Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Unos se
acostaron con la noticia; otros lo hicieron a primera hora de hoy. La terrible
noticia del hallazgo de una de las niñas secuestradas por su padre en las aguas
canarias no puede dejar indiferente a nadie; sin embargo, los habrá. En los
platós se debate el caso y se leen los mensajes de ira y condolencia, de
impotencia y frustración. Unos hablan de política, otros de medidas, de traer
la cadena perpetua... Unos hablan de educación y otros de un futuro, aunque todo
crimen se comete en el presente. Es el momento del dolor y de hablar con más o
menos sentimiento, con más o menos sentido de la realidad.
Y la
realidad es que aumenta la violencia en unos niveles y características que
desafían las ideologías y las teorías, que se encargan de
establecer macro explicaciones. Las explicaciones generales, teóricas, no
pueden alejarnos de la concreción del hecho, de todos y cada uno de sus milimétricos
pasos, los que llevan al fondo del océano a una niña de 9 años a manos de su
padre y al posible encuentro del segundo cuerpo y el del asesino cuyo destino
no puede ser otro, porque de serlo estaríamos ante una mayor monstruosidad. La
palabra "monstruo" es la que nos permite acoger lo excesivo de lo
incomprensible para cualquiera.
El
hallazgo del cuerpo de la niña, tras semanas de búsqueda, no puede ocultarnos
otro hallazgo de ayer, el del cuerpo de una chica de 17 años, asesinada, descuartizada
y enterrada, muerta a manos de su pareja y padre de un bebé de cuatro meses. Ha
sido el propio asesino el que ha llevado a los investigadores hasta donde se
encontraban los restos de la joven, su ex pareja y la madre de su hijo. Son palabras que significan poco o nada para él.
Hemos
asistido estos días al espectáculo de otro descuartizamiento, el apodado "rey
del cachopo", un ejercicio narcisista y manipulador realizado con una
frialdad espeluznante. Las imágenes del juicio, su afán de protagonismo, decían más que sus palabras absurdas.
En mayo,
principalmente, los medios y los expertos han dado cuenta de un aumento
considerable de la violencia doméstica con un espectacular aumento de los
crímenes machistas en función de nuestras cifras anuales. España lleva la
contabilidad de sus muertas por este tipo de violencia. Cada vez que se produce
un crimen salen a la luz de posibles déficits del sistema, los errores de
vigilancia, la ausencia de denuncias, las retiradas de protecciones, etc. Pero
no hay análisis de los casos reales porque las explicaciones teóricas, globales
son suficientes y se resuelven con etiquetas, como "violencia
machista". Sin embargo, más allá de este tipo de generalidades —que muchos
dan por suficientes— es necesario indagar en los casos porque no son las
teorías las que salvan vidas futuras sino el conocimiento de los procesos psicosociales
que permitan realmente evaluarlos, comprenderlos.
Hace
unos días criticábamos aquí el uso de la expresión "supremacismo
feminista" en un programa de televisión de una cadena próxima a los
mensajes de la ultraderecha populista. Con una bandera española —la de todos—
se permiten este tipo de frivolidades negacionistas. Les basta la
descalificación insultante y hablan de "ideología de género" como un mal que asola al mundo.
El
maniqueísmo explicativo no ayuda a lo realmente importante: impedir este tipo
de actos. La dificultad de encuadrarlos por su complejidad no puede ser una
excusa para no enfrentarse a ellos, algo que necesitamos urgentemente. Las
explicaciones culturales deben integrar los hechos y los hechos deben encontrar
factores culturales que expliquen este tipo de monstruosidades que nos llegan y
se acumulan ante nuestros espantados ojos. No basta con ponerle un bonito nombre, "violencia vicaria", que nada explica más allá de lo que sabemos, que lo ha hecho para hacer daño a terceros. Pero el deseo de hacer daño también tienes sus límites, entra en los valores aceptados y lo que aquí se ha aceptado es demasiado.
Durante un tiempo, se ligaron los crímenes machistas y la violencia de género a la mala educación de la dictadura franquista; la nueva España democrática iba a eliminar estos casos, dentro de una percepción, como se ha visto, ingenua. Las nuevas generaciones de varones siguieron manteniendo los crímenes violentos contra las mujeres. La perversa "ideología" machista es más profunda de lo que se pensaba.
Algunos buscan explicaciones a esta última violencia por el hecho de la pandemia y, especialmente, al final del estado de alarma que hizo que la gente pudiera salir a la calle. La teoría es que algunas mujeres habrían intentado, tras la convivencia forzosa e intensa del confinamiento, salir del espacio controlado, y que el asesinato y la violencia habrían sido el resultado final. Es una explicación, pero no va más allá.
