Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Está
bien hacerse preguntas. Está muy bien encontrar respuestas. Puede que estas
sean erróneas o que sean inadecuadas, pero, sin respuestas, hacerse preguntas
es un ejercicio inútil, un gasto de energía. Los filósofos se pueden pasar la
vida haciéndose preguntas; los políticos, no. Los electores tampoco.
Las
preguntas que se acumulan sobre Trump se mantienen en fila esperando ser
contestadas por unos y otros: ¿qué hacer con él?, ¿cómo hacerlo?, ¿qué
repercusiones tendrían las acciones que se tomen?, ¿qué hará él?, ¿qué harán
los demás?... Y así hasta el infinito, un infinito paralizante que detiene todo
menos el paso del tiempo, un tiempo que se agota y que elimina por sí mismo
preguntas que dejan de ser necesarias, que se vuelven obsoletas.
Los
Estados Unidos están llenos de preguntas y de muchas posibles respuestas que
suscitan nuevas preguntas. Tiene su explicación: no se trata de actuar sobre
cualquiera, sino sobre la persona que ha sido elegida para actuar, el
presidente. Es tan paradójica la situación que las soluciones son todas
extraordinarias, excéntricas, únicas... Puede que haya precedentes, pero nunca
una conjunción tan extraordinaria o si se prefiere, tan excéntrica en un
momento y persona.
Esto,
por ejemplo, no es una "crisis de liderazgo", sino más bien un
"exceso"; esto no es una "revuelta contra el gobierno",
sino el gobernante revolviéndose contra el sistema; esto es un gobernante
aprovechándose de todas las prevenciones que se han elevado para protegerse de
los "burócratas políticos"; no hay conspiración de los medios, sino
un presidente que se ha convertido en un medio conspiratorio en sí mismo...
Todo esto y mucho más en la misma persona, el mismo cuerpo tostado y teñido, en
Donald Trump.
El arte
de los políticos es parecerse un día a unos y no parecerse a otros en los
restantes. Trump es el político que se presenta contra los
"políticos"; el "patriota" que destruye las instituciones;
es el que hunde los Estados Unidos mientras lleva la gorra MAGA (Make America
Great Again). Es una contradicción andante. Pero le funciona, quizá por los
tiempos son contradictorios y se pueden asaltar un comercio al grito de
"¡libertad!" y llevarse una moto, como ocurrió no hace mucho en
España.
La
conversión de la política en deseo y
no en racionalidad, hace estas
incongruencias pasen como "normalidad". Si se convierte en el arte de
azuzar los instintos y sembrar el caos en vez de la forma de establecer la
armonía social, de establecer intereses comunes, de apostar por la convivencia,
estamos perdidos porque vivimos en una jungla tecnológica en la que se alienta
a la vez la individualidad egoísta y la comunión cobarde y violenta. Ego y
manada. El que sabe crear esta extraña conjunción se hace con el control.
Un
articulista introdujo el término "tercermundismo" en su artículo.
¡Tremendo error! Esto es nuevo, aunque parezca nuevo. Esto es un fracaso del
"primer mundo", por eso ha empezado en la democracia más consolidada,
en la primera potencia mundial. A Karl Marx también le fallaron los cálculos y
el comunismo no se formó en las sociedades obreristas e industrializadas como
esperaba, sino por el contrario en dos países con algo en común, una tradición
de obediencia (al zar, al pope, al emperador, al señor feudal) y una base
agraria, países llenos de campesinos con un feudalismo latente y no resuelto.
Esto no
es tercermundismo; es, por contra, la
fase decrépita de la democracia cuando se deja controlar por el autoritarismo y
este se contagia a millones de personas que consolidan la barbarie primermundista con sus votos. Como ocurrió en la
"revolución cultural" de Mao, es el poder el que lanza a la calle a
sus nuevos guardias rojos, a sus paletos tecnificados disfrazados de bisontes,
disfrazados de patriotas reivindicativos. No se quiere abandonar el poder, un fin absoluto, al servicio solo de los intereses propios. La patología narcisista de Trump se junta con el despotismo del poder, la falta de escrúpulos políticos, la mentira sistemática.
Hay un
intento de justificación que intenta explicar
lo ocurrido: la ira de los olvidados. Son los que han quedado al margen de la
globalización, víctimas de una confabulación mundial por arruinarles,
condenarlos a una nueva depresión, al desempleo. Lo que olvida esta
justificación es que el gran responsable de la globalización fueron los propios
Estados Unidos, que los grandes globalistas que se han beneficiado de la
deslocalización han sido aquellos que ahora les incitan, como Trump, a asaltar
el Capitolio, a ver en otros países, de México a China, lo que solo ha sido
posible con la desinversión en busca del beneficio, de que la basura, la
polución, la explotación, etc. se sufriera más allá de sus fronteras.
