Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La supresión de las cuentas de Donald Trump en Twitter y en otras plataformas es cuestionada ahora por la Unión Europea, según el titular hoy de La Vanguardia. El titular en cuestión va antecedido por un "Libertad de expresión" que nos centra el problema y reza así: "La UE critica la censura del Twitter de Trump y teme que siente precedente".
Tiempos
duros para tomar decisiones de este tipo. Nada se nos manifiesta claro, sino en
zonas de claroscuros y, sobre todo, tal como se quiera mirar. Al que le dijeran
hace unos años que alguien tenía el poder de "censurar" al presidente
de los Estados Unidos en su propio país le habría hecho gracia pensando que se trataba de una
broma.
La cuestión, como siempre, es decidir entre palabras con las que definir lo ocurrido por más que escapen a todas ellas: ¿"censura", "cierre de cuenta", "expulsión"...? Son enfoques distintos, matices, pero todos ellos dan perspectivas variadas. ¿Es Trump un "usuario" más? ¿No puede ser cancelada su cuenta si incurre en determinadas conductas impropias?
El
problema de fondo es tener que decidir entre dos súper poderes que abusan: una
presidencia enloquecida y autoritaria, que usa las redes sociales para difundir
mentiras, crear odio y atacar a quien le parece, por un lado, y por el otro
unas empresas que controlan el tráfico en nuestra vida virtual, manejan de
forma más que dudosa nuestros datos y son capaces de imponernos normas que les
benefician, añadiendo que logran enormes beneficios pero procuran eludir
impuestos. Ninguna de las dos genera simpatías y, curiosamente, ambas se
encuentran en los Estados Unidos.
El
cierre de la cuenta de Trump a manos de las poderosas empresas de
comunicaciones norteamericanas se lo plantea la Unión Europea como un problema
de principios cuando es más bien un
problema de actores y acciones. En conflicto, con unos y otros, aunque sean
conflictos distintos, la Unión ha preferido manifestarse por el principio de libertad
de expresión frente al control de la empresas, que las convierte en más
poderosas de lo que ya son.
En el
propio texto de La Vanguardia, con un epígrafe que resalta "La decisión es
correcta, pero peligrosa", se recogen algunas opiniones de una de las
partes:
El riesgo que supone la censura unilateral de
la cuenta online de un presidente la reconoce incluso el autor de esta censura.
El director general de Twitter, Jack Dorsey, considera que expulsar a Trump fue
la decisión correcta, pero que supone un peligroso precedente: “Tener que tomar
estas acciones fragmenta la discusión pública. Nos divide. Limita el potencial
para clarificar, redimir y aprender. Y establece un precedente que considero
peligroso: el poder que un individuo o una corporación tiene sobre una parte de
la conversación pública global”. Twitter justifica el cierre por el riesgo de
que se incrementara la violencia después del asalto al Capitolio. Sin embargo,
otras voces le acusan de no haber actuado antes. “Con respecto a Donald Trump,
han llevado a cabo un trabajo muy deficiente durante mucho tiempo”, dijo a AFP
Jimmy Wales, el fundador de Wikipedia, que añadió que con su modelo de negocio,
que prima las visitas, lo tienen difícil de gestionar.*
Desde
la perspectiva de la gestión de la propia imagen, a las empresas Twitter,
Facebook, etc. que han bloqueado las cuentas y canales de Trump —no lo
olvidemos, el presidente de los Estados Unidos— ha sido una decisión doblemente
arriesgada. Censurar al presidente no
es algo que se haga todos los días y les aleja de esa idea que pretender
reflejar de ser un mero medio neutro, además del desgaste de hacerlo a una
persona que, si bien ha perdido las elecciones, ha conseguido más de 70
millones de votos. No pueden ser un medio neutro si en su interior se producen
situaciones de incitación al odio, violencia, acoso a las personas, etc. Y
todas ellas tienen un negro historial en este tipo de situaciones: tarde y mal,
que es de lo que se les acusa ahora.
No
suele ser bueno juzgar situaciones extremas con principios generales, porque no
siempre se ajustan; tampoco sacar la consecuencia de que lo que se ha hecho con
Trump se hará con cualquiera, aunque se mencione el término
"precedente".
Creo
que se recrimina a Twitter y a las demás plataformas por hacerlo y se les
hubiera criticado igual o más por no hacerlo. Me imagino que hay mucha gente en
las redes sociales difundiendo odio y mentiras. La hay. Pero no son el
presidente de los Estados Unidos. Trump ha roto los comportamientos que se
esperan de un presidente, mientras que se ha comportando como un vulgar
"hater". Eso definiría a Trump, demasiado vulgar para la presidencia,
demasiado importante como "hater". Esa combinación explosiva
descoloca todo.
