domingo, 21 de marzo de 2021

La batalla de Madrid

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



La campaña electoral —la batalla de Madrid— en la comunidad madrileña amenaza, por concentración y anticipo, a una posibles generales con las que ya algunos advirtieron cuando empezaron las puñaladas por la espalda, el principal gesto político, el más representativo, según podemos apreciar. No hay quien pierda ocasión de hacerlo con los más cercanos, por más que este concepto —como el de "allegados" por la pandemia— requiera de múltiples interpretaciones. La proximidad política tiene poco que ver con la medida objetiva de las distancias. Es otra cosa, algo donde se entremezclan todo tipo de factores cuya medición pasa por encuestas, simpatías, rivalidades y competencia por un mismo electorado.

Queda por resolver una cuestión crucial: el hartazgo de la gente. Los partidos y los políticos individualmente son implacables con el electorado. Su narcisismo creciente necesita de la atención 24 horas al día y 365 días al año. Se nos cuelan hasta en las cajas de los cereales, por decirlo así. No pueden hacer otra cosa, pues si dejan de aparecer ante nosotros son rápidamente sustituidos. De ahí que necesiten esa atención constante.



La confluencia de candidatos con mayor presencia mediática en Madrid, importados de la política "nacional" expresa la importancia de las elecciones para los partidos y alguna que otra cuestión más referida a las divisiones propias de algunas coaliciones y de acuerdos cogidos con alfileres.

La política española ha dejado de ser operativa por un exceso de divisiones y otro de protagonismo. Cuando hay división, es necesario crear una "marca" fuerte alrededor del candidato (se es permanentemente candidato), que si consigue conectar con el electorado es potenciado a puestos donde logre más rendimiento.

La separación de niveles es esencial para evitar ser "invadidos", como ha ocurrido en Madrid con Iglesias y con Edmundo Vals, de Ciudadanos. Las lágrimas de Aguado al pasarle el relevo a Vals constituyen uno de esos momentos trágicos de nuestra vida política (o, si se prefiere, de la vida de los políticos) local desplazados "por el bien de la causa". Quizá la idea expresada de que en "el futuro" volvería a colaborar con Díaz Ayuso le dejó sin "futuro". El drama de Ciudadanos es el de la política española, condenada al exceso verbal, al exabrupto continuo para llamar la atención.



El pistoletazo de salida, es mi idea, lo dio José María Aznar cuando dijo que Casado debía unificar a toda la derecha española, siguiendo su ejemplo histórico. Y Cuidadanos, lógicamente, se vio aludido. Después todo se precipitó, empezando por Murcia, acabando con la convocatoria de Madrid y alguna que otra moción fallida o en trance de serlo. 

Los depredadores de la política, los halcones, han apostado por el órdago electoral con la esperanza de lograr la mayoría o cambiar de alianzas en Madrid, un feudo que es importante por lo que representa para bien y para mal.

La reducción del "centro" a una etiqueta antes que a una actitud caracterizada por la doble función de diálogo y moderación a través de los pactos, hace que sea complicado pensar un futuro en el que haya que elegir entre "radicales" y "muy radicales", lo que nos condena a vivir entre constantes enfrentamientos y demagogia. Cuando se valoran lo ingenioso de insultos y chanzas en vez de la validez de las ideas, que quedan fuera de plano por la avidez de titulares de los medios, la política queda reducida a mala educación.

En el artículo aparecido ayer en el diario El País dedicado a contarnos las glorias de Isabel Díaz Ayuso, titulado "De desconocida a lideresa: así se gestó el ‘fenómeno Ayuso’", se recogen las elogiosas palabras de su antigua jefa, Esperanza Aguirre: "[...] la moderación no es una virtud, sino un defecto, y estoy totalmente de acuerdo con ella. Isabel no tiene complejos".* ¿Por qué iba a tenerlos? Es más, le augura que tendrá envidias en las alturas por el éxito de su verbo de tiro fácil en los duelos dialéctico. Se augura un gran espectáculo en este duelo de titanes incontinentes entre Iglesias y Díaz Ayuso, viejos rivales de juventud por conseguir los focos.



Si los papeles de estrellas están ocupados, habrá que buscar otros. Al candidato Gabilondo le han montado su campaña en reconocimiento de lo que es su marca de identidad, la seriedad, que pasa de lo personal a lo político en un hábil juego de palabras e ideas.

Gabilondo lo tendrá complicado si tiene que competir en una campaña en donde desde ya se está recurriendo al exceso. ¿Dejarán algo para el final? Por mucho que pensemos que esto tiene un límite, los políticos se encargan cada día de recordarnos lo contrario. Si alguno se excede, el resto se excede recordando que se ha excedido.

Las campañas han dejado de ser aquello de la "fiesta de la democracia" para convertirse en una especie de aquelarre repleto de hogueras en donde se lanza al contrario con gran festejo por parte de medios —¡titulares, titulares!— y público romano sediento de sangre.

Muy pocas ideas nuevas. El problema son los otros. Es el principio que les une a todos, el fondo común.

 


* Juan José Mateo y Natalia Junquera "De desconocida a lideresa: así se gestó el ‘fenómeno Ayuso’" El País 20/03/2021 https://elpais.com/espana/2021-03-20/de-desconocida-a-lideresa-asi-se-gesto-el-fenomeno-ayuso.html

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