martes, 12 de enero de 2021

Cortejar al diablo

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)




Los intentos de explicación de lo ocurrido el 6 de enero con el asalto al Capitolio se dividen en dos grandes grupos: el de los sorprendidos y el de los prevenidos. Los primeros se preguntan ¿cómo hemos llegado a esto?; los segundos lo explican. Entre unos y otros es difícil el diálogo. Los que no han sabido ver lo que tenían debajo de las narices, a los que no les importó, los que lo consideran una "anomalía", el fruto de una rabieta inesperada, etc. lo hacen por ceguera o porque tienen una visión demasiado naif de su propia historia. Por el contrario, la minoría, son los que han ido advirtiendo de lo que podía ocurrir, de que se estaba juntando la gasolina con la leña, todo ello cerca de un fuego mantenido por un pirómano declarado.

El artículo de Paul Krugman en The New York Times, titulado con rotundidad "This Putsch Was Decades in the Making",  hace un recorrido por la historia de la aceptación progresiva del Partido Republicano de las condiciones que han acabado en ese asalto al Capitolio y el anunciado segundo impeachment de un mismo presidente al que no se le quiere dejar ir de rositas por su responsabilidad.

Estados Unidos tiene la ocasión de juzgar lo ocurrido y condenarlo o dejar pasar los hechos como si formaran parte de la normalidad política, un semillero de problemas futuros ante lo que es claramente la punta de un iceberg que tardará décadas en neutralizarse.

Cuando haya cierta distancia —si es que es posible—, cuando despierten comprenderán con horror que la superpotencia que se ha erigido en árbitro del mundo quedó en manos de un advenedizo multimillonario, ausente de experiencia política, vinculado con todo tipo de escándalos, poseedor de múltiples taras psíquicas, autoritario, nulo sentido democrático, narcisista y megalómano, racista, machista e ignorante, organizador de concursos de mises y concursos televisivos y que, como remate, hacía trampas al golf.




Pero habrá muchos otros que quieran conservar su pesadilla, que prefieran vivir en un mundo paralelo, de secta, donde se le convierta en un dios de culto, en centro de adoración de ese mundo retorcido en el que la primera víctima es la realidad.

Desde hace tiempo hemos insistido en ese factor —la pérdida alentada de sentido de la realidad— como un elemento determinante y en los efectos de la responsabilidad del Partido Republicano sobre la propia democracia norteamericana. El problema no es que Trump esté loco o mienta; el problema son los que le apoyan y votan sabiendo que miente y está loco. Lo que lleva directamente a los republicanos. Lo hemos resaltado constantemente porque es de una obviedad política espantosa. Lo que hemos visto finalmente es el propio aquelarre de esta secta, la plasmación conjunta de todas sus fuerzas, en el asalto al Capitolio. Finalmente, la bola de nieve llegó a la base de la montaña convertida en mortal alud.

Para que eso ocurriera, la negación de la realidad era una necesidad. Es por ahí donde empieza Krugman su reflexión diagnóstica:

 

One striking aspect of the Capitol Hill putsch was that none of the rioters’ grievances had any basis in reality.

No, the election wasn’t stolen — there is no evidence of significant electoral fraud. No, Democrats aren’t part of a satanic pedophile conspiracy. No, they aren’t radical Marxists — even the party’s progressive wing would be considered only moderately left of center in any other Western democracy.

So all the rage is based on lies. But what’s almost as striking as the fantasies of the rioters is how few leading Republicans have been willing, despite the violence and desecration, to tell the MAGA mob that their conspiracy theories are false.*

 


Acostumbrados cada vez más a las disputas políticas sin sentido, a la negación de lo evidente, a la tergiversación constante, a los juegos de palabra y a la conversión de los hechos en "opiniones" y de las opiniones en "hechos", la muerte del sentido de la realidad, de la realidad misma pasa a ser un estado de lo posible. La realidad en la que vivimos no es lo que es, sino lo que se cuenta, por lo que el camino del poder pasa a ser el de la seducción, el del convencimiento de los otros.

