Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Veo en
las noticias de RTVE el debate entre el ministro del Interior y un diputado del
PNV. El tema del debate, bastante pacífico para lo que son estos tiempos
discutidores, es la foto del DNI. Puede parecer una trivialidad, pero el hecho
es que lo hacen. El argumento tras la pregunta es que el hecho futuro que sea
en los centros de expedición del documento donde se realice la fotografía
digital afectará al sector que hasta el momento se ocupa de esta tarea, ya
fuera en tiendas o en fotomatones, objeto este último que, por cierto, no
aparece en las palabras intercambiadas.
El
argumento es que "afecta" al destino del sector y, por ende, a miles
de familias. No sé cuántas familias se ven afectadas pues todo queda en tantos
por cientos, que es la forma habitual de esconder los datos. Se habla de que
puede afectar en un 10% según el ministro, mientras que en información más
amplia sobre este hecho, se nos explica que:
Ante esta situación "perdemos todos, el
ciudadano, el fotógrafo y el Gobierno porque se van a perder miles de puestos
de trabajo, muchos autónomos van a tener que cerrar", advierte José Luis
Pozo, presidente de la Federación Española de Profesionales de la Fotografía y
de la Imagen (FEPFI), que explica a RTVE que han pedido una reunión a Interior
para ponerse a su disposición, colaborar y adaptarse a la expedición del DNI
4.0 "sin dejar de lado al sector" y que están pendientes de una
respuesta.
El presidente de EUFoto, Empresas Unidas del
Sector Fotográfico, Juan Mendizábal, responde a las afirmaciones de Marlaska
que el dato del 10 % de la facturación de los DNI correspondería a los ingresos
por el total de productos (cámaras, marcos, álbumes), pero que para las
"tiendas de barrio", el DNI representa más de un 30 % del negocio y
en algunos casos hasta el 50 %.*
La
presentación del DNI 4.0 por parte del ministro ha debido marcar algún nivel de
modernidad y quizá le haga pasar a la historia de la innovaciones. No lo tengo
tan claro.
Debo decir que, de salida, este exceso de fe en el teléfono móvil empieza a ser peligroso. No se trata de que te lo roben o no, un riesgo evidente (aunque te pueden robar también la cartera con el documento). Se trata más bien de dar por hecho que todo el mundo tiene móvil y que todas las gestiones se deben hacer de forma digital, cumpliendo una especie de destino sin prever que cualquier "destino" tiene sus consecuencias y que si estas no están previstas, los peligros pueden ser muchos.
La
digitalización masiva a la que se nos lanza, como síntoma de modernidad, tiene
una serie de circunstancias que sin embargo son obviadas. La primera de ellas
es la dependencia de servicios. Yo puedo, por ejemplo, enseñar mi DNI, pero si
dependo del acceso en línea, ya no tengo tanta seguridad.
Lo digo
con la experiencia que me da haber sido "perdido" para los datos de
vacunación, es decir, considerar que mi casa es mi teléfono y no el
"fijo", que se encuentra en mi domicilio, como es obvio, sino el
número del teléfono móvil cuyo número no tenemos porqué facilitar, es más, se
nos ha estado advirtiendo sobre no hacerlo durante mucho tiempo. Tuve que
enviar (como solicitaban) mis datos por correo ordinario sin efecto alguno.
Tuve que hacer llamadas a la Comunidad, donde al segundo intento, finalmente,
pase a existir y recibí fecha urgente
de vacunación en un sms. Espero que no me hayan olvidado para la segunda dosis.
También
mi banco me perdió; mandó mi nueva tarjeta de crédito a mi domicilio de hace 19
años. La explicación aquí es menos nebulosa. El cierre hace varios años de la
sucursal cercana a casa, hizo que la tarjeta llegara a mi antigua oficina y
esta mandó la tarjeta a un domicilio en el que no vivo. Me costó casi dos meses
poder tener una tarjeta. Todas las gestiones habituales son redirigidas a las
aplicaciones online automatizadas en las páginas. Eso sí, los
"gestores" te llaman para saber si quieres que te coloquen los
ahorros en algún fondo. Las oficinas que quedan solo tienen esa función, hablar
de tu dinero y cómo lo invierten.
Los
problemas de las personas mayores por la falta de atención en las oficinas y su
desvío a cajeros y aplicaciones online han sido sacados a la luz con frecuencia.
Aquí se convierte en "nativos digitales" a octogenarios en un pispás.
La
pandemia ha sido la gran excusa para evitar el contacto y por ello desviar online
muchos de los servicios que se han estado realizando de forma personal. Muchos
de ellos exigen requisitos en cadena, por decirlo así, ya que el problema de
las identificaciones automáticas conllevan una serie de carreras de obstáculos,
que van desde el uso de vpn a la firma digital, un proceso este último muy
peligroso ya que está invalidando un instrumento de identificación
importantísimo como es la propia firma. El problema de firmar documentos que
deben ser enviados online porque no se quiere tener "papeles" o
archivos o, más bien, no se quiere tener personal que tenga que gestionarlo.
La
multiplicación de actividades afectadas convierte la vida diaria, según los
sectores, es un infierno burocrático digital en el que te pasas el día
validando documentos de una forma u otra, sentado ante pantallas no siempre
bien diseñadas, sujetas a las caídas de las redes o a su colapso en
determinadas horas. Y todo esto no tiene horario, claro.
La
combinación de webs y teléfonos para aclarar, resolver, etc. problemas ha
convertido la vida diaria en un conflicto digital. Hay gente que puede vivir
feliz resolviéndolo todo con su teléfono: de las entradas del cine a la reserva
del restaurante. Hace unos días se animaba a la gente que al igual que pueden
"jugar" a sacar online tus entradas del cine que van disminuyendo de
precio según te acercas al comienzo de la sesión, se implantara esta técnica en
los bares, de maneras que pudieras recibir ofertas online de bajada de precios.
