jueves, 14 de enero de 2021

Una cuestión de conciencia y honestidad

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)




La prensa norteamericana dedicaba grandes titulares a la noticia que significa el reconocimiento de la división norteamericana, el "impeachment" de Trump, el histórico segundo caso. ¡Por fin Trump tiene un récord que nadie le podrá discutir, su rinconcito en la Historia! El asalto al Capitolio y este segundo juicio político que comienza ahora serán las líneas que los textos futuros recogerán y le definirán.

Siempre y cuando no ocurra nada en los próximos días. Silenciados anteriormente, los servicios de seguridad e inteligencia informan ahora de movimientos peligrosos que han llevado a convertir la ciudad de Washington en una fortificación bajo amenaza de ser asaltada. Las irresponsables (pero claramente intencionadas) declaraciones de Trump al pie del muro de Texas "advirtiendo" que su impeachment iba a causar mucha "ira y dolor", son entendidas como un llamamiento al conflicto. Su doble lenguaje le hace cubrirse las espaldas con declaraciones de "paz", pero no es eso lo que se corresponde con los datos que han ido saliendo a la luz y sobre el que están avisando.

Incluso, como mencionábamos ayer, el mensaje dado por las autoridades militares ha sembrado inquietud pues puede haber miembros del Ejército y veteranos (como la mujer fallecida en el asalto al Capitolio) que estén involucrados directamente. Se trata también de tener un mínimo nivel de seguridad rastreando a todos aquellos que puedan estar infiltrados, por decirlo así, en la propia estructura de seguridad y que pudieran ser aprovechados para cualquier acción de fuerza.

Los 20.000 miembros de la Guardia Nacional que está prestos a la defensa de edificios e instituciones, más los que están alerta por distintos puntos del país, en aquellos lugares en los que se detecta riesgo de revueltas el día de la toma de posesión, normalmente una celebración democrática y esta vez un acto de alto riesgo dadas las informaciones actuales. Las imágenes que se nos muestran son del blindado del Capitolio, de las tropas durmiendo en el suelo, centenares de guardias nacionales para defender a los legisladores en sus procesos, como el ocurrido ayer con la votación sobre el segundo impeachment de Trump.



Si el primero fue por obstrucción a las investigaciones de la justicia y abuso de poder, este segundo tiene una acusación que será muy difícil negar, la de incitación a la rebelión (Incitement of Insurrection) por el asalto al Capitolio. Los que han defendido el segundo juicio y los partidarios de Trump pueden discutir sobre las figuras de la "rebelión", la "sedición" el "golpe de Estado", el "putsch", el "terrorismo doméstico", etc. pero sobre lo que no hay ninguna duda es sobre el hecho del "asalto". Siempre habrá alguno que lo califique como una "fiesta gozosa del sentido democrático", "defensa de la América en peligro" (Save America!), "rescate de la democracia", "rectificación de las elecciones robadas", etc. pero es difícil soslayar las imágenes que todos han podido ver, los cinco muertos producidos en el asalto, las persecuciones a los policías, el allanamiento de los despacho oficiales y los símbolos que se hicieron circular por el edificio, desde los conspiracionistas del Qanon hasta las viejas banderas confederadas reivindicándose con orgullo por los pasillos. Tampoco es fácil soslayar las armas encontradas y las bombas caseras encontradas posteriormente.



Prácticamente todos los medios resaltan un aspecto: el voto a favor del juicio de diez representantes republicanos. Esos diez republicanos han explicado su voto a favor del enjuiciamiento del Trump en contra de su propio partido.  El hecho es importante por lo que representa hoy, pero también por lo que representa para el futuro del necesario saneamiento tras la salida de Trump, ya sea por el cese de su mandato como por la valoración de su figura si resulta condenado.

