Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Una de
las curiosidades que se producen con la salida de Trump de la Casa Blanca en
unos días (¡Amén!) es el tipo de reacciones que se producirán con ellos, tanto
en los nuevos Estados Unidos como en los diferentes países que se han visto
beneficiados por las loas al presidente saliente, tan sensible siempre a los
halagos y loas.
Hemos
visto, por ejemplo, cómo Bolsonaro se ha apuntado a la "teoría del robo"
de las elecciones a su amigo, No esperábamos menos de este personaje, pareja
perfecta en el momento de Donald Trump, tal para cual. Tampoco han sorprendido
las alabanzas de última hora, a pie de muro separador en Texas, para López
Obrador, el presidente mejicano de los "abrazos" en plena pandemia.
Pero el
punto de mayor interés está en el Egipto de al-Sisi, que ha estado estos cuatro
años ponderando la enorme amistad entre estos dos "casi hermanos".
Egipto presumía de haber sido el primer país en felicitar a Trump. Puede
parecer una tontería, pero esto suponía para ellos una especie de orgullo y
hermandad entre los dos países. La propaganda egipcia ha disfrutado de
mostrarnos la "gran amistad" existente entre los dos personajes y sus
feudos particulares. Al final, Trump ha acabado sintiendo que "le echan de
su casa" y eso ha hecho que la situación cambie en la percepción.
¿Cómo
gestionar una imagen de amistad con alguien como Trump? No es sencillo, desde
luego. Hace mucho tiempo que escribimos aquí mismo que Egipto le importaba un
bledo a Trump, pese a lo que la propaganda gubernamental trataba de mostrar en
los medios. Eso encuentros calurosos entre ambos presidentes no eran más que
una escenificación en la que cada uno sacaba su propia tajada. Trump no ha
entablado buenas relaciones más que con dictadores. Los demás dirigentes han
tratado de mostrar su distancia, cuando no su rechazo. Le han
"aceptado" como presidente de los Estados Unidos, un país aliado;
pero lo han despreciado profundamente en los personal y han tenido, finalmente,
que plantarle cara, salvo algunas excepciones, como las señaladas de Bolsonaro
y alguno que otro.
Pero en
Egipto es diferente por el propio sentido nacional que se les vende a los
egipcios como centro del mundo. La conjunción de Trump y al-Sisi era presentada
como la alianza entre dos "gigantes" sobre cuyas espaldas reposaba el
destino de la Humanidad, del planeta y puede que del Universo.
Es interesante
el análisis de dos países, una democracia consolidada y una dictadura constante
desde de su formación independiente. Es una muestra de la degeneración hacia
modelos autoritarios de muchos países que viven una crisis de valores, que
pasan a estar gobernados por criterios pragmatistas, mayormente económicos, que
acaban generando intereses capaces de dirigir el destino de sus ciudadanos.
La
política de Trump ha mantenido las ayudas hacia el régimen egipcio, como se
hizo desde que este formara los acuerdos de Camp Davis. Se aseguraban así,
mediante una generosa asignación al ejército egipcio (1.300 millones de dólares
anuales), las espaldas de Israel. Le costó la vida al presidente Sadat, pero se
mantuvo bajo la mano de hierro de Hosni Mubarak, reprimiendo a los islamistas
durante 30 años y creando un enorme entramado burocrático, militar y de
negocios que hacía que esas ayudas fueran rentables para muchos. Con una participación
enorme y difícilmente calculable del Ejército egipcio en la economía, este se
asegura el control de la vida egipcia y de sus movimientos en cualquier sector.
Los egipcios han aprendido que cada vez que hay un problema, es al Ejército a
quien hay que rogarle. Pese a la caída de Mubarak, el ejército quiso seguir
manteniendo el control y presentó un candidato que perdió las elecciones, tanto
por el voto de los islamistas como por el rechazo de muchos otros sectores a la
perpetuidad del poder militar. Pero no es la inteligencia precisamente lo que
garantiza a los islamistas egipcios. La precipitación en su programa y la
sombra del Ejército hizo caer al presidente Morsi y tras una serie de promesas
incumplidas, al-Sisi llega al poder convertido en héroe señalado por el dedo
divino y aplaudido por parte de los egipcios como un liberador. Las críticas
del gobierno de Obama, con Hillary Clinton al frente, al "no-coup" de
al-Sisi hacen que se distancie y vea como una salvación la llegada de Trump,
que le defiende como un "buen chico" haciendo un "gran
trabajo". Desde entonces, los egipcios ven cómo su presidente es elogiado
por la persona más poderosa del mundo conocido, el presidente Trump, un amigo
personal. La mentalidad egipcia cree más en las amistades que en los tratados y
la propaganda hace el resto, mostrando una especie de falso idilio político que
se escenifica en cada encuentro, un derroche de sonrisas, apretones y sesiones
fotográficas.
