lunes, 18 de enero de 2021

El censor censurado o fábulas de la Sociedad de la Información

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



La supresión de las cuentas de Donald Trump en Twitter y en otras plataformas es cuestionada ahora por la Unión Europea, según el titular hoy de La Vanguardia. El titular en cuestión va antecedido por un "Libertad de expresión" que nos centra el problema y reza así: "La UE critica la censura del Twitter de Trump y teme que siente precedente".

Tiempos duros para tomar decisiones de este tipo. Nada se nos manifiesta claro, sino en zonas de claroscuros y, sobre todo, tal como se quiera mirar. Al que le dijeran hace unos años que alguien tenía el poder de "censurar" al presidente de los Estados Unidos en su propio país le habría hecho gracia pensando que se trataba de una broma.

La cuestión, como siempre, es decidir entre palabras con las que definir lo ocurrido por más que escapen a todas ellas: ¿"censura", "cierre de cuenta", "expulsión"...? Son enfoques distintos, matices, pero todos ellos dan perspectivas variadas. ¿Es Trump un "usuario" más? ¿No puede ser cancelada su cuenta si incurre en determinadas conductas impropias?

El problema de fondo es tener que decidir entre dos súper poderes que abusan: una presidencia enloquecida y autoritaria, que usa las redes sociales para difundir mentiras, crear odio y atacar a quien le parece, por un lado, y por el otro unas empresas que controlan el tráfico en nuestra vida virtual, manejan de forma más que dudosa nuestros datos y son capaces de imponernos normas que les benefician, añadiendo que logran enormes beneficios pero procuran eludir impuestos. Ninguna de las dos genera simpatías y, curiosamente, ambas se encuentran en los Estados Unidos.

El cierre de la cuenta de Trump a manos de las poderosas empresas de comunicaciones norteamericanas se lo plantea la Unión Europea como un problema de principios cuando es más bien un problema de actores y acciones. En conflicto, con unos y otros, aunque sean conflictos distintos, la Unión ha preferido manifestarse por el principio de libertad de expresión frente al control de la empresas, que las convierte en más poderosas de lo que ya son.

En el propio texto de La Vanguardia, con un epígrafe que resalta "La decisión es correcta, pero peligrosa", se recogen algunas opiniones de una de las partes:

 

El riesgo que supone la censura unilateral de la cuenta online de un presidente la reconoce incluso el autor de esta censura. El director general de Twitter, Jack Dorsey, considera que expulsar a Trump fue la decisión correcta, pero que supone un peligroso precedente: “Tener que tomar estas acciones fragmenta la discusión pública. Nos divide. Limita el potencial para clarificar, redimir y aprender. Y establece un precedente que considero peligroso: el poder que un individuo o una corporación tiene sobre una parte de la conversación pública global”. Twitter justifica el cierre por el riesgo de que se incrementara la violencia después del asalto al Capitolio. Sin embargo, otras voces le acusan de no haber actuado antes. “Con respecto a Donald Trump, han llevado a cabo un trabajo muy deficiente durante mucho tiempo”, dijo a AFP Jimmy Wales, el fundador de Wikipedia, que añadió que con su modelo de negocio, que prima las visitas, lo tienen difícil de gestionar.*

 


Desde la perspectiva de la gestión de la propia imagen, a las empresas Twitter, Facebook, etc. que han bloqueado las cuentas y canales de Trump —no lo olvidemos, el presidente de los Estados Unidos— ha sido una decisión doblemente arriesgada. Censurar al presidente no es algo que se haga todos los días y les aleja de esa idea que pretender reflejar de ser un mero medio neutro, además del desgaste de hacerlo a una persona que, si bien ha perdido las elecciones, ha conseguido más de 70 millones de votos. No pueden ser un medio neutro si en su interior se producen situaciones de incitación al odio, violencia, acoso a las personas, etc. Y todas ellas tienen un negro historial en este tipo de situaciones: tarde y mal, que es de lo que se les acusa ahora.

No suele ser bueno juzgar situaciones extremas con principios generales, porque no siempre se ajustan; tampoco sacar la consecuencia de que lo que se ha hecho con Trump se hará con cualquiera, aunque se mencione el término "precedente".

Creo que se recrimina a Twitter y a las demás plataformas por hacerlo y se les hubiera criticado igual o más por no hacerlo. Me imagino que hay mucha gente en las redes sociales difundiendo odio y mentiras. La hay. Pero no son el presidente de los Estados Unidos. Trump ha roto los comportamientos que se esperan de un presidente, mientras que se ha comportando como un vulgar "hater". Eso definiría a Trump, demasiado vulgar para la presidencia, demasiado importante como "hater". Esa combinación explosiva descoloca todo.

