Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Debo
confesar que me resulta imposible asimilar los problemas gravísimos de España: el cierre de las pistas de baile y
los horarios del ocio nocturno o si hay que llevar mascarillas en la playa o
piscina y otros similares en profundidad. No, no consigo meterme en ellos; lo
siento, no entiendo su carácter primario por más que me enseñen los números. Es
una incapacidad, no sé si mental o genética. Debo ser muy bruto.
Una vez
que la gente ha salido a la calle y se abre dentro y fuera, que los aforos se
relajan, etc., el problema apocalíptico ahora es la pista de baile. Nos han
convencido que los conciertos multitudinarios eran "experimentos"
científicos para demostrar que se pueden reunir dos, cinco, diez o quince mil
personas sin que haya desastres posteriores.
Quizá
sea mi profesión, la de profesor, la que me impide ver el mundo a la manera en
que un botellón, una pista de baile, etc. son la solución del futuro.
Aquí
tenemos unos partes enormes de la población con serios problemas de alcoholismo,
pero no se puede decir porque tenemos a los productores de bebidas alcohólicas
que protestan si no se les considera contribuyentes al bienestar.
Aquí el
problema del botellón es que molestan a los vecinos (¡vaya por Dios!), que
ensucian las calles (¡vaya por Dios!), etc. y no lo que realmente representa.
Hemos escuchado hace unos días el argumento para que se abrieran los locales de
ocio nocturno: para evitar que la gente esté haciendo botellón en la calle ¡que
se abran los locales de ocio! La solución a las calles limpias son los locales
cerrados, ¡qué oferta tan generosa!
He escrito "el problema del botellón", pero ¿es el botellón un problema? Solo si no se hace. Hemos desarrollado un enorme cinismo basado en la economía: cada uno hace lo que quiere si produce beneficios a terceros. Hemos renunciado a crear un futuro mejor porque entonces discutimos sobre el futuro que cada uno ve. A mí por ejemplo, me gustaría con gente leyendo, hablando de arte, con más bibliotecas, con más museos, con más ciencia e investigadores. ¡Qué vulgaridad la mía! ¡Eso no da dinero! Hemos asimilado esta forma de pensar en la que lo único que indica éxito o fracaso es el rendimiento económico. No hay otro.
La pandemia ha dejado al descubierto nuestras carencias y nuestras prioridades sociales, nuestros sectores influyentes, lo valorado y de quién dependen los políticos. Sí, el coronavirus ha traído desgracias, pero también luz iluminando nuestras miserias, el paraíso donde puedes hacer lo que quieras siempre que produzca algún beneficio a alguien.
El coronavirus nos ha mostrado la cara oscura del
paraíso español, este que atrae ahora a extranjeros a hacer aquí, como dicen,
lo que no pueden hacer -porque no les dejan- en sus países. No es un problema de ahora, pero ahora lo
vemos con más claridad al poner el foco sobre ello.
No
intento convencer a nadie, porque es una batalla perdida. Lo vivimos ya en
lugares, como la propia universidad, donde se debería luchar por un futuro más
"ilustrado", de personas más cultas en un país más culto. Pero lo
hemos reducido todo a nuestro propio interés personal, nos hemos vuelto incapaces
de pensar en términos de mejora del conjunto en un país dividido por cualquier
cosa. Cada uno a lo suyo. Siendo egoístas se vive mejor.
Dejados
a la deriva, gobernados por unas clases incultas, manejados por influencers y
críticos que aspiran a serlo, nuestro destino es ser felices tratando de
olvidar nuestra propia miseria. Pan y circo. El pan te lo traes tú y el circo
lo ponemos nosotros.
Esto empezó hace mucho tiempo y seguimos con ello en la suela del zapato.
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