Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
noticia me ha dejado anonadado. Leí el titular pensando que se trataba de un
error, de otro país, de otro planeta. Pero, no, era aquí. Así lo presentaban en
RTVE.es: "Un pueblo de la Costa Brava busca
abrir siete librerías y convertirse en una villa de libros". La noticia ocupa 1:04
minutos; el texto está falto de acentos y hay hasta un inexplicable rótulo
sobreimpresionado que confunde "Calonge" con "Catalogne".
Pese a todo ello lo que se nos cuenta es
positivo, sorprendente, mágico. El texto resumen que acompaña a la breve pieza (una
vez revisado en su falta de acentos) es
este:
Calonge es un pequeño pueblo de la Costa
Brava, con un núcleo medieval que pasa desapercibido entre los turistas... Para
revitalizarlo, el ayuntamiento quiere convertirlo en una villa de libros... Han
hecho un llamamiento a los libreros y aspiran a tener 7 librerías... Y para
conseguir que las librerías se instalen en el casco antiguo, donde ahora solo
hay bares, el ayuntamiento ofrece ayudas de hasta 16.000 euros y otros
incentivos...Ya se han interesado libreros, editores e ilustradores... El
ayuntamiento quiere implantar el modelo de Urueña, en Valladolid, cuya
atracción turística son los libros y la cultura.*
¿Es
posible? ¿Es posible que se cierren bares y se abran librerías? ¿Es posible en
España, tierra de bares y sombrillas? ¿Es posible en la Costa Brava, zona
turística por excelencia?
El propio
reportaje nos muestra el escepticismo de unos ("¿Siete librerías, aquí en
Calonge? No sé..." o "Faltaría gente para tanta librería, yo creo...")
al posibilismo de otros desde el sector, que ven que es posible sobrevivir si
las librerías se especializan para evitar hacerse la competencia unas a otras.
Con
todo, poner la librería sirve de poco si no hay lectores por los que competir. El problema de la competencia entre
librerías solo se da una vez que se ha ganado la batalla primera, que es
despertar el interés por la lectura. De poco sirven las librerías si no hay
lectores. Aquí se nos plantea cierto problema del "huevo y la
gallina".
Creo que uno de los mayores problemas de nuestro país, en lo que se refiere a la cultura, viene de pensarlo en términos de competencia —es lo primero que se les ha pasado a todos por la cabeza— y no en términos de conjunto, de sistema, por decirlo así.
Podríamos
representar el descenso hispano a los infiernos de un bar por cada 170 personas
sin que nadie se plantee aquí cuestiones de competencia. Parece que hay para
todos. Aquí, curiosamente, nadie dice "No sé si habrá bebedor para tanto
bar..."
Las librerías, como los cines, han sufrido fuertemente una reducción de su papel con la transformación de nuestra sociedad, modelada desde intereses económicos de desarrollo salvajes, entendiendo por este término que no se paró nadie a pensar demasiado en las consecuencias. También que se ha reducido todo a dinero. Siempre que se empieza a hablar de cultura, se acaba hablando de dinero. Habría que hacerlo cuando se tengan claras las causas y, sobre todo, los objetivos. Si se piensa en la supervivencia del sector no saldremos de aquí. Hay que trabajar sobre el país primero para que estos sectores culturales puedan sobrevivir.
Librerías
y cines poblaban la ciudad de mi infancia y juventud... hasta que empezaron a
desaparecer. Dedicaba muchas tardes de sábado a recorrer librerías simplemente
paseando y entrando en ellas a ver qué
había. Eso era posible porque tenían lo que se llamaba "fondo".
Podías encontrar una gran diversidad de títulos, libros de décadas atrás,
libros importados de Hispanoamérica. Llegado el fin de la tarde, regresaba a
casa cargado de libros. Otro elemento, los puestos de prensa acristalados
tenían la parte trasera y los laterales convertidos en expositores en donde se
alineaban los libros de bolsillo. Eran también librerías, es estos quioscos, lo
recuerdo, puede comprar los Cuentos completos, de Voltaire, El vicario de Wakefield o el teatro de Pierre Corneille, por
citar solo algunos que me vienen a la mente. Todavía forman parte de mi biblioteca.
