Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Basta con lanzar una mirada a cualquier noticiario que se ocupe de lo que ocurre en el mundo —no todos lo hacen, aunque lo digan— para comprobar que nos encontramos en un momento bastante complejo en casi todos los órdenes. No es solo una crisis económica, sino que con esta se han entremezclado otras. Con la palabra crisis no hacemos más que realizar un juicio nominal de valor, asignamos límites artificiales a la realidad. Al hablar de crisis económicas, políticas, humanitarias, etc. no estamos más que definiendo los términos en que comprendemos o queremos plantear un problema de la realidad.
La pregunta que nos hacemos es ¿podemos controlar lo que ocurre? La ilusión del control es una de las fantasías más persistentes del ser humano, una de sus pretensiones y deseos más firmes. Entre el destino y el azar, el hombre ha tratado de crearse un espacio de decisión que salve su ilusión de control. El destino supone la ausencia de control, ya que todo está en manos de fuerzas ajenas; y el azar, en el otro extremo, supone el reino de lo imprevisto. Los seres humanos hemos tratado de luchar en nuestra historia con estos dos conceptos de difícil manejo.
Para tratar de darnos una salida, hemos construido el moderno concepto de “caos”. Bajo el caos es posible manejar lo imprevisto sin que esto se considere como fruto del azar. De hecho, las teorías sobre el caos tienen carácter determinista. En el caos subyacen leyes que desconocemos pero que, por ser leyes, podríamos llegar a conocer. En última instancia, podemos manejar el mundo en términos de información conocida e información desconocida. A esta última es a la que le asignamos es valor caótico que tratamos de reducir para convertirla en “ley”, en lo conocido.
Los problemas surgen entonces por dos extremos. Hemos tenido que renunciar a nuestros antiguos conceptos absolutos de “leyes”, acogiendo en su seno elementos probabilísticos, y nos hemos abierto a la idea de “complejidad”, considerando que el aumento de las relaciones o interacciones entre elementos hace crecer el impacto de lo imprevisto y hace manifestarse nuevos elementos “emergentes”. La meteorología, por ejemplo, es más imprecisa en sus pronósticos cuanto mayor es el periodo de tiempo de la previsión. Las leyes de los fenómenos atmosféricos son conocidas, pero la aplicación es más o menos precisa en función del tiempo que pretendamos abarcar.
Ante estos planteamientos, nos preguntamos de nuevo ¿podemos controlar el mundo; podemos tomar decisiones con mayores márgenes de seguridad o los estamos reduciendo? Dejando de lado la Naturaleza que se nos revela cada día más simple en sus leyes y más compleja en sus desarrollos, en nuestro mundo humano —social, cultural, político, en todas las dimensiones— asistimos a un aumento de la complejidad. Puede que, como en otros campos, también la idea de “límites” sea pertinente aquí y que estemos llegando a un nivel de complejidad que nos cueste manejar, en el sentido anterior de cantidades de información desconocidas.
Tenemos un ejemplo claro en Europa y en la crisis que estamos viviendo. En lo político, el crecimiento hace más complicado encontrar líneas que pongan de acuerdo a los diferentes países miembros. El crecimiento de la Unión tiene que apoyarse en una mayor capacidad de comprender los efectos de las medidas sobre la totalidad. Lo ocurrido estos meses con el “Espacio Schengen” o con los “rescates económicos” son ejemplos. Los llamados efectos de “contagio” nos muestran igualmente los problemas sistémicos de las relaciones entre partes organizadas. Son el lado negativo de las interacciones dentro de un sistema. Normalmente estos aspectos se soslayan para convencernos que caminamos hacia la “perfección”, cuando en realidad —al margen de las ventajas que se resalten— nos dirigimos a un mundo de mayor incertidumbre por aumento de la complejidad.
La globalización económica y la mundialización, por otro lado, han supuesto un aumento enorme de las zonas de incertidumbre porque no podemos controlar la totalidad de información necesaria. El número de elementos que pueden afectar al sistema aumenta exponencialmente, aumenta su sensibilidad, y no es fácil controlarlos todos. Nunca se han reunido tanto nuestros políticos mundiales como ahora. Es el intento de rectificar de forma permanente lo que la propia tendencia del sistema dispersa y de tratar de evitar las apariciones de elementos imprevistos. El problema es que ese elemento imprevisto tiene unas veces la forma de brotes de soja y otras las de barcos cargados de refugiados.
Hemos hablado en ocasiones del crecimiento de la importancia de un concepto que trata de traducir un valor totalmente subjetivo, la “confianza”. En los últimos años se han desarrollado todo tipo de investigaciones para desarrollar “indicadores de confianza” que puedan ser reducidos numéricamente y procesados para obtener información. Al final han dejado de ser “indicadores” y se han convertido en auténticas “tiranías”, ya que son los que marcan los movimientos reales de los mercados. El aumento de tamaño de los mercados es otro ejemplo de cómo aumenta la complejidad y, por tanto, el riesgo, que también se globaliza, como bien señaló Ulrich Beck. El premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz habla directamente de situaciones de “información imperfecta” en los mercados. Ese es el elemento de riesgo que se suma al ya existente de por sí en cualquier mercado. En gran medida es este aumento de la complejidad y consiguiente el descenso de la información lo que ha convertido en altamente especulativa una parte importante de nuestra economía. Los efectos sobre unos mercados unificados nos hacen preguntarnos si las crisis que padecemos son crisis del sistema o si es este el modelo al que nos dirigimos: un sistema de alta incertidumbre y de permanentes apuestas especulativas fuertes que hagan tambalearse los sectores y países en el objetivo de los inversores. Las peticiones de aumento de la regulación por parte de los dirigentes de algunos países importantes en el contexto internacional en este punto nos permiten intuir que es esto lo que está ocurriendo. Un ejemplo lo tenemos en la actual crisis de los alimentos, otra maniobra especulativa que afecta a millones de personas en todo el mundo.
Aumentar de tamaño las unidades, crear grandes organizaciones mundiales, etc. se nos presenta como una ventaja y es cierto que las tiene. Pero aumentar el tamaño y no aumentar los mecanismos de control para evitar que los desastres sean globales y arrastren a todos es suicida e irresponsable. Existen ventajas en el crecimiento, pero también impone peligros, de los que no se nos habla casi nunca. La tendencia a ocultar los males posibles del crecimiento solo es comparable con la estupidez de no planteárselos. Son los compartimentos estancos los que salvan al barco de su hundimiento.
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