Todo se
desvía hacia una vida online. "¿No tiene nuestra app?", te preguntan
por todas partes. Sin una app no eres nadie. El problema es que no hay teléfono
que resista tanta app. "¿No ha entrado en nuestra página web?", te
dicen condescendiente. Y te pasas el día entrando en páginas que dicen
interesarse por tu "seguridad", con lo que te instalan cookies y todo
tipo de trackers, según ellos para hacer tu vida y navegación (ya no hay
diferencia) más "amigable", término que debería revisarse en el
diccionario de la RAE.
Estamos
llenos de contraseñas, de correos para distintas actividades, bombardeados por
el spam de todo aquel al que le han dicho que si no está en Internet no existe.
Y para que exista debemos saber que exista. No basta con estar, estar es ser visto,
entrar cada día en buzones. No hay otra.
Se
quejan los fotógrafos de que se les quite esa parcela y se absorban sus
funciones para este nuevo DNI que nos crea nuevas dependencias y obligaciones a
las que hay que sumar otras nuevas cada día. No recuerdo que se quejaran los
carteros y repartidores. Ya nadie mira en el buzón de casa, al que apenas llegan
cartas, solo el certificado del censo electoral, ese nunca falla y allí lo encontramos
puntualmente. Con él llegan los sobres con los votos de cada partido, que
limitados en la intromisión digital, se vuelven analógicos sin problema para
que los miles de puestos de trabajo de los que trabajan el papel, imprimen las
papeletas y las echan en nuestros buzones no falte.
Las dos
actividades que no he podido hacer online han sido (lógicamente) vacunarme y
tener que ir a votar en dos ocasiones. Para esta segunda actividad, tu cara y tu
documento con la foto siguen siendo necesarios.
Estamos
creando un laberinto online que crece día a día, en donde unas cosas nos llevan
a otras. ¿Podemos gestionar esta vida online, que ya no es por placer, sino una
obligación llena de problemas imprevistos? ¿Podemos asumir que uno de los
motivos de la digitalización es la reducción de plantilla, el recorte de
espacios, como hemos visto claramente en este año? Muchas cosas que se
digitalizan no van a volver. Las actividades que se realizan de forma material
tendrán también una presión sobre la calidad del empleo ya que el paro puede
aumentar por esas reducciones. No invertimos en crear empleo, sino en formas de
recortarlo mediante automatizaciones y fórmulas online.
Por otro lado, para que esto funcione medianamente se necesita una enorme inversión en infraestructuras, algo que compete al estado y a las empresas que son, no lo olvidemos, las que han creado el campo de juego y de las cuales pasamos a depender. Esas empresas son mayoritariamente extranjeras en la creación de las redes, por más que las infraestructuras sean nacionales. Estas no son nada sin el desarrollo de las redes.
La vida online tiene muchas ventajas, pero también provoca un gran estrés por su intensidad y acumulación si no se gestiona adecuadamente. Hay muchas, muchísimas ventajas, pero todo necesita de cierto equilibrio porque afecta a todo lo que hacemos y a cómo vivimos. Pensar que una transformación de este tipo no tiene consecuencias en diversos planos no solo es ingenuo sino peligroso.
El
teletrabajo y el teleocio comparten el sentarnos ante una pantalla. Están
también los teletrámites, que han dejado de ser una facilidad dada a los
personas, clientes o ciudadanos, para convertirse en una obligación, en un
tener que pasar por el aro. Ya hay bancos que presumen de tener "personas"
que te atienden. Muchas veces no pasa de la publicidad, pero revelan un cierto
hartazgo real sobre lo virtual.
Ahora
el ministro, muy ufano, presume de su DNI 4.0 que no dudo tendrá ventajas, pero
también necesitará un incremento de muchas cosas, entre ellas de personal. El
mundo material se nos va disolviendo entre pantallas de todo tipo, voces robóticas
que nos atienden, mil y una contraseñas que tenemos que anotar para poder
acceder a cualquier cosa, borrando trackers de nuestro ordenador semanalmente
porque consumen una gran parte de nuestros recursos informáticos.
Tengo
una intensa vida virtual. No reniego de la mayor parte de ella. Lo que me parece
excesivo es que se nos empuje hacia su fondo sin garantías, como un destino
implacable al que estamos condenados porque alguien lo decide en algún sitio. El
estrés se acumula cuando se llega al punto crítico, aquel en el que todos
deciden mandarte al mundo digital y te encuentras horas y horas ante una
pantalla sin más remedio que aceptarlo. Esta confluencia es perniciosa, produce
estrés y también agresividad, falta de trato humanizado, problemas de comunicación. Las personas físicas
son obstáculos que te hacen perder tiempo y dinero; los empleados son lujos
sustituibles por programas y protocolos diseñados para que el cliente los
recorra sin necesidad de nadie.
¿Somos conscientes del tipo de personas que este sistema, llevado al extremo, produce? Si no trabajamos en una sociedad más humana, equilibrada y no desbordada por la tecnología, no nos debería extrañar encontrarnos cada vez con más problemas de relaciones.
Hemos sobrepasado la fase del "adicto" y ya estamos en la del "convicto", cadena perpetua, porque esto va a más. Hemos hablado estos años de los efectos adictivos de los teléfonos como centros de nuestra vida, pero se nos condena a pasarnos la vida haciéndolo todo a través de teléfonos y ordenadores. Esto se hace desde las mismas administraciones que invierten en evitar los efectos nocivos en un movimiento esquizofrénico que define bastante nuestra sociedad.
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