Pero las cosas cambian y Trump empieza a moverse en la protección de Israel, el punto flaco de la amistad norteamericana. Los egipcios han nadado y guardado la ropa. Mientras en la superficie se sonríen, por lo bajo se alientan campañas antioccidentales y especialmente norteamericanas. A los ojos de los egipcios (no son los únicos en la zona), alentados también por los islamistas en la base, los Estados Unidos son los creadores del Estado Islámico, algo creado para justificar su presencia en Oriente Medio y, según otros, para desprestigiar a los pacíficos musulmanes. Todo esto no impide intentar sacar todo el dinero posible. Los dirigentes sacan dinero con sonrisas y luego lo justifican como astucia ante el pueblo, que sigue creyendo en la causa palestina.
Las ventas de fragatas, aviones y otro material bélico ha hecho que las "simpatías" interesadas crezcan más de lo debido. El descaro de ciertos países y sus dirigentes permite a los dictadores mostrarse amigables y bien recibidos, lo que les permite regresar a casa luciendo sonrisas sobre lo fácil que es convencer a los países democráticos de hacer negocios con los dictadores, despreciando a los que se juegan la vida por defender los Derechos Humanos, la libertades o la identidades personales, según los casos.
Pero los cambios de estrategias pueden aparecer en cualquier momento. La salida de Trump no está siendo tranquila, tampoco en el plano internacional. Ayer
aparecía la siguiente información en el diario estatal egipcio Ahram Online:
Egypt, along with Israel and Jordan, was
excluded from a decision by the White House to enact deep cuts to domestic and
foreign spending omnibus spending package in December, according to Al-Monitor.
"The White House notified Congress on
Thursday night of the president’s intent to cut $27.4 billion in government
spending, including funding for overseas vaccination programs, treatment of
HIV/AIDS, migrant and refugee assistance, the Environmental Protection Agency
and foreign cultural exchange programs," according to Al-Monitor report on
Friday.
President Donald Trump had described the COVID
relief bill in question as “wasteful spending.”
“It’s called the COVID relief bill, but it has
almost nothing to do with COVID,” Trump said in a speech in December.
“The bill contains $85.5 million for assistance
to Cambodia, $134 million to Burma, $1.3 billion for Egypt and the Egyptian
military, which will go out and buy almost exclusively Russian military
equipment,” Trump said in a televised speech in December.
The White House had initially informed the
Congress of its cuts decision, which would have meant a freeze on the annual
$1.3 billion in economic and military aid for Egypt.
However, the cut was later removed after
consultations between senior White House advisers before Congress was notified
on Thursday, according to Al-Monitor.*
La nota de Trump no tiene desperdicio, desde la valoración del dinero para el COVID19 como un "gasto inútil", un desperdicio, hasta la acusación de que usan el dinero para comprar armas a los rusos, cosa que es cierta. Los gobiernos egipcios siempre han hecho este tipo de jugadas a dos bandas. Se aseguran así el cambio de chaqueta cuando sea necesario. Un día puede acabar con carteles de Trump en las avenidas y puentes junto al Nilo y unos meses después sol las fotos de Putin las que las decoran. La estrategia de la adulación siempre les ha funcionado. Pero la jugada de que las ayudas norteamericanas vayas a las arcas rusas es más difícil de sostener una vez aireada. Con un Congreso y un Senado controlados por los demócratas y con un porcentaje probable de republicanos liberados de las presiones de Trump para estos negocios, es probable que el panorama para Egipto (y la zona) cambie. Irán sería poco inteligente si no hace gestos de buena voluntad que alivien la presión creada por Trump con las rupturas de los acuerdos y los atentados con drones sobre científicos y militares iranís.
Ha tocado el tiempo del cambio. Egipto cambia de fachada ante la salida de Trump del que se tiene que distanciar para no perder las ayudas que ha tenido durante décadas y que aseguran el funcionamiento del aparato. Hay muchas formas de mantenerlo, como, por ejemplo, la presión terrorista en la zona, una de las bazas habituales.
Pero es el aspecto propagandístico donde resulta de interés ver los movimientos. El aparato egipcio de propaganda puede seguir el modelo Bolsonaro, seguir al lado del amigo Trump, o intentar lo contrario, distanciarse y tratar de acercarse a la nueva administración con iguales sonrisas y palabras amables. Es mucho dinero lo que se juegan.
De cara al pueblo egipcio, tienen que justificar algo complicado, la salida de Trump, que ha perdido las elecciones. Pero tras lo ocurrido en el Capitolio el pasado 6 de enero, la cuestión va más allá.