Tenemos un serio problema cuando juzgamos situaciones derivadas del mundo virtual, las redes de comunicación, etc. desde la perspectiva de los conceptos tradicionales. Ni los tiempos ni los efectos son los mismos. Todo sucede de forma instantánea y global. No hay tiempo, como en los viejos tiempos, para que el censor se leyera los artículos del medio de turno y no saliera hasta que diera el visto bueno. No hay tiempo para retirar una edición o pedir una orden para frenar la salida de un libro difamatorio, por ejemplo, o retirarlo de las librerías. Esos tiempos han pasado y el mundo de la información es el mundo del prestigio y del desprestigio, de las mentiras y lo indemostrable que corren como la pólvora.




La Unión Europea haría bien en preocuparse por algo más que por el poder de censura de las compañías, un tema que no es trivial. Deberíamos preocuparnos por la emergencia continua de líderes de grupos que necesitan ser finalmente censurados porque atentan contra la convivencia. Es decir, en última instancia, toda transgresión de este tipo es un por un problema de convivencia democrática, que es lo que está en el fondo de la cuestión. Si Trump se hubiera comportado como debiera hacerlo un presidente de los Estados Unidos, pero esto es ir contra la realidad y el sentido común, que nos dicen que ha habido una enorme cantidad de personas que compartían sus fantasías. El problema no es tanto Trump, la punta del iceberg, sino el resto del hielo, el del uso de todas estas herramientas para deteriorar la convivencia, erosionar las instituciones, etc.

Nuestra forma de pensar suele partir de delimitar un problema. El problema ahora es el "sistema" en su conjunto y esto son las manifestaciones de esos problemas. Hay dos realidades aquí: el crecimiento del poder antidemocrático que representa Trump y el crecimiento de las compañías norteamericanas que buscan el control global de las comunicaciones e imponen sus reglas desde la fuerza. Desde Europa, el problema de Trump se ve momentáneo y circunstancial; el de las grandes empresas de tecnología, en cambio, es visto como algo en continuo crecimiento y a largo plazo.



Pero el problema real es también que empiecen a aparecer "trumps", como ya ocurre, por toda Europa. Es un problema complejo y real, no una fantasía. Si empezamos a contar los líderes autoritarios que han llegado al poder, solos o en coalición, y el crecimiento de partidos xenófobos, nacionalistas, populistas, etc. y cómo está afectado esto a la salud política europea, veremos que necesitamos algún tipo de medidas. Trump es un anticipo. No sé si sabremos librarnos de la misma forma, si es que lo han hecho.

Las redes sociales, como espacio informativo y relacional, están siendo usadas como detonantes de la convivencia, para la erosión de personas y grupos, para la difamación y la agitación, para la desinformación general que provoque movimientos desestabilizadores desde dentro y desde fuera. Esto ocurre hoy en las redes sociales en la que la aparente democratización de la información, su horizontalidad, está desencadenando un estado de manipulación solo logrado en los estados totalitarios. Otra cuestión es el efecto de estas campañas, pero es cuestión de tiempo, de ir cortando las bases democráticas. Son una herramienta poderosa que permite la sensación de poder —piense en Trump— al que pulsa el botón de envío.




Donald Trump es el presidente de los Estados Unidos. Su poder no ha estado en el botón nuclear, en las reuniones del G7 o en las ruedas de prensa de la Casa Blanca. Finalmente, su poder real ha sido el de convencer a la mitad de los norteamericanos de que le habían robado las elecciones, que existía una conspiración múltiple contra él y los Estados Unidos, etc. El botón peligroso era el de "enviar". Lo ha sido en los miles y miles de tuits con los que ha inundado el país y ha congregado a millones de seguidores convencidos de las mentiras que les ha contado, con los que ha creado héroes y villanos.

Puede que Trump se haya acabado, pero el modelo no. Estamos aplicando criterios de la época de la Revolución Francesa, incluso de la norteamericana, en un mundo muy distinto. Los principios necesitan ser repensados para que su esencia se mantenga.

La libertad de prensa es otra cosa desde que una sola persona puede tener más seguidores que un medio tradicional. Trump consiguió convencer a muchos norteamericanos que la "prensa es el enemigo del pueblo". En su lucha con los medios se ha escenificado el cambio de mundo. Me quedo con el rifirrafe con Jim Acosta, el corresponsal en la Casa Blanca de la CNN. Eran el presidente y un periodista acreditado que le plantó cara cuando el presidente insultó a su medio y se negó a contestarle. Me parece un momento ejemplar e histórico de la historia del enfrentamiento entre la prensa y el poder. Hoy el poder no necesita ya a la prensa; le bastan las redes sociales y sus equipos de comunicación para puentear a los medios quedándose con su papel y anulando la crítica. ¿Hubiera podido sobrevivir un presidente con la mayoría de la prensa en contra? No basta la Fox para explicar a Trump. Hace falta analizar el ecosistema informativo en su conjunto para tratar de encontrar solución a lo que tenemos por delante: el deterioro político del contrario a través de campañas sistemáticas.




