Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
prensa norteamericana dedicaba grandes titulares a la noticia que significa el
reconocimiento de la división norteamericana, el "impeachment" de
Trump, el histórico segundo caso. ¡Por fin Trump tiene un récord que nadie le
podrá discutir, su rinconcito en la Historia! El asalto al Capitolio y este
segundo juicio político que comienza ahora serán las líneas que los textos
futuros recogerán y le definirán.
Siempre
y cuando no ocurra nada en los próximos días. Silenciados anteriormente, los
servicios de seguridad e inteligencia informan ahora de movimientos peligrosos
que han llevado a convertir la ciudad de Washington en una fortificación bajo
amenaza de ser asaltada. Las irresponsables (pero claramente intencionadas)
declaraciones de Trump al pie del muro de Texas "advirtiendo" que su
impeachment iba a causar mucha "ira y dolor", son entendidas como un
llamamiento al conflicto. Su doble lenguaje le hace cubrirse las espaldas con
declaraciones de "paz", pero no es eso lo que se corresponde con los
datos que han ido saliendo a la luz y sobre el que están avisando.
Incluso,
como mencionábamos ayer, el mensaje dado por las autoridades militares ha
sembrado inquietud pues puede haber miembros del Ejército y veteranos (como la
mujer fallecida en el asalto al Capitolio) que estén involucrados directamente.
Se trata también de tener un mínimo nivel de seguridad rastreando a todos
aquellos que puedan estar infiltrados, por decirlo así, en la propia estructura
de seguridad y que pudieran ser aprovechados para cualquier acción de fuerza.
Los
20.000 miembros de la Guardia Nacional que está prestos a la defensa de
edificios e instituciones, más los que están alerta por distintos puntos del
país, en aquellos lugares en los que se detecta riesgo de revueltas el día de
la toma de posesión, normalmente una celebración democrática y esta vez un acto
de alto riesgo dadas las informaciones actuales. Las imágenes que se nos
muestran son del blindado del Capitolio, de las tropas durmiendo en el suelo,
centenares de guardias nacionales para defender a los legisladores en sus
procesos, como el ocurrido ayer con la votación sobre el segundo impeachment de
Trump.
Si el
primero fue por obstrucción a las investigaciones de la justicia y abuso de
poder, este segundo tiene una acusación que será muy difícil negar, la de
incitación a la rebelión (Incitement of Insurrection) por el asalto al
Capitolio. Los que han defendido el segundo juicio y los partidarios de Trump
pueden discutir sobre las figuras de la "rebelión", la
"sedición" el "golpe de Estado", el "putsch", el
"terrorismo doméstico", etc. pero sobre lo que no hay ninguna duda es
sobre el hecho del "asalto". Siempre habrá alguno que lo califique
como una "fiesta gozosa del sentido democrático", "defensa de la
América en peligro" (Save America!), "rescate de la democracia",
"rectificación de las elecciones robadas", etc. pero es difícil
soslayar las imágenes que todos han podido ver, los cinco muertos producidos en
el asalto, las persecuciones a los policías, el allanamiento de los despacho
oficiales y los símbolos que se hicieron circular por el edificio, desde los
conspiracionistas del Qanon hasta las viejas banderas confederadas
reivindicándose con orgullo por los pasillos. Tampoco es fácil soslayar las
armas encontradas y las bombas caseras encontradas posteriormente.
Prácticamente
todos los medios resaltan un aspecto: el voto a favor del juicio de diez
representantes republicanos. Esos diez republicanos han explicado su voto a
favor del enjuiciamiento del Trump en contra de su propio partido. El hecho es importante por lo que representa
hoy, pero también por lo que representa para el futuro del necesario
saneamiento tras la salida de Trump, ya sea por el cese de su mandato como por
la valoración de su figura si resulta condenado.
