Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Este
fin de semana, las cadenas televisivas lo han dedicado a hacer resúmenes del
año cumplido bajo "estados de alarma" y los confinamientos
consecuentes, de análisis de medidas y resultados, de homenajes afectados, de héroes e incumplimientos, un
año, en fin, atípico que por largo nos ha borrado el sentido de lo normal
trastornando nuestra percepción.
De todo
lo ocurrido que nos han resumido como en un suspiro, me quedo con la lucha
entre los bulos interesados y la información veraz, una batalla épica por
nuestra credulidad y supervivencia.
La
pandemia ha servido para destacar, una vez más, una tendencia de la historia:
cualquier avance en las comunicaciones conlleva un enfrentamiento por la
verdad. La condena de Platón a la escritura ya tenía como crítica el no poder
diferenciar claramente la "verdad" de la "apariencia de
verdad". Después todos los avances tecnológicos de la información nos han
planteado el mismo problema, que hoy tiene múltiples consideraciones bajo
etiquetas como "desinformación", "realidad alternativa",
"fake news", etc.
En un
mundo multimediático, con la posibilidad de esconderse bajo alias, bajo
identidades falsas, con robots creando tuits y retuits, etc. la pandemia ha
supuesto un campo de batalla de la información que no se veía desde la Guerra
Fría. La ironía de la Historia ha hecho coincidir la pandemia con personajes
como Donald Trump, un mentiroso que ha mostrado lo lejos que se puede llegar en
este terreno, que la verdad es algo con lo que jugar y, algo peor, que la gente
disfruta siendo engañada si las mentiras se ajustan a su forma de entender la
vida.
Siempre
ha habido mentirosos, sí, pero había un cierto rechazo social, una cierta
condena del mentiroso. Hoy podemos dudar de eso. Por otro lado, nunca ha habido
tantos medios simultáneamente, tanta capacidad de amplificar y diversificar las
mentiras. Es como si el fondo del barco se fuera llenando de agujeros por los
que se nos cuela el agua. Un par de ellos se pueden tapar, pero cuando tapamos
uno surgen otros por todas partes.
Finalmente, la mentira o la desinformación anidan ya en cualquier institución,
no es algo marginal. Lo visto con la presidencia de los Estados Unidos ha sido
lo suficientemente claro con esto.
Podemos
considerar el conocimiento de algo como provisional y relativo, imperfecto.
Solo la mentira puede ser perfecta,
ya que su objetivo general es confundir, al margen de los más concretos.
En este tiempo de pandemia, los mentirosos han hecho su agosto. Nada les viene mejor que los estados de ansiedad, que la incertidumbre, máxime si se trata de un campo que involucra la salud propia y se entreteje con aspectos científicos, sanitarios, etc., campos técnicos en los que es fácil colar todo tipo de falsedades a muchas personas.
Muchos
medios han tenido que crear sus propias estructuras defensiva para chequear los
bulos circulantes por el entorno informativo. En Televisión Española, la
encargada de VerificaRTVE, un servicio encargado de comprobación de
afirmaciones dudosas, explicaba el trabajo realizado durante la pandemia,
ofreciendo los datos por los que poder atender a los espectadores en sus
cuestiones dudosas, aquellas que les llegan con pretensiones de verdad y que
despiertan sus sospechas. El trabajo durante el año ha sido constante con el
coronavirus de fondo, aunque no es su único campo.
En la
web de RTVE vemos una de sus últimas publicaciones en la senda verificadora.
Allí señalan:
[...] desde Estados Unidos, un grupo de
investigadores de Computación e Inteligencia Artificial del MIT (Massachusetts
Institute of Tecnology) han publicado este impresionante trabajo sobre los
negacionistas de la COVID-19. Los científicos se preguntaron cómo utilizan la
información sobre salud para hacer campaña en las redes sociales contra medidas
sanitarias como el uso de mascarilla. “Estudiamos medio millón de tuits, más de
41.000 visualizaciones, y pasamos seis meses al acecho en grupos de Facebook
anti-mascarilla”, explican los investigadores. Han llegado a la conclusión de
que esta crisis de salud es “parte de un campo de batalla más amplio sobre la
epistemología científica y la democracia moderna en Estados Unidos”. La
visualización de datos es espectacular. Para que luego digáis que los estudios
científicos son aburridos.*
En
efecto, el trabajo realizado es espectacular en la presentación y contundente
en sus conclusiones. El análisis, por ejemplo y entre muchas cosas, nos muestra
a Donald Trump como el principal centro de salida de las noticias de la extrema derecha.
