viernes, 19 de marzo de 2021

Machismo y racismo van de la mano

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



La creciente ola anti asiática desarrollada en los Estados Unidos ha tenido un nuevo y trágico episodio en la ciudad de Atlanta, donde un desequilibrado ha asesinado a ocho persona, de las cuales seis son mujeres asiáticas. Un par de días antes habíamos hablado aquí de la ola de odio, de ataques perpetrados contra la comunidad asiática en los Estados Unidos, crecida por la retórica racista de Trump y los republicanos. La cobardía llevaba a emprender con los más débiles, los ancianos que eran atacados en plena calle, derribados por energúmenos racistas que veían en estos actos la forma de responder a lo que consideran, siguiendo las indicaciones del ex presidente y otros líderes republicanos, un ataque asiático contra la forma de vida americana, que es la que reflejan los supremacistas, los integristas religiosos y demás mentes distorsionadas.

La matanza de Atlanta tiene una serie de connotaciones específicas ya que ha sido cometida en instalaciones de "masajes orientales", lo que ha servido para poner en primera línea un cierto tipo hipócrita y criminal, que es el del puritanismo norteamericano.



En La Vanguardia, Francesc Perión, su corresponsal en Nueva York, nos explica parte de la deriva puritana que acaba tratando de idealizar las motivaciones del asesino:


Compasión policial con el pistolero blanco y desprecio por las víctimas, casi todas ellas no blancas. Así es Estados Unidos.

El capitán Jay Baker, portavoz del sheriff del condado Cherokee (Georgia), aseguró que Robert Aaron Long, de 21 años, tuvo “un mal día” el martes cuando una supuesta “adicción sexual” le llevó a matar a ocho personas en tres saunas en la zona de Atlanta. Seis eran mujeres de origen asiático.

“Estaba harto y contra las cuerdas”, explicó Baker (blanco), en lo que sonó a justificación no pedida. Asombró su desprecio a los muertos, que no tuvieron un mal día, sino el peor. Sin un mañana.

La consternación creció al descubrirse que ese policía comercializó en Facebook camisetas antiasiáticas con el lema “ Imported virus from Chy-na ”. La pandemia y su origen se consideran claves en el significativo incremento de ataques a asiáticos en EE.UU.

“ Chy-na ” es la pronunciación satírica que usa el expresidente Donald Trump para camuflar su mortífera gestión sanitaria.

El propio Baker divulgó que Long había confesado que no actuó por una motivación racial. Lo del detenido, devoto de Dios, consistió en “eliminar tentaciones sexuales”, añadió el agente.

Cualquiera que sea la justificación, voces de la comunidad, expertos y activistas remarcaron que resulta imposible disociar la raza de esta fechoría, se culpe o no a Long de un crimen de odio racial. El móvil sigue siendo investigado. Además, este caso ha hecho saltar las alarmas por la vulnerabilidad de las mujeres.*

 


El texto es demoledor y deja al descubierto esa hipocresía que se ha apoderado de una parte de los Estados Unidos, país de colonos, en donde la definición de razas ha creado una fantasía racial, mezclada con la idea de "tierra prometida" y de "pueblo elegido" por la Divinidad. Estas doctrinas han ido afianzándose en sus diversas variantes olvidando el inmigrante blanco parte de su viaje y desalojando del país a los que han considerado (y sigue considerando) inferiores.

La lucha contra el racismo es la otra cara de la lucha del racismo contra aquellos a los que no considera parte de la nación norteamericana, despreciado a los vecinos del norte y del sur del continente, mientras mantienen una extraña relación con el resto del mundo. El supremacismo, en clave interna, tiene mucho que ver con el "supremacismo exterior", es decir, la idea asentada de la "era norteamericana", que deriva en una idea "imperial", como ha sido analizada con profusión, y cuyo declive es parte del recrudecimiento de las iras contra los que intentan competir. 



