Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
condena a tres años de prisión del que fuera presidente de Francia, Nicolás
Sarkozy, junto a otras noticias de detenciones de dirigentes de diversos
países, plaga de la que no se libra el nuestro, debería hacernos reflexionar
sobre algunos aspectos que afectan a nuestras modernas democracias y, por ende,
directamente a todos nosotros.
Que los
dictadores sean antipáticos y llenos de defectos no nos importa mucho, aunque
también este modelo está cambiando y los dictadores se han movilizado para
acabar resultando hasta simpáticos. Recuerdo que en plena explosión de la
Primavera Árabe, el dictador Gadafi, un visionario megalómano, exigía ser
"amado". No solo quería que le obedecieran, sino que su ego necesita
del amor de sus oprimidos. El muy sinvergüenza quería que le rodearan de amor
—hay que explicarlo— cuando decidió crear una barrera humana cuando empezaron a
bombardear el palacio presidencial. Le quisieron tanto, que acabó medio
descuartizado por una multitud que le quiso expresar directamente su aprecio.
Quizá
me ha venido a la mente Gadafi por asociación de ideas al mencionar a Nicolás
Sarkozy, con el que comenzaron los disgustos del francés, ya que se pudo
demostrar que el dictador argelino financiaba la campaña del democráticamente
elegido presidente de la República en un insólito gesto de solidaridad, con el
que esperaba comprar diversas cosas en el futuro.
En
2018, France 24 nos resumía algunos aspectos del escándalo que tocaba entonces, uno de los muchos
de Sarkozy:
Las alarmas respecto a la presunta
financiación de Libia en la campaña de Sarkozy se encendieron en el año 2011,
luego de que el mandatario francés, quien buscaría la reelección el año
siguiente, respaldó la iniciativa de los rebeldes para derrocar a Muamar Al
Gadafi.
El motivo que levantó las primeras sospechas
fueron las declaraciones emitidas por uno de los hijos del fallecido
gobernante, Saif al-Islam, quien le comunicó al medio Euronews que
"Sarkozy debe devolver el dinero que aceptó de Libia para financiar su
campaña electoral", sin embargo, más allá del pronunciamiento, nunca
mostró pruebas al respecto.
Sin embargo, en el año 2012, el medio de
investigación francés Médiapart, publicaría un documento atribuido a Moussa
Koussa, exjefe de inteligencia externa de Libia, el cual refería que la campaña
de Sarkozy se había aprovechado de fondos libios por una cantidad de 50
millones de euros.*
¿Por
qué los dictadores como Gadafi acaban haciendo buenas migas con los electos
democráticamente? Puede que a mucha gente no les extrañe que Trump llamara a
al-Sisi su "dictador favorito" porque —como decíamos el otro día—
sienta admiración por los que cambian las reglas del juego para mantenerse en
el poder. Trump no es un "político" es un dictador maquillado, como
demuestra cada día con sus amenazas a la democracia y a las instituciones y las
personas que se le oponen. Disfruta con el poder de hacer cambiar a los demás
su sentido de lo real adaptándose al que él les "dicta". El gobierno,
en sí mismo, le aburre; lo que quiere es sentir el poder y eso se traduce en él
en sumisión, arrogancia, arbitrariedad, incontinencia y arbitrariedad amparada
en la fuerza.
Quizá
haya que empezar a revisar las formas de hacer política a las que nos
enfrentamos en las últimas décadas. A Nixon lo echaron por mucho menos de lo
que ha hecho el muy amado Trump, con 74 millones de votos a sus espaldas pese a
haber sido el presidente más mentiroso de la historia de los Estados Unidos. No
habías terminado de desmentir sus palabras cuando ya tenías las siguientes
mentiras sobre la mesa. Con Trump, a raíz de su discurso en la CPAC, se ha
llegado a plantear una especie de verificador en tiempo real, es decir, un
detector de mentiras que advierta mientras lo hace, una especie de indicador en
directo, que sería la única solución. Las quejas se vertían sobre la FoxNews
que dio en directo el discurso sin "comentarios" sobre las mentiras
que dijo, algo que le recriminó la CNN.
Pero
Trump no nos debe ocultar el bosque
de la corrupción, la gestión autoritaria, el estado de guerra permanente en que
se está convirtiendo la vida política en casi todo el mundo, con la paradoja
antes señalada de los dictadores simpáticos y aplaudidos en sus acciones. Si
consideramos diversos casos, vemos que se repiten ciertas pautas que se ajustan a las circunstancias de
cada país y momento.
Pero,
en los países democráticos, se puede circunscribir a dos grandes líneas: los
mecanismos de selección política y las conexiones del poder políticos con otros
poderes. Desde que las elecciones se han convertido en un campo profesional, es
decir, en la acumulación de expertos de ciertos campos que se dedican a la "construcción
del candidato· ideal y a poder mover a los electores mediante el estudio
primero y la generación de expectativas después, todo el proceso democrático
pierde parte de su sentido y finalidad.
La
democracia parte de una serie de principios positivos —compromiso, sinceridad,
información suficiente, principios... entre otros— que establecen el vínculo
entre electores y elegidos que se concreta mediante el voto. Se nos hace un ofrecimiento
que aceptamos como sincero, basado en unos principios estables, en un contexto
de información suficiente para poder contrastar las ofertas y decidir
finalmente. Se supone que elegimos a personas que tienen un programa sólido y
estable y un compromiso de cumplirlo, aunque luego haya circunstancias.
