sábado, 16 de enero de 2021

La ola eres tú

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)




Resulta sorprendente que después de tanto tiempo sigamos sin entender (o sin querer entender) cómo funciona esto. Llevamos casi un año y no se quiso entender al principio y no se quiere entender ahora.

La ola eres tú. Sí, tú. Y yo y todos y cada unos de nosotros. Cuando decimos "ola" no imaginamos que estamos en la orilla del mar y las olas vienen hacia nosotros, inocentes víctimas. Pero aquí no hay mareas, vientos ni atracción lunar. Solo nuestro movimiento pone en marcha el coronavirus, solo nuestros contactos lo mueven y los hacen saltar de un punto a otro. Contacto y movilidad son los grandes propagadores del COVID-19. Todo lo demás es poesía exculpatoria, retórica política, fantasía sin remedio.

La Vanguardia titula hoy "Reuniones de amigos fuera de casa son origen del 56% de contagios en el hogar". ¿Dónde está la novedad? Nos relacionamos fuera y nos lo pegamos dentro entre nosotros, donde pasamos más tiempo cerrados y juntos. Un encuentro exterior y después la extensión del contagio en el espacio en el que convivimos ya sin las precauciones exteriores. La mascarilla y la distancia son solo para los trayectos. Para tomarme la cervecita y el cafelito estoy autorizado a quitármela; lo cojo y se lo llevo a la familia. No hay misterio en los datos, ni sorpresa. 

Nos cuentan en el periódico: 


Las reuniones fuera del domicilio con amigos o familiares no convivientes son el origen de una buena parte de los contagios dentro de casa. El hogar es el lugar donde más personas se han contagiado: el 70%, según los datos recogidos entre octubre y finales de diciembre por el servicio de vigilancia epidemiológica del Departament de Salut. Deducidos los contagios que se han podido producir en el trabajo, en el mundo sanitario o en la escuela, el 56% de los casos tienen su causa directa en algún miembro de la casa que lo pilló en una comida, cena o algún otro tipo de actividad social.

“Es el principal foco de transmisión del virus evitable”, asegura el subdirector de Vigilancia Epidemiológica, Jacobo Mendioroz. “Y junto con el interior de los domicilios, el ámbito donde las medidas más difícilmente llegan”, recuerda. “Solo que esos encuentros se llevaran a cabo con distancia, en número reducido y usando la mascarilla todo lo posible, se evitarían buena parte de ese 56% de contagios”, asegura el epidemiólogo.* 



¿Por qué es difícil que lleguen? Hemos desarrollado una mentalidad de la "casa como espacio privado". Pero es, de nuevo, una falsa idea, no hay "castillo", es más bien el depósito donde acumulamos lo que traemos, el contagio si no hemos teneido cuidado. No deja de sorprenderme todavía esas personas que no llevan la mascarilla para protegerse del virus sino de las broncas y miradas de aquellos con los que se cruzan. La llevan bajada y cuando se acerca alguien se la suben. este comportamiento es absurdo y muestra realmente a lo que temen, a la sanción exterior. Por el mismo motivo, temen perder amigos, como señalan algunos estudios. Es inseguridad para una cosas y exceso de confianza en otras, una muy mala combinación.

La pestilente retórica mediática del abrazo al "yayo", del niño tocado emocionalmente porque no puede abrazarse y el temor a que de mayor sea un delincuente por falta de afecto, etc. se nos ha ido metiendo en la mente porque es lo que queremos escuchar (además del enganche emocional a la pantalla). Es el anuncio (este año no lo ha habido) del "¡Vuelve a casa, vuelve por navidad!". Besos, abrazos, emociones... y contagios.




La idea de los "convivientes" depende de la vida que lleve cada uno. Si las personas de un mismo núcleo familiar llevan una vida responsable, la familia es un espacio seguro. Pero con uno que se lo pase bien con los amigos, salga sin prevención, es el resto de la familia quien lo paga. Y eso es lo que nos dice el titular del periódico y los datos que se aportan.

Las televisiones nos mostraban largas colas de jóvenes esperando en la calle para hacerse los test de turno. Querían, nos decían, asegurarse que la cena de Nochevieja con la familia era "segura". Lo hemos querido mostrar como un ejercicio de responsabilidad, pero hay otras formas de verlo. ¿Han empezado algunas familias a pedir el test al que quiera sentarse a la mesa? No tiene sentido vivir meses de encierro y luego cogerlo por una uvas en familia. Pero lo queremos todo. A más de uno le han pedido el test para tomar las uvas.

El gráfico de La Vanguardia es muy claro:




Es penoso que nos digan que, después de lo que estamos pasando, son las reuniones de amigos donde mayoritariamente se produce el contagio que luego se lleva a la familia. Es eso que nos causado tanta risa de los "allegados". Es de una obviedad pasmosa que son los próximos, sea del tipo que sea. ¿Esperaba alguien que nos prohibieran acercarnos a los "enemigos", a los "odiamos", a los que "debemos dinero", por poner solo tres posibilidades? Evidentemente, no. Dado que son el contacto físico o la proximidad prolongada los que producen el contagio mayoritario, estos se producen en actos entrañables, entre risas, besos y abrazos, con palmadas en la espalda y apretones enérgicos de manos. Hemos tenido que desviar nuestra empatía natural a choques de codos,  inclinaciones respetuosas y demás sucedáneos de besos y abrazos.