El resurgimiento de los ataques a los asiáticos —previos a la pandemia— no es más que el resultado de la incapacidad de asimilar el desarrollo de países como China, Japón o Corea del Sur. Nadie encarna esto con más claridad que Donald Trump y explica que haya conseguido esos 75 millones de votos que dividen Estados Unidos con una línea, más que política, moral. El país de la variedad, de las diferencias, se ha convertido en muchas de sus áreas en sectario, integrista y racista, como nos muestra la actitud de ese impresentable representante de la autoridad del condado de Cherokee, Georgia, un representante claro de esa forma justificadora de la violencia y que representa en su territorio precisamente la violencia institucional, la del poder, cuando no se mueve de forma justa sino sectaria. Decir que el asesino tuvo un "mal día", después de haber asesinado a ocho personas asiáticas, seis de ellas mujeres, porque trataba de luchar contra su afición al sexo, no es solo una vergüenza sino un ejemplo vergonzoso. Recordemos al sheriff indultado por Donald Trump, involucrado también en acciones racistas. El favor presidencial mostraba la calaña de una línea que iba de la Casa Blanca hasta llegar al pequeño pueblo, a la frontera misma, lanzando la consigna de que matar extranjeros es ser "buen norteamericano", de la misma manera que hace unos días el senador republicano Ron Johnson veía a los asaltantes del Capitolio como "patriotas", "pacíficos" y respetuosos de la leyes". Sí, los Estados Unidos tienen un serio problema de convivencia interna y externa, pues esa actitud no se queda entre las fronteras sino que se proyecta hacia el exterior.



Pero hay un aspecto importante en ese racismo anti asiático que han visto todos menos el sheriff de Cherokee, Georgia. Me refiero al componente machista entremezclado con el supremacismo racista.

El racismo y el machismo se han dado la mano con frecuencia, pues forman parte de un mismo movimiento mental, la inferioridad del otro, ya sea el extraño o la mujer, que es percibida culturalmente como una extraña contrapuesta al orden masculino y patriarcal.

En el artículo de La Vanguardia leemos:


“Matar a mujeres asiaticoamericanas para suprimir las tentaciones sexuales es algo habitual en la historia de su cosificación, el mito de las damas dragón, las flores de loto, valores relacionados con las fantasías y deseos masculinos”, afirmó Sung Yeon Choimorrow, directora ejecutiva de la National Asian Pacific American Women’s Forum.

Parte de los ataques que sufre su comunidad, subrayó Choimorrow en la NBC, se deben a la perpetuación del estereotipo de la mujer asiática como exótica, hipersexualizada y sumisa. “Basta de fetichizarnos”, requirió.

Cerca de 3.800 incidentes de odio se recogen en el informe de la organización Stop AAPI Hate entre el 19 de marzo del 2020 y el 28 de febrero. En ese documento, publicado el martes, horas antes de la tragedia de Georgia, ya se destaca que las mujeres son la principal diana. Ellas padecen el 68% de los incidentes, por un 29% de los hombres.*

 

La imagen de la mujer asiática como "mujer pecaminosa", como bien se señala, se manifiesta en la cabeza del perturbado como algo más, un "ser inferior" a las de su propio grupo, que son las mujeres que se reservan para los motivos nobles, matrimonio y reproducción.

El ejemplo más evidente lo tenemos en la célebre ópera de Puccini, donde el capitán norteamericano acepta como un "entretenimiento" a la mujer que le ofrecen porque la idea del "matrimonio" solo tiene sentido con una "americana respetable", mientras que la geisha es solo un divertimento seductor, alguien de otra "raza" y que carece de valores morales que le conceden su origen y religión.



La forma de relativizar el abuso sexual es siempre justificarlo mediante la inferioridad de la mujer por pertenecer a otro grupo. A las pertenecientes a ese grupo se les priva de cualquier honorabilidad o derecho ya que se elimina de ellas cualquier rasgo de moralidad. Este perturbado veinteañero y criminal intentaba relativizar su sexualidad yendo con mujeres asiáticas porque en su mente enferma esto era un mal menor que buscar prostitutas, masajistas, etc. de su propio grupo, lo que le haría sentir "pervertido" y "mancillador". De esta forma, las mujeres que le tentaban eran precisamente aquellas que por ser diferentes no tenían asomo de virtud, es decir, eran prostitutas natas, mujeres carentes de moralidad.

