Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cadenas y periódicos lo han mostrado en medio de las imágenes de la reunión del
G7 en Bristol. Boris Johnson no pudo reprimirse o quizá era una jugada
planificada por su equipo de guionistas en la sombra. "We've got the
chairs" les dijo el sábado a Ursula Von der Leyen y a Charles Michel en
referencia al llamado "Sofagate", el insulto escénico planificado por
Erdogan cuando la presidenta de la Comisión Europea y el presidente del Consejo
Europeo fueron a visitarle. Erdogan dejó a Von der Leyen marginada, sin silla, en
un gesto machista y maleducado, sentada en un sofá. Lo inesperado de la
situación hizo que no reaccionaran (Michel sí lo hizo quedándose rápidamente con
la silla).
Podríamos
decir que Erdogan se decantó por la comedia física,
mientras que Johnson lo hizo por el gag verbal y la complicidad de los
espectadores. No se puede dudar de la maldad de Erdogan, deseoso de humillar y
sembrar la discordia europea. Con su gesto, Erdogan se retrató, como suele
decirse, mostrando que no solo se encuentra distante de la Unión Europea, sino
de las normas básicas de la educación y del respeto. Para el dirigente turco,
la diplomacia está hecha para que se noten mejor los agravios.
En el
caso de Johnson, dudamos entre la mala intención y el deseo de mantener su
imagen irreverente más allá de su peinado. ¡Qué se puede esperar de un hombre
que no mantiene en orden su cabello! —exclamaría un crítico victoriano de Boris
Johnson— ¿Es que no tiene bastante con la extravagancia de llamarse
"Boris"? Pero hoy no estamos en el periodo victoriano y la
extravagancia es un punto de la identidad diferencial. No hay como tener una
imagen propia, aunque te tengas que despeinar para recibir a la prensa. Los chistes de Johnson son frecuentes y la prensa los cita como cualquier otra faceta.
"Tenemos
sillas" es un chiste, pero también una proclama de una forma de ser
británica, una seña de identidad, como la mala educación lo es de Erdogan,
siempre dispuesto a vengarse de que no le dejen ir a dar mítines a los millones
de turcos que residen en Alemania o de cualquier otra cosa que le incomode. Un día te deja sin sillas y otro deja pasar
unos miles de refugiados o de terroristas si es necesario para demostrarte que
lo del "imperio otomano" va en serio.
"If diplomacy is part theater, acted out on meticulously crafted sets, then a protocol blunder this week turned a top-level visit by European Union leaders to Turkey into high drama"*, escribían Matina Stevis-Gridneff y Carlotta Gall en The New York Times, el 7 de abril, en un artículo titulado "Two Presidents Visited Turkey. Only the Man Was Offered a Chair", que ya da cuenta de cómo se percibió la broma sádica y machista del presidente turco. El "sofagate" había estallado, pero a quien menos le importaba fue al autor del "chiste" didáctico cuya moraleja era "mirad, en Turquía no tenemos este problema". Para Erdogan la política es cosa de hombres; de hombres como él, claro. Debe considerar que no es bueno para su imagen poner a una mujer "a su altura"; le parecerá "mal ejemplo".
Como comentamos en su momento, el más perjudicado fue el que cayó en la trampa, Charles Michel, al que todos los años, en la fecha del incidente, se le debería mandar una silla a su despacho o casa. La beneficiada obviamente fue Ursula Von der Leyen, que se pudo despachar posteriormente con contundencia en diversos foros. Médico de profesión, Von der Leyen fue ministra del Ejercito en su natal Alemania. Habrá visto de todo y no se dejó intimidar por el machismo grosero del dirigente turco.
Ahora Boris Johnson ha salido con un "¡tenemos sillas!" cuyos efectos chistosos le han servido para lo que pretendía: ser él mismo y crear un cierto clima relajado ante las tensiones que se veían en el horizonte. No sé si ha sido suficiente, pero lo ha intentado.
No era fácil recibir a Joe Biden después de haber sido el "mejor amigo" de Donald Trump y haberle secundado en sus tropelías. Pero el frente Biden era tranquilo en comparación con lo que le esperaba en el frente continental, en el que sí había "novedades" y no precisamente buenas.
Como estaba previsto, la cuestión de la doble frontera en Irlanda se complica por los trucos británicos de no respetar sus propios acuerdos. Pero habría que volver a definir la diplomacia, más allá de lo que han hecho las dos periodistas de The New York Times, más allá del "Teatro y Reglas". La relación entre ambos conceptos es clara: cuanto menos se cumplen las reglas, más se necesita del teatro y viceversa.
A Johnson le hubiera gustado no ser anfitrión en esta ocasión, pero de eso sí que no se pudo librar. Para él, la cita venía en el peor momento, el del encuentro con Biden y con la Europa de los conflictos por incumplimiento.
El primer ministro británico está descubriendo que la mejor forma de hacer lo que les dé la gana era estar dentro de la Unión, con la amenaza de marcharse, como hicieron casi todos los anteriores premieres británicos. Pero Johnson ha heredado la Gran Bretaña que le dejó el ingenuo Cameron, con una Europa enfadada y dispuesta no pasarle una, a no dejarle los trucos que antes se aceptaban.
Ahora tenemos algo llamado la "guerra de las salchichas" (a todo hay que ponerle nombre) y que afecta al incumplimiento británico de las reglas sobre Irlanda. Cuestión de tener una salida "franca" para los productos británicos aprovechando que Irlanda es Unión Europea. No es la primera vez que se hacen este tipo de trucos con puertas falsas; se hicieron cuando ciertos países tenían prohibido ciertos productos cárnicos por intoxicación. Ahora son las salchichas.
El mayor error de Reino Unido fue pensar que saliéndose de la Unión podría hacer lo que quisiera; ahora tiene que hacer lo que debe en función de los tratados firmados. Y no van a dejar que se salga con la suya. Es duro estar al otro lado, sí; pero ellos lo quisieron. Las promesas al electorado británico, no son posibles sin que Europa lo acepte si le incumben. Promete lo que puedas cumplir es un postulado de la política que hoy apenas se cumple.
Ahora el problema británico es cómo convencer a Europa de que quiere firmar tratados que no cumple. Por eso, los británicos manifiestan su "fuerza" creando problemas para después eliminarlos en negociación (el método Trump, que a su vez era el método británico), como está ocurriendo con el turismo de las Islas, por ejemplo, o como con los europeos encerrados en campos de detención si no han obtenido los correspondientes permisos. Se trata de una dura medida, más allá de la expulsión, una auténtica forma de presión sobre los estados a través de los ciudadanos que no refleja precisamente un deseo de buena convivencia forzada por historia y lazos.
El chiste del "¡tenemos sillas!", reproducido en vídeo y artículos por todo el mundo, quedará como un recuerdo de este confuso G7 de "¡Estados Unidos ha regresado", de la pandemia, de las crisis migratorias, de grandes desigualdades internacionales, de los crecientes focos de problemas por todo el mundo, del cambio climático y de la resistencia europea a dejarse marcar su ruta.
*Matina Stevis-Gridneff y Carlotta Gall "Two Presidents Visited Turkey. Only the Man Was Offered a Chair" The New York Times 7/04/2021 https://www.nytimes.com/2021/04/07/world/europe/turkey-eu-women-chair.html
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