martes, 2 de marzo de 2021

La epidemia del mal político

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



La condena a tres años de prisión del que fuera presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, junto a otras noticias de detenciones de dirigentes de diversos países, plaga de la que no se libra el nuestro, debería hacernos reflexionar sobre algunos aspectos que afectan a nuestras modernas democracias y, por ende, directamente a todos nosotros.

Que los dictadores sean antipáticos y llenos de defectos no nos importa mucho, aunque también este modelo está cambiando y los dictadores se han movilizado para acabar resultando hasta simpáticos. Recuerdo que en plena explosión de la Primavera Árabe, el dictador Gadafi, un visionario megalómano, exigía ser "amado". No solo quería que le obedecieran, sino que su ego necesita del amor de sus oprimidos. El muy sinvergüenza quería que le rodearan de amor —hay que explicarlo— cuando decidió crear una barrera humana cuando empezaron a bombardear el palacio presidencial. Le quisieron tanto, que acabó medio descuartizado por una multitud que le quiso expresar directamente su aprecio.

Quizá me ha venido a la mente Gadafi por asociación de ideas al mencionar a Nicolás Sarkozy, con el que comenzaron los disgustos del francés, ya que se pudo demostrar que el dictador argelino financiaba la campaña del democráticamente elegido presidente de la República en un insólito gesto de solidaridad, con el que esperaba comprar diversas cosas en el futuro.

En 2018, France 24 nos resumía algunos aspectos del escándalo que tocaba entonces, uno de los muchos de Sarkozy:

 

Las alarmas respecto a la presunta financiación de Libia en la campaña de Sarkozy se encendieron en el año 2011, luego de que el mandatario francés, quien buscaría la reelección el año siguiente, respaldó la iniciativa de los rebeldes para derrocar a Muamar Al Gadafi.

El motivo que levantó las primeras sospechas fueron las declaraciones emitidas por uno de los hijos del fallecido gobernante, Saif al-Islam, quien le comunicó al medio Euronews que "Sarkozy debe devolver el dinero que aceptó de Libia para financiar su campaña electoral", sin embargo, más allá del pronunciamiento, nunca mostró pruebas al respecto.

Sin embargo, en el año 2012, el medio de investigación francés Médiapart, publicaría un documento atribuido a Moussa Koussa, exjefe de inteligencia externa de Libia, el cual refería que la campaña de Sarkozy se había aprovechado de fondos libios por una cantidad de 50 millones de euros.*

 


¿Por qué los dictadores como Gadafi acaban haciendo buenas migas con los electos democráticamente? Puede que a mucha gente no les extrañe que Trump llamara a al-Sisi su "dictador favorito" porque —como decíamos el otro día— sienta admiración por los que cambian las reglas del juego para mantenerse en el poder. Trump no es un "político" es un dictador maquillado, como demuestra cada día con sus amenazas a la democracia y a las instituciones y las personas que se le oponen. Disfruta con el poder de hacer cambiar a los demás su sentido de lo real adaptándose al que él les "dicta". El gobierno, en sí mismo, le aburre; lo que quiere es sentir el poder y eso se traduce en él en sumisión, arrogancia, arbitrariedad, incontinencia y arbitrariedad amparada en la fuerza.

Quizá haya que empezar a revisar las formas de hacer política a las que nos enfrentamos en las últimas décadas. A Nixon lo echaron por mucho menos de lo que ha hecho el muy amado Trump, con 74 millones de votos a sus espaldas pese a haber sido el presidente más mentiroso de la historia de los Estados Unidos. No habías terminado de desmentir sus palabras cuando ya tenías las siguientes mentiras sobre la mesa. Con Trump, a raíz de su discurso en la CPAC, se ha llegado a plantear una especie de verificador en tiempo real, es decir, un detector de mentiras que advierta mientras lo hace, una especie de indicador en directo, que sería la única solución. Las quejas se vertían sobre la FoxNews que dio en directo el discurso sin "comentarios" sobre las mentiras que dijo, algo que le recriminó la CNN.



Pero Trump no nos debe ocultar el bosque de la corrupción, la gestión autoritaria, el estado de guerra permanente en que se está convirtiendo la vida política en casi todo el mundo, con la paradoja antes señalada de los dictadores simpáticos y aplaudidos en sus acciones. Si consideramos diversos casos, vemos que se repiten ciertas  pautas que se ajustan a las circunstancias de cada país y momento.

Pero, en los países democráticos, se puede circunscribir a dos grandes líneas: los mecanismos de selección política y las conexiones del poder políticos con otros poderes. Desde que las elecciones se han convertido en un campo profesional, es decir, en la acumulación de expertos de ciertos campos que se dedican a la "construcción del candidato· ideal y a poder mover a los electores mediante el estudio primero y la generación de expectativas después, todo el proceso democrático pierde parte de su sentido y finalidad.

La democracia parte de una serie de principios positivos —compromiso, sinceridad, información suficiente, principios... entre otros— que establecen el vínculo entre electores y elegidos que se concreta mediante el voto. Se nos hace un ofrecimiento que aceptamos como sincero, basado en unos principios estables, en un contexto de información suficiente para poder contrastar las ofertas y decidir finalmente. Se supone que elegimos a personas que tienen un programa sólido y estable y un compromiso de cumplirlo, aunque luego haya circunstancias.