Tenemos
un serio problema cuando juzgamos situaciones derivadas del mundo virtual, las
redes de comunicación, etc. desde la perspectiva de los conceptos
tradicionales. Ni los tiempos ni los efectos son los mismos. Todo sucede de
forma instantánea y global. No hay tiempo, como en los viejos tiempos, para que
el censor se leyera los artículos del medio de turno y no saliera hasta que
diera el visto bueno. No hay tiempo para retirar una edición o pedir una orden
para frenar la salida de un libro difamatorio, por ejemplo, o retirarlo de las
librerías. Esos tiempos han pasado y el mundo de la información es el mundo del
prestigio y del desprestigio, de las mentiras y lo indemostrable que corren
como la pólvora.
La
Unión Europea haría bien en preocuparse por algo más que por el poder de
censura de las compañías, un tema que no es trivial. Deberíamos preocuparnos
por la emergencia continua de líderes de grupos que necesitan ser finalmente
censurados porque atentan contra la convivencia. Es decir, en última instancia,
toda transgresión de este tipo es un por un problema de convivencia
democrática, que es lo que está en el fondo de la cuestión. Si Trump se hubiera
comportado como debiera hacerlo un presidente de los Estados Unidos, pero esto
es ir contra la realidad y el sentido común, que nos dicen que ha habido una
enorme cantidad de personas que compartían sus fantasías. El problema no es
tanto Trump, la punta del iceberg, sino el resto del hielo, el del uso de todas
estas herramientas para deteriorar la convivencia, erosionar las instituciones,
etc.
Nuestra forma de pensar suele partir de delimitar un problema. El problema ahora es el "sistema" en su conjunto y esto son las manifestaciones de esos problemas. Hay dos realidades aquí: el crecimiento del poder antidemocrático que representa Trump y el crecimiento de las compañías norteamericanas que buscan el control global de las comunicaciones e imponen sus reglas desde la fuerza. Desde Europa, el problema de Trump se ve momentáneo y circunstancial; el de las grandes empresas de tecnología, en cambio, es visto como algo en continuo crecimiento y a largo plazo.
Pero el
problema real es también que empiecen a aparecer "trumps", como ya
ocurre, por toda Europa. Es un problema complejo y real, no una fantasía. Si
empezamos a contar los líderes autoritarios que han llegado al poder, solos o
en coalición, y el crecimiento de partidos xenófobos, nacionalistas,
populistas, etc. y cómo está afectado esto a la salud política europea, veremos
que necesitamos algún tipo de medidas. Trump es un anticipo. No sé si sabremos
librarnos de la misma forma, si es que lo han hecho.
Las
redes sociales, como espacio informativo y relacional, están siendo usadas como
detonantes de la convivencia, para la erosión de personas y grupos, para la
difamación y la agitación, para la desinformación general que provoque
movimientos desestabilizadores desde dentro y desde fuera. Esto ocurre hoy en las
redes sociales en la que la aparente democratización
de la información, su horizontalidad, está desencadenando un estado de
manipulación solo logrado en los estados totalitarios. Otra cuestión es el
efecto de estas campañas, pero es cuestión de tiempo, de ir cortando las bases
democráticas. Son una herramienta poderosa que permite la sensación de poder
—piense en Trump— al que pulsa el botón de envío.
Donald
Trump es el presidente de los Estados Unidos. Su poder no ha estado en el botón
nuclear, en las reuniones del G7 o en las ruedas de prensa de la Casa Blanca.
Finalmente, su poder real ha sido el de convencer a la mitad de los
norteamericanos de que le habían robado las elecciones, que existía una
conspiración múltiple contra él y los Estados Unidos, etc. El botón peligroso
era el de "enviar". Lo ha sido en los miles y miles de tuits con los
que ha inundado el país y ha congregado a millones de seguidores convencidos de
las mentiras que les ha contado, con los que ha creado héroes y villanos.
Puede
que Trump se haya acabado, pero el modelo no. Estamos aplicando criterios de la
época de la Revolución Francesa, incluso de la norteamericana, en un mundo muy
distinto. Los principios necesitan ser repensados para que su esencia se
mantenga.