Para ello, el primer paso es la eliminación del peso de las campañas electorales convirtiendo en el final de un proceso continuado que dura el conjunto de la legislatura, convertida en campaña bélica. Trump no ha dejado de tuitear ni un día. Ha creado su propia audiencia, sus seguidores que han retuiteado sus mensajes, tal como él ha retuiteado los suyos que le convenían (o le fabricaban para eliminar responsabilidades).

La cuestión de la "libertad de expresión", diferente a la "libertad de prensa" se modifica cuando cualquier afirmación se convierte en viral en segundos. La tarea del "Fact Check" emprendida para contrarrestar las noticias falsas, los discursos llenos de mentiras de Trump, llegaban, sí, pero tarde. El mal ya estaba hecho, como el abogado que retira su pregunta capciosa después de lanzarla hacia el jurado. Ya ha conseguido su objetivo.

Es difícil regular el monstruo gigantesco que hemos creado. Es difícil sobre todo porque los que quieren aprovechar sus huecos para su beneficio lo pueden seguir haciendo aprovechándose en factores como el anonimato, la generación de cuentas infinitas, la capacidad de evitar rastreos, etc. Es difícil regular algo que tiene que ver con las libertades si las personas no se sienten comprometidas con los fines de la convivencia, es decir, cuando no existe buena voluntad. ¿Pero es posible buena voluntad en estas guerras en las que se ha convertido la política, una guerra sin cuartel y cada vez de mayor violencia, incluso física, como en asalto al Capitolio?

 Estamos en un cambio crítico de cultura, eso que hemos llamado "Sociedad de la Información" que implica un desarrollo tecnológico importante, por un lado, pero por otro un retroceso en la convivencia en un mundo en el que los entramados del poder convergen en la política como antes no se había hecho y en el que, más importante, la capacidad de desestabilizar a otros en la distancia deja en pañales los mecanismos de la Guerra Fría. Ya no hay "bloques"; todo forma parte de un sistema manipulable a través de la interacción informativa. El hecho de que la máxima manipulación se haya dado el la democracia norteamericana y desde la propia Casa Blanca debería hacernos reflexionar, porque la cuestión no es baladí.

Los regímenes autoritarios saben dos cosas: a) que pueden manipular a otros a distancias; y b) que debe cerrar sus espacios informativos con grandes firewalls para evitar que les hagan lo mismo a ellos. El retroceso en la libertad de expresión, del que nos advierten las instituciones que velan por ella, es fruto directo de este último hecho. El que manipula sabe que puede ser manipulado y trata de evitarlo.




La llegada de Trump al poder y lo que hizo desde allí es consecuencia de un conjunto de circunstancias. Pensarlas de forma separa o independiente no es buen método. Tampoco pensarlas sin actualizar los criterios clásicos. Debemos pensar, además, que lo que hemos visto lo estamos viviendo ya, quizá con otra intensidad pero con el mismo efecto de subversión del sistema democrático y de convivencia.

Los que tienen menos poder lo buscan a través precisamente de la amplificación del mensaje por medio de las redes. La red es una forma barata de resonancia. A esto se le suma la aplicación de las técnicas de Big Data y de obtención de información, un gigantesco negocio de venta y reventa de datos en bruto que posteriormente son refinados para mejorar su eficiencia. Esto no es ciencia-ficción; está ya aquí y probablemente mucho más evolucionado de lo que pensemos, sin cantar muchas de sus ventajas por temor, precisamente, a los mecanismos de defensa legales que se puedan imponer. Pero es muy fácil con hacerse con grandes cantidades de información, una buena inversión en algo que antes se eliminaba. La eficacia aumenta y es fácil crear fricciones cuando se saben los resortes que se han de tocar, a quiénes de ha de llegar, etc.

La Vanguardia cierra su artículo planteando los dos modelos, el norteamericano y el europeo de enfrentarse a estas cuestiones:

 

En cualquier caso, la censura de la cuenta de Trump pone de manifiesto tanto el papel de actores sistémicos de las plataformas tecnológicas como el enfoque radicalmente distinto con que las regulan Bruselas y Washington. En Estados Unidos rige la Sección 230 de la Communications Decency Act (CDA), que habilita a las plataformas a regularse por sí mismas y que las dota de un alto grado de inmunidad legal. En cambio, la UE lanzó en diciembre dos reformas para mantener bajo un control mucho más estricto a los gigantes digitales, tanto desde el punto de vista de su responsabilidad en lo que publican como, desde la perspectiva de la competencia, la posición predominante que les da su posición de gatekeepers , con acceso a datos confidenciales de potenciales competidores. 