La acumulación
de encarcelamientos y visitas a los tribunales de las personas que elegimos y
nos dirigen tomando decisiones que afectan a nuestras vidas, tienen unos serios
efectos sobre los que pocos se atreven a preguntar. ¿Es la
"honestidad" un valor naif? ¿Queda para ingenuos en un mundo de
buitres y tiburones que se disputan nuestros votos sin creer en las
instituciones que ocupan, en sus valores? ¿Se está llenando el mundo de
timadores y de marionetas al servicio de poderes económicos o de otro orden?
¿Somos solamente el camino para llegar al poder? No son preguntas triviales y
seguro que surgen cada vez que vemos llegar a un juzgado a los que ocupaban
asientos en el poder.
Los partidos han cambiado. Son ahora maquinarias para llegar al poder. Buscan nombres que no marcan líneas de programas, sino metáforas que pueden ser entendidas de manera amplia. Muchas veces dicen poco o nada por sus nombres. Evitan así el compromiso de las siglas, que ya son una forma de decirnos quiénes son. Las formas "poéticas", por el contrario, son ambiguas y encarnan deseos. Creo que no hace falta poner ejemplos ya que cada lector tendrá los suyos en mente.
En su
interior esconden una doble realidad, la férrea maquinaria de control careciendo
cada vez más de la apertura necesaria para los debates y trabajando sobre
encuestas y tendencias, los mecanismos que les permiten construir discursos
acomodados a los cambios del momento. De esta forma los mensajes políticos
pasan a ser el discurso que quieres escuchar, un refuerzo de convicciones antes
que un compromiso real sobre problemas reales. Que Trump pueda seguir
construyendo discursos sobre falsedades que son mantenidas por el deseo de sus
seguidores es una gran lección sobre política que no deberíamos ignorar por lo
que pueda afectarnos a todos.
Canalizado
a través de los medios, el político para a ser no alguien que hace, sino
alguien que "convence", de ahí que el valor básico sea la "credibilidad".
Esta ya no surge de hechos y cumplimientos, sino de la capacidad de producir
discursos convincentes, entendiendo en este término como seducción más que como
verificación de lo existente o realizado. Si vemos los discursos de nuestros
políticos, son cada vez más un ejercicio de distracción, de arrastrarnos hasta
los terrenos favorables. Por eso, en su mayoría se concentran en la estigmatización
del otro antes que en el estado de lo comprometido.
Hay que
recuperar sinceridad, honestidad y compromiso para la política porque si no lo
hacemos nos condenamos al deterioro, el aburrimientos y el abandono de los
principios de la democracia. Nada produce más frustración que el ver entre
rejas a alguien en quien has confiado mediante el voto, una acción importante y
responsable, un ejercicio de ciudadanía.
Creo
que la única que se libra de la epidemia de los malos gobernantes es la
presidenta de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, que cuenta por éxitos sus crisis,
y que debería servir de modelo a lo que aspiramos.
La BBC
decía de ella intentando explicar las claves de su éxito:
"(Ardern) es una mezcla de acero y
amabilidad", la describió el diario británico The Guardian, uno de los
muchos medios que han destacado el liderazgo de la premier neozelandesa.
Y no solo durante esta pandemia. Ya en 2019
Ardern había recogido elogios por cómo manejó la peor masacre en la historia
moderna de Nueva Zelanda: el tiroteo contra dos mezquitas en la ciudad de
Christchurch, que mató a 50 personas e hirió a decenas más.
Su empático mensaje de inclusión y las duras
medidas que lanzó tras el ataque llevaron a que algunos calificaran a la
política progresista como la "anti-Trump", la versión opuesta al
conservador presidente de Estados Unidos.
Y su estilo de liderazgo positivo ha hecho
que la gobernante de uno de los países más pequeños del mundo logre ser
incluida durante dos de sus tres años de gobierno (2018 y 2019) en la lista de
las 100 personas más influyentes del mundo de la revista Time.
Son tantas las personas alrededor del globo
que admiran a Ardern, que el fenómeno incluso tiene un nombre:
"Jacindamanía".**
"Acero"
y "amabilidad" son dos principios importantes. El primero surge de la
firmeza de las convicciones y del compromiso con los votantes que han confiado
en los programas. La segunda es una forma de enfrentarse a los problemas y
situaciones de forma humana que la gente percibe como sincera. Puede que algunos
piensen que Jacinda Ardern es la "mejor actriz" del mundo, pero
prefiero creer que es alguien que hace lo que debe y lo que debe es lo que
prometió honestamente a sus electores.
Desgraciadamente, la epidemia del mal político es también contagiosa y ha hecho que se "politicen", en el peor sentido, muchas otras instituciones. Eso afecta empresas o clubes de fútbol, a instituciones públicas que deberían regirse por un concepto de interés público, pero que sirven para satisfacer egos y copian lo peor.
Los
políticos, por supuesto, se pueden equivocar, pero no creo que ese sea el
término a lo practicado por los que acaban condenados por la justicia, aunque
muchas veces —¡tremendo error!— sigan siendo aplaudidos por los seguidores que
les llevaron al poder. Pero es ahí donde reside la mayor perversión. La justicia
les condena, pero una parte de la sociedad no.
*
"Nicolas Sarkozy, acorralado por la presunta financiación de Gadafi a su
campaña presidencial" France 24 21/03/2018
https://www.france24.com/es/20180320-nicolas-sarkozy-detenido-libia-campana
**
"Jacinda Ardern: 5 cosas que quizás no sabías de la popular líder de Nueva
Zelanda, el primer país del mundo que logró eliminar el coronavirus" BBC
News Mundo 11/06/2020 https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-53003580
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