La
libertad de prensa es otra cosa desde que una sola persona puede tener más
seguidores que un medio tradicional. Trump consiguió convencer a muchos
norteamericanos que la "prensa es el enemigo del pueblo". En su lucha
con los medios se ha escenificado el cambio de mundo. Me quedo con el rifirrafe
con Jim Acosta, el corresponsal en la Casa Blanca de la CNN. Eran el presidente
y un periodista acreditado que le plantó cara cuando el presidente insultó a su
medio y se negó a contestarle. Me parece un momento ejemplar e histórico de la
historia del enfrentamiento entre la prensa y el poder. Hoy el poder no
necesita ya a la prensa; le bastan las redes sociales y sus equipos de
comunicación para puentear a los medios quedándose con su papel y anulando la
crítica. ¿Hubiera podido sobrevivir un presidente con la mayoría de la prensa
en contra? No basta la Fox para explicar a Trump. Hace falta analizar el
ecosistema informativo en su conjunto para tratar de encontrar solución a lo
que tenemos por delante: el deterioro político del contrario a través de
campañas sistemáticas.
Para
ello, el primer paso es la eliminación del peso de las campañas electorales
convirtiendo en el final de un proceso continuado que dura el conjunto de la
legislatura, convertida en campaña bélica. Trump no ha dejado de tuitear ni un día.
Ha creado su propia audiencia, sus seguidores que han retuiteado sus mensajes,
tal como él ha retuiteado los suyos que le convenían (o le fabricaban para
eliminar responsabilidades).
La
cuestión de la "libertad de expresión", diferente a la "libertad
de prensa" se modifica cuando cualquier afirmación se convierte en viral
en segundos. La tarea del "Fact Check" emprendida para contrarrestar
las noticias falsas, los discursos llenos de mentiras de Trump, llegaban, sí,
pero tarde. El mal ya estaba hecho, como el abogado que retira su pregunta
capciosa después de lanzarla hacia el jurado. Ya ha conseguido su objetivo.
Es
difícil regular el monstruo gigantesco que hemos creado. Es difícil sobre todo
porque los que quieren aprovechar sus huecos para su beneficio lo pueden seguir
haciendo aprovechándose en factores como el anonimato, la generación de cuentas
infinitas, la capacidad de evitar rastreos, etc. Es difícil regular algo que
tiene que ver con las libertades si las personas no se sienten comprometidas
con los fines de la convivencia, es decir, cuando no existe buena voluntad.
¿Pero es posible buena voluntad en
estas guerras en las que se ha convertido la política, una guerra sin cuartel y
cada vez de mayor violencia, incluso física, como en asalto al Capitolio?
Los
regímenes autoritarios saben dos cosas: a) que pueden manipular a otros a
distancias; y b) que debe cerrar sus espacios informativos con grandes
firewalls para evitar que les hagan lo mismo a ellos. El retroceso en la libertad
de expresión, del que nos advierten las instituciones que velan por ella, es fruto
directo de este último hecho. El que manipula sabe que puede ser manipulado y
trata de evitarlo.
La
llegada de Trump al poder y lo que hizo desde allí es consecuencia de un
conjunto de circunstancias. Pensarlas de forma separa o independiente no es
buen método. Tampoco pensarlas sin actualizar los criterios clásicos. Debemos
pensar, además, que lo que hemos visto lo estamos viviendo ya, quizá con otra
intensidad pero con el mismo efecto de subversión del sistema democrático y de
convivencia.
Los que
tienen menos poder lo buscan a través precisamente de la amplificación del
mensaje por medio de las redes. La red es una forma barata de resonancia. A
esto se le suma la aplicación de las técnicas de Big Data y de obtención de
información, un gigantesco negocio de venta y reventa de datos en bruto que
posteriormente son refinados para mejorar su eficiencia. Esto no es
ciencia-ficción; está ya aquí y probablemente mucho más evolucionado de lo que
pensemos, sin cantar muchas de sus ventajas por temor, precisamente, a los
mecanismos de defensa legales que se puedan imponer. Pero es muy fácil con
hacerse con grandes cantidades de información, una buena inversión en algo que
antes se eliminaba. La eficacia aumenta y es fácil crear fricciones cuando se
saben los resortes que se han de tocar, a quiénes de ha de llegar, etc.
La Vanguardia cierra su artículo planteando los dos modelos, el norteamericano y el europeo de enfrentarse a estas cuestiones:
En cualquier caso, la censura de la cuenta de Trump pone de manifiesto tanto el papel de actores sistémicos de las plataformas tecnológicas como el enfoque radicalmente distinto con que las regulan Bruselas y Washington. En Estados Unidos rige la Sección 230 de la Communications Decency Act (CDA), que habilita a las plataformas a regularse por sí mismas y que las dota de un alto grado de inmunidad legal. En cambio, la UE lanzó en diciembre dos reformas para mantener bajo un control mucho más estricto a los gigantes digitales, tanto desde el punto de vista de su responsabilidad en lo que publican como, desde la perspectiva de la competencia, la posición predominante que les da su posición de gatekeepers , con acceso a datos confidenciales de potenciales competidores.
