Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En
estos días todo parece justificado con una frase: "estamos en campaña".
Es sorprendente, pero es esto lo que escuchamos cada día como explicación o,
más bien, intento de explicación porque no creo que esto convenza a nadie. Pero
los políticos se replican unos a otros.
Esto ha
ocurrido, por ejemplo, cuando se le pregunta al ministro Ávalos sobre lo dicho
por el candidato socialista a la presidencia de Madrid. El señor Gabilondo ha
dicho con claridad que si tiene que elegir un socio de gobierno, si se dan las
circunstancias, prefiere a Ciudadanos antes que a Podemos. Preguntado el
ministro señala que son "cosas de la campaña" y que el pacto en el gobierno
central funciona muy bien, algo que
solo cree él si se le pregunta. De esta manera, todo queda en campaña.
Dada la
diversidad de pactos repartidos por el país, no es fácil hacer campaña sin
insultar incómodamente a un socio en otro espacio. Unos días te insultas en un
sitio, para al día siguiente abrazarte en otro.
Esto
sería, por decirlo así, la vertiente de la diversidad o de la incongruencia,
que se acerca más a la realidad. El poder lo justifica todo, aunque el señor
Gabilondo diga lo contrario con buen criterio pero con poco futuro. Es
filósofo, término que para algunos es un elogio (es mi caso), pero que en boca
de otros suena a desprecio por no tener los pies en el suelo. Lo que no es
necesario pero parece difícil de evitar es la cantidad de porquería acumulada
en ese suelo que les rodea. Si las palabras dichas por los políticos se le
acumularan como basuras alrededor, pronto muchos parecerían estercoleros,
vertederos ideológicos con una estatua a lo Colón en el centro apuntando hacia
el poder.
Si solo
fuera la incongruencia, podría resultar hasta divertido. El problema es que las
épocas de campaña parecen ser algo parecido a las licencias de Bond,
autorizaciones "para matar" al que se les ponga por delante.
Hay
demasiado "graciosillo" en la política, que maldita la gracia que
tienen. Están deseando que les lleguen las campañas para insultar. Parece que
se pasan los años intermedios de la legislatura en sus bancadas imaginando
improperios, algo con lo que captar la atención mediática que haga ver a los
electores de su circunscripción sus "valiosas" aportaciones a la
patria en nombre de su provincia, autonomía, modesto pueblo o grandiosa
capital.
En
estos días de campaña, de claro corte carnavalesco, en donde todo está
permitido, hemos asistido a dos especialmente vergonzosos.
El
primero fue el "¡vete al médico!" lanzado en la intervención de Íñigo
Errejón sobre los efectos en la salud mental de la pandemia del COVID-19. No sé
si fue asesorado por su "equipo promocional" hacia puestos de más
responsabilidad o si fue un acto de ingenio infinito servido por la ocasión,
que pintan calva, como se decía antes. Me temo que la falta de sensibilidad y
de oportunidad del bocazas parlamentario no dirija su futuro hacia buen puerto.
La obsesión por el insulto, el gatillo fácil disparando lo primero que se le
pasa por la cabeza, ha sido interpretado por los demás como una clara falta de
sensibilidad ante un problema real, los efectos sobre la salud mental de muchos
españoles. No era momento para bromas. Pero la política parece cada día más
inoportuna con su incapacidad de frenarse en el insulto sea cual sea la
circunstancia. En este caso, los efectos negativos del comentario hacen que
hasta los partidos propios presionen para la disculpa ante la metedura de pata.
¿Hasta qué punto estas disculpas son sinceras o deben ser consideradas también
"cosa de las campañas, cálculo electoral? Que cada uno lo decida, pero el
chistoso se ha retratado.