Al principio de la pandemia no se acababa de entender que los países menos "expresivos" en su afectividad tenían menos contagios. Era cuestión de tiempo. Al final, si no tienes cuidado", te contagias igual el "Día de la Madre" que en la Fiesta de la Cerveza en Múnich. Da igual el motivo, si nos acercamos para discutir o para decirnos "te quiero". Es cuestión física, de centímetros, del aire, de la humedad..., de todo aquello que no vemos o medimos. Por eso el hábito es esencial, tanto deshacerse de ellos como adquirir otros nuevos, más saludables para estas circunstancias. Estamos demasiado acostumbrados a que la ciencia, la medicina velen por nosotros y así quedar liberados de responsabilidades. Hasta que ocurre algo así, de solución tardía, que necesita de nosotros, que se ha llevado a dos millones de personas por delante.



Unicef nos sugiere actividades como "leer" y "estudiar" para los niños en casa. ¿Y los adultos? ¿Solo queda la terraza, la fiesta, el encuentro? Lo visto con las fiestas clandestinas de este fin de año parecen sugerir que las peores expectativas se han cumplido. Es lo que muestran las cifras, la falta de contención. No le eches la culpa al virus. Piensa en lo que has hecho tú.

No, no hay ola. La ola somos nosotros, metidos en un barreño y chapoteando, salpicando a todos los que tenemos alrededor. Cada ola ha venido marcada por un eventos social: las vacaciones de verano y ahora las de Navidad. Lo que pagamos es nuestra sociabilidad en el tiempo de familia y amigos. Pero eso no son más que dimensiones estáticas. Somos a la vez hijos, amigos, padres, empleados, clientes... Pasamos por esos roles, que implican espacios y distancias sociales distintas, las veinticuatro horas del día. Dormimos en la cama con otras personas, llevamos a los hijos al colegio, vamos al trabajo, tomamos el aperitivos, recogemos a los niños, vamos de compras, volvemos a casa. No somos los mismos que salimos. Hemos tenido unas posibilidades de contagio en cada paso. Lo hemos llevado al siguiente y al siguiente y al siguiente... Si somos asintomáticos, seguimos y seguimos. Si tenemos síntomas, lo hemos hecho hasta que nos han llevado a un hospital, donde también los cogen otros.

Uno comprende cómo lo que en la naturaleza es fatalidad, en la especie humana es estupidez. Si no dispusiéramos de un porcentaje muy pequeño cuya función es comprender, es decir, la Ciencia, hace mucho que habríamos desaparecido. El enfado de sanitarios es por dejarse la piel para que la gente siga haciendo de las suyas, con sus fiestas y cervecitas. Que deben sacar de la enfermedad a personas que se han contagiado porque fueron incapaces de cambiar su hábitos.




Se ha llegado a este nivel de pandemia porque muchos no han querido prescindir de lo que anima sus vidas, porque otros no han sabido equilibrar la balanza de la sociabilidad. Nuestras autoridades han estado con un ojo puesto en la ciencia (la vacuna) y el otro en la economía. Las olas reflejan esa variabilidad de la presión oscilante. Los periodos postvacacionales son esas falsas olas, resultado de nuestras acciones. Muchas cosas se han trasladado a entornos más seguros, a actividades a distancia o se ha reducido la asistencia o participación.

La preocupación de nuestras autoridades, en todos los niveles, de los ayuntamientos al gobierno de la nación, ha sido mantener lo que había y no crear nuevas condiciones favorecedoras del cambio. Lo hemos dicho muchas veces: es una oportunidad de cambio, de modificar este modelo tan inestable y dependiente que tenemos y del que toda Europa nos advierte. Repasemos las hemerotecas con los titulares de la prensa en mayo junio y veremos de dónde vino la segunda ola; miremos los de noviembre y diciembre y sabremos el origen de la tercera.




Muchos han hecho el esfuerzo de adaptación; otros, en cambio, han preferido el lamento antes que el esfuerzo de adaptación. La señora del puesto de suvenires en la Puerta del Sol y el señor que hace trajes falleros tienen todos mis respetos, pero necesitan de unos millones de turistas y concentraciones festivas para poder vivir. Necesitan justo lo que no podemos permitirnos. Entiendo su queja, pero ellos deben entender que el mundo va por otro lado. Si no lo entienden, tienen un problema serio porque esto va para largo, no se arregla con la vacuna. Necesitará de tiempo y empeño, de cuidados y sensatez.

De nuevo, tener un empleo débil, precario y mal pagado; tener una economía que depende de otros en tan alto grado como supone todo el sector turístico, tiene un altísimo precio. Lo estamos pagando con creces.

RTVE nos muestra que en Filipinas se regalaban ramos de flores por San Valentín con mascarillas y productos de higiene. Es una buena forma de recordarnos que hay amores y afectos que nos pueden costar la vida. Hay que valorar lo que se quiere y la mejor forma es evitar riesgos. Pero parace que para muchos es difícil entenderlo.

 


* Ana McPherson "Reuniones de amigos fuera de casa son origen del 56% de contagios en el hogar" La Vanguardia 16(01/2021 https://www.lavanguardia.com/vida/20210116/6183534/reuniones-amigos-fuera-casa-son-origen-56-contagios-hogar.html







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