Eso
diez republicanos han hecho algo muy difícil y costoso. En su voto a favor de
enjuiciar a Trump hay implícito el reconocimiento de un doble error: la
elección de Trump como candidato por parte del Partido Republicano y su
"absolución" del primer impeachment en el Senado, donde los
republicanos tienen mayoría. Y es muy difícil hoy en día asumir este tipo de
errores, pero que se van a llevar por delante a toda la vieja y envejecida
guardia republicana. Los diez republicanos representan la posibilidad de
supervivencia del sistema democrático por encima del partido.
Hemos
señalado que la gran perversión contra la democracia realizado por Trump es
haber conseguido que le votaran más de setenta millones de personas a sabiendas
de quién y cómo es; que la primera vez que le eligieron como poción ganando a
Hilary Clinton puede concederse que los votantes fueran engañados y pensaran
que Trump fuera "otra cosa". Pero es imposible "justificar"
su voto masivo en las recientes elecciones que perdió y, según él, le robaron.
La
democracia es un sistema basado en la elección racional, en elegir la mejor
opción para el gobierno de todos. La función de la oposición no es derribar
gobiernos ni obstaculizar sus acciones, sino ayudar a encontrar mejores
soluciones mediante el debate. Eso son los principios.
La
transformación de la racionalidad en pasiones irracionales basadas en odios,
negaciones, etc. solo trae malas consecuencias. Lo que han hecho los diez
representantes republicanos es alejarse del partidismo como fuente de "verdad"
o del partidismo como anulación de la conciencia a través de la llamada
"disciplina de voto" en favor de la racionalidad y, por ello, de su
conciencia, que es el resultado de su propio análisis y observación.
La
transformación de la racionalidad y la conciencia personal en una toma de decisiones
por apasionamiento (irracionalidad) o por obediencia (disciplina de voto) son
un enorme retroceso y, sobre todo, una perversión de la democracia que acaba
erosionando la política en sí y a la sociedad en que se produce.
La
rotura de la disciplina de voto por efecto de la toma de conciencia es vista
como un acto heroico por los medios, que resaltan las personalidades de los
diez políticos republicanos. Y, dadas las circunstancias y la evolución del
sistema democrático en muchos países, lo es.
Los
partidos se han transformado de espacio de discusión en espacios de pelea y
obediencia, en donde se trata de conseguir el poder interno para después
imponer una disciplina hacia la acción exterior, hacia las decisiones. Se ha
discutido mucho el poder excesivo, cada vez mayor, del llamado
"aparato" de los partidos. Por paradójico que parezca, los partidos
de los sistemas democráticos han acabado tomando la forma de los partidos en
los sistemas autoritarios. En España, por ejemplo, se lleva décadas discutiendo
sobre el sistema de listas cerradas, que refuerza el control del partido sobre
los candidatos al premiar a los obedientes con los primeros puestos de las
listas y relegar a los díscolos a puestos con pocas posibilidades de salir
elegidos. La propuesta es del "partido" y al elector solo que cabe
aceptarla.
El
sistema de partidos, que tenía una función inicialmente ordenadora para evitar
el caos, ha acabado produciendo lo contrario, un control excesivo sobre el
sistema con lo que se combinan dos aspectos aparentemente contradictorios, el
control burocrático del partido y la práctica de estrategias pasionales e
impulsivas para la captación del voto y la lucha política.
La
gestión de mano de hierro de los partidos lleva a situaciones como la española,
en la que vemos el fraccionamiento constante ante la incapacidad manifiesta de
agrupar tendencias, aceptar la diversidad dentro de los límites y tendencia a
mayores grupos con mayor representatividad social. La constante ruptura por la
aparición de extremismos de uno y otros signo, de populistas, regionalistas,
nacionalistas, etc. va en contra de la primera tendencia española, que fue
precisamente la fusión de partidos próximos hasta crear un espectro político
que nunca llegó a ser plenamente bipartidista, pues siempre hubo una segunda
fuerza en la izquierda y los grupos locales en determinadas autonomías.