Las
sesiones de videoconferencias durante la pandemia permiten comprobar que
nuestras casas hoy carecen de libros. Esta generación siguiente ha crecido
lejos de los libros, acostumbrada a las bibliotecas y a la búsqueda de
información en Internet. Los ha visto como un gasto inútil y una ocupación de
espacio. El ocio se rellena con otras cosas más allá de la lectura en forma
mayoritaria. No se trata ya de reencontrarse en el ocio, como ocurre con la
lectura, que es un acto concentrado e individual; sino que, gracias a las redes
sociales, a la digitalización social masiva, se trata ahora de un tiempo
compartido, relacional, absorbente y que compite por nuestra atención, como
saben ya los economistas y psicólogos. Todo nos impulsa a salir de nosotros
mismos y a encontrarnos fuera, ya sea en espacios virtuales (redes) o en
espacios públicos (del botellón a la terracita). Y no hay equilibrio.
Por
ello, sustituir bares por librerías es algo más que una cuestión de competencia
entre negocios. Es más un cambio de modelo cultural y de vida. Hay muchos
espacios, la Costa brava, es uno de ellos en los que ya se ha llegado a un
nivel en el que la dependencia del modelo bar-turístico ha desbordado la
paciencia de los residentes que no saben cómo cambiarlo, lo que acaba
produciendo enfrentamientos entre los que llegan a disfrutar del exceso, los
que se benefician de él y los que lo padecen.
Abrir 7
librerías tiene algo de "colonizar" el salvaje Oeste, intentando
cambiar el modelo existente, atraer a otro tipo de visitantes con intereses
distintos modificando la oferta. Crear librerías en vez de bares también ayuda
a "silenciar" la zona, a cambiar por decirlo así su "banda
sonora" de fondo. Es la forma de modificar el ruido de fondo y a traer un
turismo más tranquilo.
Abrir
librerías es un aviso, una forma de comunicar un deseo, una intención y una
visión de otro futuro. Pero eso no bastará, más allá del problema de la
"competencia".
Para que el modelo funciones, hay que diseñar un plan más amplio dotando de actividad a las librerías, no plantearlas como un antídoto frente al ruido y el exceso, sino convertirlas en centros de actividad. No hay que esperar a que alguien entre, sino que más allá de la recomendad especialización para evitar la competencia, lo que hay que hacer es crear una rica oferta cultural acorde con los perfiles que se han buscado, los de personas que disfrutan de la lectura y buscan la paz necesaria para poder realizarla.
Si yo
fuera el Concejal de Cultura estaba ya diseñando proyectos para ofrecer a esos colonos
lectores que vienen a traer "civilidad" un panorama de actividades
culturales rico y variado, algo que haga que el turismo que les llegue desee
algo más que beber y recuperarse en la playa.
Una vez
que se ha apostado por el libro, habría que hacerlo por las actividades
lectoras, por atraer autores a explicar sus obras, conferenciantes sobre temas
relacionados con la cultura, atracción por el Arte y la Ciencia, encuentros
para hablar sobre la lectura, concurso literarios, etc. Hay un sinfín de
actividades que pueden ayudar a crear esa burbuja libresca a la que el libro es
la puerta de entrada.
Uno
puede ir a un lugar turístico porque hay muchos bares o porque hay
representaciones de teatro, conciertos de cámara, jazz o recitales de cantos
profanos o religiosos, antiguos y modernos; uno puede ir a un sitio donde la alternativa nocturna no
sea qué bar elegir, sino a qué conferencia, recital o representación se va a
asistir.