Eso diez republicanos han hecho algo muy difícil y costoso. En su voto a favor de enjuiciar a Trump hay implícito el reconocimiento de un doble error: la elección de Trump como candidato por parte del Partido Republicano y su "absolución" del primer impeachment en el Senado, donde los republicanos tienen mayoría. Y es muy difícil hoy en día asumir este tipo de errores, pero que se van a llevar por delante a toda la vieja y envejecida guardia republicana. Los diez republicanos representan la posibilidad de supervivencia del sistema democrático por encima del partido.



Hemos señalado que la gran perversión contra la democracia realizado por Trump es haber conseguido que le votaran más de setenta millones de personas a sabiendas de quién y cómo es; que la primera vez que le eligieron como poción ganando a Hilary Clinton puede concederse que los votantes fueran engañados y pensaran que Trump fuera "otra cosa". Pero es imposible "justificar" su voto masivo en las recientes elecciones que perdió y, según él, le robaron.

La democracia es un sistema basado en la elección racional, en elegir la mejor opción para el gobierno de todos. La función de la oposición no es derribar gobiernos ni obstaculizar sus acciones, sino ayudar a encontrar mejores soluciones mediante el debate. Eso son los principios.

La transformación de la racionalidad en pasiones irracionales basadas en odios, negaciones, etc. solo trae malas consecuencias. Lo que han hecho los diez representantes republicanos es alejarse del partidismo como fuente de "verdad" o del partidismo como anulación de la conciencia a través de la llamada "disciplina de voto" en favor de la racionalidad y, por ello, de su conciencia, que es el resultado de su propio análisis y observación.

La transformación de la racionalidad y la conciencia personal en una toma de decisiones por apasionamiento (irracionalidad) o por obediencia (disciplina de voto) son un enorme retroceso y, sobre todo, una perversión de la democracia que acaba erosionando la política en sí y a la sociedad en que se produce.




La rotura de la disciplina de voto por efecto de la toma de conciencia es vista como un acto heroico por los medios, que resaltan las personalidades de los diez políticos republicanos. Y, dadas las circunstancias y la evolución del sistema democrático en muchos países, lo es.

Los partidos se han transformado de espacio de discusión en espacios de pelea y obediencia, en donde se trata de conseguir el poder interno para después imponer una disciplina hacia la acción exterior, hacia las decisiones. Se ha discutido mucho el poder excesivo, cada vez mayor, del llamado "aparato" de los partidos. Por paradójico que parezca, los partidos de los sistemas democráticos han acabado tomando la forma de los partidos en los sistemas autoritarios. En España, por ejemplo, se lleva décadas discutiendo sobre el sistema de listas cerradas, que refuerza el control del partido sobre los candidatos al premiar a los obedientes con los primeros puestos de las listas y relegar a los díscolos a puestos con pocas posibilidades de salir elegidos. La propuesta es del "partido" y al elector solo que cabe aceptarla.

El sistema de partidos, que tenía una función inicialmente ordenadora para evitar el caos, ha acabado produciendo lo contrario, un control excesivo sobre el sistema con lo que se combinan dos aspectos aparentemente contradictorios, el control burocrático del partido y la práctica de estrategias pasionales e impulsivas para la captación del voto y la lucha política.




La gestión de mano de hierro de los partidos lleva a situaciones como la española, en la que vemos el fraccionamiento constante ante la incapacidad manifiesta de agrupar tendencias, aceptar la diversidad dentro de los límites y tendencia a mayores grupos con mayor representatividad social. La constante ruptura por la aparición de extremismos de uno y otros signo, de populistas, regionalistas, nacionalistas, etc. va en contra de la primera tendencia española, que fue precisamente la fusión de partidos próximos hasta crear un espectro político que nunca llegó a ser plenamente bipartidista, pues siempre hubo una segunda fuerza en la izquierda y los grupos locales en determinadas autonomías.