Trump
no es el remedio, es parte de la causa. No pertenece a los marginados precisamente,
sino a la élite del capitalismo que ha crecido marginando, segregando,
explotando, engañando, con negocios que salen cada día en diversas partes del
mundo, incluida China, que elude sus impuestos y que representa simplemente los
sectores más favorecidos haciendo creer que sostiene grandes causas. Trump solo
ha cogido la "causa" que le llevara más rápido a la Casa Blanca. Ha
canalizado la ira hacia sus oponentes solo para asegurarse que sus fanáticos le
iban a hacer ese favor. Y ellos le han creído, títeres estúpidos de causas
ocultas, del poder ciego, del enriquecimiento a cualquier coste.
Lo
ocurrido en el Capitolio no es "tercermundista"; sería un grave
error considerarlo de tal forma. Este un punto en el que se desmonta la democracia, las instituciones que
lo amparan y buscan justicia, dejándolas en manos de desalmados que viven
del negocio de la guerra y de la muerte, capaces de arruinar el planeta solo
porque obstruye sus negocios. Eso es lo que representa Trump, esos son los que
han manipulado en la sombra para llevarle a la presidencia y desde allí desmantelar
el orden existente basado en acuerdos e instituciones; se trata de desmontar la protección
del medio ambiente, dejar que mueran
cientos de miles de personas engañadas por el negacionismo, haciendo creer en conspiraciones absurdas o en la eficacia de la protección divina. Al final, ellos son la conspiración, ellos el
contagio con el que buscan preservar sus negocios... y lo llaman
"libertad".
Comprendo la rabia de muchos norteamericanos al ver pisoteados los símbolos sagrados de la democracia. Pero Trump ha pisoteado antes muchos otros símbolos de respeto internacional. Entiendo que les moleste el supremacismo blanco; pero no se han quejado tanto cuando esas mismas personas han practicado el supremacismo norteamericano sobre regiones del mundo, cuando se ha respaldado a dictadores y se ha abrazado a tiranos compradores de fragatas, de aviones, de materiales con los que doblegar a sus pueblos o vecinos.
Ese era el momento de mostrar su indignación con claridad, algo que no ha ocurrido. Por eso, la imagen norteamericana en el mundo se ha deteriorado antes del asalto al Capitolio, que no es más que una consecuencia de no haber sabido ordenar su propio desorden. Joe Biden ha dicho que "eso no es América". Tremendo error porque va a tener que sobrevivir a muchos millones de personas que opinan lo contrario, que ellos son "América", los patriotas, los justicieros, la mano de Dios.
Lo que hunde a los
Estados Unidos no es el asalto en sí, sino los millones, más de 70, que han
respaldado a Trump a sabiendas de quién era, de cuáles eran sus formas e
intenciones, su talante. Enviar a la cárcel a unos cuantos chiflados es solo un parche necesario, no
un remedio al mal de fondo. Este sigue intocado e intocable, a la espera de un nuevo Trump o del mismo, si le dejan, ya que es esa su intención. Los problemas de una gran súper potencia son problemas del mundo al completo y más si se responsabiliza al mundo del propio deterioro. ¿En dónde está escrito que el papel de los Estados Unidos es doblegar al mundo? ¿En la doctrina del "Destino Manifiesto", quizá? El reinado de Trump, sus iniciativas, lo anulan incluso como árbitro mundial, ya que se ha mostrado terriblemente parcial, manejando sin pudor todo los escenarios, saliéndose de toda organización, de todo foro mundial que le limitara el poder. Estamos en un mundo en el que todos quieren tener el control de sus destinos y, de paso el de los demás. ¿Qué otro sueño es el del Brexit si no? En el fondo, es querer quedar con las manos libres, sin responsabilidades morales. Es el poder que el poderoso desea, velar solo por lo suyo. Ese ha sido parte del mensaje de Trump, eso es hacer "grande de nuevo". ¿De qué sirve ser "grande" si no te temen? Eso resume la ideología trumpista, cuya versión previa es de qué sirve ser rico si no puedes hacer lo que quieres. No hacen falta más ideas.
Comprendo
la ira de unos y otros. Pero si no se entiende que la solución a los problemas
norteamericanos debe incorporar el "problema norteamericano" en el
mundo, la pérdida de su rumbo como potencia en beneficio de algo llamado
"intereses americanos", de dudosa explicación y peor justificación,
no habrá cambiando nada. Trump es la marca; el producto sigue siendo
deficiente.
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