Necesitamos
comprender mejor estas monstruosidades. Hay que analizarlas con eficacia
evitando que ciertos aspectos teóricos nublen nuestra necesariamente clara
visión si queremos frenar esta sucesión de crímenes.
En los meses anteriores hemos asistido a las luchas políticas por la escuela en donde se trata de evitar que se hable de estas cuestiones invocando el derecho de las familias. Cada crimen muestra el error de ese planteamiento, por un lado, y de la necesidad de repensar la educación y la convivencia que una sana sociedad igualitaria y democrática debe tener. También de repensar la familia, sus bases, lo que tiene de futuro accidental, de falso presente idealizado por personas incapaces de crear realmente algo que pueda ser llamado "familia" en un sentido profundo. No es fácil, no, pero no tiene porqué ser violento, monstruoso.
Si nadie puede entrar en las familias, si nadie puede influir en las escuelas, si las calles son de todos..., ¿dónde actuar para evitar que los monstruos sigan cometiendo estos horrendos crímenes?
¿Qué lleva a un ser humano a matar a sus dos inocentes hijas y arrojarlas al mar dentro de una bolsa? ¿Qué mente es esa, qué ocurre en ella? No quiero más explicaciones teóricas; las conozco todas, las explico muchas veces a otros. Pero quiero, necesito, saber más sobre esta costumbre ampliada de violencia contra los hijos para hacer daño a la madre. ¿Qué ha producido al monstruo, qué enfermedad, patología, mala crianza... ha permanecido oculta hasta aflorar en un plan terrible?
Hay que
ir más allá de la teoría, de lo general, de lo abstracto, de lo inevitable y
entrar en lo individual, en la revisión y explicación de cada caso, indagar en
la formación del monstruo y encontrar la raíz del mal que tiene cara, nombres,
apellidos. Hay que retroceder para encontrar ese punto de deshumanización, aquel en el que se
dejó de ser humano para ser el monstruo que creyó que lo que hizo es la
solución a algo, a no sabemos qué.
Lamentablemente,
entre teóricos y mediáticos no es fácil encontrar la verdad monstruosa, la que
hace que un padre mate a sus dos hijas o que mate y descuartice a la pareja de
17 años o utilice los cuchillos de su tarea profesional para deshacerse de un
cadáver que antes fue persona próxima.
Para esto hace falta algo más que la ciencia, la política, la pedagogía... Hace falta descender en el infierno a través del arte. Hay que retratar monstruos reales y dejar de inventar monstruos ficticios. Truman Capote lo intentó en su A sangre fría, otros le imitaron. El siglo XIX indaga en el sentido del crimen, de Dostoievski y Stendhal a Colin Wilson. William Golding, el Noble británico, dedicó parte de su obra a intentar ver en esa "oscuridad" de lo criminal.
Hay muchos monstruos sueltos a la espera
de sus víctimas; son manipuladores sonrientes, seductores dispuestos a matar,
descuartizar, arrojar al mar. Sí, necesitamos saber, sin espectáculo, sin
demagogia. Necesitamos definir nuestros problemas y nuestros errores, no solo etiquetarlos. Está muy
bien eso de decir que "falla el sistema", pero no son más que
palabras. No hablo de los fallos, hablo de los orígenes, de las raíces, de
saber porqué existe el monstruo, su origen genético o cultural, individual o
social, familiar o fruto de las malas compañías. Quizá de todo ello junto. ¡Hay que saber!
Podemos manifestarnos, guardar minutos de silencio ante los ayuntamientos, poner crespones... nada vale para evitar el próximo. Y lo habrá; habrá otros y volveremos a horrorizarnos con su monstruosidad inexplicable. Los datos nos dicen lo que hay y no por qué, que es justo lo que necesitamos saber.
Puede que haya muchos porqués, que cada crimen tenga el suyo. Da igual. Habrá causas comunes y específicas. Pero no podemos dejar de indagar, de encontrar el recorrido de la toma de decisiones equivocadas en esas vidas, el punto en que se torcieron las cosas y llevaron hasta el desastre. Hay que ver lo que nadie vio o si se vio porque se calló, y si se calló, porqué no se escuchó, y si se dijo por qué no se hizo nada.
Puede que lo que encontremos no nos guste a todos, pero hay que hacerlo. Hay que buscar de otra manera, llegar hasta el principio, seguir el rastro hasta el origen del monstruo. Especialmente hay que hacerlo cuando se produce en tan poco tiempo una concentración de horrores como la que vivimos.
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