El riesgo que corre los Estados Unidos es el de la conversión de la política amplia, con diversas tendencias de pensamiento político, como ocurre entre los demócratas —que van de los moderados a los que pueda representar Bernie Sanders— o los propios republicanos, a un personalismo cesarista, el trumpismo, que no se percibe (ni por él ni por muchos que le apoyan) como ideas, sino como persona sobre la que construir el edificio político. Esto con ese efecto perverso de retroalimentación violenta entre el líder que alienta la violencia y el radicalismo.



El que esa violencia no haya sido espontánea, fruto de la ira, como dice Trump, sino un golpe planeado, alentado desde grupos políticos radicales y apoyado por miembros de las propias cámaras políticas es un durísimo golpe a la credibilidad del sistema, tanto en el interior como visto desde el exterior. Las investigaciones (como puede apreciarse en los titulares de prensa sobre este párrafo) van por esa línea del "asombro" que anticipaban las autoridades que investigan los sucesos. Las dudas iniciales sobre negligencia o connivencia se inclinan hacia la segunda opción.

Insisto en ello porque es una pregunta que debería estar haciéndose medio planeta: cómo es posible que una persona como Trump consiga más de 70 millones de votos en un país de larga tradición democrática, fortaleza institucional y medios de comunicación abiertos. Esta pregunta es la misma que se haría cualquiera cuando ve que la máquina que ha construido produce elementos deficientes. De la deficiencia de Trump no hay dudas aunque pueda haber discusiones, que son dos cosas diferentes.

Deberíamos estar reflexionando sobre el rumbo de las democracias, la fascinación por la fuerza, el populismo irracional, el aumento de las fórmulas autoritarias por todo el mundo, etc. Eso son los problemas cuya presencia se manifiesta cada día.

Los diez republicanos representan un cierto grado de esperanza en que el sistema democrático todavía concede cierto valor a la independencia de criterio, a la conciencia personal y a los principios básicos. Representan que todavía podemos pensar la democracia como decisión racional y como una tiranía de los números al servicio de cada vez peores instintos.

Recuerdo de nuevo lo que resalté ayer: que Trump haya forzado las ejecuciones de las penas de muerte en las cárceles federales solo para dar una demostración de poder y forzar una situación que por definición es irreversible, tan solo para obtener el favor de sus votantes "amantes del orden", es una de las muestras más indignas y repugnantes del ejercicio de la política que se recuerda en un escenario democrático. Es un retrato definitivo del personaje y su catadura moral.



Esos diez republicanos son una tímida muestra que no se puede alentar el asalto violento a las instituciones coreando mentiras y fingiendo patriotismo cuando lo que muestra es barbarie. Espero que sirva para que otros entiendan que la salvación democrática es no tener que defender a Trump haga lo que haga, sino defender la racionalidad que lleve a la mejor gestión de las sociedades, lograr el mayor grado de acuerdo para la mejor convivencia y aprovechar las ventajas de la diversidad dentro un estado lo más armónico posible. Hacer política con el odio, con las pasiones radicalizadas, cimentándose en la separación y estigmatización del otro siempre acabará mal, erosionando la convivencia y la fe en el sistema democrático y sus instituciones.

Si Trump es condenado en las próximas fases del proceso de enjuiciamiento, todavía que margen para una larga, lenta y dolorosa regenración del sistema democrático norteamericano. Si, por el contrario, Trump consigue salir por segunda vez indemne, el destino del sistema estará marcado negativamente y se hundirá con enorme rapidez ante la falta de credibilidad, la comprobación de su funcionamiento mecánico y mafioso. Nadie podrá confiar en el sistema y sus límite se habrán extendido más allá de la racionalidad, honestidad y claridad necesarias para su existencia. Lo antidemocrático, los valores opuestos, habrá ganado y todos habrán aprendido cuál es el camino de ida hacia el poder.

El título del editorial de The New York Times no puede ser más cierto: el primer paso para la unidad es la honestidad. El primero y el paso decisivo, pues sin ella difícilmente se podrá tener un sistema que haga algo por los ciudadanos y no se centre solo en mantenerse en el poder. Y será difícil convencer a la ciudadanía de lo contrario.




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