Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De
repente, todo es color de rosa. El rosa representa el optimismo, todo se ve con
una sonrisa. Sí, como la que exhibe el presidente del gobierno para decirnos
que se acaban las mascarillas, como las de la ministras (dos) que no
pueden ocultar su euforia repitiendo una y otra vez las buenas nuevas. La vida
española se divide, por decisión del gobierno, en dos grandes bloques: el denominado "procés"
y todo lo demás. Mediante el primero se acaban los conflictos históricos con
un magnánimo acto, llamado "indultos", ampliamente rechazado por sus
beneficiados y discutido por casi todos los demás.
El
"todo lo demás rosa" gira sobre el coronavirus (¿qué coronavirus?) y
sobre cómo lo hemos derrotado, a mayor gloria de la economía, a golpe de
vacuna. El gobierno se ha mostrado tan eufórico y optimista que ha acabado
asustando a todos.
Sacó de
alguna guija, adivino o bombo la cifra del día en que el ponerse la mascarilla
era ya un acto estético y sigue dando noticias para la euforia nacional, como la vuelta
a los estadios de fútbol y de baloncesto. Como los primeros son al aire libre,
solo habrá que respetar distancias; como los segundos son en estadios cubiertos,
entonces habrá que ponérsela.
Sobre
la primera parte, la de los indultos, ya dirá la historia en qué queda esto,
pero me temo que no solo no ha arreglado nada, sino que la cosa se reactiva y
va a más.
Pero en la segunda, la de decretar la felicidad, el regreso al estadio (vienen a ser equivalentes para muchos), lucir mentón por la calle, etc. los problemas ya han surgido antes de darse el pistoletazo. Solo el sector de la estética (de la cirugía al carmín, pasando por la barba recortada y los dentistas) ha dado el visto bueno. ¡Fuera mascarillas!
La cuestión de la mascarilla en las calles ya ha suscitado un considerable recelo, según nos dicen encuestas y expertos en una rara unanimidad. Los recelos son diversos, pero todos pasan por la experiencia desarrollada en este tiempo, que algo había que aprender, aunque a veces no lo parezca.
De
nuevo se nos ha llenado el mundo de condicionantes. Una cosa que se ha
demostrado con claridad en esto de la pandemia son las ventajas del binarismo, "se puede o no se
puede", "sí o no", "0 y 1", etc. Lo demás es una
ilimitada franja de excepciones que permite hacer al que le apetezca de su capa
un sayo y de quien tenga que vigilarlo un auténtico quebradero de cabeza que
acaba en desentenderse ante los conflictos. La actitud de las fuerzas encargadas de "poner orden" en el caos establecido por la ambigüedad de las
normas es una consecuencia clara. Nos mandan aquí y encima se ríen de nosotros,
podrían decir.
Parece que no
hemos aprendido nada de aquellos líos, por ejemplo, para pasear mascotas y niños, a veces intercambiables. La casuística se extendía hasta el infinito. ¿Y
si cada uno de los padres vive en un barrio diferente, se puede ampliar la
distancia del paseo? ¿Se puede sacar a pasear a un sobrino? ¿Y a un ahijado? ¿Cuántas veces se puede sacar a pasear al perro en un
día? ¿Hay diferencias entre perros grandes y pequeños o entre razas? ¿Puedo
prestar el perro a un vecino?... Y así hasta el infinito.
La
nueva norma de quitarse la mascarilla nos obliga a medir las distancias, a
calcular la cantidad de personas existentes en la zona, el carácter de peligrosidad del lugar... Nos dicen, además, que hay que
"tener la mascarilla a mano", por si de repente surge una cantidad
inesperada de gente (por ejemplo, para cruzar por un semáforo) o si va a entrar
en algún local. ¿Qué ocurre si al salir de casa me encuentro con una maratón? Salir del binarismo es peligroso; especialmente si se juega con vender optimismo. Es soltarle el marrón a otro con una sonrisa.
En
RTVE.es se preguntan de forma llamativa si era el momento, una forma eufemística de preguntarse si es una irresponsabilidad:
¿Era ya el momento de levantar las mascarillas obligatorias al aire libre? Algunos epidemiólogos consideran que el paso ha sido "precipitado", dadas las coberturas de vacunación, las incidencias del coronavirus actuales y la preocupación por las nuevas variantes. Otros, en cambio, juzgan "razonable" el planteamiento del Ministerio de Sanidad, que exige que cubramos nariz y boca cuando no se pueda mantener la distancia de seguridad y siempre en interiores.
