Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Del
recuerdo de los muertos al negocio de la muerte festiva, Halloween se ha ido
introduciendo en nuestra forma de considerar la fecha del primero de noviembre, el Día de todos los Santos. Creado para recordar a los santos "olvidados", nos hemos vuelto a olvidar de ellos. Es un gran negocio. La prensa daba la noticia de que los norteamericanos se
gastarían una media de ochenta dólares por persona en sus celebraciones.
También hemos sabido que el disfraz favorito —al menos en eso han insistido—
era el del Ecce Homo español. Nuestra
aportación a calabazas iluminadas, calaveras, vampiros, hombres lobo, zombis,
etc., ha quedado garantizada para la posteridad. Advertimos que lo de nuestra
pintora más famosa estallaría mundialmente y así ha sido. Ahora solo falta que
se refleje en nuestra balanza exterior y que no se queden con el benificio.
La
prensa nos cuenta hoy que tiene su mejor resultado en toda la época euro*. Pero
los resultados, a tono con la fecha en que se hacen públicos, tienen un poco de
"muertos vivientes", caminan pero de la tumba a casa y de casa a la
tumba, sin demasiados "brotes verdes", sino más bien con un verde
cadavérico y sospechoso. Nos dicen que el buen resultado es porque vienen más
turistas y porque exportamos más. La mala noticia es que exportamos más porque
tenemos menos dinero para gastar y la mercancía emigra allí donde hay alguien
con algo de dinero en el bolsillo para gastar, o sea, los otros. El turismo,
por el mismo motivo, llega ante la bajada de precios por la falta de tirón de
la demanda interna, que deja las mesitas libres para que las ocupe quien las
pueda pagar. En fin, está bien que algo vaya bien aunque sea porque otras van
mal.
De
todas formas, aunque haya que exportar no por poderío sino por necesidad, España
es el país del "Y no estaba muerto, que no / que estaba tomando
cañas", canción profética que revela nuestro destino de zombis
alcoholizados por la necesidad de mantener abiertos tascas y chiringuitos y
beberse lo que te ofrezcan para que el sector siga tirando y hacerte polvo es
estómago de tomar tanto picante, tantas "bravas" y boquerones con
ajito. Halloween no se acaba aquí; sigue. Sigue, como sigue esa marcha zombi que se celebra en Madrid y otros lugares desde hace años y que ABC llamó en su momento "morgue viviente". Pero no estaban muertos, que no, tomaban cañas.
Nuestro
sistema educativo ha introducido la obsesión del Halloween en los niños para
que se vendan disfraces y calabazas, para que se organicen fiestas y saraos.
Hemos pasado de las flores, huesos de santo y los buñuelos tradicionales, a las
macrofiestas —con tres muertos por avalancha este año— y demás saraos, incluidos recorridos ciclistas disfrazados. De la tradición a la moda, de la visita a los difuntos
a disfrazarse de muertos, de la festividad a la fiesta. Vivimos de ello; no es
vicio, es necesidad. Es en vacaciones cuando más se contrata y no al contrario. Lo paradójico tiene su lógica.
El
español leal a su patria descafeinada y fragmentaria o werteriana —no del Werther
de Goethe, sino del ministro Wert— debe ser fiel sobre todo a las fiestas y
celebraciones ya sea por lo religioso o lo pagano, que a efectos de caja son lo
mismo, euritos contantes y sonantes. Desde fuera, los demás países no entienden
que son ellos los que nos han condenado a la "fiesta", palabra que
entrecomillo porque ha dejado de ser española y ha pasado —como "guerrilla"
y "siesta"— a ser parte del vocabulario internacional, de aquello que
todo el mundo entiende se diga con el acento que se diga, en los Balcanes o en
los Urales, en los Alpes o en los Andes, en Nueva York o en Gandía.
No somos
felices pese a tanta fiesta; somos un espacio de felicidad recreativa, un bingo, un balneario, un
campo de golf, una degustación... Tenemos la sonrisa del dependiente ante el cliente, la del
"show debe continuar", la de "la procesión va por dentro",
la de "que no cunda el pánico". Esa sonrisa.
Quieren
quitar los "puentes". ¡Están locos! ¿Quieren hundir nuestros sectores
más productivos? ¿Evitar que la gente viaje, vaya a restaurantes, salga por las
noches porque al día siguiente no tienen nada que hacer? Para quitar los
"puentes" sin que se resienta nuestra economía antes deben cambiar
nuestra economía, que no dependa mayormente de lo que se hace en los fines de
semana y festivos, sino de lo que se hace de lunes a viernes.
Mi
universidad, por aquello de los recortes, ha dejado de mandarnos aquellos
calendarios con todo el curso, llenos de recuadros rojos indicando los festivos
nacionales, locales, universitarios y patronales de cada Facultad. Una alegría
para la vista, oiga, todo rojo, como un campo de amapolas tras la lluvia de
primavera. ¡Daba gloria verlo!
Atacada
por una sobriedad medieval a tono con su origen, nos los mandaban por correo,
en un archivo para que los imprimiéramos. Teníamos así unos deprimentes
calendarios grises, pequeñitos, en A4, sacados por tristes impresoras bajas de
tóner. ¡Una depresión! Menos mal que a alguien se le ocurrió volver a la
alegría roja, la de los festivos coloreados, aunque fuera sacando fotocopias en
color. Y la esperanza volvió al ánimo de todos. Ya podíamos quedarnos
embelesados, lanzar sonoros suspiros de vez en cuando, mirando aquellos recuadritos
de color rojo repartidos por la superficie anual. Podemos soñar con viajes aunque
sean cada vez más cerca, es cierto, por falta de recursos. Siempre viajar,
aunque sea dando un vuelta a la manzana, aprovechar el puente.
En
España, los únicos números rojos que se agradecen son los del calendario.
* "La balanza por cuenta corriente
arroja en agosto el mejor resultado de la era euro" El País 1/11/2012
http://economia.elpais.com/economia/2012/10/31/actualidad/1351684782_712500.html
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