sábado, 9 de enero de 2021

Problemas del "primermundismo "

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)




Está bien hacerse preguntas. Está muy bien encontrar respuestas. Puede que estas sean erróneas o que sean inadecuadas, pero, sin respuestas, hacerse preguntas es un ejercicio inútil, un gasto de energía. Los filósofos se pueden pasar la vida haciéndose preguntas; los políticos, no. Los electores tampoco.

Las preguntas que se acumulan sobre Trump se mantienen en fila esperando ser contestadas por unos y otros: ¿qué hacer con él?, ¿cómo hacerlo?, ¿qué repercusiones tendrían las acciones que se tomen?, ¿qué hará él?, ¿qué harán los demás?... Y así hasta el infinito, un infinito paralizante que detiene todo menos el paso del tiempo, un tiempo que se agota y que elimina por sí mismo preguntas que dejan de ser necesarias, que se vuelven obsoletas.

Los Estados Unidos están llenos de preguntas y de muchas posibles respuestas que suscitan nuevas preguntas. Tiene su explicación: no se trata de actuar sobre cualquiera, sino sobre la persona que ha sido elegida para actuar, el presidente. Es tan paradójica la situación que las soluciones son todas extraordinarias, excéntricas, únicas... Puede que haya precedentes, pero nunca una conjunción tan extraordinaria o si se prefiere, tan excéntrica en un momento y persona.




Esto, por ejemplo, no es una "crisis de liderazgo", sino más bien un "exceso"; esto no es una "revuelta contra el gobierno", sino el gobernante revolviéndose contra el sistema; esto es un gobernante aprovechándose de todas las prevenciones que se han elevado para protegerse de los "burócratas políticos"; no hay conspiración de los medios, sino un presidente que se ha convertido en un medio conspiratorio en sí mismo... Todo esto y mucho más en la misma persona, el mismo cuerpo tostado y teñido, en Donald Trump.

El arte de los políticos es parecerse un día a unos y no parecerse a otros en los restantes. Trump es el político que se presenta contra los "políticos"; el "patriota" que destruye las instituciones; es el que hunde los Estados Unidos mientras lleva la gorra MAGA (Make America Great Again). Es una contradicción andante. Pero le funciona, quizá por los tiempos son contradictorios y se pueden asaltar un comercio al grito de "¡libertad!" y llevarse una moto, como ocurrió no hace mucho en España.

La conversión de la política en deseo y no en racionalidad, hace estas incongruencias pasen como "normalidad". Si se convierte en el arte de azuzar los instintos y sembrar el caos en vez de la forma de establecer la armonía social, de establecer intereses comunes, de apostar por la convivencia, estamos perdidos porque vivimos en una jungla tecnológica en la que se alienta a la vez la individualidad egoísta y la comunión cobarde y violenta. Ego y manada. El que sabe crear esta extraña conjunción se hace con el control.




Un articulista introdujo el término "tercermundismo" en su artículo. ¡Tremendo error! Esto es nuevo, aunque parezca nuevo. Esto es un fracaso del "primer mundo", por eso ha empezado en la democracia más consolidada, en la primera potencia mundial. A Karl Marx también le fallaron los cálculos y el comunismo no se formó en las sociedades obreristas e industrializadas como esperaba, sino por el contrario en dos países con algo en común, una tradición de obediencia (al zar, al pope, al emperador, al señor feudal) y una base agraria, países llenos de campesinos con un feudalismo latente y no resuelto.

Esto no es tercermundismo; es, por contra, la fase decrépita de la democracia cuando se deja controlar por el autoritarismo y este se contagia a millones de personas que consolidan la barbarie primermundista con sus votos. Como ocurrió en la "revolución cultural" de Mao, es el poder el que lanza a la calle a sus nuevos guardias rojos, a sus paletos tecnificados disfrazados de bisontes, disfrazados de patriotas reivindicativos.  No se quiere abandonar el poder, un fin absoluto, al servicio solo de los intereses propios. La patología narcisista de Trump se junta con el despotismo del poder, la falta de escrúpulos políticos, la mentira sistemática.




Hay un intento de justificación que intenta explicar lo ocurrido: la ira de los olvidados. Son los que han quedado al margen de la globalización, víctimas de una confabulación mundial por arruinarles, condenarlos a una nueva depresión, al desempleo. Lo que olvida esta justificación es que el gran responsable de la globalización fueron los propios Estados Unidos, que los grandes globalistas que se han beneficiado de la deslocalización han sido aquellos que ahora les incitan, como Trump, a asaltar el Capitolio, a ver en otros países, de México a China, lo que solo ha sido posible con la desinversión en busca del beneficio, de que la basura, la polución, la explotación, etc. se sufriera más allá de sus fronteras.