¿En qué sentido son "mentiras" lo que ha llevado al asalto del Capitolio? ¿Por qué mucha gente sigue pensando con total convencimiento que "les robaron las elecciones"? ¿Es una forma de locura colectiva? Si la "locura" es la pérdida de la capacidad de distinguir las fantasías de la realidad, sin duda lo es.

Y ese es el gran peligro para la democracia en cualquier lugar. Perder el sentido de la realidad hace de la democracia una caricatura trágica porque la democracia se basa en la elección y la elección en la información disponible. Un mundo alimentado por mentiras no puede ser democrático ni, por ello, libre.




Krugman hace un recorrido por las sucesivas teorías conspiratorias aparecidas en los Estados Unidos desde la época de Ronald Reagan hasta hoy. Son teorías que fueron modelando las mentes y haciendo de la credulidad encadenada un arma política con la que los grupos más radicales se fueron introduciendo en la vida política, ganando peso en la escena republicana y, finalmente, llevando a la presidencia al personaje en el que se daba las circunstancias perfectas para cristalizar el deseo insatisfecho, Donald Trump.

En este tiempo pasado hemos insistido en la responsabilidad de los republicanos entendiendo que Trump no era un republicano, sino una herramienta republicana que finalmente se ha vuelto contra ellos acusándolos (¡qué ironía!) de débiles y traidores. Trump tiene el diagnóstico psiquiátrico acumulado, pero ¿qué tienen los líderes del partido republicano para esbozar algo parecido a una explicación? ¿Qué pueden argumentar para justificar que todavía hoy sigan negando y obstruyendo la proclamación de Joe Biden para la presidencia? Pero lo siguen haciendo.

Hemos resaltado anteriormente la importancia para los propios republicanos del movimiento "Never Trump!" porque son los restos sobre los que se construirá un partido destruido por Trump, reconvertido en nuevo líder de un movimiento negacionista y mesiánico en la política, un ejemplo de fascismo violento, autoritario y carnavalesco. Ahora no es importante si son muchos o pocos. Lo decisivo es que representan una tabla de salvación, un nuevo principio, ante el fracaso de aparato del partido, más preocupado por el éxito electoral, por ganar la Casa Blanca y los estados que por los principios que dan sentido al sistema.



Hace unos días hablamos aquí de "primermundismo" frente a los que hablan de lo ocurrido como "tercermundismo". Lo que muestra lo ocurrido es una fase de corrupción de la democracia desde dentro, no la ausencia. Lo que estamos viendo es cómo una democracia pervierte sus principios al renunciar a ese elemento importante, decisivo: la capacidad de juzgar con mínimos de objetividad el mundo que le rodea. Si basta con proclamar nuestros deseos más exóticos como "verdades" ¿qué nos queda? Si, además, estas llevan al triunfo, dan acceso al poder, ¿quién puede pararlas?

La paranoia mostrada es, además, un peligro más allá de las fronteras, dado el papel de Estados Unidos en el mundo. Los dos ejemplos más claros son los negacionismos del cambio climático y de la pandemia del COVID-19. Ya solo esos dos aspectos afectan gravemente a la "realidad" común y por ello a todo el planeta.

Es peligroso confundir efectos y causas. Por eso debemos comprender bien dónde está el origen de lo ocurrido, no verlo como un hecho aislado sino como el resultado de una serie de factores que finalmente se han manifestado en el asalto al Capitolio.



Cuando muchos países del mundo luchan por tener una democracia frente a las dictaduras que les oprimen, los Estados Unidos de Donald Trump convierten la democracia en una forma de dictadura cuyo mecanismo deja al descubierto lo que Michel Foucault llamó "voluntad de verdad", la fuerza institucional que determina lo que es verdadero y falso, el poder de construir una realidad alternativa a la propia realidad.

No ha sido casual que en estos años de Trump los medios de comunicación serios hayan tenido que desarrollar mecanismos de credibilidad, los "Fact checks", formas de verificación y de desestimación de afirmaciones. Tras cada intervención de Trump, muchos medios verificaban lo que decía para encontrar la mayor acumulación de mentiras y medias verdades dichas por un político en tan poco tiempo. Trump contraataco definiendo a la prensa como "el enemigo del pueblo" y reivindicando su palabra como única fuente de verdad. Y muchos republicanos le secundaron y sus seguidores le creyeron. Bastaba con desacreditar a la prensa, crear una conspiración que explicara por qué criticaban y atacaban a Trump. Basta con una narrativa convincente.



