Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ayer una cadena televisiva nos mostraba la reacción de Donald Trump en un mitin tras conocerse los premios Oscar que habían ido a la película surcoreana "Parásitos". El entonces presidente de los Estados Unidos se dirigía a acólitos lamentando que se le hubiera dado a una película de un país con el que "se tenían problemas comerciales" y reclamaba la vuelta de películas como "Lo que el viento se llevó", hoy considerada como un clásico con problemas de estereotipos racistas. A Trump le gustan, por lo dicho en diversas ocasiones, los "viejos tiempos", expresión con la que ha hecho referencia a situaciones de racismo, una vía que no le desagrada y por la que es muy querido por sus seguidores radicales, que valoran en él su falta de condenas a los "Proud Boys" y otros grupos de corte supremacista blanco. Lo más que se ha llegado a conseguir es que disculpe la violencia racista como respuesta a la "violencia antirracista", equiparando la violencia con las protestas contra ella.
Los cometarios de Trump contra "Parásitos" son una muestra de cómo se ha ido dirigiendo contra el mundo asiático un sentimiento de odio que encubre una enorme frustración ante lo que es una evidencia, su desarrollo tecnológico y comercial. Con su ambigüedad constante ante la Rusia de Putin, al que dice admirar, Trump consiguió trasladar las preocupaciones de las élites económicas frente a la pérdida de poder ante una emergente Asia a la calle, donde esos sentimientos negativos se convierten en odio al sentirse desplazados y superados. Trump consiguió convencer a muchos norteamericanos que el mundo conspiraba contra Estados Unidos y que el problema estaba en Asia, no solo en China.
Aquí hemos tratado en varias ocasiones el problema de la violencia racista anti asiática que se ha desatado en Estados Unidos y cómo ha sido fomentada desde la Casa Blanca en la época de Trump, primero por las cuestiones económicas, centradas en el desarrollo tecnológico —especialmente en la telefonía, con Huawei y el 5G— y reforzadas con las acusaciones por la pandemia del COVID-19, para la que ha estado usando la expresión el "virus chino".
Además de dirigir el odio hacia los hispanos que llegaban por el sur y aplicar aranceles a Europa, Trump pronto dirigió toda su artillería demagógica contra China. Pero a los ojos de un racista, no existen muchas distinciones entre "asiáticos", por lo que cualquiera que presente rasgos orientales es objeto de su odio.
En The
Washington Post de hoy podemos leer el titular "An 83-year-old Asian
American woman was spit on and punched so hard she blacked out, police
say", donde se nos cuenta el incidente:
Authorities in White Plains, N.Y.,
arrested a man they say spit on and punched an 83-year-old Korean American
woman on a busy street in the New York City suburb this week, marking the
latest high-profile case in a spate of violence targeting Asian Americans
nationwide.
The victim was walking alone near a
shopping center Tuesday evening when police say Glenmore Nembhard, 40, attacked
her without provocation, striking her so hard that she hit her head on the
ground and blacked out. When she regained consciousness, the man was gone,
according to police.*
Nos explican que la ley distingue como un agravante el que la personas agredida tiene más de 65 años. Investigan si se trata de un "crimen de odio", algo que solo se podrá saber si el propio atacante lo manifiesta de tal manera, pues se trata de otro agravante. El atacante es un "homeless", nos dice el diario, con varias detenciones previas. Hay una ola, nos explican en el artículo, de ataques a personas mayores de origen asiático, ataques sin otro fundamento, violencia pura contra personas solas en plena calle.
¿Qué se pasó por la mente de ese "sin techo" al atacar a la anciana escupiéndola y golpeándola? El escupir es uno de los más viejos signos de desprecio en casi todas las culturas. No creo que se necesite mucho más para comprender que se trata de un odio redirigido contra las personas asiáticas por el simple hecho de serlo.
Hemos comentado en varias ocasiones cómo los medios norteamericanos parecen (lo están) obsesionados con China. La salida de Trump del poder no solo no lo ha frenado sino que parece intensificarse al no tener ya el protagonismo Donald Trump en esta cuestión. Los artículos se multiplican en los medios en un intento de justificar la decadencia propia e impedir el ascenso ajeno. La presencia constante en los titulares acaba confundiendo lo que son las acciones de los gobiernos —que nos pueden gustar mucho o nada— y las personas que viven bajo ellos. Criticar a China no implica estigmatizar a los chinos, por decirlo claramente. Pero esto, que es evidente, no es lo que percibe la gente de la calle que busca redirigir sus frustraciones y problemas hacia objetivos tangibles en los que descargar su odio. Y eso es lo que están pagando personas sin culpa alguna.
