Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Casi a
la par, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y el Congreso del PC chino se
han manifestado contra la corrupción como uno de los grandes males que aquejan
a los países y sus sistemas políticos, incluido el nuestro, por supuesto.
Rousseff
lo ha hecho en un marco específico, en la XVª Conferencia Internacional
Anticorrupción, que se celebra en Brasilia con la participación de 160 países, y
trata de encontrar soluciones al problema creciente de la corrupción. Nos
cuenta el diario El País que
[...] Dilma Rousseff, ha hecho una acalorada defensa de la libertad de
prensa. Recordando sus tiempos de lucha durante la dictadura militar cuando fue
presa tres años y torturada durante 21 días, la mandataria brasileña, destacó
que son preferibles las exageraciones de la información hoy, en tiempos de
democracia, que el silencio de las dictaduras.
“Incluso cuando puedan existir exageraciones,
y nosotros sabemos que existen en todas las áreas, y existen en esta específica
de la información, es siempre preferible el ruido de la prensa al ruido de
tumba de las dictaduras”. Rousseff quiso destacar que los que “sufrieron en su
piel las consecuencias de las dictaduras” saben mejor que nadie “la importancia
de la libertad de prensa”.*
Ayer
hablábamos del caso egipcio, de la lucha de los periodistas en aquel país para
poder exponer sus críticas e informaciones ante la opinión pública. No está mal
que en un entorno —Latinoamérica—, Rousseff haga una alabanza del papel de la
prensa y de su necesidad democrática de denuncia de la corrupción. Los
crecientes ataques contra la prensa y los periodistas, de México a la
Patagonia, con diferentes niveles de acoso y estilos de presión, es un caso
preocupante. Rousseff ha emprendido en Brasil toda una serie de campañas e
iniciativas legislativas para frenar la gran corrupción del país y sigue
valientemente defenestrando ministros cuando es necesario. El papel de la
prensa es esencial porque es el detonante, ya que la corrupción atrofia el
sistema y amedrenta a los que tienen la posibilidad de denunciar o frenar.
La base
de la corrupción es precisamente su carácter de intocable. Hay países en los
que la corrupción es un hecho cotidiano y practicado a la luz pública; se ha
convertido en "normalidad". En otros, en cambio, el silencio y la
oscuridad son requisitos porque el grado de tolerancia es mínimo. El problema
está en que tiende a crecer si no se frena. Nos cuentan que
Dilma Rousseff quiso puntualizar en su
discurso contra la corrupción es que no debe confundirse con una lucha “contra
el Estado o contra la política”. Se corrompen las personas no las
instituciones, afirmó.*
Una de
las formas más poderosa que tiene la corrupción para imponer en presentarse
como "inevitable"; es la manera de que se deje de luchar contra ella.
Se fundamenta en expresiones como "la política corrompe", "el
poder corrompe", etc., en generalizaciones cuya función es crear una
pereza o resignación acomodaticias —¿para qué luchar contra ella?— y la consecuente
extensión de la corrupción —¿por qué no yo, si todos lo hacen?—. La corrupción desmoraliza y pervierte si no se insiste en las virtudes auténticamente cívicas como fundamento de la vida social y de su buen funcionamiento.
Creer
que la corrupción es inevitable es hacer una gran favor a los corruptos y hacernos
un flaco favor a nosotros mismos, ya que lo acabamos pagando conjuntamente como
ineficacia institucional y como deterioro de lo que es de todos.
Los múltiples
escándalos que salpican a los países más avanzados no hacen sino confirmar el
avance de la corrupción por la conexión creciente entre política y económica. A las formas tradicionales de corrupción política, se añaden ahora nuevas variantes. Los movimientos globales de la economía hace que se desplacen los capitales de
unos lugares a otros, que se generen negocios que necesitan de la connivencia
de las autoridades. Siempre ha existido, pero su efecto es ahora devastador por la intensificación de las relaciones. En ocasiones, los países más "decentes" pierden
esa misma decencia cuando tratan con países que no lo son tanto, con las excusa
de que "esa" es la forma de actuar si se quiere hacer negocios con
ellos. Esta hipocresía ha envuelto a empresas honestas "localmente" y
corruptas "globalmente"; lo que no hacen aquí, lo hacen allí.
