Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
desaparición de Donald Trump de la Casa Blanca (no de la vida política
norteamericana) no ha supuesto un descenso del sentimiento contra China, que se
ha convertido en una verdadera obsesión mediática en continuo crecimiento. La
lógica de esto, mucho me temo, es evitar que Biden pueda establecer cualquier
tipo de puente para reducir las tensiones con China y seguir así una política
que es cada vez más arisca. Se entiende que Biden debe recomponer la presencia
norteamericana en el exterior, pero no se entiende que China forme parte de ese
"exterior" susceptible de arreglo. Cada vez más, las líneas de
ataques están más perfiladas y sus objetivos son más definidos, concluyendo con
un futuro boicot o cerco a China.
La
crisis en la que está inmerso Estados Unidos es de varios niveles, pero el más
importante en estos momentos es la de "credibilidad". Son incontables
los análisis que ven poco probable que Biden pueda restaurar las relaciones
anteriores a Trump por un elemento evidente: Trump es la punta del iceberg. Y
Europa, sobre todo, ha comprendido los límites de las relaciones ante el
peligro de que aparezca un segundo Trump o un Trump por segunda vez,
perspectiva todavía peor.
Una
parte de los poderes fácticos norteamericanos veían con buenos ojos el
trumpismo porque era una forma de recuperar el terreno perdido frente a China,
convertida en la segunda potencia mundial. La gota que ha colmado el vaso es el
manejo de la pandemia. Lejos de las paranoias absurdas sobre la fabricación del
virus "chino" (no hay un experto creíble que lo sostenga) y la
redirección de la inoperancia que ha superado el medio millón de muertos ha
dejado de funcionar. La mantienen los grupos ultras que siguen pensando que
Trump ganó y que los chinos crearon el virus para... no se sabe muy bien qué.
Pero el hecho es que China gestionó la pandemia mejor que Estados Unidos. Le
podemos echar la culpa a las tradiciones chinas, al comunismo o al arroz
glutinoso, pero lo cierto es que así ha sido, Y esto escuece porque la teoría
es que China se debía haber hundido como la Unión Soviética, rendirse en la
carrera, pero lo cierto es que no es eso lo que ha ocurrido y la Historia no
tiene marcha atrás, hay lo que hay.
A todos los países ricos les interesó deslocalizar sus empresas y producir en China, donde se tragaban la polución y hacían la mayor parte del trabajo duro. China aprovechó lo conseguido para avanzar como país y desarrollar tecnologías punteras en campos de investigación, entre ellos la Inteligencia Artificial, el desarrollo de las redes 5G, la telefonía, etc.
Antes
de que llegara la pandemia, los Estados Unidos de Trump habían desarrollado
unas feroces campañas contra China, esta vez centrada en la campaña contra el
5G y la compañía que lo desarrollaba, Huawei. Estados Unidos no quiere
renunciar al control que tiene sobre las comunicaciones a través de las
tecnológicas, que por cierto, le estallaron a Trump en pleno rostro. Se trataba
de hundir a cada empresa china que tratara de seguir adelante con sus propias
líneas de desarrollo. Los chinos pueden fabricar lo que queremos, pero no
pueden fabricar lo que quieren ellos, es decir, no pueden tener una política
comercial tal como la practican las empresas norteamericanas y del resto de
Occidente.
Al ser
competitiva en precios y calidad, muchos países han enlazado con China que,
como otros, abren sus propios intereses. Las acusaciones son ya un clásico: los
chinos lo copian todo y cualquier herramienta china está puesta al servicio del
gobierno comunista de Pekín. La primera es una continuación del viejo principio
—que ya se le aplicó a Japón— de una especie de congénita falta de imaginación,
reservada a los occidentales. Se olvida que el desarrollo occidental se debe
sobre todo a los descubrimientos chinos: la pólvora, la brújula, la tinta y la
imprenta, a los que se podría añadir la seda. Estos inventos chinos fueron
sacados con malas artes y puestos al servicio del colonialismo, ya que permitió
los viajes primero y las conquista después, además del desarrollo comunicativo
por la imprenta. Pero todo esto es agua pasada, por más que sea reinterpretada
interesadamente cuando se dice que China "roba" porque son incapaces
de inventar. Por otro lado, la fuga de cerebros desde Asia es constante, lo que
permite a Estados Unidos (y otros países) creer en su potencial inventivo,
confundido con el económico. No olvidemos cuál fue el destino, por ejemplo, de
los "sabios" alemanes reciclados del nazismo a las fuerzas
norteamericanas. Hoy Estados Unidos capta a los valores exteriores atrayendo
con el poder económico el capital intelectual. Ningún reproche pues cada uno
desarrolla su vida como puede, pero la idea de que todos copian lo que se hace
en Estados Unidos es solo un mito autogestionado. Por eso las evidencias de
superación de cualquier país son tal mal recibidas y necesitan de alguna
"explicación" que la justifique, como ocurre con la cuestión del
COVID-19. Hoy Estados Unidos hace un uso selectivo de la inmigración aceptando
personas de aquellas áreas que le interesan, como ocurre con los matemáticos de
la India o sus informáticos, por citar solo un ejemplo.