En cualquier caso, no hay vuelta atrás: la norma ya ha sido firmada en el Consejo de Ministros y entrará en vigor este sábado. Ante esta realidad, los expertos piden "prudencia" a la ciudadanía. Que se flexibilice una medida no implica que la pandemia se haya acabado y que se pueda relajar el resto de precauciones. Es más, su cumplimiento debería ser aún más impecable.*
¿Es posible que haya que recordarle al gobierno que la pandemia NO ha terminado? ¿Es posible que el hecho de eliminar la obligatoriedad de la mascarilla en exteriores (oficialmente) se sustente solo en esa especie de obligación de transmitir "optimismo"? El problema es que cada vez que el gobierno se muestra optimista sobre algo, la gente se echa a temblar. Creo que han comprendido que la "realidad" es irrelevante, que les puede más el "deseo". Ese deseo que todos tenemos porque esta situación termine no casa bien con lo que vemos en el gobierno, en sus decisiones optimistas, en el mundo color de rosa.
En estos últimos días, la realidad ha quitado al gobierno la razón, pero a este no le importa lo más mínimo debido a su optimismo. Todos los medios dan cuenta de los contagios masivos producidos entre jóvenes, del descenso en picado en las edades de los contagios. Brotes de estudiantes Erasmus italianos al completo, de colegios mayores enteros, de viajes de fin de curso a Baleares... aparecen como salidos de la nada pesimista.
Estos casos son verificables por el contacto y el trazado, pero no ocurre lo mismo con los botellones de fin de semana y que ahora amenazan con aumentar su frecuencia con el final de las épocas de exámenes. Muchos jóvenes regresan a sus casas desde las ciudades en las que han estudiado durante el curso y, claro, cómo no va a haber una fiesta de despedida. Esa despedida se combina con la alegría del regreso. Seis comunidades autónomas están ahora vigilantes por los casos de los que se organizaron por su cuenta el viaje de fin de curso a Baleares.
El resultado es que el gobierno ha generado más alarma que otra cosa. ¿No sirve de nada lo vivido, la experiencia de lo que ocurre tras los veranos, puentes y festivos? Hay quien habla ya de la nueva ola del otoño. Pero no será el otoño el que la cause sino lo recogido en el verano al que se nos lanza por el bien de la causa (económica). La presumible estrategia del gobierno es que habrá menos contagios dado el nivel de vacunación, pero hay muchas incógnitas en esto, entre ellas las nuevas variantes y la duración de la propia vacuna.
Todo lo que se sabemos del coronavirus está abierto al cambio porque no tenemos experiencia comparable. Hemos tenido que avanzar con la esperanza de que lo que sabemos de casos anteriores pudiera servirnos para lo nuevo. No siempre ha sido así y más de una vez los científicos han mostrado su extrañeza señalando que nunca habían visto un caso así.
La falta de control en muchos países y la enorme movilidad (¿recuerdan cómo se trajo a España el virus desde Italia, aquel partido del Valencia contra el Atalanta? y ahora tenemos los viajes de fin de curso) están haciendo que haciendo que la pandemia siga una pautas distintas. Es decir, el hecho de que haya países "más seguros" mientras que haya otro con las epidemias disparadas, fuera de control, aumenta el riesgo por la constante llegada de nuevas variantes del virus cada vez más agresivas por un simple mecanismo de evolución. La velocidad de transmisión entre zonas es una consecuencia de los viajes humanos, por negocios, turismo, deportes, etc. El hecho claro es que las nuevas entradas de virus complican la propia eficacia de las vacunas, diseñadas en un momento determinado. Por eso la preocupación científica por la eficacia de las vacunas existentes frente a las nuevas variantes.
Cuanto más nos contagiamos, más probabilidades hay que aparezcan variantes que puedan ser resistentes a las vacunas existentes. Cada año la gente se pone nuevas vacunas de la gripe porque las de años anteriores no funcionan ya para proteger a los organismos humanos. Por eso hay que volverse a vacunar. ¿No imaginamos este lío año tras año? Por eso muchos advierten que la distinción entre países seguros y otros que no lo son es muy relativa y sujeta a grandes cambios, como estamos viendo ahora mismo en Portugal, por ejemplo. La nueva variante, además, se expande con una enorme velocidad, muy superior a las anteriores, por lo que en muy poco tiempo pasa a ser dominante entre los contagios.
