Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El verbo “representar” es muy rico en matices y esencial en la democracia. Es también importante en las artes y en otro ámbitos, como el jurídico.
Un abogado “representa” a su cliente. Significa que está obligado a cuidarse de él lo mejor posible, representándole a él y a sus intereses hasta donde está autorizado. Un actor “representa” una obra en el escenario. Las palabras que dice no son suyas, son las de un autor al que debe respeto. El actor, además de representar, "interpreta", que es una dimensión diferente del mismo acto. Es la faceta creativa que el actor tiene respecto al texto, la forma que tiene de traducir a acción, gesto o matiz lo que debe representar. Tanto el abogado como el actor representan porque no tienen una “voz propia”. Cuando están donde están, hablan en nombre de otros, representan. La inmunidad parlamentaria solo tienen sentido cuando se entiende que hablan en nombre del pueblo, no en el propio.
Por eso la soberanía siempre reside en donde reside, en el pueblo, y los representantes hablan y deben hablar por y con su voz. Cuando un actor no dice el texto de la obra o un abogado no sigue las instrucciones de su cliente, no les está representando, por más que así figure oficialmente y estén allí para eso.
Nuestros políticos, democráticamente elegidos, nos representan legal y legítimamente, pero al igual que los actores o abogados pueden hacerlo bien o hacerlo mal e incumplir su mandato representativo.
Paul Cezanne: El abogado |
Evidentemente, la representación de los políticos no es ni la de los abogados ni la de los actores. Ellos no consultan diariamente con sus clientes, ni memorizan sus papeles para sus representaciones. Cada cierto tiempo, los representados juzgan si lo han hecho bien o mal. La crítica que se lanza contra los políticos cuando se dice “no nos representan” tiene varias lecturas y niveles. No hay duda que son los representantes electos y deben cumplir su función dentro del sistema. Pero de lo que tampoco cabe ninguna duda es que el pueblo no tiene ni debe mantenerse callado entre periodos electorales. Y así lo recoge, a través de las garantías de los derechos de expresión y manifestación, la Constitución. Todo ciudadano tiene el derecho de decir que “no se siente representando”, como queja, sea cierto o no, porque no se trata aquí de probar nada, sino de ejercer y manifestar una voluntad que es libre, racional o incongruente si se desea. El mejor representante es el que interpreta bien la letra del texto sacándole la mayor riqueza de sentidos, como un buen actor, y el que mejor defiende los intereses de sus representados, como el buen abogado.
¿En qué sentido decimos, pues, que “no nos sentimos representados”? En primer lugar, en muchas de las decisiones que toman, que no provienen de la gente, no tienen su aval. Los programas son muy simples, se ha hecho una democracia sin demasiadas explicaciones, carente de pedagogía, tecnocrática y demagógica simultáneamente. La pedagogía es algo esencial de la democracia. Ciudadanos mejor formados afinarán más en la comprensión de la política y de las decisiones, elegirán mejor. Los políticos han hecho lo contrario.
Los medios son también responsables de esta simplificación, por supuesto. También deben hacer pedagogía, pero pedagogía crítica. Desgraciadamente, existen demasiadas connivencias entre políticos y medios. Hay demasiado periodista convertido en portavoz oficioso. Igual que el político puede incumplir su representación, también los medios lo hacen cuando olvidan que, además de empresas, son formadores de la opinión pública. El nivel político de una sociedad también se mide por la calidad de los medios y de su forma de relacionarse con el poder. Por eso tiene la libertad de prensa el valor que tiene, porque es garantía para los ciudadanos. No siempre se hace así. Y también lo pagamos todos en una democracia de bajo perfil.
“Representar” o “ser representado” no es lo mismo que “sentirse representado”, que implica, además del elemento legal, el elemento de reconocimiento y satisfacción. No basta con ser representados, hay que sentirse “satisfactoriamente representados”. Y esto significa dejar de confundir populismo barato con proximidad a la ciudadanía. La queja de la gente, además de muchas otras cosas, es que se ha perdido la “empatía” política, que también tiene que ver con ese sentimiento de la representación.