Además de ser responsable por inacción de miles de muertes, Trump es el
responsable principal de la difusión y amparo de bulos sobre la pandemia.
Ayer
nos decían que el continente americano es el más afectado por la pandemia. No
es de extrañar pues en sus dos países más grandes ha querido la Historia que se
junten Jair Bolsonaro y Donald Trump, dos personajes sobre los que no es
posible la indiferencia en este caso.
La
pandemia ha tenido sus propios bulos, pero también ha hecho que se intensifique
la mera busca de información, lo que un aliciente para los dispersores de
rumores y bulos interesados. Algunos de estos bulos han tenido objetivos claros,
pero otros tienen un objetivo anárquico, que es sembrar las dudas, hacer vivir
en la incertidumbre y en el caos. Las personas que se encuentran en estos
estado son más fáciles de reclutar y manipular.
El éxito de sectas y todo tipo de falsarios en los tiempos en que existe más información reside precisamente en la mentalidad de muchos de tener solo un referente claro. Buscar, seleccionar, comprobar las informaciones es un ejercicio que no todos están dispuestos a hacer. Les produce una dolorosa sensación de incertidumbre, un estado de angustia que la llegada de nuevos focos absolutos ayuda a calmar. Lo hemos visto en comunidades religiosas en los Estados Unidos, concretándose en una forma de fe absurda que pretendía refugiarse en el "Jesús es mi vacuna" como una solución tajante a todas las dudas. Para algunos el mundo es demasiado complejo, demasiada información, y se agarran a verdades simples y absolutas. Algunos han pagado caro esta simplificación, como nos muestra cada cierto tiempo la prensa norteamericana anunciando muertes de los opuestos a mascarillas, vacunas o cualquier otra cosa que afecte a su fe ciega.
La
explosión de información procedente de fuentes de la ciencia en sus variados
sectores, de biólogos a epidemiólogos, no siempre ha sido lo eficaz que se
presuponía por dos aspectos: la falta de una correcta comunicación con el
público sin preparación para entender lo que se decía y la falta de
entendimiento de cómo la Ciencia funciona y los límites de sus afirmaciones,
que muchos han considerado como una debilidad refugiándose en las verdades
absolutas que otros les ofrecen.
Los
medios y los científicos han tratado de ofrecer información a un público no
científico. No siempre se ha hecho bien. La seriedad de los propios medios ha
tenido mucho que ver con todo esto, pero también la incapacidad comunicativa de
muchos científicos para amoldarse a los nuevos públicos. En circunstancias
normales, el científico acostumbra a comunicarse entre "pares", que
es lo que se le exige. En muchas ocasiones, la divulgación se sanciona o
simplemente no se valora. Sin embargo, esta actitud —lo hemos comprobado— es
suicida. Damos por descontado que la Ciencia no "interesa" o que los
medios se ocupan de otra cosa. Se ha demostrado la necesidad urgente de mejorar
la información científica divulgativa, aunque vaya en contra de la tendencia al
"entretenimiento" que se ha ido imponiendo como forma del negocio
informativo. La comunicación entre pares ha establecido una enorme brecha entre
la ciencia y la sociedad, que ha quedado en manos de los bulos, la
desinformación y la ignorancia manipulada. Son necesarios medios y
comunicadores científicos que combatan más allá del espectáculo esta tendencia
general al embrutecimiento que se observa. Hay que "ilustrar" desde
determinados campos y la divulgación debe ser reivindicada para evitar que las
mentes se nos llenen de mentiras aceptadas por la falta de preparación.
No
debería ser algo pasajero. Se ha hecho desde los científicos medioambientales
para hacer comprender los efectos del cambio climático (también tiene su propio
negacionismo, vinculado también con los mismo negacionistas del covid-19 en muchas
ocasiones), pero hay que hacerlo desde muchos otros cambios. Una sociedad mejor
educada es también una sociedad mejor protegida.
Un año
de pandemia nos debería hacer comprender muchas cosas más allá de los efectos
sobre sectores específicos, algo que se nos repite una y otra vez. Hace falta
invertir más en Ciencia —especialmente en España—, en sanidad, en educación, en
infraestructuras de comunicaciones. Si no aprendemos sobre lo que necesitamos,
nos condenamos a simplemente ir tirando... hasta que llegue la próxima.
*
VerificaRTVE "#TiraDelHilo: un año
de bulos desde el estado de alarma y el 'smishing' del paquete" RTVE
13/03/2021
https://www.rtve.es/noticias/20210313/tiradelhilo-boletin-verificartve-13marzo/2082060.shtml"
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