La segunda obsesión interesada contra China es la de que cualquier dispositivo que se tenga, de un teléfono a un ordenador pasando por un televisor, tienen línea directa con el gobierno chino, que se entera de lo que haces o dices. De los únicos que tenemos esta seguridad es precisamente de las grandes compañías tecnológicas norteamericanas que son precisamente las que nos "espían" y comercian con nuestros datos, como bien han denunciado las comisiones de la Unión Europea. Y además, como estamos viendo estos días, su fiscalidad es un atentado a la competencia y a la responsabilidad corporativas, es decir, sencillamente ganan y no cotizan desde paraísos fiscales o desde países que insolidariamente de dejan seducir, donde sitúan sus sedes. Todo esto es conocido y diario.
La
noticia en primera línea de la CC vuelve a traer otro titular espectacular en
donde "advierte" que la flota China ya es mayor que la norteamericana,
algo sobre lo que, al parecer, deben pedirle opinión. El éxito de la estrategia
de Trump consistió en intentar repetir con Rusia una falsa guerra fría. El tema
es muy orwelliano, dividir el mundo en zonas de influencia que actúan como clientes
permanentes. Trump lo dejó muy claro: el que quiera seguridad, que la pague.
Creo conflictos por todo el mundo —de Oriente Medio al Mar de China, pasando
por el Sahara—, ya fueran nuevos o intensificación de los viejos, de tal manera
que todo el mundo reclamara la "protección" norteamericana y,
especialmente, comprar ingentes cantidades de armas.
El
crecimiento de la armada china forma parte de ese juego de provocar conflictos
(la presencia constante de buques norteamericanos en la zona), hacer que el
otro se arme y proclamar posteriormente la inseguridad. No es un método nuevo,
y siempre es peligroso porque lleva a escaladas. Con Putin le ha funcionado y
pudimos ver cómo chantajeo a Ucrania para mandarle protección en su conflicto
ruso. Pero, como todos sabemos, estaba encantado con Putin y la política rusa
porque necesitaba un "malo" controlado en sus películas. Pero con
China es ya otra cosa. Porque es una potencia consolidada que, nos guste más o menos,
está ahí y nadie obviamente le ha regalado nada. Pero cuestiona la primacía de
Estados Unidos en campos que le hacen perder credibilidad (el fracaso de la
respuesta a la pandemia ha sido por la pura obcecación de Trump, como se está
viendo tras su salida) y sobre todo corre el riesgo de perder "clientes"
aliados.
En este
sentido, toda aportación china al conjunto es tratada directamente como
"propaganda", cosa que no se puede aplicar a los mismos hechos cuando
con realizados desde Washington. Si los chinos envían vacunas o mascarillas, es
considerado sorprendentemente un "acto hostil", una bajeza mediática,
un lavado de imagen.
Los
medios norteamericanos han fijado una serie de posiciones sobre esta
estrategia, que es la que se está desplegando a través también de un aliado
principal, Reino Unido con Johnson como apoyo. La política de Reino Unido,
obviamente parte de la cuestión de Hong-Kong, de gran complejidad, pero también
alentada desde los antiguos colonizadores, que nunca han dejado de controlar la
política de la isla. La jugada más evidente la tenemos en la oferta de traslado
a Reino Unido de todos aquellos que quieran abandonar Hong-Kong, una jugada
insólita en las relaciones internacionales y cuya finalidad no es otra que
cubrir el vacío continental que provoca el Brexit, además de los ataques a
China. Capital y capital humano permitirá a Reino Unido salvar su crisis
interna y seguir jugando a su aventura colonial a distancia.
Desde
Estados Unidos son dos los focos en los que se concentran. Hong-Kong es evidentemente uno de ellos. El
otro es la cuestión de los uigures y los derechos humanos. No deja de ser una
curiosidad que se hayan centrado en esta cuestión teniendo en cuenta las
políticas seguidas por Trump. En China hay 56 etnias, pero para Estados Unidos
solo existen dos problemáticas: Tíbet y los musulmanes de la región Uigur. Se
soslayan muchos problemas creados desde estados musulmanes limítrofes y la
propagación del islamismo.
El otro
foco de tensiones que parecen buscadas son las relaciones con la India, que
pasan también por una relación complicada. Visto en su conjunto, parece que
reinan demasiados conflictos en las fronteras chinas como para pensar que se
trata de causalidad. Es sabido que un conflicto llama a otro porque supone
aprovechamiento mediático, captando la atención, pero también porque divide los
recursos. Los conflictos se le acumulan a China del Mar de Japón a la India.
La
noticia de que China tiene una flota superior a la de Estados Unidos es
llamativa e interesada. Es una llamado doble, a más inversión militar y a
atacar la propia idea de defensa de China. Según esta teoría, China realiza una
defensa agresiva, idea que parte de los conflictos creados con Japón y la
cuestión enquistada de Taiwán.