Esto ha sido el componente general que ha justificado las violaciones coloniales o las "mujeres de placer" o  "mujeres de consuelo", las que han sido sometidas a violación en la invasión de China y Corea por parte de Japón, un asunto que todavía sigue sobre el tablero de las relaciones.

Convertir en "virtuosa" a la mujer del propio grupo, que puede ser idealizada, y envilecer a la del grupo diferente ha justificado muchas tropelías y, sobre todo, ha creado una falsa imagen de "pureza" selectiva que ha permitido los enormes abusos sexuales basados en el desprecio que da la creencia en la superioridad.



Quizá recuerden algunos lectores un tema que tratamos aquí, el de los grupos baptistas del Sur de los Estados Unidos al utilizar el término "Jezabel" para referirse a la actual vicepresidenta de los Estados Unidos. Usar este término era una forma de racismo encubierto y de reducción de la virtud, ya que el término encubre la "sexualización" de la mujer afroamericana, al igual que a cualquier otra (como las asiáticas", ya que la única mujer idealmente pura es la "blanca". Al llamarla "Jezabel", un término más que despectivo, una forma de categorizarla como amoral, sexualizada y perturbadora, los predicadores estaba trasladando a sus fieles la idea que la edad avanzada de Joe Biden podía traer lo impensable, que una mujer de "esa condición" pudiera llegar a alcanzar la presidencia de los Estados Unidos, es decir, gobernar sobre ellos, fieles seguidores blancos de un "Dios blanco".

Aunque no lo parezca en muchos lugares, estamos en el siglo XXI y hablando de una potencia mundial, vanguardista en muchos campos, pero en un imparable viaje hacia un pasado oscuro, retrógrado del que nos han hablado ya desde muchos campos con múltiples indicadores cuyas alarmas no han servido para alertar de las consecuencias.

 

Numerosos ataques –insultos, escupitajos, navajazos– han estado precedidos por la acusación a esas personas de ser las culpables de la covid. Las palabras importan, terció la legisladora Judy Chu, la primera chino estadounidense elegida para el Congreso. “El presidente Trump –recalcó– avivó con su retórica las llamas de la xenofobia contra los asiático americanos”.

Los republicanos callan. No todos. En una comisión judicial de la cámara baja dedicada al creciente odio a los asiáticos americanos (convocada previamente a la tragedia de Atlanta), el legislador Chip Roy, republicano por Texas, provocó consternación.

Apeló a la justicia del linchamiento –la soga y el árbol, aplicados históricamente a los negros– para defender que Trump hablara del virus chino o kung flu (gripe). “El partido comunista chino, ellos son los malos”, dijo.*

 

Desgraciadamente, la ambigüedad de los mitos norteamericanos, las creencias elaboradas por ellos mismos sobre su propia condición, no logran salvar la distancia con la realidad. Esto es una constante denuncia desde el siglo XIX, donde empezó a surgir el contraste entre lo que se predicaba y lo que se practicaba, con la esclavitud de centro. Supremacismo, destino manifiesto, excepcionalismo, etc. ha servido para torcer en muchas ocasiones el papel de los Estados Unidos y su interpretación externa hasta llegar a un profundo maniqueísmo, una simplificación extrema en la que el "bueno" es unos y los demás los "malos".




La propia dispersión norteamericana hace que estas enormes diferencias se estén ampliando y que estén avanzando ideas salidas de los más oscuros fondos ideológicos, de situaciones retrógradas que van afianzándose como ese impresentable sheriff de Cherokee o tantas otras figuras emergentes en estos tiempos de Trump, donde se perdió la vergüenza de mostrarse en estas dimensiones tanto racistas como machistas.

Recordamos aquí la funcionaria despida por referirse a Michelle Obama como "mona con tacones" o al abogado judío de Nueva York que montó un escándalo porque escucho hablar español a un camarero en el lugar donde comía. Son un par de ejemplos que no quedan invalidados por las múltiples reacciones de rechazo. Y eso es gran parte del problema: una cosa es manifestar repulsa y otra combatirlo, es decir, tener el convencimiento de que eso debe ser erradicado porque es intrínsecamente malo. Pero es ahí donde falla la acción, falla la educación (que puede educar es esos valores negativos con pleno eficacia), falla el sentido colectivo.



