Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Somos
incapaces de crear puestos de trabajo, pero somos punteros en crear diversión.
"Diviértete" es el nombre de la empresa responsable de la macrofiesta
en la que murieron tres jóvenes en la noche de Halloween y otra pocas horas después. ¡Diviértete! Toda una
declaración de principios. Macrofiestas y minijobs; pagas mucho por divertirte y no
cobras casi nada por trabajar. Las grandes colas en España son las del paro y las de la
entrada en las macrofiestas. En ambas están los mismos mayoritariamente: los
jóvenes. Nuestro decálogo nacional (en esto sí hay acuerdo) se resume en un único
mandamiento: "¡diviértete!".
La
hipótesis de la bengala se diluye en la del exceso de codicia, la falta de celo
y el asalto proletario del botellón cercano. Empobrecidos, las diferencias de
clases se han traducido en los que se divierten dentro y los que se divierten fuera;
entre los que tienen dinero para pagar una entrada y los que se conforman con
escuchar la música desde fuera en el botellón alternativo. Ya no se asalta la
Bastilla, ni el Palacio de Invierno; se toma al asalto la macrofiesta de pago.
Busquen
culpables si quieren; pero culpables lo son todos. Unos por una cosa y otros
por otra, con los matices y distinciones legales y de eficacia que quierab, pero moralmente lo somos
todos como sociedad por lo que no somos capaces de dar y por lo que ofrecemos a
cambio. Frente al trabajo, diversión.
¡Diviértete!, tiene valor de patriótico imperativo kantiano.
No
damos trabajo a los jóvenes; les damos la posibilidad permanente de vivir en
esta diversión para mantener el "engranaje del ocio", los negocios
del entretenimiento que nos convierten en un gigantesco centro recreativo que
vive de festivos, puentes, fiestas patronales, eventos, etc. ¡Diviértete!
Mientras,
se suceden las noticias de EREs y despidos, único camino a la recuperación, según
nos dicen. ¿La recuperación de quién? Con una población cada día más
empobrecida, con menor poder adquisitivo, la competitividad se hace a costa del
despido, del recorte de personal que no hace sino reducir la capacidad del
conjunto, hacer que bajen los precios, quedando nada más que una opción: mandar
al paro a unos y condenar a la explotación con sueldos mínimos a los que quedan.
Queda poco para vivir y menos para comprar. Pero debe quedar algo para la diversión.
Cada
vez hay más mango y menos sartén.
Los
datos nos dicen que se sigue destruyendo empleo estable y que lo que va
quedando es una sociedad precaria y endeudada en la que cada vez será más
difícil sostener los niveles de seguridad alcanzados porque los que trabajen no
podrán aportar suficiente para mantener en funcionamiento el conjunto del
sistema. No se trata solo de las pensiones; es el conjunto del sistema.
El
fracaso en obtener algún tipo de beneficio sin despedir gente está convirtiendo
España en un gigantesco solar en el que se vive de celebración en celebración
porque es a esta industria a la que se le ha otorgado el dudoso honor de sacar
adelante al país. Y lo ha hecho por retirada de las demás, por destrucción del
tejido industrial, poco a poco, sin pausa, ante la ausencia absoluta de algo
digno de ser llamado política económica, gobierno tras gobierno.
Nos lo
acaban de indicar: España será el país que más tardará en salir de la crisis en
la que vive la eurozona. La pregunta es ¿por
qué? Eso es lo que hay que preguntar y preguntarse. ¿Cuál es nuestro error,
por qué no podemos recuperarnos de una crisis que todavía no hemos acabado de
entender porque no nos la acaban de explicar? Hay motivos para no hacerlo, porque no es más que la natural consecuencia de las nefastas políticas seguidas
por nuestra clase política con la creencia de que la economía se puede dejar a
su aire, que el mercado se autorregula, que hay que intervenir lo menos
posible, etc.; la consecuencia es la debilidad de una economía que no logra
recuperarse por falta de fuerza productiva.
El FMI
nos da un buen consejo: si no invierten no saldrán adelante. Hay que ser
necesariamente keynesianos ante un sector empresarial atomizado o volcado en
negocios de pelotazos o de temporada o ante una inversión extranjera cuyo
compromiso social es nulo y que busca sus propias gangas a la baja. Con
recortes solo no salimos de esta; seremos pulcros cadáveres, adecentados para
los que vengan al funeral y la subasta ruinosa de lo poco que quede.
Los
periódicos nos presentan al mediodía la imagen de una mujer que se ha suicidado
en Baracaldo* arrojándose por el balcón de la que había sido su casa. Mientras
los funcionarios del juzgado subían por la escalera para ejecutar la orden de
desahucio, ella se arrojaba al vacío desde el cuarto piso. Tenía 53 años y
llevaba treinta trabajando en la misma empresa. Dejó de pensar que tenía una
vida por delante.
Su
cadáver yace bajo la ventana, en el jardín que rodea la casa. En una pintada en
la pared, junto al cadáver, está escrito "Hell".
¡Diviértete! Si puedes.
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