jueves, 2 de junio de 2011

Generación de nadie

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Comienzan los primeros pasos hacia la deslocalización de las plazas ocupadas por los movimientos indignados. La ocupación solo podía ser un primer momento de un proceso que debe oscilar necesariamente entre el acto y el sentimiento, entre la propuesta concreta y la actitud general.
A diferencia de los que ha ocurrido en los países árabes en los que la indignación ha llevado a sublevaciones de la población contra dictaduras crueles, corruptas e inmovilistas, el problema de los países europeos es muy otro. La indignación tiene un fondo común en el sentimiento de que hemos generado un sistema cada vez más deshumanizado, que se han debilitado parte de los derechos de la ciudadanía al sustraérsele la capacidad de decisión en muchos ámbitos, y la inercia endogámica de los partidos, que han convertido la vida política en una cuestión interna. Es a partir de la percepción social de estos tres estados imprecisos de donde surge la interpretación y valoración de los problemas reales: el desempleo, las malas condiciones laborales, la corrupción, los defectos de representatividad de los sistemas electorales que no se corrigen, mal funcionamiento de la educación, deterioro de la sanidad y la justicia, etc. Se interprete como se interprete, no ha habido sector en estos años que no haya avisado de los problemas. Pero siguen ahí. La acusación general es que no ven la respuesta debida en los políticos.
Comentando la situación con personas que vienen de países con otros tipos de problemas, les extraña el nivel de la queja española. Y es cierto que en España se ha avanzado y muchas cosas funcionan, pero aquí el problema no es como el de los países árabes, por ejemplo. Sin embargo, eso no quiere decir que no exista una percepción social de que nuestro sistema político y económico se ha estancado en un punto al que le han llevado sus propios errores. Lo que la gente está demandando —y no solo los acampados— es un giro en las actitudes para que puedan enfrentarse los problemas reales desde perspectivas distintas, más acordes con la sensibilidad general. Distingo perfectamente la diferencia que hay entre el malestar general y la diversidad de soluciones posibles; pero también es necesario distinguir entre la sordera institucional y la incapacidad real de ofrecer soluciones. Lo que se está repitiendo desde muchos lugares es que hay que empezar a actuar de otra manera si queremos resolver algún día nuestros males de fondo, que llevan más de veinte años sin solución; que a muchos no nos gusta el rumbo general que, unos y otros, han ido dando a este país. Reclamamos un país y no un mercado; un país para identificarse más allá de una selección nacional.


La deslocalización del movimiento de indignados en las plazas es un paso. Los políticos harán muy mal en convertirlo simplemente en un problema de acceso a los comercios de las zonas y malestar entre los vecinos, que estoy seguro que los acampados son los primeros en lamentar. Los que pasaron por las acampadas los días inmediatamente anteriores a las elecciones pudieron ver un espectáculo de diversidad social, muy amplio, que incluía a jóvenes, jubilados, madres con niños…, gentes de todo tipo. Todos ellos estaban allí porque lo que perciben en sus entornos inmediatos no les gusta y querían manifestarlo con su presencia y con su solidaridad con los que allí hacían guardia. Fue un mensaje preelectoral a todos y de muchos.
El movimiento de los indignados va más allá de los que siguen acampados y los más sensatos son conscientes que el reto comienza ahora, que esto debe ir más allá de un movimiento asambleario y vecinal que se diluya en la rutina. Es un reto que nos afecta a todos.
La indignación tiene que transformarse en conciencia responsable en cada uno de los ámbitos de la vida social y política. Si la indignación surge ante la apatía y la ineficacia, la forma de cambiar es el interés y el empeño en buscar las mejores soluciones a los mayores problemas. Hay un movimiento físico, las concentraciones, pero debe haber un movimiento interno que se ha de canalizar en todas las instituciones. Está bien que se creen portales, puntos de información, wikiparlamentos, etc. Pero todo esto servirá de poco si no se rompe la inercia trasladando permanentemente este flujo de ideas hacia las instituciones que deben llevarlas a la práctica. Esto no puede quedarse en la entrega de propuestas a los políticos, constituidos en clase perenne, sino que debe transformar la propia política a través de un mayor compromiso de los ciudadanos con la vida política y con las instituciones que la llevan a cabo. Esto significa no ser indiferente en ningún ámbito y aportar lo que se pueda para el mejor funcionamiento. Compromiso y exigencia son buenas recetas para dinamizar una vida política bastante anquilosada.


He podido ver la ilusión con la que han vivido estos días muchos jóvenes a los que se les ha acusado permanentemente de apatía, de pereza, responsabilizándolos de su propia situación y destino. Esa ilusión era la que se les despertaba ante la posibilidad de cambiar algo, de salir durante unos días de un escenario de dos décadas de precariedad, de desempleo juvenil del 50%, mal pagados, infravalorados… Han construido sus pequeñas ciudades, se han organizado, megáfono en mano se han escuchado unos a otros, se han contado sus miserias y sus sueños, han soltado lo que llevaban dentro a gente que se ha sentado en el suelo a escucharles, algo que no había hecho nadie hasta el momento. Dije anteriormente [ver entrada], que la democracia también estaba en Sol, que aquello no era ni es un movimiento antidemocrático, sino un intento, por hartazgo, de ser escuchados, un mensaje al conjunto del sistema del que forman parte y tienen derecho a proclamar su queja. La discrepancia es necesaria; sin ella todo es esclerotiza.
Me gustaría que esa ilusión que he visto en muchas personas a las que estimo, que conoces su valía y su esfuerzo constante, se mantuviera en sus vidas y se transmitiera a los ámbitos en los que se les dejara desenvolverse para construir su parcela de realidad a la que tienen derecho como cualquier otra generación. No han construido un poblado chabolista, como algunos han señalado, han construido una representación del universo al que les hemos dirigido con la indiferencia.
Como profesor universitario he podido escuchar a muchos jóvenes año tras año y me ha dolido la indiferencia con la que se ha visto su tránsito hacia una vida laboral en la que se les recibía como carne de cañón, mendigando unos meses de prácticas, consiguiendo becas que, en el mejor de los casos, les permitían prolongar una larga vida estudiantil convertida en agonía ante la ausencia de expectativas. No ha sido un poblado chabolista; ha sido un oasis de desesperación en medio de un desierto de insensibilidad.
Hay una generación de nadie, como hay una tierra de nadie. Los problemas que ellos han padecido durante dos décadas se han extendido a muchos otros sectores de la vida española y es entonces cuando todo ha estallado, cuando la indignación revienta. Pero los problemas estaban ahí para los que quisieran verlos y escucharlos. Ahora los hemos visto y escuchado.



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