El otro
caso tiene la misma función faltona pero, lejos de ser espontánea, intenta ser
ingeniosa a través de un confuso y retorcido juego retórico. Así nos describía ayer
lo ocurrido Noelia Ramírez en el diario El País:
“Las mujeres (de Podemos) solo suben en el
escalafón si se agarran bien fuerte a una coleta”, dijo el lunes el diputado
por Cantabria del Partido Popular, Diego Movellán. Lo hizo durante la
comparecencia de la ministra Yolanda Díaz en la Comisión de Trabajo del
Congreso. “Hablan mucho sobre igualdad en su partido y su propio líder nos ha
dejado claro que ahí dentro las mujeres solo suben en el escalafón si se
agarran bien fuerte a una coleta, que para eso son ustedes como el cuento de
Rapunzel”, destacó, en referencia al líder de Podemos, Pablo Iglesias, que hace
unos días designó a Díaz como su sucesora en la vicepresidencia del Gobierno y
la señaló como candidata perfecta para liderar el partido en las próximas
generales.*
Incomprensiblemente,
el artículo se encuentra en la sección "S Moda - Feminismo", lo que
no deja de ser otro despropósito nacional en forma de machismo clasificatorio
que acaba de confirmar el sentido general del artículo. No es la primera vez
que ocurre, desde luego. Hay también formas machistas clasificatorias en los medios o que lo paracen. Pero "parecer" es todo en un mundo de pantallas y titulares y etiquetar y clasificar son maniobras nada inocentes.
Pero
vayamos al núcleo, al "todo por la campaña" del caso. ¿Existe uno más
rebuscado de intento de insultar siendo "ingenioso"? "Coletas,
"mujeres", "Rapunzel"... ¿En qué gruta cántabra se ha
formado este señor? Me surge la enorme duda de cuánto tiempo le llevó redactar
esa ¿pregunta? al erudito que lleva dentro. ¡Qué imaginación retórica, qué
manejo de los clásicos, aunque sea en versión Disney! Y es que los insultos
deben entenderlo hasta los niños, que llegarán a mayores y podrán votar con un
buen recuerdo.
La
creación imaginativa de la coleta de Pablo Iglesias colgando desde la ventana
de una escarpada torre y la ministra ascendiendo por ella es un ejercicio
brillante que le habrá dejado exhausto. La ministra estuvo rápida al negarse contestar algo que no era una "pregunta" sino un insulto con un elevado grado de figuralidad retórica, que diría un teórico de la Literatura. El señor en cuestión no quería que le contestaran, sino que le aplaudieran. Así nos va.
Quizá, a falta de ideas, se podría establecer algún tipo de indicadores de insultos lanzados por cada político, incluso agruparlos por partidos. Se podría convertir los insultos en "palabras clave" y mostrar a través de buscadores y algoritmos especializados en este tipo de expresiones. No será fácil, dado el nivel de ingenio que muestran nuestros políticos profesionales. Hará falta mucha Inteligencia Artificial para evitar tener que exponer la nuestra a estos riesgos de volvernos idiotas o malas personas, en el caso de no estar ya afectados por esta epidemia del exabrupto. Unas gráficas comparativas con los datos nos vendrían muy bien.
No voy
a insistir más —¿para qué?— en la importancia de las formas, de las buenas
maneras para la vida democrática. Se siente uno como Gandhi en el Club de la Lucha.
La insistencia en que son "cosas de la campaña" desvirtúa por completo su función esencial, explicar a los ciudadanos los proyectos reales, no aprovechar para sacar navajas y puñales. Hace, además, que se le añada un componente teatral, algo así como "lo que se dice en campaña se queda en campaña", que es justo lo contrario de lo que debe ser. El sentido de las campañas es precisamente el compromiso público con los electores. Debería ser el momento de la máxima seriedad y sinceridad, pero lo hemos convertido en lo contrario, en circo.
*
Noelia Ramírez "De «agarrarse a la coleta» a los «morritos» de Pajín: las
penosas raíces del insulto político machista en España" El País 23/03/2021
https://smoda.elpais.com/feminismo/insultos-machistas-politica-agararrarse-coleta/
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