En lo económico, la justificación de los beneficios —personal e institucional— parece vencer a cualquier principio ético o valor moral. Hemos convertido los
vicios en virtudes pragmáticas. Nos han convencido que gracias a la codicia de
algunos los demás pueden prosperar, pero los resultados no es eso lo que muestran,
sino un crecimiento de las desigualdades y la injusticia. Los codiciosos, los
tramposos solo buscan su propio beneficio y sin límite; sin duda alguna.
El caso
de China y su gran crecimiento ha hecho que el portavoz del Congreso del
Partido Comunista Chino, Cai Mingzhao, haya señalado que es una preocupación
prioritaria. Podemos especular sobre denuncias y luchas por el poder, pero el
hecho es que está ahí, como línea prioritaria:
Tackling corruption is high on the agenda of the 18th National Congress
of the Communist Party of China, a congress spokesman said on Wednesday.
Cai Mingzhao set out the importance of the anti-graft campaign,
following the Bo Xilai and Liu Zhijun cases, at a news conference in response
to a question from China Daily.
"The problems of Bo and Liu are serious
corruption cases among leading Party cadres, and the lessons are profound,"
Cai said.**
China necesitará una prensa con capacidad de denuncia,
independiente, si quiere combatir con eficacia la corrupción. Si no las
probabilidades de denunciar muchos de los casos —que son constantes [ver entrada]— estará en función de intereses colaterales en
que caigan unos u otros. La corrupción, como está ocurriendo, será más un problema del pueblo con sus dirigentes, que de los dirigentes entres sí. Es la consecuencia de ese crecimiento del sentido ciudadano.
Los problemas de China, como los de cualquier otro país,
pasan por la necesidad de dejar en evidencia pública a las personas corruptas,
el castigo ejemplar —que no resulte rentable a nadie—, la limpieza a fondo de
las tramas existentes para evitar que sigan y, especialmente, el interés de la
ciudadanía porque no se permitan o reproduzcan los casos que se salgan a la
luz. No se puede bajar la vigilancia, pues el acoso es constante porque la
tentación es permanente.
Los silencios son los mejores caldos de cultivo para la
corrupción. El otro medio favorable es el partidismo, la ceguera exculpatoria.
El exceso de comprensión para los casos propios y la virulencia contra los de
los demás acaban convirtiendo la vida política en un rifirrafe sin fin, en un
adormecedor coro de gritos del que el corrupto se beneficia porque sabe que sus
correligionarios le defenderán hasta el límite porque piensan —erróneamente—
que así se defienden todos. Nadie debe defender al corrupto porque va contra
todos.
Hoy la corrupción tiene muchas y poderosas formas. No solo
vulnera la leyes; también puede llegar a crearlas mediante la presión de los lobbies
y la entrada de los intereses particulares frente a los de la ciudadanía. Todo
aparenta ser legal porque lo es, aunque no sea justo. Esa forma de torcimiento
de lo legislativo en su origen, es uno de los males que más avanzan en el seno
de las grandes instituciones. Es otra forma de corrupción que tiene muchas
bendiciones. Legislar sin justicia, es también corrupción.
No hay mejor arma contra la corrupción que una prensa independiente,
con capacidad de denuncia, por muy ruidosa que pueda ser. Un solo periódico
independiente y valiente en sus denuncias, justifica mucho otro ruido. Por eso
la corrupción de la propia prensa, su sometimiento no a los fines de la
sociedad en su conjunto sino a los intereses económicos o políticos, es uno de
los grandes males de un sistema democrático.
En el principio es la denuncia —que implica una conciencia—,
salga de los ciudadanos, de los medios o de la acción conjunta de ambos. Tras
ella, la eficacia de los tribunales; la investigación y la sentencia. La prensa
vuelve al comienzo dando luz ejemplar a las condenas. Los países perfectos solo
existen en los folletos y anuncios de las campañas turísticas. No hay que buscar paraísos; solo ciudadanos responsables y exigentes e instituciones transparentes. La combinación de ambos factores ayuda a mejorar.
* "Es preferible el ruido de los periódicos al silencio
de tumba de las dictaduras” El País 8/12/2012
http://internacional.elpais.com/internacional/2012/11/08/actualidad/1352351300_024482.html
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