle el trasero a más de
uno. ¡A dónde iríamos a parar sin ellas!
Un poco
del "todo por la parte", otro poco de "la parte por el
todo", que si un poco de metáfora, que si un pelín de sinécdoque, y ¡voila! puedes vivir en un
"reino" al que no llamas "reino" —aunque tenga un rey y así
lo ponga en la Constitución—, que se llama "España" pero al que
llamas "Estado español", con un gobierno al que llamas
"Madrid". Tú eres el "pueblo" y los demás son el "estado";
tú eres una nación y los demás son..., pues... "la cosa", como en las
películas de ciencia ficción, en las que siempre se preguntan si es real o
sobrenatural, si es de aquí o si viene del espacio exterior. No está mal: "la cosa".
Al
final no eres Leviatán, como quería Hobbes, sino Godzilla aterrorizando a la
población, corriendo de calle en calle, pisándolo todo antes de que vengan los
héroes y te bombardeen y acabes sumergiéndote en retirada en el fondo de un mar
piscinero. Eres un engendro, un conglomerado de partes asimétricas con (mala) voluntad
propia. Eres las manos de Orlac, que intentan estrangularse ellas solas. Eres el monstruo de Víctor Frankenstein con rechazo en alguno de sus miembros trasplantados. Eres
el parásito cósmico que llegó en un meteorito y siembra el pánico. Eres el
invasor blandiblup que cuando se
cabrea se pone tonto y te canta un himno o te planta una bandera en un balcón.
Eres... ¡la cosa!
Creo
que no hay otro país en el mundo —no voy a incurrir en el error de decir
"país civilizado", algo que hace tiempo que no debemos mencionar— que
esté sometido a un proceso de debilitamiento institucional y mental como el que
vivimos. Sinceramente, cuesta mucho enfrentarse a los titulares de cada día sin
un sentimiento pendular entre la risa y el llanto. Nos obligan a vivir entre el
sarcasmo y la desesperación, en ese reír por no llorar.
Hemos
creado un monstruo entre todos, esa "cosa" de nombre impronunciable,
tabú, yu-yu, palabra prohibida,
concepto pecaminoso del que hay que ir a confesarse : "—¡Padre, me acuso
de pensar en España!". "—¿Cuántas veces, hijo?"
No es
justo meterse con el joven jugador por dudar de a quién representa porque la
duda se la han metido dentro de su cabeza, como a tantos otros, desde la cuna. No es justo
ensañarse con él cuando tenemos un país lleno de políticos bocazas e
incompetentes que presumen de que les viene bien la debilidad de España por la crisis económica para su fines, que van a llorar a Bruselas porque dicen que
les quieren "invadir", que se quejan de que vuelan por encima de "ellos"
aviones militares, que les "roban", y una sarta permanente de estupideces
producidas por un malentendido y abusivo sentido de la democracia por parte de quienes lo
dicen y, sobre todo, de quienes durante décadas han sido incapaces de
contestarles adecuadamente o de ignorarles elegantemente mediante acuerdos. No es de extrañar que
dude. No hay que crucificarle, sino verle como una muestra de los efectos de
toda esta sarta de tonterías y despropósitos en los que llevamos metidos varias
décadas, desde que la política española se convirtió en un lucha a cara de
perro sin sentido del estado, sin sentido nacional, tan solo en una incompetente
lucha por el poder, algo que se conquista y se reparte para mayor gloria del
partido reinante, que no gobernante. No se hace política, sino que se lucha
políticamente usando la instituciones como trincheras. Y así no se hace un país
ni se resuelven sus problemas.
Carecemos
de políticos estadistas, de personas que, como se decía antes, "tengan el Estado
en la cabeza". Aquí la cabeza se usa para meter goles. Lo importante es
que la "roja" —para no ofender a nadie con lo de la "selección
nacional"— gane y que "nuestros muchachos" suden la camiseta, sí,
que den "todo por la cosa".
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