Cuando ha estallado la crisis, lo que antes era indiferencia o hartazgo, se ha convertido en indignación y crispación. Todo proviene de esa sensación de que quien tiene que resolver tus problemas no lo hace. O, si se prefiere, que las soluciones que se quiere aplicar no hacen que la gente se identifique con quien las propone y lleva a cabo. “No nos representan” quiere decir “no nos gustan las soluciones que ofrecéis”, son las “soluciones de otros”. Es difícil satisfacer a todos, lo sabemos, pero es que aquí no hay nadie contento.
Con su distanciamiento, los políticos han convertido el Parlamento en un ministerio. Y un parlamento tiene que estar vivo. Los parlamentarios tienen que visitar escuelas, hospitales, parques, empresas…, pisar el tejido vivo de la sociedad. Y, por supuesto, fuera de las campañas electorales, como acto cotidiano de interés y no como busca de votos. Han matado el Senado porque las estrellas de la política, las grandes figuras de nuestro star system político, tiene que vivir de golpe mediático en golpe mediático y hacen girar todo sobre ellos. Los partidos no admiten protagonismos más allá de su líder único. Vivimos un culto al líder auténticamente bochornoso. No es exclusivo de aquí, pero no nos debe servir de consuelo. Reducir personas e ideas a logotipos, siglas, cejas y demás zarandajas no es bueno. Las técnicas de imagen han producido estos líderes políticos asesorados en los beneficios de la vaciedad y la palabrería, que cultivan más el ingenio y el rifirrafe que otra cosa.
Lo que dicen los ciudadanos, lo dicen también los militantes de los partidos, que se han visto reducidos a comparsas en los mítines, a figurantes mediáticos para arropar al líder en los planos generales. Hace falta que ellos tomen las riendas en sus respectivos partidos y saquen del encierro a sus políticos o fomenten la aparición de otros que vengan con ideas nuevas y ganas de representar/se. Un político debería ser alguien que ve y vive los problemas —propios y ajenos— y lleva sus propuestas de soluciones con el apoyo de los que confían en él a todos los escenarios en los que sea posible lograr un acuerdo para resolverlo.
No basta con tener instituciones democráticas. Es necesario verlas vivas, capaces de ser partícipes de los problemas reales de la ciudadanía. Hace mucho que ese sentimiento no se tiene. Sus señorías deberían pensar con paciencia y dedicación por qué, si ellos dicen que trabajan muy bien por nosotros, los ciudadanos no lo perciben mayoritariamente así.
Ha dicho en el Parlamento la diputada del PSOE Victoria Monteseirín:
“Señorías, la inmensa mayoría de los 350 diputados que estamos en esta Cámara hacemos bien nuestro trabajo, con rigor, con honestidad, con criterio, consecuentemente con nuestra ideología y con el partido al que pertenecemos y respondiendo a los ciudadanos a los que representamos; sin embargo la apreciación pública de este trabajo es totalmente contraria hasta el punto de que nos hemos convertido en un problema en la percepción social de la ciudadanía. Esto es lo que nos tiene un tanto perplejos y creo que en la interpelación y moción subyace esta perplejidad. La pregunta es, ¿qué ha pasado? Ha pasado que los poderes no democráticos, los mercados, las finanzas y sus malas prácticas alejadas en su día del control público han trabajado contra nosotros. No rinden cuentas, no explican sus programas, no se someten a ninguna elección; no obstante han dirigido su atención hacia nosotros que sí rendimos cuentas mientras ellos se pasean arrastrando derivados tóxicos que han contaminado el sistema financiero, el político, el social y el económico.”*
En esta intervención, muy sentida y lúcida en muchos aspectos, la pregunta“¿qué ha pasado?” debería ir más allá, porque se queda corta. Existe una “ceguera”, un “misreading”, que diría Paul De Man, que les impide ver ciertas cosas que afectan a los mecanismos de los propios partidos. La respuesta, ya que lo pregunta, es que hay mucha gente que cree que esos “poderes” no han trabajado contra ustedes, sino a través de ustedes, voluntaria o inocentemente. Seguramente le parecerá injusto, pero la vida lo es muchas veces.
* “El congreso responde a los indignados” El País 22/06/2011 http://politica.elpais.com/politica/2011/06/22/actualidad/1308737553_649602.html
La indignación se ha dirigido hacia la "clase política" |
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