miércoles, 10 de marzo de 2021

Favoritos problemáticos o qué hacer con el pasado

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



Como suele pasar en la vida personal, es mejor afrontar el pasado con sus errores que intentar borrarlo. Esto ocurre con el fenómeno de lo que podríamos llamar, parafraseando a Sigmund Freud "el malestar en la cultura pasada", es decir, el constante descontento con nuestro pasado, sometido a constantes presiones revisionistas y a la tentación de la hoguera.

La CNN publica un artículo titulado "Notorious Hollywood classics seen in a brand new way" a cargo del periodista Jeff Yang, coautor de la (auto)biografía "I am Jackie Chan". Como habrán intuido, Yang plantea un tema ya frecuente y candente en diversos sectores de la cultura y de la historia, el problema de lo que llama "problematic faves", es decir, películas que gustaban, "clásicos", y que ahora, caído el velo de la inocencia y sumergidos en dosis masivas de equivalentes a los "Cultural Studies" nos han vuelto especialmente críticos respecto a su pertinencia.

Yang alaba la política de la TCM al intentar reconsiderar los filmes clásicos bajo nuevas perspectivas, las actuales, que establecen ese carácter "problemático" de las relaciones con ellos. En su artículo va poniendo una serie de filmes clásicos sobre la mesa, viendo lo que nos incomoda hoy de ellos.

Escribe Yang en el artículo:


All of these films were made between the dawn of the "talkie" era and the 1960s, when America began a long-deferred reckoning with the ugly realities on which our nation was built -- a history that includes slavery and institutionalized White supremacy, Native genocide, xenophobic exploitation and exclusion, the demonization of disability, the persecution of LGBTQ individuals and persistent gender inequity.

I can't commend TCM highly enough for choosing to create this series -- as I've written before, framing the beloved, but offensive artifacts of our past with educational context is the right thing to do. Hiding or erasing our racist history doesn't just create gaps in our cultural timeline, it eliminates teachable moments and allows us to pretend we've always been better than we are.

TCM conceived of the series as one part of a wider WarnerMedia strategy of placing classics into context (WarnerMedia also owns CNN). We first saw this when HBO Max briefly pulled "Gone With the Wind" from its streaming platform this summer, before restoring it with an introductory message from film scholar and TCM Host Jacqueline Stewart and a paired panel conversation moderated by historian Donald Bogle. Packaged together in this way, WarnerMedia was able to ensure that the film could be simultaneously appreciated for its artistic merits and interrogated for its grossly stereotypical imagery and romanticization of slavery.*

 

 

Si se tratara de novelas, es decir, de objetos individuales, la decisión es fácil. Nadie los lee o compra; nadie los saca de los estantes de las bibliotecas. Pero la cuestión varía cuando gran parte del valor de estas empresas es precisamente el archivo de películas que mantienen desde la época del cine mudo. No poder exponer las películas bajo riesgo de campañas mediáticas contra ellas, erosionar su imagen acusados de ser propagadores de prejuicios etc. no es una buena perspectiva. No es casual que el tercer párrafo nos advierta que WarnerMedia es dueña de la CNN, en un ejercicio de transparencia. La cuestión afecta, pues, no solo a la historia sino a la comercialización futura del legado cinematográfico, algo que forma parte del propio poder empresarial.

Pero más allá de esto, el artículo es una nueva reedición de una constante batalla con el pasado. Toda generación mantiene un pulso cultural y vital con sus predecesores. Ya se acabaron los tiempos en que el mundo miraba hacia atrás pensando en perfectas (y pasadas) "edades de oro". En Occidente, hasta prácticamente los finales del XVIII se sigue mirando al pasado como fuente de verdad e inspiración. Las ideas románticas serán las que se alejen del criterio de "imitación" del pasado proponiendo nuevas formas. El futuro pasa a ser oportunidad de mejora y se plantea un nuevo concepto que llama al futuro, lo representa la palabra "progreso". Desde ese momento, avanzar es liberarse de las cadenas del pasado, que se empieza a considerar una carga.