Hace tiempo trajimos aquí el artículo de una mujer coreana que se había hartado de explicar que ella "no era china", hasta que se dio cuenta de la raíz del problema: lo político y económico escondía el racismo. Esto le hizo asumir el hecho de que se trataba de afirmarse en sus derechos antes que hacer que las iras fueran contra otros, dejándola a ella al margen.
Este fin de semana se ha estrenado una magnífica película norteamericana dirigida por un hijo de inmigrantes surcoreanos. Su título es "Minari. Historia de mi familia" (Lee Isaac Chung 2020) y puede dar otro disgusto a Donald Trump. El director y guionista nos lleva a una Arkansas profunda a la que se traslada una familia surcoreana —matrimonio y dos hijos— desde California para tratar de crear un negocio con la tierra produciendo vegetales coreanos que puedan ser comprados por la comunidad de inmigrantes establecidos.
La América que se nos muestra en la película, las relaciones entre la comunidad y los recién llegados, no tiene nada que con el de este envenenado ambiente actual. Inmediatamente comprendemos que ese mundo es otro. Por muy idealizado que pudiera estar a través de la memoria, la situación es muy diferente. La inmigración asiática, especialmente la proveniente de China, tuvo enormes barreras que todavía hoy siguen sin explorarse y salen poco a la luz.
Explosión de denuncias a través de todo tipo de artes sobre el racismo, las manifestaciones públicas, las denuncias constantes ha tenido sobre todo una cara afroamericana. El aumento de ataques a la comunidad asiático norteamericana tienen un fuente más identificable y próxima. Nos dicen en el diario:
A wave of racist violence and harassment has shaken Asian American communities from coast to coast in recent months, prompting some residents to organize neighborhood watch patrols and launch campaigns to urge officials to crack down.
A report this week by the Center for the Study of Hate and Extremism at California State University at San Bernardino found that anti-Asian hate crimes jumped nearly 150 percent in the country’s largest cities last year, even as overall hate crimes fell 7 percent. In New York City, there were 28 reported hate crimes against Asians last year, up from three in 2019, according to the study.
Activists say the violence is linked at least
in part to anti-Asian sentiment stoked by former president Donald Trump and
other leaders who have spread misinformation about the coronavirus. The
reported attacks are likely undercounted, activists say, with language and
cultural barriers deterring some victims from seeking help from police.*
Se menciona en el artículo cómo la Fiscal del Distrito anima a las víctimas y a los testigos a denunciar lo que muchas veces esas barreras de lengua y cultura prefieren dejar silenciadas para evitar males mayores.
La cuestión, una vez más, es cómo se traduce la presencia negativa constante en los medios, deshumanizando al otro, en violencia callejera. No es un problema único de los Estados Unidos, porque muchos medios internacionales siguen las líneas de la derecha norteamericana tratando de aislar Asia para evitar que la crisis económica provocada por el coronavirus, el retroceso tecnológico frente al avance y desarrollo asiático, etc. se siga ahondando.
Joe Biden, creo que ya está medianamente claro, sigue las líneas del "cerco" a China, especialmente. El cinturón de conflictos que se le abren a China en sus fronteras busca crear una especie de alianza asiática contra China en lugar de la alianza asiática que China buscaba estableciendo políticas de cooperación y buena vecindad. Esta cuestión ya la hemos tratado aquí desde hace tiempo. Biden no quiere asumir las acusaciones de "debilidad" que le lanzan desde distintos frentes ideológicamente variados.
Aquí se combinan los elementos "racistas" y "aislacionistas" del populismo que Trump concentró con los intereses del gran capital y la industria que ve que China les ha estado adelantando en sectores punteros para su desarrollo económico y estratégico, como son las telecomunicaciones o la investigación en Inteligencia Artificial. Cada logro chino es una bofetada en el rostro tecno nacionalista de los Estados Unidos que lo ven como una peligrosa agresión.
De todo esto se sigue una campaña mediática en donde se marca a China como un enemigo y cuyo inevitable efecto es su conversión popular en violencia racista. Como bien supo hacer Trump, se trata de que el "sin techo" responsabilice al asiático como el culpable de su pérdida de empleo, de casa y de cualquier otra circunstancia negativa de su vida. Es el enemigo perfecto, el responsable sobre el que descargar tu ira una vez que te han explicado que tu desgraciada situación no es culpa de los que te explotan sino de aquellos que trabajan al otro lado del mundo. Los chinos, surcoreanos, vietnamitas... te quitan tu puesto de trabajo, se hacen ricos a tu costa y encima se llevan el Oscar.