El periodo de Trump es la culminación de esos procesos de negación de la verdad y de su puesta al servicio de una forma de poder que, como podemos ver, se resiste a abandonar lo ganado.

La forma de hacer política de Trump y de los que le llevaron al poder está más extendida de lo que pensamos. Consiste en dividir primero, crear enfrentamientos cada vez más polarizados. El radicalismo creciente acepta cada vez más teorías conspiratorias y es más fácil de manejar. Una vez que se produce la adhesión, el sistema alucinatorio te absorbe, vives dentro de él, creyendo firmemente en lo que te cuenta.

¿Es este el nuevo rostro, el futuro de la democracia en los países avanzados? Todo lo que deteriora la convivencia facilita que se creen universos irreconciliables, con "verdad" incompatibles que finalmente nos esclavizan con su unilateralidad. Si solo podemos hablar con quien estamos de acuerdo, ¿cómo es posible crear una democracia?



La visión compartida de la realidad se ve debilitada por las dudas que se siembran contra ella. Es la erosión continua mediante las distintas formas de negacionismo y  de afirmacionismo (habrá que crear este neologismo) de lo falso.  
Los analistas coinciden en el papel importante de los medios de comunicación y de los medios sociales. Son una poderosa fuerza de erosión de la realidad cuando, como hemos señalado, lo que hacen es representarla con más o menos fundamento. En un universo de desinformación, de noticias falsas, se pierde el sentido de lo real, de lo que pueda ser una verdad compartida. Aquí las ideas son casi secundarias, lo que se debate es sobre la realidad misma, sobre su entidad, sobre su capacidad de dirigir nuestras respuestas o acciones. Los asaltantes han sido llevados hasta el Capitolio mediante una cadena de mentiras alrededor de su cuello. No ha servido de nada la inexistencia de pruebas. Nada se ha aportado, pero les ha dado igual. Su fantasía es consistente y, suponemos, persistente.


Desde que llegó al poder, los medios norteamericanos más responsables se dieron cuenta que tenían un serio problema, aunque no acabaron de definirlo. Sabían que Trump era un mentiroso, pero creyeron que no llegaría a tanto. Los fact checks fueron una respuesta, pero pronto se han visto insuficientes. Solo los consultan los que van a verificar lo que ya saben o creen saber. Una vez polarizados y radicalizados, cada uno se informa con lo que refuerza sus creencias. No es fácil convencer a la gente; quizá por eso se ha avanzado tanto en la manipulación. En un universo mediático e interconectado, con la posibilidad de bombardear con información, la manipulación es una arma de primera categoría: barata, limpia, amparada en libertades de expresión, sencilla de manejar...

Estos días serán intensos. Los que quieren asegurarse que Trump no siga quieren clavarle la estaca en el corazón por temor a los próximos aquelarres. Se ha visto que solo tiene que mover un dedo para lanzar al país al desastre. Y eso es mucho riesgo, una condena a la desestabilización constante y progresiva.

¿Tiene solución? No sé si "solución", entendido como final de un problema, es la palabra más adecuada. Esto necesita algo más que acciones específicas. Si Krugman señalaba que lo ocurrido era una consecuencia de lo acumulado en décadas, quizá haya que hablar mejor de "contención", de resistencia y rearme de valores, de claridad en la política y de revitalización de las instituciones. En cualquier caso, no será rápido ni fácil.

Por nuestra parte, democracia joven y aquejada de males prematuros, nos queda mucho que aprender por nuestro propio bien. Hay que mantener al diablo alejado. Cortejarlo acaba teniendo sus consecuencias, como hemos visto. ¿Qué ocurrirá ahora en aquellos lugares donde el "modelo Trump" se ha visto como una vía factible de llegar al poder, como una estrategia exitosa? ¿Estamos dispuestos a asumir estos riesgos?

 

 

* Paul Krugman "This Putsch Was Decades in the Making" The New York Times 11/01/2021 https://www.nytimes.com/2021/01/11/opinion/republicans-democracy.html

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