Son dos directivas, Digital Single Act y
Digital Market Act, que prevén, entre otras medidas, multas si las plataformas
no retiran en un tiempo determinado contenidos juzgados ilegales o incitadores
del odio a requerimiento de la justicia. Ésta es la gran diferencia. En lo que
trabaja la Unión Europea es en una acción del poder judicial que se añade a los
controles propios internos de la empresa. Todo con un objetivo final, que lo
que sea ilegal offline, también lo sea online, y con los tribunales, no una
empresa privada, disponiendo de la última palabra.*
¿Sirven de algo, como planteábamos antes, en un campo instantáneo? La lentitud de las medidas, de su resolución, etc. puede que den más garantías legales, pero estas serán aprovechadas principalmente por los que tengan intención de desinformar y manipular.
La idea de lo ilegal offline y online es, a mi parecer, tremendamente inocente, pues son dos medios de velocidades y efectos distintos, también sus consecuencias. El acoso escolar es un ejemplo claro cuando da el salto a las redes sociales. No se pueden comparar los resultados por más que se puedan establecer principios teóricos iguales. Esto es especialmente claro en lo que afecta a la difusión, algo que las mismas leyes reconocen. Hoy por hoy, el mundo online y el offline pueden compartir principios, pero no resultados. Son muy diferentes, por mucho que se empeñen los políticos comunitarios.
La pregunta sobre qué hacer, si preservar la libertad de expresión, que se vuelve a favor de quienes la eliminan después, o ejercer la censura precisamente para poder recibir información verificada y no solo embustes, no es nueva. Desde siempre las libertades se han empleado de forma positiva por muchos y negativa por unos pocos que han buscado aprovecharse.
No es fácil responder y menos tomar
decisiones que gusten a todos. Pero es el debilitamiento de la energía
democrática, el aumento del autoritarismo en su diversas fórmulas, la falta de
escrúpulos y de principios de los que aspiran al poder, etc. lo que nos lleva a
esta situación. Las nuevas formas de producirse los conflictos internacionales son el otro
factor desestabilizador que se padece ya hoy con claridad.
Que
queramos verlo o no es otra cuestión. Criticar la censura de Trump es fácil. Quejarse
de que lo han hecho tarde, también es sencillo. Pero enfrentarse a la totalidad
del problema ya no lo es tanto. El mundo es complejo y, muchas veces,
complicado. Hay empresas que son más poderosas que muchos estados. Que sean
capaces de censurar a un presidente puede ser un mal precedente, según dicen en
la UE. Es cierto. Pero el problema, insistimos, se debe ver desde el conjunto.
Quejarse puede parecer suficiente, pero no lo es.
La pregunta es ¿quién "calla" a alguien como Trump? ¿El Tribunal Supremo? Nadie lo había hecho y quizá lo hicieron demasiado tarde. Mostrar preocupación con la boca chica o a posteriori, puede ser muy diplomático, pero no deja de ser una queja fácil cuando ya han hecho el trabajo sucio. Todo el sistema de garantías de la presidencia, Trump lo ha utilizado mal y en su beneficio. No ha buscado independencia, sino inmunidad. Al final, como Al Capone, cae como "usuario" que no respeta la reglas generales.
Es interesante leer ahora la "orden ejecutiva" firmada por Trump en junio del 2020 intentando prevenir la "censura online". El hombre que mandaba callar a los demás, el que retiraba la palabra en las ruedas de prensa, el que prohibía el acceso a los medios no deseados, el que los insultaba en público, etc. trataba simplemente de evitar que le devolvieran la pelota, que alguien pudiera cortar sus discursos fuera del ámbito que controlaba. Nunca ha sido Trump amante de los derechos de los demás, sino más bien amigo de privilegios.
No lo convirtamos en un héroe silenciado, como tratan de hacer los mismos que han asaltado el Capitolio y los que han sido incapaces de contener su ira verbal o ataques anteriores a esa libertad de expresión que reclaman. Tampoco caigamos en la tentación de convertir en héroes de la libertad de expresión a unas compañías que juegan con la información, que nos cercan cada día haciendo su negocio y fomentando el de otros.
No es
sencillo, por lo que es mejor pensar en qué hacer antes que se llegue a esos
niveles de conflicto, cada vez más difíciles de controlar. Mejor prevenir que
curar, como dice nuestro sabio refrán. Pero vamos tan deprisa que no vemos el paisaje ni escuchamos con claridad nuestro destino.
* Jaume
Masdeu "La UE critica la censura del Twitter de Trump y teme que siente
precedente" La Vanguardia 18/01/2021
https://www.lavanguardia.com/internacional/20210118/6184308/ue-critica-censura-twitter-trump-teme-siente-precedente.html
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