El
riesgo que corre los Estados Unidos es el de la conversión de la política
amplia, con diversas tendencias de pensamiento político, como ocurre entre los demócratas —que van de los
moderados a los que pueda representar Bernie Sanders— o los propios
republicanos, a un personalismo cesarista, el trumpismo, que no se percibe (ni
por él ni por muchos que le apoyan) como ideas, sino como persona sobre la que
construir el edificio político. Esto con ese efecto perverso de retroalimentación
violenta entre el líder que alienta la violencia y el radicalismo.
El que esa violencia no haya sido espontánea, fruto de la ira, como dice Trump, sino un golpe planeado, alentado desde grupos políticos radicales y apoyado por miembros de las propias cámaras políticas es un durísimo golpe a la credibilidad del sistema, tanto en el interior como visto desde el exterior. Las investigaciones (como puede apreciarse en los titulares de prensa sobre este párrafo) van por esa línea del "asombro" que anticipaban las autoridades que investigan los sucesos. Las dudas iniciales sobre negligencia o connivencia se inclinan hacia la segunda opción.
Insisto en ello porque es una pregunta que debería estar haciéndose medio planeta: cómo es posible que una persona como Trump consiga más de 70 millones de votos en un país de larga tradición democrática, fortaleza institucional y medios de comunicación abiertos. Esta pregunta es la misma que se haría cualquiera cuando ve que la máquina que ha construido produce elementos deficientes. De la deficiencia de Trump no hay dudas aunque pueda haber discusiones, que son dos cosas diferentes.Deberíamos
estar reflexionando sobre el rumbo de las democracias, la fascinación por la
fuerza, el populismo irracional, el aumento de las fórmulas autoritarias por
todo el mundo, etc. Eso son los problemas cuya presencia se manifiesta cada
día.
Los diez republicanos representan un cierto grado de esperanza en que el sistema democrático todavía concede cierto valor a la independencia de criterio, a la conciencia personal y a los principios básicos. Representan que todavía podemos pensar la democracia como decisión racional y como una tiranía de los números al servicio de cada vez peores instintos.
Recuerdo de nuevo lo que resalté ayer: que Trump haya forzado las ejecuciones de las penas de muerte en las cárceles federales solo para dar una demostración de poder y forzar una situación que por definición es irreversible, tan solo para obtener el favor de sus votantes "amantes del orden", es una de las muestras más indignas y repugnantes del ejercicio de la política que se recuerda en un escenario democrático. Es un retrato definitivo del personaje y su catadura moral.
Esos diez republicanos son una tímida muestra que no se puede alentar el asalto violento a las instituciones coreando mentiras y fingiendo patriotismo cuando lo que muestra es barbarie. Espero que sirva para que otros entiendan que la salvación democrática es no tener que defender a Trump haga lo que haga, sino defender la racionalidad que lleve a la mejor gestión de las sociedades, lograr el mayor grado de acuerdo para la mejor convivencia y aprovechar las ventajas de la diversidad dentro un estado lo más armónico posible. Hacer política con el odio, con las pasiones radicalizadas, cimentándose en la separación y estigmatización del otro siempre acabará mal, erosionando la convivencia y la fe en el sistema democrático y sus instituciones.
Si Trump es condenado en las próximas fases del proceso de enjuiciamiento, todavía que margen para una larga, lenta y dolorosa regenración del sistema democrático norteamericano. Si, por el contrario, Trump consigue salir por segunda vez indemne, el destino del sistema estará marcado negativamente y se hundirá con enorme rapidez ante la falta de credibilidad, la comprobación de su funcionamiento mecánico y mafioso. Nadie podrá confiar en el sistema y sus límite se habrán extendido más allá de la racionalidad, honestidad y claridad necesarias para su existencia. Lo antidemocrático, los valores opuestos, habrá ganado y todos habrán aprendido cuál es el camino de ida hacia el poder.
El título del editorial de The New York Times no puede ser más cierto: el primer paso para la unidad es la honestidad. El primero y el paso decisivo, pues sin ella difícilmente se podrá tener un sistema que haga algo por los ciudadanos y no se centre solo en mantenerse en el poder. Y será difícil convencer a la ciudadanía de lo contrario.
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