Con
todo, en Calonge el año tiene los mismos doce meses que todos los demás
lugares. Esto quiere decir que, más allá del periodo vacacional, está el día a
día de todos los lugares en los que se están formando esas personas capaces de
valorar, de apreciar un verano cultural, donde entrar a una librería sea un
acto relajado e interesado. Si se trata solo de bajar la densidad de bares de
las zonas, no llegarán demasiado lejos. Si, por el contrario, hacen una apuesta
por el cambio de modelo, necesitarán más apoyo, más difusión, crearse una
identidad clara que permita saber que los libros y las librerías no son
anecdóticos.
El experimento
de Calonge no es trivial. Es una elección que debe ser apoyada y estudiada. A lo
mejor somos capaces de ajustar nuestra demanda cultural. Debería ser un toque
de atención a la situación cultural real, no lo que produce económicamente, que
parece ser lo único que importa a los sectores. Hay que reorientar nuestro
sistema educativo básico, hacer que esa reforma llegue al propio mundo
universitario, que adolece de una serie de enormes carencias en sus estamentos,
condenado a estar separado de la sociedad por los propios sectores
universitarios y culturales, que lo condenan a una comunicación entre pares y
lo estigmatizan como sin interés para barrer la absurda competencia.
Cuando
haya siete librerías en Calonge tendré envidia. Vivo en moderno pueblo, con
mucho profesorado universitario por la proximidad a la Universidad Autónoma,
con un elevado nivel cultural y económico, donde apenas existe una librería,
especializada en literatura infantil primordialmente. Hubo alguna que
prácticamente vendía los libros recomendados para su lectura en los colegios y
los libros de texto, que han sido los que han mantenido la vida de estas
pequeñas librerías, algo que no eran realmente, sino puntos de venta de algunas
editoriales que les presionaban para vender sus bestsellers.
Las
librerías han ido reduciendo su tamaño en las grandes superficies reajustándolas
a lo que se vende y reduciendo su fondo. Lo mismo que se percibe en las Ferias
de libro, todas las librerías tienen un fondo muy similar, de rápida reposición
donde el libro desaparece pasados unos meses, desplazado por la siguiente
apuesta editorial.
La
editoriales pequeñas, que hacen una enorme labor, sobreviven con venta online o
sirviendo a las librerías cuando los clientes les piden algo específico. Las
librerías online han ido desplazando a las librerías físicas o, si se prefiere,
ocupando un espacio que quedaba vacío por los cierres.
Nuestro
problema es educativo y, en un nivel más profundo, de modelo social, de país
que ha dejado de valorar la cultura social y personalmente, metido en un
pragmatismo reduccionista y una limitación de posibilidades que nos embrutecen.
No valoramos la educación porque solo le pedimos aspectos prácticos, porque no
somos capaces de encontrar cuál es su sentido en un mundo cortoplacista y
enfocado a un tipo de éxito basado en el dinero y poco más. El mundo digital
nos ha pillado con una cultura sujeta con alfileres después de la explosión de
los años 70 y 80, curiosamente los de la entrada en la democracia y en Europa,
por lo que la responsabilidad de nuestra clase política es clara: no han sabido
tener un modelo de país más allá de lo obvio. La caída de los medios de
comunicación en un espectáculo trivial, llenos de personajillos fabricados para
entretener (llevan décadas), faltos
de responsabilidad y convertidos en promocionales más que de difusión cultural
completan el cambio de pasar de una sociedad que aspiraba a la cultura a una
sociedad que solo aspira a salir de la precariedad mientras nada en lo zafio.
Por eso
iniciativas como esta de Calonge son gratificantes. Les deseo que se conviertan
en un ejemplo de cómo se puede dar un giro al destino, que nada es irremediable
mientras exista un punto de esperanza. Ellos han dado un primer paso. Tendrán
resistencia y les llamarán locos. Eso lo hace más emocionante. Las 7 magníficas.
* "Un pueblo de la Costa Brava busca abrir siete librerías y
convertirse en una villa de libros" RTVE.es 19/06/2021 https://www.rtve.es/alacarta/videos/telediario-2/pueblo-costa-brava-busca-abrir-siete-librerias-convertirse-villa-libros/5947268/
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