En el documento que me dieron ayer al recibir mi segunda dosis se advierte que ninguna vacuna es segura al 100%. Es una forma sencilla de plantear el problema, que es de enorme complejidad en muchos niveles, del sanitario al social o política, si lo queremos llamar así. En cierto sentido lo es, pues son los políticos finalmente los que acaban tomando decisiones sobre la población. Sus acciones son parte del fenómeno de la expansión del virus. Leemos en la misma noticia de RTVE.es:
El epidemiólogo Quique Bassat ha juzgado de "precipitado" el fin del uso obligatorio de las mascarillas en exteriores, que ha aprobado este jueves el Gobierno. "Esta medida tendría que tomarse cuando la incidencia fuese más baja y la vacunación más alta. Sabiendo que no se cumplen estas dos premisas puede parecer precipitado levantar esta medida", ha valorado en una entrevista en directo en el Canal 24 horas, en el mismo día en el que el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha dado luz verde a la reforma de la normativa.
El investigador ha explicado que las nuevas variantes del virus, más transmisibles, nos exigirán coberturas más altas para alcanzar la ansiada inmunidad de grupo, que se fijó inicialmente con el 70 % de la población vacunada con pauta completa.*
Pero parece que todo esto no ha sido tenido en cuenta, por lo que la medida ha de considerarse estrictamente "política" por más que se repita el mantra de que se ha escuchado a los expertos. Los expertos dicen claramente no estar de acuerdo. Los analistas políticos, en cambio, están evaluando esta medida como una cortina de humo para distraer sobre otros asuntos.
El optimismo
tiene unos límites. Con los coronavirus no hay "seducción", solo las
medidas adecuadas conforme a la situación. El hecho es que la guardia no puede
ser bajada porque basta retirar ciertas medidas para que se vuelvan a disparar
los contagios, como está ocurriendo. El gobierno tendrá que pasar su examen
cuando termine este verano. La carrera por la vacunación está lanzada, pero hay
que tener en cuenta que una cosas es vacunar y otra ausencia de riesgos.
Nuestro problema económico-político es grave porque nuestra principal forma de
vida necesita de los visitantes. Da igual que se hable de "variante
británica", porque los británicos son bienvenidos si además de coronavirus
vienen con euros que gastar.
La
presión de la industria británica del turismo (no la española) ha conseguido
que se permita viajar a Baleares (no a Canarias) decidiendo, a la vez, dónde se
dejaran (o cargarán) virus y euros.
Podemos
entender la "necesidad", pero lo realmente suicida es no solo abrir
las puertas sino quitar las mascarillas. Esto es lo que no es comprensible más
que como un gesto irresponsable y propagandístico por parte del gobierno.
Igualmente, lo ocurrido con los estadios de fútbol, ¿qué problema había en
mantener las mascarillas es lugares donde sabemos que se van a incumplir las
normas? ¿No es mejor dejarlas?
Hay una
parte que es la que muestra lo vergonzante de la medida: las reservas del
gobierno cuando dice que, claro, todo dependerá
de la evolución. ¿Qué evolución
si ya se están proclamando medidas que no entrarán en vigor hasta que comience
la Liga, por poner solo un caso? Precisamente se hace lo contrario, se toman decisiones
a cuatro meses vista cuando no se sabe qué va a ocurrir dentro de un mes.
Algunos
sostienen que todo esto es por el "procés", para tapar un escándalo
con otro. No tengo ningún interés en considerarlo así. Me basta con ver la cara
de optimismo absurdo que se dan las noticias. La misión de un gobierno no es
transmitir "optimismo" infundado ni crear situaciones que pueden ser
incontrolables y peligrosas, como es la retirada de la obligatoriedad de las
mascarillas un día mágico, sin saber por qué. Al contrario, hay que "crear" primero y "transmitir" después seguridad. Transmitir confianza cuando
no hay seguridad o, más allá, crear nuevas condiciones para la inseguridad
elevando el riesgo es irresponsable.
Los titulares actuales en casi todo los medios hablan de los macrobrotes de los jóvenes, ya sea en Baleares o en otros lugares. ¿Rectificará o seguirá siendo todo de "color de rosa"?
*
"Los riesgos del fin de la mascarilla en exteriores: "El virus sigue
circulando"" RTVE.es 25/06/2021 https://www.rtve.es/noticias/20210625/mascarillas-expertos-cautela-cumplimiento-medidas/2110624.shtml
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