La
demonización de China solo consigue que China se sienta acosada y refuerce sus
defensas porque lo que se percibe en su interior es precisamente un rechazo y
un acoso. No dudo que haya un "orgullo chino" que tiene que ver con
su poder, pero tampoco tengo dudas que es la presión exterior la que hace que
se refuercen las defensas ante el sentido de amenazas. Si China se siente
acosada en sus fronteras y en su interior, rodeada de desconfianza, si siente
que hay apoyo exterior para los conflictos internos, China intensificará su
política de defensa, lo que será visto desde el exterior como un crecimiento de
la amenaza hacia el mundo.
Todo
esto coincide precisamente con el desarrollo de China que se ha hecho siguiendo
el modelo globalizador y de comercio propuesto por Occidente. Los problemas
comerciales o de expansión se pueden resolver de muchas maneras, evidentemente.
Pero es seguro que será difícil solucionar cualquiera porque, a mi modo de ver,
no existe esa intención, sino, por el contrario, cercar a China, lo que podría
ser entonces sí más peligroso.
Hay
varías ofensiva en el horizonte. Mucho me temo que ya se han iniciado los
movimientos para el boicot internacional a la celebración de los Juegos
Olímpicos de Invierno en China. Ya hay muchos artículos en la prensa
norteamericana sobre esta cuestión, que se está sembrando. El riego, obviamente,
es la corriente de noticias sobre China que buscan crear una corriente negativa
hacia sus productos, personas y todo aquello que se pueda crear y amplificar.
Desde
el punto de vista de la creación de corrientes y de la propaganda resulta
interesante ver la formación de este periodo, señalando el peligro que se corre
al crear estas situaciones. Si se quiere una mayor liberalización política de
China, no es la mejor vía presionar, ya que lo único que se hace es elevar el
nivel de las defensas. Lo único que se ha conseguido, por el contrario, es una
mayor solidaridad interna ante los ataques exteriores que muchos no entienden y
consideran una provocación.
Otro de
los objetivos de la línea mediática es repetir cada día que el presidente Xi Jinping
es cada día "más poderoso", intentado convertirlo en una especie de
Gengis Khan al frente de una hordas bárbaras que han copiado la tecnología
ajena y salen conquistar el mundo.
Por
supuesto hay muchísimos problemas en China, la mayor parte de ellos la padecen
los propios chinos. Pero lo que está muy claro es que las políticas
desarrolladas desde Estados Unidos y Gran Bretaña, también por parte del amigo
australiano, no solo no ayudan a una mejor convivencia planetaria y a
solucionarlos sino que, por el contrario, son contraproducentes.
La CNN
tenía el mismo día en sus páginas dos artículos, el primero de ellos era
claramente en contra de China; el segundo era denunciando la situación del
creciente racismo contra las personas de origen asiático. ¿Esperaban otra cosa
si responsabilizan a China de todos los males, como se ha hecho con Trump?
¿No
tiene más sentido sentarse a discutir y negociar? Pero parece que hay sectores
económicos, industriales y militares que quieren seguir creciendo con políticas
del miedo y el boicot, lo cual afectará a las políticas de alianzas en Europa,
pero también en África y Latinoamérica.
Trump
quería un mundo repartido con su admirado Putin, donde cada uno supiera sus
zonas con claridad, crecer con el miedo. Parece que este plan no parece tan
descabellado a los nuevos políticos en la Casa Blanca.
La
política exterior china tiene que aprender mucho y no pensar que el poder
económico lo es todo. La formulación de una Eurasia como zona geopolítica y
económica es compleja y requiere medir cada paso, no aprovecharse de las crisis
más de lo debido y que nadie se sienta desposeído o que está cayendo en manos
de otros.
China
falla en su comunicación. Tiene una obvia falta de práctica e innumerables
errores; los vemos desde perspectivas de terceros que no siempre son sinceras.
No es bueno que una generación crezca pensando que el resto de mundo es el
enemigo al que hay que ganar, comprar y vender.
La
época de Trump ha sido negativa, pero no se ha terminado. La crisis de la
pandemia es demasiado importante y pocos van a aceptar que China, según nos
decían ayer mismo, crezca al 6% cuando los demás entrar en recesión. Pero esto
no es cuestión de China sino nuestra, de organizarnos de mejor forma.
Las
relaciones internacionales en un mundo como el nuestro no pueden seguir
estableciéndose con modelos de poder del XIX y de la posguerra mundial. No son válidos
para solucionar conflictos, solo para intensificarlos. Hay que encontrar vías que posibiliten reformas y crecimiento sostenible y no llevar al límite bélico cualquier situación. La política internacional debe ser internacional y no una mera fachada de los intereses particulares. Desgraciadamente es esto último lo que tenemos. Ver a lo otros favorablemente si son "mercados" a los que vender y enemigos si pretenden vender en nuestro suelo no es una política adecuada. No importó a nadie la política de China cuando fabricaban para nosotros; ahora compiten y pasan a ser amenazas y todo se mira con lupa. Hay muchas cosas que corregir en la política china, especialmente para beneficio de los propios chinos. Pero esta hipocresía que vemos no es le mejor camino para solucionar nada, ni dentro ni fuera.
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