Lo más sorprendente es cómo la prensa norteamericana está reproduciendo esta política del "poli bueno, poli malo". En un entorno de artículos anti China aparecen esas denuncias del aumento de los ataques. Que tu mano derecha no sepa qué hace tu mano izquierda.
Preocupante es que la paranoia anti asiática norteamericana se esté fomentando por parte de determinados intereses entre nosotros. Trump ha creado escuela y algunos medios juegan al trumpismo nacional como forma de fomentar la explicación sencilla para todos. Mientras algunos buscan cómo invertir o exportar hacia China creando lazos, otros juegan a lo contrario. Y eso se paga por la retórica que se ha puesto en marcha especialmente por la cuestión del coronavirus, "el maldito virus chino" que Ortega Smith pilló y esparció un mal día en un mitin de su formación y a los que había de vencer con sus recios "anticuerpos españoles". Toda esta retórica se paga con creces.
A principios de febrero, la prensa española daba cuenta del incendio intencionado de un bazar chino en Madrid. Un niño de 12 años y dos adolescentes de 16 iniciaron el incendio provocando el fuego en la zona donde se encontraban los objetos más inflamables. Dentro estaba trabajando el matrimonio propietario. La esposa pudo salir por la puerta, pero el marido se vio atrapado y consiguió salir por la puerta de emergencia trasera. Podía haber sido una tragedia, pero se quedó en signo de lo que puede ocurrir.
El diario El Mundo recogía el 3 de febrero las palabras de Mar Barberán, la concejala de "Más Madrid":
"Cuando unos jóvenes cometen un delito de esta gravedad tenemos que preguntarnos qué puede llevar a unos chicos a hacer algo así. Pensamos que todos tenemos que ser cautos con los mensajes que trasladamos y más cuando hay personas y fuerzas políticas que lanzan mensajes de odio que tienen influencia y pueden tener consecuencias graves", remarcó Barberán.
La edil agradeció la actitud del vecindario, "que acudió a la zona para ayudar a la familia en todo lo posible" mientras que el grupo municipal expresó su "apoyo y solidaridad con la familia afectada y con el resto de vecinas y vecinos del distrito", al tiempo que ha "condenado rotundamente este tipo de actos, que pretenden erosionar la convivencia en la ciudad".**
Las televisiones habían mostrado una imagen que confirmaba estas palabras finales. La calle se llenó de vecinos que aplaudían a la familia agredida. La idea de que hay que "cuidar" los mensajes hace referencia, pienso, a lo mismo que estamos advirtiendo fuera y que es peligroso repetir.
Hay muchos intereses, pero por muy poderosos que sean no deben pagarlos una anciana surcoreana, escupida y dejada inconsciente en la calle, o una familia de entregados trabajadores a su negocio.
La retórica incendiaria no es solo de Trump. El universo mediático en el que vivimos es una burbuja envolvente en la que se suceden las llamadas al odio, a un mundo simplificado y maniqueo que es cada vez más inhumano y deshumanizante. Por encima de todo, el mal comienza con un empujón a ancianos, por un escupitajo, con un niño de 12 años que comienza su vida con el rito iniciático de prender fuego a unas personas.
Cuidado con los mensajes que lanzamos porque son bombas de relojería. Es fácil hacer titulares llamativos, escribir artículos insultantes llenos de ingenio o discursos patrióticos llamando al odio. Lo difícil es pararlos después, frenarlos en su fuerza destructiva. El racismo es una forma de odio, pero también es de corrupción del propio sistema en donde se produce, una perversión profunda que distorsiona nuestra mente. Es una enfermedad cuya propia euforia oculta la gravedad del mal hasta que es demasiado tarde.
* Derek
Hawkins "An 83-year-old Asian American woman was spit on and punched so
hard she blacked out, police say" The Washington Post 13/03/2021
https://www.washingtonpost.com/nation/2021/03/13/asian-american-attack-white-plains/
** Luis F. Durán "Identificado un menor de 12 años por quemar un bazar chino en Madrid junto a otros dos amigos de 16 años" El Mundo 2/02/2021 https://www.elmundo.es/madrid/2021/02/03/601a9ac421efa02e458b45b5.html
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