Trump no es el remedio, es parte de la causa. No pertenece a los marginados precisamente, sino a la élite del capitalismo que ha crecido marginando, segregando, explotando, engañando, con negocios que salen cada día en diversas partes del mundo, incluida China, que elude sus impuestos y que representa simplemente los sectores más favorecidos haciendo creer que sostiene grandes causas. Trump solo ha cogido la "causa" que le llevara más rápido a la Casa Blanca. Ha canalizado la ira hacia sus oponentes solo para asegurarse que sus fanáticos le iban a hacer ese favor. Y ellos le han creído, títeres estúpidos de causas ocultas, del poder ciego, del enriquecimiento a cualquier coste.




Lo ocurrido en el Capitolio no es "tercermundista"; sería un grave error considerarlo de tal forma. Este un punto en el que se desmonta la democracia, las instituciones que lo amparan y buscan justicia, dejándolas en manos de desalmados que viven del negocio de la guerra y de la muerte, capaces de arruinar el planeta solo porque obstruye sus negocios. Eso es lo que representa Trump, esos son los que han manipulado en la sombra para llevarle a la presidencia y desde allí desmantelar el orden existente basado en acuerdos e instituciones; se trata de desmontar la protección del medio ambiente,  dejar que mueran cientos de miles de personas engañadas por el negacionismo, haciendo creer en conspiraciones absurdas o en la eficacia de la protección divina. Al final, ellos son la conspiración, ellos el contagio con el que buscan preservar sus negocios... y lo llaman "libertad".

Comprendo la rabia de muchos norteamericanos al ver pisoteados los símbolos sagrados de la democracia. Pero Trump ha pisoteado antes muchos otros símbolos de respeto internacional. Entiendo que les moleste el supremacismo blanco; pero no se han quejado tanto cuando esas mismas personas han practicado el supremacismo norteamericano sobre regiones del mundo, cuando se ha respaldado a dictadores y se ha abrazado a tiranos compradores de fragatas, de aviones, de materiales con los que doblegar a sus pueblos o vecinos. 

Ese era el momento de mostrar su indignación con claridad, algo que no ha ocurrido. Por eso, la imagen norteamericana en el mundo se ha deteriorado antes del asalto al Capitolio, que no es más que una consecuencia de no haber sabido ordenar su propio desorden. Joe Biden ha dicho que "eso no es América". Tremendo error porque va a tener que sobrevivir a muchos millones de personas que opinan lo contrario, que ellos son "América", los patriotas, los justicieros, la mano de Dios.




Lo que hunde a los Estados Unidos no es el asalto en sí, sino los millones, más de 70, que han respaldado a Trump a sabiendas de quién era, de cuáles eran sus formas e intenciones, su talante. Enviar a la cárcel a unos cuantos chiflados es solo un parche necesario, no un remedio al mal de fondo. Este sigue intocado e intocable, a la espera de un nuevo Trump o del mismo, si le dejan, ya que es esa su intención. Los problemas de una gran súper potencia son problemas del mundo al completo y más si se responsabiliza al mundo del propio deterioro. ¿En dónde está escrito que el papel de los Estados Unidos es doblegar al mundo? ¿En la doctrina del "Destino Manifiesto", quizá? El reinado de Trump, sus iniciativas, lo anulan incluso como árbitro mundial, ya que se ha mostrado terriblemente parcial, manejando sin pudor todo los escenarios, saliéndose de toda organización, de todo foro mundial que le limitara el poder. Estamos en un mundo en el que todos quieren tener el control de sus destinos y, de paso el de los demás. ¿Qué otro sueño es el del Brexit si no? En el fondo, es querer quedar con las manos libres, sin responsabilidades morales. Es el poder que el poderoso desea, velar solo por lo suyo. Ese ha sido parte del mensaje de Trump, eso es hacer "grande de nuevo". ¿De qué sirve ser "grande" si no te temen? Eso resume la ideología trumpista, cuya versión previa es de qué sirve ser rico si no puedes hacer lo que quieres. No hacen falta más ideas.



La prensa norteamericana señala con ironía cómo algunos políticos republicanos que han apoyado a Trump en sus locuras, ahora intentan distanciarse de él, es decir, no ser arrastrado por el desprestigio y la desvergüenza. El impresentable Ted Cruz es uno de ellos, pero hay muchos más interesados en volverse a poner la piel de cordero. Intentan salvar los papeles, pero los que han seguido apoyando a Trump en sus reivindicaciones y falsedades tienen otros fines, subirse al nuevo carro de Trump, la nueva maquinaria para asaltar el poder. Allí donde lo consigan, habrá que echarse a temblar. Contará de nuevo con el apoyo del dinero tras las armas, tras los negocios turbios, los medios indecentes, etc.

Comprendo la ira de unos y otros. Pero si no se entiende que la solución a los problemas norteamericanos debe incorporar el "problema norteamericano" en el mundo, la pérdida de su rumbo como potencia en beneficio de algo llamado "intereses americanos", de dudosa explicación y peor justificación, no habrá cambiando nada. Trump es la marca; el producto sigue siendo deficiente.




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