Lo conseguido por Donald Trump, elevar los discursos escondidos a primera línea, el racismo y el machismo como formas orgullosas, es demoledor aunque haya salido de la presidencia. Los efectos sobre el Partido Republicano son terribles porque este sentimiento retrógrado lo estamos viendo día a día cuando se exaltan esto sentimientos negativos para conseguir votos o aplausos. Es vergonzoso lo que hacen desde la Fox News, como veíamos hacer un par de días burlándose del Ejército por haber diseñado ropa para las soldados embarazadas. Allí ya vimos cómo se mezclaba el racismo con el machismo, pues ambos son hijos peligrosos de un mismo padre.



No es casual que se ataque a las mujeres asiático norteamericanas o simplemente asiáticas. Pero deben ir preparándose porque hay una oleada de mujeres asiáticas en los Estados Unidos —en todo el mundo— con mucho que decir dentro y fuera. Mujeres como la directora india Deepa Mehta o como la directora china de Nomadland, Chloé Zhao o muchas otras que en todos los campos, del cine a la literatura, pasando por las otras artes y en muchos campos de la ciencia, tienen mucho que decir en un mundo global y local. Nos hablan de la realidad en la que viven y del mundo que comparten y podemos ver que lo que consideramos "normal" no es más que nuestro ajuste impuesto a la vida de los demás. Hay muchas cosas que no tienen ya cabida y se resisten a desaparecer.


La directora Chloé Zhao

Si desde el racismo se odia al otro, el machismo es el complemento deshumanizador que se dirige doblemente hacia las mujeres. Lo que Trump insultaba en Kamala Harris era doble: su trabajo inteligente en su vida, ganada con el esfuerzo de años,  y el hecho de ser mujer. Viniendo de un hijo de rico, cuyo abuelo se dedicó a abrir y gestionar prostíbulos, es comprensible que sea incapaz de entenderlo. Trump ha sacado lo peor de la gente, como hemos señalado en muchas ocasiones. Ha hecho que salgan esos sentimientos estereotipados de frustración y odio y se normalicen descaradamente por parte de aquellos que los aplauden, como es frecuente en sus mítines, lugares donde cargarse de energía combativa contra todo. Trump ha sido la catarsis que ha permitido aflorar lo que no era correcto manifestar, lo que se mantenía en la familia o en los grupos sectarios. La posibilidad de hacerlos aflorar ha creado ese refuerzo colectivo.

El asesino de Cherokee, Georgia, no tenía una crisis religiosa. Es su religión lo que estaba en crisis, su forma enfermiza y manipulada de entenderla que cree que la forma de acabar con la "tentación" es matar a las mujeres por las que se siente culpablemente atraído.



Las palabras dichas por el sheriff son hoy un escándalo que ha saltado a las páginas de todos los medios serios norteamericanos. Es difícil encontrar un ejercicio similar de cinismo, algo que debería preocupar en pleno estallido de críticas contra la forma de ejercer el control policial en muchas ciudades. Si el asesino "tuvo un mal día", son muchos los "malos días" de las fuerzas policiales en algunos lugares. Como bien señalaba Perión en su artículo en La Vanguardia, ni una palabra para las víctimas; solo excusas para el asesino. ¡Pena de chico!

Machismo y racismo se unen en un crimen de odio en donde lo irrelevante es que el "chico" se odiara a sí mismo. Por otro lado, la solidaridad crece. Esos voluntarios que ayudan a las ancianos asiáticos a poder caminar por las calles sin miedo a ser agredidos por energúmenos son una muestra de lado bueno, de la gente con conciencia solidaria.

Hay que evitar que este mal se esparza por el mundo. Hay que hablar de ello sin tapujos porque el silencio casi nunca evita nada. No se puede dejar que crezca disfrazándose de falso patriotismo, de religión o de cualquier otra causa que lo disfrace o exalte. Hay que ser claros.



* Francesc Peirón "La matanza de Atlanta saca a la luz el racismo antiasiático por la pandemia" La Vanguardia 19/03/2021 https://www.lavanguardia.com/internacional/20210319/6602052/atlanta-matanza-racismo-eeuu-pandemia-impacto.html




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