En culturas como las orientales, hay que dar culto a los antepasados y escuchar su sabiduría. Lo que ha durado mucho tiempo es lo más valioso precisamente por su resistencia y su permanencia, forma de medir su valor. Cuanto más antiguo es algo, más valioso resulta. Se consultan los "anales", la memoria del pasado para resolver los problemas del presente.

Todo esto, en todas las culturas, nos muestra algo más allá de la admiración por el pasado. Nos muestra un sentido del tiempo muy diferente. Nosotros vivimos en una aceleración temporal que se traduce en distancias culturales, interpretativas, valorativas de los acontecimientos. Hace unos días reponían en TV "Alien, el octavo pasajero", el filme de Ridley Scott, anunciándolo dentro de "clásicos del cine". Muchos jóvenes (y no tanto) rechazan ver filmes en blanco y negro en una especie de prejuicio perceptivo. Sencillamente no le ven, se sienten incómodos por algo que les incomoda por distante y, por ello, incomprensible. Esta experiencia la he vivido frecuentemente en mis tareas de dirigir un cinefórum durante diez años. Es como si fuera otro planeta. Recuerdo un compañero que llegaba derrotado de clase al haber dicho a sus alumnos "no os gustan los clásicos" y haber recibido la respuesta "¡sí, nos gusta Grease!", que por otro lado es una recolección de todo tipo de estereotipos anteriores.



Si esto ocurre con los modos y modas, ¡qué podemos esperar en el terreno de los valores! No es casual que Yang señale una barrera de los años 70. En la década anterior se han producido varias grandes revoluciones: la de los jóvenes (del hipismo de USA al 68 francés), la revolución sexual, el antimilitarismo, los movimientos antirracistas y de derechos civiles.

Si repensamos el cine anterior, es lógico que esa barrera se eleve cada día más alta. Vivimos bajo el efecto de aceleración de lo que Alvin Toffler llamó el "shock del futuro". Hoy la idea de generación se ha atomizado, marcando diferencias grandes entre personas con cinco o diez años más. Se mantienen fuertes vínculos con los más próximos mientras que nos distanciamos más de aquellos que mantienen diferencias que pasan a ser abismales en la forma de ver la vida. Lo que antes se producía con márgenes amplios diferenciales, ahora se ha reducido a mínimos creando burbujas generacionales aisladas.

Nuestra cultura es fragmentaria y selectiva, cada persona se crea unos espacios diferenciados de otros. Tenemos un mundo con múltiples y diversas opciones. El pasado es ya solo una de ellas. Muchos viven en un presente renovable que les hace vivir sin acumular, sin sentido de pertenencia al grupo o haciéndolo con grupos que construyen sus propias identidades. Ya no hay medios de masas porque no hay masas. Estamos en el mundo de los micromedios, de los pasados breves y de la cultura a la carta. No compartimos horarios, canales o programas. En esta sociedad moderna hemos conseguido ser islas formando archipiélagos con puentes ocasionales, uniéndonos en un punto en común y difiriendo en el resto. Es la sociedad red en la que, llevando la contraria al poeta Donne, sí "somos islas".



Esta percepción problemática de la Historia surge precisamente cuando se rompen las conexiones. Hemos pasado del "clasicismo" que admira el pasado a una condena que lo considera bárbaro e infernal.

Si el clasicismo era peligroso porque nos hacía mirar constantemente hacia atrás, esta nueva mirada antipasado, revisionista, es igualmente peligrosa porque nos deja sin memoria o, peor, con engañosas memorias de las que borramos los recuerdos que no nos gustan. Crea, por ello, un conflicto intergeneracional constante ya que la radicalidad de los enfoques y críticas hace que las personas se encierren o sean arrinconadas por el hecho de pertenecer a algo que no se considera "presente".

