Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Decían
en aquella famosa novela de Erich Segal que arrasó, como la película que salió
de ella, "Love Story", que "amar era no tener que decir nunca lo
siento" ("Love means never having to say you're sorry"). La
frase se hizo célebre ya en 1970 y ha servido a más de uno para cortar las
pretensiones de los que llegaban con las disculpas ya preparadas.
No sé
si el "amor" consiste en eso ni tampoco si "lo siento" funciona
en política. Los militantes del PSOE —corrijo—, algunos militantes del PSOE se
han lanzado a decir un "lo siento" universal mediante un vídeo
pidiendo disculpas por los estragos que la política de los gobiernos anteriores
causaron al solar patrio. Vienen a decir: "Mire usted, a nuestros líderes
les da mucha vergüenza salir a pedir perdón y siguen empeñados en decir ¡aquí
no ha pasado nada!, pero sabemos que sí ha pasado y lo lamentamos. Hemos
incumplido todos estos principios en los que creíamos y lo lamentamos;
lamentamos que este orgullo mal entendido haya evitado que resolviéramos los
problemas que teníamos encima y haber aceptado imposiciones que no debíamos. Lo
sentimos, de verdad". Este viene a ser el resumen del mensaje que se
escenifica en tres tiempos: un primero en el que oficialmente se niega todo,
como hace el partido con sus líderes; un intermedio en el que se dice que no se
puede seguir así; y un acto final de confesión y petición de perdón con propósito
de enmienda.
Creo
que esa campaña, que considero honesta —salvo que sea una estrategia para las
luchas internas—, no está dirigida a los damnificados por la falta de
soluciones y errores cometidos, que hemos sido casi todos, sino para dejar en
evidencia a todos aquellos que no tienen la gallardía de asumir sus acciones.
El otro día un medio escribía que se mantenía todavía a Rodríguez Zapatero con
"bajo perfil" para evitar conflictos. "Bajo perfil" quiere
decir "bajo tierra".
Parece
que los militantes de base —los mas sufridos siempre en cualquier partido, los
que entregan su tiempo y sacan muy poco— se han hartado de recibir malas caras
del resto de la sociedad por lo que sus dirigentes han realizado durante años.
Eso parece, al menos, a primera vista. Pero los militantes que se disculpan
hacen algo más: exigen que las cosas cambien por arriba. Allí no salen a dar la
cara por nada.
El
mismo problema se va a plantear con los militantes del PP —o de Convergencia,
etc.— si no consiguen sacarnos con sus medidas de la crisis. El mesianismo
político es malo y es lo que suelen aplicar todos. Ya he hablado de España en
varias ocasiones como del "país kantiano", el país en el que todo el
mundo "hace lo que tiene que hacer". Aquí todos funcionan con el
imperativo categórico en la boca. No es el camino más adecuado para la política,
que debe asumir el nivel de diálogo suficiente como para salir de la
"necesidad" sin acabar en el "azar". Pero lo que parece es
lo contrario: que el azar se disfraza de necesidad para justificar la falta de
ideas.
Nuestro
problema principal consiste en las formas de "filtrado" que los
partidos políticos tienen para obtener sus cuadros y mantener su líderes. Nos
son lugares de ideas, sino de fidelidades. La mediocridad de nuestra clase
política es apabullante y escandalosa. Da pena escuchar a la mayor parte de
ellos, empeñados en la simple descalificación y el tópico que la oficina de
comunicación les ha suministrado para atacar a los contrarios.
La
sorpresa que algunos observadores y periodistas extranjeros se encontraron
cuando fueron visitar las asambleas del 15-M era que la gente discutía seriamente
sobre economía y sus efectos. Por muy ingenuo que nos pueda parecer —¿por qué?—
es lo que se debería hacer en los partidos y que en algún momento se hizo. Todo
eso se hacía en las asambleas de los distritos y barrios, en las provinciales y
en los congresos nacionales, a los que llegaban las ponencias con las ideas de
las bases que se iban reelaborando en las fases de síntesis. Era cuando en los
discursos de los partidos importaban los militantes y no como ahora, que son atrezzo para los mítines, agitadores de
banderas pero no de ideas, afirmadores con la cabeza de lo que el líder dice,
pero con la boca cerrada.
La
militancia —en un sentido pleno— ha sido sustituida por un feroz burocratismo
interior y exterior en los partidos. Interior porque manejan el aparato;
exterior porque colocan en las múltiples administraciones a los que pueden, de
asesores a ordenanzas. Esto ha hecho perder la conexión de los partidos con la
sociedad, que es la que deben representar sus bases.
Decía hace
unos días un miembro del partido alemán Piraten que el éxito atraía gente poco
deseable y que prefería peores resultados pero más autenticidad. Era un simple
militante en mitad de uno de sus debates. No le faltaba razón. La forma de
evitarlo es el buen funcionamiento de la democracia interna y la fluidez entre
bases y cúpulas, que éstas no se convierta en escarpados torreones de marfil en
las que se encierran unos mitificados líderes profesionalizados por los que van
pasando los años.
Tenemos
una tendencia demasiado pronunciada al caudillismo político, a convertir a las
figuras políticas en estatuas perennes, que viven en sus pedestales porque hay
alguna extraña ley que dice que deben estar ahí arriba, siempre, y que hay que
decir que sí a todo lo que hacen. Eso es lo que hace que, en el tiempo, los
partidos se vaya convirtiendo en estructuras escleróticas, en ministerios en el
peor sentido de la palabra.
El
vídeo de los militantes del PSOE es un paso adelante, aunque no sé si habrá
otro. Les presumo buena intención, pero el siguiente paso es empezar a cambiar.
No "exigir cambios", que es una expresión que deja a los mismos
siempre al otro lado de la ventanilla, sino empezar a cambiar personas y formas
de hacer para poder mantener idearios dentro de los debates necesarios. Me preocupa que Carmen Chacón lo apoye, porque es como si no fuera también con ella.
La aparición
de nuevos partidos es un fenómeno concordante con el descontento. A los grandes
no les interesa, pero si logran pasar una fase crítica de consolidación
ideológica y aceptación ciudadana, acabarán creciendo. Tienen que ser partidos
que surjan de las necesidades ciudadanas y no del narcisismo y desavenencias
entre líderes, que no son más que reediciones del formato con distintos logos. A
algunos, en todos estos años, solo los hemos visto cambiar de gafas.
La
política española está en crisis —no solo España y su economía—. Políticos y
partidos necesitan recurrir a algo más que a sus asesores de imagen y a pensar
que el principal arte en la política es desgastar al contrario y tapar los
errores. Este patio de vecindad que hoy tenemos es el resultado de esa forma
chapucera de hacer política, convirtiendo a los ciudadanos en gradas enervadas
que piden la muerte de los contrarios en la primera entrada con los tacos por
delante. Es demasiado fácil, pero no sirve para solucionar problemas. Y los
políticos no están para que se les aplauda y jalee sino para hacer que sus
países tengan el mayor grado de bienestar posible y una pronta resolución
inteligente de los problemas que se le planteen con el menor desgaste.
Había
una hermosa canción de Elton John que se titulaba "Sorry seems to be the
hardest word". Puede que en política lo sea más. Me desperté y no estabas,
decía la canción. Hacer política es no tener que estar diciendo siempre lo siento.
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