Son dos directivas, Digital Single Act y Digital Market Act, que prevén, entre otras medidas, multas si las plataformas no retiran en un tiempo determinado contenidos juzgados ilegales o incitadores del odio a requerimiento de la justicia. Ésta es la gran diferencia. En lo que trabaja la Unión Europea es en una acción del poder judicial que se añade a los controles propios internos de la empresa. Todo con un objetivo final, que lo que sea ilegal offline, también lo sea online, y con los tribunales, no una empresa privada, disponiendo de la última palabra.*


 ¿Sirven de algo, como planteábamos antes, en un campo instantáneo? La lentitud de las medidas, de su resolución, etc. puede que den más garantías legales, pero estas serán aprovechadas principalmente por los que tengan intención de desinformar y manipular. 

La idea de lo ilegal offline y online es, a mi parecer, tremendamente inocente, pues son dos medios de velocidades y efectos distintos, también sus consecuencias. El acoso escolar es un ejemplo claro cuando da el salto a las redes sociales. No se pueden comparar los resultados por más que se puedan establecer principios teóricos  iguales. Esto es especialmente claro en lo que afecta a la difusión, algo que las mismas leyes reconocen. Hoy por hoy, el mundo online y el offline pueden compartir principios, pero no resultados. Son muy diferentes, por mucho que se empeñen los políticos comunitarios.




La pregunta sobre qué hacer, si preservar la libertad de expresión, que se vuelve a favor de quienes la eliminan después, o ejercer la censura precisamente para poder recibir información verificada y no solo embustes, no es nueva. Desde siempre las libertades se han empleado de forma positiva por muchos y negativa por unos pocos que han buscado aprovecharse. 

No es fácil responder y menos tomar decisiones que gusten a todos. Pero es el debilitamiento de la energía democrática, el aumento del autoritarismo en su diversas fórmulas, la falta de escrúpulos y de principios de los que aspiran al poder, etc. lo que nos lleva a esta situación. Las nuevas formas de producirse los conflictos internacionales son el otro factor desestabilizador que se padece ya hoy con claridad.

Que queramos verlo o no es otra cuestión. Criticar la censura de Trump es fácil. Quejarse de que lo han hecho tarde, también es sencillo. Pero enfrentarse a la totalidad del problema ya no lo es tanto. El mundo es complejo y, muchas veces, complicado. Hay empresas que son más poderosas que muchos estados. Que sean capaces de censurar a un presidente puede ser un mal precedente, según dicen en la UE. Es cierto. Pero el problema, insistimos, se debe ver desde el conjunto. Quejarse puede parecer suficiente, pero no lo es.

La pregunta es ¿quién "calla" a alguien como Trump? ¿El Tribunal Supremo? Nadie lo había hecho y quizá lo hicieron demasiado tarde. Mostrar preocupación con la boca chica o a posteriori, puede ser muy diplomático, pero no deja de ser una queja fácil cuando ya han hecho el trabajo sucio. Todo el sistema de garantías de la presidencia, Trump lo ha utilizado mal y en su beneficio. No ha buscado independencia, sino inmunidad. Al final, como Al Capone, cae como "usuario" que no respeta la reglas generales. 




Es interesante leer ahora la "orden ejecutiva" firmada por Trump en junio del 2020 intentando prevenir la "censura online". El hombre que mandaba callar a los demás, el que retiraba la palabra en las ruedas de prensa, el que prohibía el acceso a los medios no deseados, el que los insultaba en público, etc. trataba simplemente de evitar que le devolvieran la pelota, que alguien pudiera cortar sus discursos fuera del ámbito que controlaba. Nunca ha sido Trump amante de los derechos de los demás, sino más bien amigo de privilegios.

No lo convirtamos en un héroe silenciado, como tratan de hacer los mismos que han asaltado el Capitolio y los que han sido incapaces de contener su ira verbal o ataques anteriores a esa libertad de expresión que reclaman. Tampoco caigamos en la tentación de convertir en héroes de la libertad de expresión a unas compañías que juegan con la información, que nos cercan cada día haciendo su negocio y fomentando el de otros.

No es sencillo, por lo que es mejor pensar en qué hacer antes que se llegue a esos niveles de conflicto, cada vez más difíciles de controlar. Mejor prevenir que curar, como dice nuestro sabio refrán. Pero vamos tan deprisa que no vemos el paisaje ni escuchamos con claridad nuestro destino.

 


 

* Jaume Masdeu "La UE critica la censura del Twitter de Trump y teme que siente precedente" La Vanguardia 18/01/2021 https://www.lavanguardia.com/internacional/20210118/6184308/ue-critica-censura-twitter-trump-teme-siente-precedente.html

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