jueves, 28 de enero de 2021

Los mítines milagrosos

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



La irritación causada por la decisión del gobierno catalán de permitir la celebración y acceso a los mítines de la campaña tiene toda la lógica y es quizá una de esas gotas que hacen rebosar el vaso de la paciencia. La respuesta popular es siempre la misma ante las diversas cámaras televisivas de los diferentes canales cuando les preguntan: "O sea ¿que no puedo salir a comprar, pero sí puedo ir a un mitin?" "O sea ¿que en casa no nos podemos reunir más de cuatro y en un mitin más de tres cientos sí?"... "O sea" es la forma que antecede a la percepción de este nuevo agravio que llueve sobre el mojado de los que se han vacunado cuando no les tocaba. El "o sea" se vuelve un poco más complicado cuando se combina: "o sea, ¿que ellos se vacunan y a nosotros, que estamos sin vacunar, nos piden que vayamos a los mítines?" Demasiadas preguntas. Cuando la gente se pone a atar cabos, comienza el peligro.

¿Qué les pasa a los políticos? ¿Realmente pierden cualquier atisbo de sentido común enmarañados en sus luchas? ¿Viven en su propia burbuja, pierden contacto con el mundo real y todo gira a su alrededor?

Si hay alguien que debería tener los pies en el suelo, ser empático con los que les rodean, comprensivo con los problemas sociales... son precisamente los políticos, cuya función moderna es resolver problemas. Pero la lucha continua por el poder, la distorsión del cálculo constante de cómo conseguirlo o el evitar perderlo, creo que les distancia de los demás, que muchos de ellos pierden el rumbo.



¿Cómo se le ocurre a alguien que se pueda asistir a los mítines, con la que está cayendo, con los indicadores de la pandemia disparados? Pues se le ha ocurrido al que, estando en el poder, tiene la mayor responsabilidad sobre todo. Acabarán de nuevo en los tribunales, que al final se convierten en árbitros a su pesar de la vida política.

Hay varios motivos para esta ocurrencia, desde luego. Está, por un lado, el narcisismo político, la necesidad de ser contemplados, escuchados, cargar las pilas con el aplauso devoto. Pero hay otro motivo del que no se habla: las campañas son un gran negocio. Parte de los apoyos clientelares que reciben los partidos procede de ese dinero que se mueve en campaña, que si se hace online, como aconsejan el sentido común y los expertos epidemiólogos, se pierde. Puede que alguno lo llame "mover la economía", pero la verdad es que los movimientos siempre van en la misma dirección. Solo en alquileres de locales para mítines, los pagos a los que mantienen el apoyo logístico, transporte, los materiales realizados para promoción, etc. ya suponen una importante cantidad que dejaría de "moverse". Las campañas tradicionales cuestan bastante dinero y dejar de gastarlo puede herir algunas "sensibilidades".

Lo que el ciudadano de a pie no entiende es que todo empiece a estar prohibido menos ir a los mítines. ¿Tiene la palabra política carácter milagroso y produce inmunidad? ¿Hay que ir a escuchar un primer mitin e ir a un segundo unos días después para que tenga efecto permanente la inmunidad al coronavirus?

Retomo una idea: hacemos demasiado caso a los políticos; tampoco es fácil esquivarlos. Somos como morosos del voto perseguidos por el cobrador del frac político. Los políticos se nos cuelan por todas las vías y por todos los canales. No puedes ni dejar abierta la ventana cuando toca un buen día porque tienes a las caravanas de los partidos pasando por debajo de tu ventana con el himno puesto y anunciándote el mitin de la tarde una y otra vez. Se nos cuelan en los buzones, llenándolo de propaganda. Hasta el correo electrónico te llega sin que lo pidas, en una batalla perdida porque son ellos quienes hacen las leyes que les regulan.



Como la idea de "campaña" se ha difuminado, dejando de ser el tiempo dedicado a la política alrededor de la fecha de las elecciones, estamos bombardeados todo el año, las veinticuatro horas del día. No hay escaparate mediático que no utilicen. Los partidos son ya medios que gestionan su propia emisión de información y se buscan los huecos en los otros medios, que se pliegan a su servicio o favor. La simbiosis entre partidos políticos y medios produce una fuerza de la que solo se puede escapar mediante la "desconexión". La fragmentación del espacio mediático lleva a la intensificación del mensaje, que se esparce a través de todo posible canal. Sabemos del interés en las tecnologías que detectan la eficacia mediática mediante la personalización. La compra de toda esta información que se nos saca a través de las cookies, una avalancha de la que se habla muy poco (¿qué significa ese "nosotros y nuestros socios"? que nos recibe en cualquier sitio), tendrá un destino claro en la política. Para ello se multiplican las empresas dedicadas al análisis de datos, con cuyos resultados se orientan y orientan sus campañas.



Hace mucho tiempo que los asistentes a los mítines solo son utilizados como fondo, como público para mostrar rostros entusiastas, reacciones cálidas, movimientos afirmativo de cabeza. Forman parte de la escena tradicional del género audiovisual del mitin, algo que se distribuirá posteriormente a través de diferentes canales televisivos, imágenes en los periódicos, discursos en la radio, tuit y demás. Demasiado cálculo comunicativo. ¿Por qué no hacer como en los estadios deportivos para tapar las gradas vacías? ¿Por qué no aplausos enlatados, público digitalizado, avatares de militantes...?

La maniobra del gobierno catalán ha suscitado la protesta de los propios partidos, que han denunciado este despropósito. La campaña tendrá que ser online, utilizar los múltiples canales disponibles. Autorizar la movilidad que se restringe para ir a los mítines es una temeridad y una irresponsabilidad por parte de quien lo hace, cuya obligación es velar por la salud general.

El caso de las elecciones catalanas deja demasiado en evidencia este egoísmo político. Es lógico que sean "egoístas" porque la mayoría no tienen otra cosa. Y en la oposición se reducen los gastos.

 


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