La acumulación de encarcelamientos y visitas a los tribunales de las personas que elegimos y nos dirigen tomando decisiones que afectan a nuestras vidas, tienen unos serios efectos sobre los que pocos se atreven a preguntar. ¿Es la "honestidad" un valor naif? ¿Queda para ingenuos en un mundo de buitres y tiburones que se disputan nuestros votos sin creer en las instituciones que ocupan, en sus valores? ¿Se está llenando el mundo de timadores y de marionetas al servicio de poderes económicos o de otro orden? ¿Somos solamente el camino para llegar al poder? No son preguntas triviales y seguro que surgen cada vez que vemos llegar a un juzgado a los que ocupaban asientos en el poder.

Los partidos han cambiado. Son ahora maquinarias para llegar al poder. Buscan nombres que no marcan líneas de programas, sino metáforas que pueden ser entendidas de manera amplia. Muchas veces dicen poco o nada por sus nombres. Evitan así el compromiso de las siglas, que ya son una forma de decirnos quiénes son. Las formas "poéticas", por el contrario, son ambiguas y encarnan deseos. Creo que no hace falta poner ejemplos ya que cada lector tendrá los suyos en mente.



En su interior esconden una doble realidad, la férrea maquinaria de control careciendo cada vez más de la apertura necesaria para los debates y trabajando sobre encuestas y tendencias, los mecanismos que les permiten construir discursos acomodados a los cambios del momento. De esta forma los mensajes políticos pasan a ser el discurso que quieres escuchar, un refuerzo de convicciones antes que un compromiso real sobre problemas reales. Que Trump pueda seguir construyendo discursos sobre falsedades que son mantenidas por el deseo de sus seguidores es una gran lección sobre política que no deberíamos ignorar por lo que pueda afectarnos a todos.

Canalizado a través de los medios, el político para a ser no alguien que hace, sino alguien que "convence", de ahí que el valor básico sea la "credibilidad". Esta ya no surge de hechos y cumplimientos, sino de la capacidad de producir discursos convincentes, entendiendo en este término como seducción más que como verificación de lo existente o realizado. Si vemos los discursos de nuestros políticos, son cada vez más un ejercicio de distracción, de arrastrarnos hasta los terrenos favorables. Por eso, en su mayoría se concentran en la estigmatización del otro antes que en el estado de lo comprometido.



Hay que recuperar sinceridad, honestidad y compromiso para la política porque si no lo hacemos nos condenamos al deterioro, el aburrimientos y el abandono de los principios de la democracia. Nada produce más frustración que el ver entre rejas a alguien en quien has confiado mediante el voto, una acción importante y responsable, un ejercicio de ciudadanía.

Creo que la única que se libra de la epidemia de los malos gobernantes es la presidenta de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, que cuenta por éxitos sus crisis, y que debería servir de modelo a lo que aspiramos.

La BBC decía de ella intentando explicar las claves de su éxito:

 

"(Ardern) es una mezcla de acero y amabilidad", la describió el diario británico The Guardian, uno de los muchos medios que han destacado el liderazgo de la premier neozelandesa.

Y no solo durante esta pandemia. Ya en 2019 Ardern había recogido elogios por cómo manejó la peor masacre en la historia moderna de Nueva Zelanda: el tiroteo contra dos mezquitas en la ciudad de Christchurch, que mató a 50 personas e hirió a decenas más.

Su empático mensaje de inclusión y las duras medidas que lanzó tras el ataque llevaron a que algunos calificaran a la política progresista como la "anti-Trump", la versión opuesta al conservador presidente de Estados Unidos.

Y su estilo de liderazgo positivo ha hecho que la gobernante de uno de los países más pequeños del mundo logre ser incluida durante dos de sus tres años de gobierno (2018 y 2019) en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo de la revista Time.

Son tantas las personas alrededor del globo que admiran a Ardern, que el fenómeno incluso tiene un nombre: "Jacindamanía".**

 


"Acero" y "amabilidad" son dos principios importantes. El primero surge de la firmeza de las convicciones y del compromiso con los votantes que han confiado en los programas. La segunda es una forma de enfrentarse a los problemas y situaciones de forma humana que la gente percibe como sincera. Puede que algunos piensen que Jacinda Ardern es la "mejor actriz" del mundo, pero prefiero creer que es alguien que hace lo que debe y lo que debe es lo que prometió honestamente a sus electores.

Desgraciadamente, la epidemia del mal político es también contagiosa y ha hecho que se "politicen", en el peor sentido, muchas otras instituciones. Eso afecta empresas o clubes de fútbol, a instituciones públicas que deberían regirse por un concepto de interés público, pero que sirven para satisfacer egos y copian lo peor.

Los políticos, por supuesto, se pueden equivocar, pero no creo que ese sea el término a lo practicado por los que acaban condenados por la justicia, aunque muchas veces —¡tremendo error!— sigan siendo aplaudidos por los seguidores que les llevaron al poder. Pero es ahí donde reside la mayor perversión. La justicia les condena, pero una parte de la sociedad no.

 


* "Nicolas Sarkozy, acorralado por la presunta financiación de Gadafi a su campaña presidencial" France 24 21/03/2018 https://www.france24.com/es/20180320-nicolas-sarkozy-detenido-libia-campana

** "Jacinda Ardern: 5 cosas que quizás no sabías de la popular líder de Nueva Zelanda, el primer país del mundo que logró eliminar el coronavirus" BBC News Mundo 11/06/2020 https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-53003580

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