Ya desde antes de los sucesos del Capitolio, hemos resaltado aquí la pérdida de la imagen exterior de la democracia norteamericana con Trump. El daño hecho por Trump y los republicanos amparándolo es incalculable. Este daño es el descrédito de la democracia como sistema político y de convivencia, pero también —y de enorme gravedad— lo que supone de argumento para las dictaduras. La acusación del "robo de elecciones" y el "asalto al Capitolio" son el principal legado de Trump, siempre negativo.
No es sorprendente que la propaganda egipcia se invierta y deje de apoyarse en Trump para dirigir su retórica hacia la debilidad del sistema democrático, la hipocresía con la que se juzga a otros países (autoritarios), etc. Los que antes veían en Trump un modelo de amigo, ahora ven un modelo negativo de sistema, justificando así sus propios abusos.
En Ahram Online, el día 14 se publicó el artículo titulado "The fall of the Capitol", firmado por Mustafa Ahmady, en el que en su inicio se expresaba lo siguiente:
The 6 January will remain a day to remember in
the roughly 250-year history of the United States. It may be considered the day
when the wall of the American sense of superiority, as far as the best
democratic exercises are concerned, fell.
Protesters, pushed by a president who rejected
the results of elections and called them “fraudulent,” rushed to occupy the US
Capitol in Washington, yelling and breaking windows in a shocking and
stereotypically third-world scene. Far-right supporters of outgoing US president
Donald Trump broke all established norms, at least when it comes to one
long-held view of the American people, climbing over the walls of the Capitol
and taking photographs of themselves seated in the chair of the speaker of the
US House of Representatives, among other shocking scenes that world watched
live on television.
No one
will be able to forget the image of one member of the mob carrying a lectern
home as he strolled through the rotunda area of the House. At some moments, and
unless one was quite sure that one was tuned into a US TV channel, such scenes
might have been mistaken for those coming out of a banana republic. As one
Kenyan newspaper put it in a sarcastic headline, “Who is the banana republic
now?”
For decades, the US government, people and
media have done their best to brainwash the minds of millions of people across
the globe that US democracy is the best ever and that the US is the sole
protector of human rights and the staunch defender of civil liberties and
freedoms. While the US is a country of law and order, the US form of democracy
is not the holy scripture that successive US administrations have advocated it
as being. It is a system that appeals to people living in the US, through which
they have succeeded in building a nation and a true superpower, but it remains
an American experience that cannot be simply copied elsewhere.
Like a dictator clinging to power, Trump has
plainly told his fellow Americans that the elections were “rigged” and that the
US would be governed by an “illegitimate president” should his victorious
opponent Joe Biden be inaugurated as president, triggering ridiculous
conspiracy theories in which even “extraterrestrial beings” may have interfered
in favour of his rival.
Shockingly, Trump wanted the US army to
interfere in his favour, replacing his defence secretary with another to that
end. Though he vowed that there would be an “orderly” transition of power to
his successor, Trump has abstained from admitting defeat in public. While it is
true that more than 74 million Americans voted for Trump, in any democratic
exercise, as the US has taught the world many times, a single vote can make the
difference, and such a vote should be honoured. This is true for all, except for
the defeated US president.
Even so, the US media has often not honoured
this “single vote” theory as far as the situation on non-American soil is
concerned. On the contrary, it has put countries in the line of fire when its
“fair-haired boy” has not been picked in a given election process, using the
same language of “fraudulence” and “rigged elections” used by Trump.
This is how US media outlets have portrayed
such incidents elsewhere on the globe, except in countries allied with the US.
The US government and media have usually preached the necessity of “respecting”
the right of “protesters” to express their views no matter how this “right” may
be exercised, brushing aside any counter-arguments. They have also rejected any
need to listen to the other side of the story, whether from the governments
concerned or the peoples themselves, dubbing the first as “dictatorial” and the
second as “sycophants”.**
La teoría central es vieja: Estados Unidos no es el único modelo de democracia, lo que es cierto. Pero lo que no lo es, obviamente, es tratar de presentar como democráticos modelos que no lo son, como ocurre con el egipcio. La crítica de algo no convierte en bueno nada. Es un consuelo interesado, una justificación malsana e ineficaz.
