Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
irritación causada por la decisión del gobierno catalán de permitir la
celebración y acceso a los mítines de la campaña tiene toda la lógica y es
quizá una de esas gotas que hacen rebosar el vaso de la paciencia. La respuesta
popular es siempre la misma ante las diversas cámaras televisivas de los
diferentes canales cuando les preguntan: "O sea ¿que no puedo salir a
comprar, pero sí puedo ir a un mitin?" "O sea ¿que en casa no nos
podemos reunir más de cuatro y en un mitin más de tres cientos sí?"...
"O sea" es la forma que antecede a la percepción de este nuevo
agravio que llueve sobre el mojado de los que se han vacunado
cuando no les tocaba. El "o sea" se vuelve un poco más complicado
cuando se combina: "o sea, ¿que ellos se vacunan y a nosotros, que
estamos sin vacunar, nos piden que vayamos a los mítines?" Demasiadas
preguntas. Cuando la gente se pone a atar cabos, comienza el peligro.
¿Qué
les pasa a los políticos? ¿Realmente pierden cualquier atisbo de sentido común
enmarañados en sus luchas? ¿Viven en su propia burbuja, pierden contacto con el
mundo real y todo gira a su alrededor?
Si hay
alguien que debería tener los pies en el suelo, ser empático con los que les
rodean, comprensivo con los problemas sociales... son precisamente los
políticos, cuya función moderna es resolver problemas. Pero la lucha continua
por el poder, la distorsión del cálculo constante de cómo conseguirlo o el evitar
perderlo, creo que les distancia de los demás, que muchos de ellos pierden el
rumbo.
¿Cómo
se le ocurre a alguien que se pueda asistir a los mítines, con la que está
cayendo, con los indicadores de la pandemia disparados? Pues se le ha ocurrido al que, estando en el poder, tiene la mayor responsabilidad sobre todo. Acabarán de nuevo en los tribunales, que al final se convierten en árbitros a su pesar de la vida política.
Hay
varios motivos para esta ocurrencia, desde luego. Está, por un lado, el narcisismo político, la
necesidad de ser contemplados, escuchados, cargar las pilas con el aplauso
devoto. Pero hay otro motivo del que no se habla: las campañas son un gran
negocio. Parte de los apoyos clientelares que reciben los partidos procede de
ese dinero que se mueve en campaña, que si se hace online, como aconsejan el
sentido común y los expertos epidemiólogos, se pierde. Puede que alguno lo
llame "mover la economía", pero la verdad es que los movimientos siempre van en la misma
dirección. Solo en alquileres de locales para mítines, los pagos a los que
mantienen el apoyo logístico, transporte, los materiales realizados para
promoción, etc. ya suponen una importante cantidad que dejaría de
"moverse". Las campañas tradicionales cuestan bastante dinero y dejar
de gastarlo puede herir algunas "sensibilidades".
Lo que
el ciudadano de a pie no entiende es que todo empiece a estar prohibido menos
ir a los mítines. ¿Tiene la palabra política carácter milagroso y produce
inmunidad? ¿Hay que ir a escuchar un primer mitin e ir a un segundo unos días
después para que tenga efecto permanente la inmunidad al coronavirus?
Retomo
una idea: hacemos demasiado caso a los políticos; tampoco es fácil esquivarlos.
Somos como morosos del voto perseguidos por el cobrador del frac político. Los
políticos se nos cuelan por todas las vías y por todos los canales. No puedes
ni dejar abierta la ventana cuando toca un buen día porque tienes a las
caravanas de los partidos pasando por debajo de tu ventana con el himno puesto
y anunciándote el mitin de la tarde una y otra vez. Se nos cuelan en los
buzones, llenándolo de propaganda. Hasta el correo electrónico te llega sin que
lo pidas, en una batalla perdida porque son ellos quienes hacen las leyes que
les regulan.
Como la
idea de "campaña" se ha difuminado, dejando de ser el tiempo dedicado
a la política alrededor de la fecha de las elecciones, estamos bombardeados
todo el año, las veinticuatro horas del día. No hay escaparate mediático que no
utilicen. Los partidos son ya medios que gestionan su propia emisión de
información y se buscan los huecos en los otros medios, que se pliegan a su
servicio o favor. La simbiosis entre partidos políticos y medios produce una
fuerza de la que solo se puede escapar mediante la "desconexión". La
fragmentación del espacio mediático lleva a la intensificación del mensaje, que
se esparce a través de todo posible canal. Sabemos del interés en las
tecnologías que detectan la eficacia mediática mediante la personalización. La
compra de toda esta información que se nos saca a través de las cookies, una
avalancha de la que se habla muy poco (¿qué significa ese "nosotros y
nuestros socios"? que nos recibe en cualquier sitio), tendrá un destino
claro en la política. Para ello se multiplican las empresas dedicadas al
análisis de datos, con cuyos resultados se orientan y orientan sus campañas.
Hace mucho tiempo que los asistentes a los mítines solo son utilizados como fondo, como público para mostrar rostros entusiastas, reacciones cálidas, movimientos afirmativo de cabeza. Forman parte de la escena tradicional del género audiovisual del mitin, algo que se distribuirá posteriormente a través de diferentes canales televisivos, imágenes en los periódicos, discursos en la radio, tuit y demás. Demasiado cálculo comunicativo. ¿Por qué no hacer como en los estadios deportivos para tapar las gradas vacías? ¿Por qué no aplausos enlatados, público digitalizado, avatares de militantes...?
La maniobra del gobierno catalán ha suscitado la protesta de los propios partidos, que han denunciado este despropósito. La campaña tendrá que ser online, utilizar los múltiples canales disponibles. Autorizar la movilidad que se restringe para ir a los mítines es una temeridad y una irresponsabilidad por parte de quien lo hace, cuya obligación es velar por la salud general.
El caso
de las elecciones catalanas deja demasiado en evidencia este egoísmo político.
Es lógico que sean "egoístas" porque la mayoría no tienen otra cosa.
Y en la oposición se reducen los gastos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.