sábado, 18 de junio de 2011

Que no le llamen pasivo


Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La cosa empieza a ser un poco cargante. El mensaje se repite una y otra vez: la culpa de la crisis es suya. La culpa la tienen usted y usted y usted. Te lo dice el señor de un banco y el chaval con camiseta cool al que invitan a hablar a personas que se dejan sus últimos euros en asistir a conferencias en las que se les dice que si quieren, pueden. Y el mensaje se sigue repitiendo entre bromas, porque están los “emprendedores”, ese regalo divino, mezcla de ingenio y arrojo, de creatividad y rebeldía prosistema, y luego está el resto, la masa, los que se dejan atraer hacia el fondo de la tierra porque su fuerza de escape vital no da para más.
La visión implícita es que el mundo está lleno de imbéciles, apáticos, seres sin voluntad e iniciativa, a la espera de mesiánicos enviados, genéticamente distintos porque una pequeña mutación —la mutación E— en un gen les hace de una pasta distinta a los demás. Gracias a esta mutación, la Humanidad avanza. Es una versión empresarial del “genio” romántico. Si, además de triunfar, lo cuentan, se les llama “gurus” y te cobran un pastón por escucharlos.
Uno realmente no tiene nada contra las personas a las que se les ocurren buenas ideas y estas se traducen en buenos hechos. Todo lo contrario, el reconocimiento del genio es una tarea importante para todos. Pero el mensaje que se envía en esta nueva versión es perverso porque viene a decir que la gente está así porque le resulta más cómodo. Ese reproche permanente a la gente empieza a ser inmoral teniendo en cuenta las circunstancias: la culpa es tuya porque no te reciclas, la culpa es tuya porque no cambias de ciudad, la culpa es tuya porque no aceptas la rebaja de tu sueldo, la culpa es tuya…
La ceguera y maldad de este discurso bipolar es que solo considera “emprendedor” al que triunfa y nos los propone como modelo. Los parados de cualquier país son también el resultado de los errores de los emprendedores políticos, financieros y empresariales. Verlos como las personas que traen soluciones, pero que nunca se equivocan o traen problemas, es de una ingenuidad de tal calibre que asusta. Sí, asusta el infantilismo que se esconde tras esas personas simpáticas, de despachos informales, que asisten a las reuniones con deportivas, luciendo grandes sonrisas y te miran diciendo “si quieres, puedes”. Porque hay mucha gente que quiere y no puede.


Como siempre nos sacan y nos proponen a los que no están en números rojos, todos nos cuentan las mismas historias —la de la buena idea, el préstamo de sus padres, el pequeño ordenador…—. Son historias que cuentan divertidos, entre risas, mostrando la incomprensión de sus compañeros; ellos estaban en otra onda, ellos vieron la luz. Pero a ellos les va bien y lo cuentan. E interesa que lo cuenten.

Pero siempre se les escapa algo: que ellos están ahí porque a otros les ha parecido bien y rentable lo que les proponían. No estimulan la aparición de emprendedores para que haya más trabajo; lo hacen para que haya mayor beneficio, que es lo que se busca tras el estímulo de las ideas. En el fondo, es lo único que mueve estas iniciativas. Quieren tener más donde elegir. Saben que cuantos más proyectos se presenten, la selección final tendrá más posibilidades de ser rentable. No hay compromiso alguno, solo cálculo.  No es emprendedor quien quiere, sino aquel en quien confían. No les aman. Solo los promocionan como imagen del éxito y los colocan en listas anuales y les dan premios. Son el estímulo para encontrar gente que les haga ganar más. No hay nada más y no hay que esperar más. Lo llaman “poner en contacto ideas con inversores”.
Es necesario que haya personas de iniciativa, con capacidad de proponer buenos caminos. Pero el discurso con el que se está vendiendo esto —que no necesita ser vendido por obvio— no es más que el recubrimiento glamuroso de los procesos de selección para que alguien que tiene dinero lo invierta en una buena idea, definiendo “buena” como la que te hace ganar algo más. Que triunfen, sí, pero que no te llamen idiota o pasivo, que viene a ser lo mismo.
Es lo de siempre. Pero para esto no hace falta echarle la culpa a la gente, responsabilizarla de las crisis que no ha causado, llamarla pasiva, etc. Sobre todo cuando te interesa que sea la más pasiva sobre la faz de la tierra cuando acepta recortes, bajadas de sueldos, cierres de empresas, etc. ¿Activos?, los justos, ni uno más.
Así que la próxima vez que alguien se le presente sonriente y simpático diciéndole que la culpa de la crisis que vivimos la tienen las personas pasivas como usted, demuéstrele que no es cierto y hágale emprender el camino de vuelta a su casa enseñándole la puerta.



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