Y esto es especialmente cierto en un país como Egipto, en el que tras una sublevación popular, el mismo Ejército que sostenía al presidente anterior "lo retira" para seguir controlando el espacio político. Se convocan elecciones y las pierde, produciéndose pasado un año un "no-coup" de estado, que retóricamente se invoca como una "rectificación" a petición del pueblo. Es decir, se produce un cambio para que todo quede igual. Salen de Mubarak y acaban con al-Sisi. ¿La diferencia? Que a Mubarak, después de treinta años, le hacían miles de chistes y a al-Sisi, con un gigantesco aparato de propaganda, le dedican muros y canciones, le lanzan besos y rezan por él como un salvador. Por el camino unas elecciones presidenciales en donde encarcelaron a todos los que tuvieron la osadía de presentarse, por lo que tuvieron que buscarle un candidato improvisado entre los que le apoyaban y llamarle "opositor", y una reforma constitucional para perpetuarlo en el poder. No es un modelo al que se pueda llamar precisamente democrático, con miles de desparecidos y encarcelados. Entre estos no están solo lo enemigos, los islamistas, sino también los que denuncien arbitrariedades o pidan modernización del sistema.
El artículo tiene como función reivindicar el modelo egipcio mostrando lo negativo de la etapa Trump, el que había sido hasta hace unos días el querido amigo del presidente. Hay una gran diferencia de personalidad entre ambos, en cualquier caso. El narcisismo de Trump no es el del uso propagandístico de la imagen de al-Sisi.
Abdel Fattah al-Sisi es un hombre del aparato militar al que se empuja hacia la política. Es un propagandista, mientras que Trump es un narcisista. Esto implica que lo que Trump se apunta en lo personal, al-Sisi lo hace en nombre del "estado", el conjunto de la maquinaria que el egipcio debe ver como solución. Al-Sisi debe ser el presidente porque el sistema no admite errores. Los que se cometen deben ser reparados por todo el aparato de propaganda. Trump es el hijo rebelde; al-Sisi la figura paternal que debe hacer sentirse a los egipcios protegidos, creyendo en la estabilidad que se basa en la permanencia.
Es de interés político conocer la dinámica de la imagen de Trump en Egipto. Recordemos que en Egipto hubo manifestaciones con la cara de Barack Obama transformada en la de Osama Bin Laden y con el rostro de Hillary Clinton bajo una enorme tachadura en su época de Secretaria de Estado. Por eliminación, al-Sisi eligió y fue elegido por Trump. Sus enemigos eran los mismos, Clinton, ahora candidata a la presidencia frente a Trump, y el ex presidente Obama, que no acabó de entender el peligro islamista infiltrándose en una desarticulada y caótica "Primavera árabe".
2012 |
Egipto tiene varias posibilidades frente al cambio en la Casa Blanca y habrá que esperar a ver la política exterior de Biden y, en especial, en esta zona, de enorme complejidad y peligro. Como en todo sistema, cada pieza interactúa con el resto. Estados Unidos tiene que mover pieza antes que ocurra algo que convierta el peligro en inevitable. La aceleración de movimientos —sobre todo de compraventa de armas— en la zona no es una buena señal, como hemos señalado días anteriores.
El argumento sobre que nadie puede decir nada sobre Egipto después de lo ocurrido en el Capitolio es falaz. Busca justificar lo injustificable. Pero para consumo interno es suficiente. Servirá para mantener el autoritarismo como una fórmula para salvar del caos, creando un eterno círculo vicioso, que permita perpetuarse en el poder hasta, claro está, el siguiente estallido.
La contradicción anida en esa llamada sin respuesta al Ejército, que el articulista cita. Interesa en cambio dejar fuera a los medios norteamericanos críticos con Egipto, que tienen repercusión en la opinión pública o al menos en la parte sensible a la política. Una parte importante de la energía mediático política egipcia se dedica a frenar los ataques y críticas mediáticos contra el régimen. De esta forma se pretende, como hacen siempre, anular las críticas al régimen. Es una vana ilusión.
Trump y al-Sisi han sido una confluencia en la que se han aprovechado cada uno de la presencia del otro. Ahora, la amistad de Trump pasa a ser un lastre, un problema de relaciones con Estados Unidos. Su derrota en las urnas y su destrucción de todo lo que puede en la salida hace muy incómoda la relación y las viejas foros, antes motivo de orgullos, ahora se convierten en testimonio del pasado.
Trump dejó atónitos a los diplomáticos y funcionarios cuando preguntó "¿Dónde estaba su dictador favorito?". La prensa mundial lo recogió como una excentricidad pero también como un lapsus que dejaba en evidencia lo poco que le importaban a Trump las dictaduras a la hora de hacer amistades. No creo que Biden y Harris le tengan la misma simpatía.
*
"Military, economic aid to Egypt excluded from US spending cuts:
Al-Monitor" Ahram Online 14/01/2021
http://english.ahram.org.eg/NewsContent/1/64/398932/Egypt/Politics-/Military,-economic-aid-to-Egypt-excluded-from-US-s.aspx
** Mostafa "The fall of the Capitol" Ahram Online 14/01/2021 http://english.ahram.org.eg/NewsContentP/4/398673/Opinion/The-fall-of-the-Capitol.aspx
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.