La respuesta debe estar en la educación. No me refiero a las introducciones didácticas antes de cada película en la TCM o cosas similares, sino a una auténtica formación como seres críticos con nuestra propia cultura, pero también capaces de distinguir lo valioso de lo peligroso.

Es muy fácil juzgar el pasado desde el presente. Pero la Historia no es solo un discurso reformable, como veíamos en el trabajo de Winston Smith en el 1984 de Orwell. Es un proceso valorativo, por un lado, pero también de reajustes interpretativos, que no es lo mismo que la quema sistemática por no ajustarse a nuestra visión actual del mundo.

Somos herederos, para bien o para mal, nos guste o no. En muchas ocasiones nos chirrían los oídos cuando escuchamos, vemos o leemos ciertas obras que vienen del pasado o que, simplemente, están ahí. Los estereotipos de éxito hoy nos ofenden y podríamos quemar casi la totalidad de la cultura heredada por ser distinta y considerarla peor.



A lo mejor no necesitamos quemar tanto y sí aprender más a cómo tratar con un mundo en constante cambio en que la tendencia es la del "usar y tirar" porque todo lo que permanece acaba siendo odioso. La vocación de la hoguera como remedio es siempre muy peligrosa por los cambios del viento y puede que en ocasiones tenga efectos contraproducentes.

No hay solución fácil ni cómoda. Pero este revisionismo constante corre el riesgo de convertirnos en supervivientes en una especie de desierto en el que no haya más movimientos que los de las dunas.

Educar, enseñar a leer el pasado, a interpretar el mundo anterior, es comprender que estamos sujetos a cambios constantes y que muchas cosas del pasado no nos gustan. Los ejemplos que pone Jeff Yang sobre filmes "problemáticos" son claros. Es probable que en ningún campo artístico sean tan claros los estereotipos raciales, de género, xenófobos, etc. El cine era un arte popular dirigido a audiencias amplias, por lo que la mayor parte de las veces satisfacía lo que la gente esperaba e idealizaba esos sentimientos. El cine es un arte que se construye con los códigos sociales, representa a través de lo que conocemos. Los textos de todo tipo, como señalaba Lotman, son la memoria colectiva de una sociedad, son cultura porque se construyen con los códigos del momento y sufren diferentes procesos de "traducción" para adaptarse a las nuevas circunstancias. Pero esto es bastante problemático en aquello que afecta al arte y a otros campos donde las obras son lo que son y solo se puede cambiar su forma de entenderlas.



En estos años asistimos al fenómeno de las películas, pero también otros muchos que llevan a la quema del pasado en forma de estatuas, pinturas, libros, etc. Es un extraño signo, un indicador de "final de los tiempos", de somos los últimos, los que tenemos la capacidad de moldear el mundo de una forma definitiva. Creo que todas las épocas lo han pretendido, ser la última palabra, pero la propia historia muestra nuestro error y los que atacan hoy serán atacados mañana, cuando nos vean como retrógrados por otros o por los mismos motivos.

Convivir con el pasado no es aplaudirlo, pero vivir sin pasado es ser mucho más ignorantes y manipulables de otras formas más sutiles. El pasado y su conocimiento nos pueden inmunizar frente a nuevos males de los que podemos olvidarnos en nuestro furor contra el pasado, como está ocurriendo con los nacionalismos populistas.

Entre la sacralización acrítica y la quema hipercrítica hay muchos puntos inteligentes intermedios. Todos ellos pasan por la educación, de una forma u otra. Más educados significa ser conscientes de los errores pasados para no cometerlos. La quema nunca ha servido de mucho.

 


* Jeff Wang "Notorious Hollywood classics seen in a brand new way" CNN 9/03/2021 https://edition.cnn.com/2021/03/09/opinions/turner-classic-movies-reframed-classics-jacqueline-stewart-yang/index.html

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